08 Sueño I
Negro, oscuro, desolado, frío...
Así se era el ambiente del cuarto. Jung Kook tenía los ojos abiertos en medio de la oscuridad. No sabía hacia dónde estaba mirando, pero creía que hacia la puerta.
—No tengo miedo de la oscuridad—habló consigo mismo—Tú quieres que le tema, dices que una sombra me atrapará y me asfixiará, pero la sombra eres tú.
Afuera había mucho viento. Azotaba con fuerza las persianas de la ventana y ese ruido que se generaba era muy molesto para Kook.
Se levantó de la cama y pisó el frío suelo con sus pies descalzos. Caminó decidido hacia la puerta, la cual se abrió para darle paso.
El largo pasillo estaba oscuro, pero a lo lejos había una pequeña luz que salía de un cuarto.
Se encaminó hacia aquella sala y se detuvo antes de llegar siquiera a la puerta.
Algo a sus espaldas sonaba, una melodía, una canción...
Unas notas de piano, tristes, melancólicas. Su pecho sentía dolor; no entendía por qué lo afectaba de ese modo. Era la primera vez escuchando a alguien tocar aquel instrumento.
Sus pies lo llevaron a darse la vuelta. Y ahora, al final del pasillo había otro cuarto iluminado, pero no era la luz de un foco. Era distinto.
Una especie de destellos anaranjados, amarillentos, salían de allí.
—¿Qué es eso?
Caminó lentamente hasta atravesar el largo pasillo y llegó.
La melodía seguía sonando, pero no había ningún piano, ni nadie tocándolo.
Entró a la habitación y se quedó de pie en el centro de aquellas cuatro paredes, mirando a su alrededor. Hasta que la melodía, de repente, desapareció y todo se volvió silencio.
¿Qué estaba ocurriendo?
Se giró hacia la puerta y ésta se cerró sola de golpe. La sala se convirtió entonces en una especie de cubo gigante. Las paredes se volvieron de vidrio y tras éstas había figuras observándolo. No tenían rostro, pero sus cuerpos se posicionaban en dirección al centro.
Kook dio la vuelta en el mismo lugar para mirar a todas aquellas cosas. Estaba asustado; lo único que quería era poder salir de allí.
Las paredes se empezaron a acercar hacia el centro, lentamente, mientras que de la nada surgían unas llamas del suelo.
—No...no, por favor—suplicó desesperado—¡Ayuda! ¡Ayúndenme!
El fuego se seguía acercando hacia él, mientras detrás de esas paredes nadie trataba de hacer algo por salvarlo. Estaban estáticos, como si presenciaran un espectáculo.
Kook estaba aterrado. Su corazón latía a mil por hora. Su llanto era ahogado. Sus gritos, una señal de socorro.
—¡Ayuda, por favor! ¡Moriré!
Las llamas llegaron hasta sus pies, tocaron su piel, lo quemaron.
Pegó un grito desgarrador cuando la ardiente llamarada recorrió en menos de unos segundos todo su cuerpo.
Sentía dolor, quemaba...
—¡NO!—chilló.
Se revolvió entre las sábanas, totalmente desesperado, inquieto.
Y abrió los ojos de golpe.
Otra vez, otra pesadilla.
Otra más donde el fuego se hacía presente. Era su peor enemigo, su mayor temor.
Agarró con fuerza las sábanas y se tapó el rostro, manchando éstas con sus lágrimas. Ahora sí tenía miedo, necesitaba a alguien a su lado para que lo protegiera. Estaba indefenso ante aquellas situaciones. Nunca nadie lo consolaba ni daba apoyo, porque nunca tuvo a nadie.
Se sentía solo.
Creía que nadie lo querría nunca y todo porque estaba enfermo, porque todos decían que estaba loco, que escuchaba y veía cosas que nadie más podía notar.
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