11 Sueño II
Él era un número.
Él era malo.
Él obligaba a Jeon Jung Kook a hacer cosas malas.
Pero nadie sabía quién era, ni podían verlo.
Una habitación vacía, negra y sin nada más que un extraño sonido al fondo del pasillo.
No era el piano, no era música. Eran pisadas que se acercaban rápidamente hacia el niño.
—¿Por qué quieres que haga esto?—preguntó, sosteniendo un cuchillo en su mano—Me haré daño... No quiero.
Las pisadas se detuvieron frente a la puerta y Jung Kook se giró a mirar.
No había nada.
La habitación se volvió de color blanco, repentinamente, y el suelo se manchó de rojo.
Por el brazo de Kook viajaba un chorro de sangre que caía por sus dedos y goteaba hasta chocar contra la baldosa. Caía una gota tras la otra.
—Me duele...—murmuró mirando la sangre—Me arde la piel.
Cerró con fuerza sus ojos, sintiendo aún el filo del cuchillo pasar por su débil brazo, cortando su piel con paciencia.
Al abrirlos, el suelo estaba impoluto, de un blanco nieve. Su brazo estaba sano y ahora el cuchillo había desaparecido de sus manos.
Miró a su alrededor, confundido. La puerta del cuarto seguía abierta, como si alguien quisiera que saliera afuera. Pero Kook tenía miedo de salir, no quería volver a vivir lo que le ocurrió en la pesadilla anterior. No quería volver a ver fuego.
—Jung Kook, Jung Kook— lo llamaba una dulce voz.
Salió del cuarto y miró hacia el pasillo, el cual no tenía más que una puerta de vidrio al final. Se acercó porque todo estaba iluminado.
Al detenerse frente a la puerta, vio a través de ésta a una mujer, sentada sobre la cama y sosteniendo un bebé, al cual lo cubría con una manta de color celeste.
—Mi pequeño Jung Kook...
Los ojos del niño se abrieron estupefactos al ver que aquel bebé que sostenía la mujer tenía su rostro. Era él mismo.
—¿Mamá?— Kook pegó sus manos contra el vidrio, queriendo atravesarlo. Estaba seguro de que esa mujer era su madre.
La mujer miró en su dirección y le sonrió tristemente; seguido comenzó a llorar. Un doctor se acercó hasta ella y le arrebató el bebé de los brazos, llevándoselo lejos.
—¡Devuélvame a mi hijo!— chilló ella, tirándose al suelo— ¡Mi Jung Kook!
La escena de la madre desapareció. El lugar se volvió completamente negro y Jung Kook ya no pudo ver nada a través del vidrio. Se alejó dando pasos lentos hacia atrás hasta chocar con algo. Se giró y se encontró con un espejo.
Vio su reflejo en él, pero otra vez, era un bebé. el mismo bebé que ese doctor se había llevado.
—¿Ese soy yo?— se preguntó a sí mismo, ladeando su cabeza.
El bebé comenzó a llorar desesperadamente, pero nadie iba en su ayuda.
Llantos y más llantos. Era lo único que oía Kook, viéndose llorar en el espejo.
Quiso hacer algo; golpeó el cristal porque creía que podía pasar al otro lado, pero lo único que hacía era dañarse sus manos, cortándose.
Siguió golpeando hasta que destrozó por completo el espejo, sin darse cuenta de ello. Y al otro lado sólo había una pared, mohosa y llena humedad de la cual de pronto salieron una bandada de cuervos volando.
Se quedó entonces inmóvil, mirando hacia la nada, cuando sintió una mano sobre su hombro. Un aliento se acercó hasta su oído y le susurró.
—Mamá no está. Mamá te abandonó.
Jung Kook después de oír eso, despertó. Se sentó sobre la cama y sintió un profundo dolor en su pecho.
—Mamá...— dijo entre sollozos.
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