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05 Mirada

El pequeño se instaló en un cuarto del primer piso. Le parecía bonito, tenía una linda pintura en la pared. La cama se veía cómoda y la ventana era bastante grande, demasiado para su gusto.

Durmió tranquilo, al tomar su medicación que una enfermera le dio, después de que el Dr.Kim lo examinara detenidamente.

En la mañana lo llevaron hasta el comedor y allí pudo ver a muchos más niños. Todos se veían un poco mas grandes que él, pero eso no le importaba porque de todos modos no quería hablar con nadie.

La enfermera lo acompañó hasta una pequeña mesa donde no había nadie sentado. Le pidió por favor, muy tímidamente, que lo dejara comer solo porque no se sentía cómodo con tanta gente.

Le alcanzaron su desayuno y comió en silencio, observando a los otros chicos reír y charlar.

¿Por qué se veían felices? Un lugar como ese sólo debía albergar dolor, llantos y depresión.

Y a pesar de que no le importaba que su padre y aquel señor lo abandonaran en un lugar desconocido, en su pecho existía algo de dolor.

Mientras masticaba sus cereales, recorrió con sus ojos el salón.

Color gris, triste, luces muy blancas y ventanas pequeñas. Mesas y sillas metálicas, frías como las noches de invierno en su casa... No le gustaba el comedor, prefería su nuevo cuarto.

Más allá de eso, miró hacia la puerta. Una enfermera rubia y muy delgada acompañaba a un joven, también rubio, de mirada dormida, ojos gatunos y piel muy blanca.

El niño miró hacia él y ambas miradas chocaron.

Para Jung Kook, el mundo se detuvo por un instante. Nunca antes lo habían mirado de esa manera, ni tampoco él sostenía la mirada por mucho tiempo. Le molestaba que lo miraran fijamente, quería poder gritar y decirle a ese niño que lo dejara en paz.

Desvío entonces sus ojos hacia su tazón de cereales y comió con la cabeza gacha.


—Shh... Silencio—murmuraba Jung Kook, llamando así la atención de la enfermera que estaba con él.


—¿Todo bien, Jung Kook?


—Sí...—volvió a murmurar —No, no... Dígale que se calle, me está molestando.


La enfermera se acercó hacia el niño y posó una mano sobre su espalda.


—Tranquilo, no hay nadie.


—¡Me está molestando!¡Dígale que se calle!—chilló el pequeño, tirando el tazón al suelo, volcando los cereales y el yogurt.


—Jung Kook, cálmate.


Todas las miradas se posaron sobre Kook, lo que fue incluso peor. La enfermera lo agarró tratando de tranquilizarlo, pero el niño estaba muy alterado.


—¡Cállate, cállate!—gritó y salió corriendo.


Se alejó de su mesa yendo hacia la salida del comedor. Ahí chocó de nuevo su mirada con el rubio, pero lo empujó bruscamente para que lo dejara pasar.

Corrió por el pasillo para escaparse de la voz que le hablaba, pero no recordaba el camino de vuelta al cuarto.

Se detuvo en medio del camino y se agachó, abrazando sus rodillas y diciendo cosas inaudibles hasta para él mismo.


—No quiero hacerlo, no lo haré...¡Cállate por favor!


Oía una fuerte y molesta voz que no paraba de hablarle y decirle que hiciera cosas malas. Hacía tres años la escuchaba de manera más intensa y estaba cansado de eso. Quería luchar para alejarla, pero era imposible. No le gustaba hacer cosas malas, pero hubo ocasiones en las que no pudo hacer más que obedecer a sus peticiones. Jung Kook había hecho cosas de las que se arrepentía, se sentía un niño malvado y eso no le gustaba para nada.

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