3
—Dios mío.
—¿Dios?
Ignoré el tono de completa confusión de Lyon y lo miré con genuina curiosidad.
—¿Es real todo lo que me dices?
Estábamos sentado en la última mesa de la taberna, él había llegado hace una hora y media y, tal y como lo había prometido, me había contado por qué podía entenderle cuando hablaba.
—Todo, ¿por qué te resulta tan difícil de creer?
Vacilé, sin saber muy bien cómo responder a esa pregunta. La que había caído de otro mundo había sido yo y, sin embargo...
—Perdona, pero ¿magia? Eso es algo de los libros de fantasía, no del mundo real.
Pero este no es mi mundo real.
Lyon se puso de pie sin decir nada y se fue a la barra, perdiéndose de mi campo visual. Me recosté sobre mi silla, no sabía qué planeaba hacer, pero no iba a ir detrás de él si eso era lo que pretendía que hiciera.
Luego de unos momentos lo vi llegar con un vaso de agua. Se veía un poco turbia.
—Toma. —Lyon se sentó de nuevo en la mesa y deslizó el vaso por la superficie de esta, hasta que quedó al frente mío—. Bébete eso —me pidió.
—Ni loca. —Negué con la cabeza, moviendo el vaso a un lado—. El agua está sucia.
El chico sonrió. Fue una sonrisa distinta a todas las que me había mostrado antes, sus labios se curvaron de manera victoriosa, como si yo hubiera hecho exactamente lo que él quería que hiciera.
—¿Y ahora?
Ante mis ojos, atónita, pude ver cómo Lyon ponía una mano en el costado del vaso y, poco a poco, el agua se iba aclarando, toda la suciedad iba desapareciendo.
—¡No puedo creerlo! —exclamé, impresionada.
—La magia es lo que alimenta la tierra, nosotros hemos convivido siempre con ella. Está en los animales, en las plantas, en el agua... es la esencia vital de mundo. Si la sabes manejar puedes lograr muchas cosas —me explicó Lyon, con un tono de voz algo emocionado—. La magia se debe cuidar a como de lugar, es lo que ayuda al pueblo a sobrevivir. Ahora más que nunca la necesitamos, Vera, protegerla es todo lo que debería de importar.
—¿Por qué? —quise saber. Había algo en la manera en la que Lyon hablaba... se notaba la pasión dentro de él, parecía que estaba siguiendo algún tipo de causa.
La mirada de él se ensombreció de repente, como si una nube hubiera tapado el sol del medio día.
—Se avecina una guerra —me dijo, poniéndose de pie—. Y creo que todos deberíamos de luchar en ella. Al menos todos lo que dominemos la magia.
Mi cerebro quedó procesando toda la información, ¿una guerra? Ni loca, no. Mis principios no me permitían apoyar nada de lo que Lyon me decía, no estaba de acuerdo con el conflicto bélico, las cosas podían solucionarse sin la necesidad de sacrificar miles de vidas inocentes.
Se lo dije.
—No siempre hay caminos opcionales, Vera —me respondió—, a veces sólo puedes avanzar hacia delante. Esta guerra pasará, hay que estar listos.
Me quedé un momento sopesando sus palabras, tenía muchas preguntas al respecto.
—¿Y cómo explicas el dragón que vi anoche?
Su mirada se ensombreció y de inmediato me arrepentí de haber formulado esa pregunta. Había sido muy imprudente de mi parte, no tenía ni idea de todo lo que estaba sucediendo en este mundo.
—¿Viste un dragón? —Aunque se escuchaba serio, seguía manteniendo su tono curioso, alegre.
Asentí, mientras estiraba el brazo para agarrar el vaso con agua. De repente me habían dado muchísimas ganas de quedarme callada. Tomé un sorbo largo de agua, a la espera de que Lyon captara la indirecta y siguiera hablando. Me sorprendió el darme cuenta de que el agua estaba tan fresca y potable como la de esta mañana.
—Ver un dragón en el cielo sólo puede significar una cosa: viste a alguien de la familia real —me pareció que Lyon decía lo último como escupiendo las palabras, casi como si le desagradara pronunciarlas—. Son los únicos que poseen el gens draconia. Poseen la habilidad de transformar sus cuerpos humanos en los cuerpos de estas enormes bestias aladas. Si viste un dragón anoche, es muy probable que hayas visto a nuestro rey. —Lyon hizo una mueca de asco.
—No te agrada la realeza por lo que veo —dije, dando otro sorbo al agua—, a mí me parece una habilidad muy útil, ¿no? Los poderosos en el poder, pueden protegerlos a todos, asegurar un gran futuro para el reino.
—¿Y si no?
—¿A qué te refieres con eso?
Lyon frunció los labios en un gesto de fastidio.
—Khardan, el príncipe, él es el problema —me dijo, mirando un punto fijo en la pared a mis espaldas. Se veía furioso. Sentía que en cualquier momento iba a agarrar a puños a algún ente imaginario—. Él no posee esa capacidad. No se sabe por qué, incluso se sospechó de adulterio por parte de la Reina, pero se descartó después de que una Alta Sacerdotisa hiciera una prueba de sangre ante todo el reino. La de Khardan ardió como ardería la sangre de un R'lyria, pero sin importar cuánto lo ha intentado, nunca ha podido convertirse en dragón. Es débil. No nos sirve como rey. Todo el pueblo lo odia.
Tomé el último bocado de agua antes de hablar.
—No veo la necesidad de odiar a su príncipe —le contesté a Lyon.
—Lo entenderás cuando lo conozcas —me respondió este, tomando el vaso y levantándose de nuevo de la mesa.
Esta vez sus palabras bastaron para hacerme poner de pie. Lo seguí, presa del pánico.
—No, no, no. Espera un momento... No puedes estar hablando en serio, Lyon, ¿conocer al príncipe?, ¿yo? Estás demente —sentencié, siguiéndolo muy de cerca—. No veo por qué deba hablar con él, ¡ni siquiera sabe que estoy aquí!... escúchame, Lyon —le dije, mientras lo tomaba de su brazo. Por fin lo había alcanzado—, ¿qué tal que me eche de aquí? Que me saque corriendo como un perro. —Lyon soltó una risa por lo bajo y negó con la cabeza, divertido por mi comentario—. ¡No te burles! —lo regañé—. Este tal Khardin o como se llame es un monarca poderoso descendiente de persona que se pueden convertir en dragones y yo voy a ir a confesarle en su cara que me metí de ilegal a su territorio, ¡acabaré muertísima! —exclamé, mirándolo con desespero. Desde mi perspectiva, este hombre había perdido la cabeza.
Lyon me observó por un segundo, pero no obtuve otra reacción por parte de él. En cambio, se puso a organizar el inventario de botellas que se encontraban en el estante detrás de la barra.
—¿Tú crees que Khardan no sabe que estás aquí? Qué lindo, se nota que eres forastera.
Me quedé de piedra, si eso era cierto, en cualquier momento podrían entrar por la puerta de la taberna y sacarme a rastras de aquí. Estaría de nuevo de patitas en la calle en menos de lo que canta un gallo.
—Si eso es cierto tienes que esconderme —le pedí a Lyon, entrando en su espacio personal y agarrándolo del borde de su camisa—. No quiero vagar por este mundo, ahora al menos te conozco a ti... —me interrumpí a mí misma, pues mis propias palabras me habían hecho caer en cuenta de algo:—. No, es más, a duras penas te conozco o he aprendido algo de este sitio, ¿por qué me aseguras que no eres peligroso, que no me estás engañando y que si voy a ver al príncipe no terminaré en grave peligro?
—Vera, todo va a estar bien —me intentó tranquilizar Lyon—, Khardan no te hará daño, ya vas a ver.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, frunciendo el ceño. Estaba siendo todo muy misterioso y no me agradaba para nada este asunto.
—¿No vas a confiar en mí? —me devolvió este la pregunta, mirándome con ojos de cachorrito lastimado.
—No —le respondí, cruzándome de brazos—, te acabo de conocer.
—Y aun así aquí estás —me respondió, dándose la vuelta y poniéndose a revisar las botellas de licor de los estantes, como si estuviera haciendo inventario—, te he dado alimento y bebida, además de un refugio para pasar el día, ¿qué más necesitas para confiar en mí?
Entrecerré los ojos. Tenía un punto.
—Me parece sospechoso que quieras ayudarme tanto sin recibir nada a cambio —admití, por fin, en voz alta, un pensamiento que había estado rondando mucho por mi cabeza desde que Lyon me dejó sola en la taberna.
—¿Y quién dice que no voy a recibir nada a cambio? —me contestó el chico, retándome con la mirada—. No te diría que fueras si supiera que algo malo te va a pasar. El que ha vivido toda su vida aquí, soy yo, tú, en cambio, eres una extranjera. Tu ropa extraña te delata. Pareces venir de otro mundo —me dijo, mientras buscaba algo detrás de la barra. Sacó un trapo de apariencia limpia, lo mojó debajo de la llave del lavaplatos y salió de detrás de la barra, hacia los taburetes de en frente. Yo me quedé del otro lado, viéndolo trabajar.
—Es que vengo de otro mundo.
Ya está. Lo había dicho. Le había contado mi secreto a este hombre. Después de hablar de magia y príncipes y dragones, supuse que podía tocar el tema con él. Se sentía extraño decirlo en voz alta, como si eso lo hiciera todo más real, como si ya no hubiera vuelta atrás. Lyon dejó de limpiar.
—¿Lo dices en serio? —preguntó, sentándose en un taburete que había limpiado con anterioridad—. ¿Un mundo diferente a este?, ¿eso de verdad existe?
—Lyon, me acabas de decir que aquí la esencia de las cosas es la magia, ¿tan extraño te resulta creer que hay mundos más allá que el tuyo? —pregunté, escéptica ante la incredulidad del hombre.
—No, pero eso explicaría muchas cosas —dijo Lyon, bajando la voz, más para sí mismo que para mí.
La puerta de la taberna se abrió, interrumpiendo nuestra conversación y por ella entró el hombre de esta mañana. Caminó por todo el lugar encendiendo las lámparas de gas que se hallaban en las paredes y fue cuando caí en cuenta de que el sol ya se había escondido y que la única iluminación del interior procedía de afuera. Me asomé por una de las ventanas: la vida nocturna era muy diferente de la diurna en esta ciudadela. Las personas pasaban solas, en parejas o en grupos, riendo y bebiendo, algunas tarareaban melodías que jamás en mi vida había escuchado antes, otras vestían trajes extraños, como de arlequines, e iban de aquí para allá entreteniendo a las demás personas. Vi pasar a un chico joven haciendo malabares con garrotes encendidos en fuego. Era impresionante. Como si la vida hubiese cambiado de forma radical. Había chicas que vestían vestidos hermosos, largos, de colores radiantes. De inmediato mi cabeza comenzó a trabajar en diseñar algo así para mí. Se veían como princesas, ¿a dónde estarían yendo? Eran preciosos sus atuendos, no podía evitar no verlas. Reían entre ellas, como si estuviesen nerviosas por algo.
—No deberían sorprenderte tanto —me dijo Lyon, apareciendo a mi lado—, chicas como ellas aparecen aquí todas las noches. —Abrí la boca para preguntarle a qué se refería con eso, pero no me dejó hablar—. Van al palacio. Tienen la esperanza de ver al príncipe hoy.
Subí la mirada para poder ver a Lyon, que escudriñaba el exterior.
—¿A Khardin?, ¿por qué?
—Khardan —me corrigió de nuevo Lyon, volcando toda su atención hacia mí. Ambos nos olvidamos del mundo exterior—. Se llama Khardan, Vera, apréndetelo, ¿qué crees que pasará si lo llamas por el nombre incorrecto?
La imagen mental de mí siendo comida de dragón se me cruzó por un instante por la cabeza.
—Khardan —repetí, como un loro asustado.
—Muy bien, muy bien. —Lyon me dio unos golpecitos suaves en la cabeza de manera juguetona, muy parecidos a los que le daba yo a Dante cuando me traía la pelota que le había lanzado. No me molestó, al contrario, me sacó una risa, tal vez la primera genuina desde que llegué aquí.
—Deja de molestarme y dime ¿por qué esas chicas van a ver a Khardan? —me volví a asomar por la ventana, pero no las vi más, el gentío se las había llevado.
—Iban muy lindas —insistí—, como si fueran para un baile o algo así.
—Se van al palacio, con la esperanza de conocer al príncipe y que este se case con ellas. —Lyon esbozó una sonrisa socarrona, como si eso fuese algo imposible—. Pero no van a lograrlo, ninguna de ellas. A veces van por su cuenta, otras veces se presentan en los bailes que el palacio organiza... nadie tiene éxito, pero lo siguen intentando. Hay chicas que se presentan varias veces, por no decir cada una de ellas. Lo mejor es ignorarlas —zanjó, dándole la espalda a la ventana y alejándose de ella—, el príncipe está comprometido ya y no va a cambiar de opinión.
Con esto último, me alejé yo también del rectángulo transparente y caminé detrás de él, devuelta a la barra.
—¿Y ellas lo saben? —quise preguntar, no tenía sentido que estuviesen dispuestas a arreglarse de esa manera nada más para ir a conquistar (o al menos intentarlo) a un hombre comprometido.
—Créeme cuando te digo que sí, el anuncio del compromiso fue una fiesta para todo el reino. Los R'lyria no escatimaron en gastos para la ocasión —dijo Lyon, sacando grandes vasos cerveceros de debajo de la barra. Los estaba poniendo en fila, como si se estuviera preparando para una noche muy agitada—. No me sorprende, la prometida del príncipe no es cualquier persona, y la corona la necesita así que...
—¡Eh, Lyon! —llamó el tabernero (¿Reese?) a mi interlocutor, por lo que nuestra conversación fue interrumpida. Lo llamaba desde el fondo de la taberna, así que no tuve más remedio que sentarme en uno de los taburetes y esperar a que volviera. Un segundo pasó desde que lo perdí de vista, cuando la puerta de la taberna se abrió de improvisto y por ella entró un hombre: Alto, casi llegando al metro ochenta, robusto y con la ropa un poco desgastada por el uso. Se sentó a mi lado, lo que provocó que diera un respingo en mi sitio. Bajé la mirada al suelo y puse ambos brazos sobre la barra. Tal vez, si me quedaba muy quieta, casi estática, iba a desaparecer del campo visual del desconocido. Esa estrategia funcionaba con los animales feroces, ¿no?, ¿por qué no funcionaría con humanos? Sólo tenía que esperar a que Lyon volviera y atendiera al cliente nuevo, que parecía querer algo de beber pronto. Treinta segundos después de haber decidido ignorar por completo al tipo que tenía al lado alcé la mirada de manera instintiva, para ojear si Lyon ya venía por ahí.
Ese, creo yo, fue el primero de mis errores.
El hombre y yo intercambiamos una rápida mirada, casi fugaz, de esas curiosas veces en las que un desconocido y tú deciden analizarse el uno al otro al mismo tiempo. Yo bajé la mía a la barra, intimidada por completo. Sin embargo, el hombre no lo hizo, es más, tenía la sensación de que, si no había llamado su atención antes, ahora de seguro que sí. Sentía cómo sus ojos se habían quedado clavados en mí y me moví un poco incómoda en mi silla.
—Oye, tú —me llamó el hombre, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y lo imperativo.
Me quedé estática, como si de repente yo no fuese otra cosa que una estatua viviente.
—¡Eh!, ¡señorita! —me volvió a llamar, inclinando un poco su cuerpo hacia mí.
¿Dónde está Lyon?, pensé con desespero. Los nervios estaban invadiendo mi cuerpo de a poco, tenía que pensar en un plan de escape si la cosa se ponía complicada. No sabía qué quería ese hombre de mí, pero de seguro que no me iba a quedar para averiguarlo. Tal vez lo mejor era salir corriendo de improvisto, lazarme a través de esa puerta como si me estuviese persiguiendo un oso salvaje y no ver hacia atrás hasta que estuviera muy lejos. Tragué saliva, ¿sabría cómo volver después? O tendría que decirle adiós a Lyon para siempre. Tomé una profunda respiración, preparada, mentalizada para salir corriendo en el segundo menos esperado. Sobrevivir aquí era mi único objetivo, tenía que durar veinticuatro horas viva, por lo menos.
—Oiga... —se dirigió de nuevo a mí el tipo y vi, por el rabillo del ojo, cómo intentaba estirar su brazo hacia mí.
Muy bien, Vera, a la tres, pensé. Una, dos...
—¡Eh, Krathos! —La voz de Lyon volvió a pegarme a mi sitio. Bien, si él estaba aquí podía encargarse del tipo.
Alcé la vista, por fin, de la madera de la barra, y pude ver la interacción de los dos hombres: Lyon había llegado con una sonrisa de oreja a oreja, por completo relajado, con el trapo de limpiar sobre su hombro derecho. En el momento en que Lyon apareció, dejé de ser importante, el hombre giró medio cuerpo para encontrase cara a cara con mi rescate y, de inmediato, se puso de pie. Aunque era más alto y fornido que Lyon por, al menos, una cabeza, adoptó una posición firme, como la de los soldados, se llevó la mano derecha cerrada en un puño al corazón mientras que la izquierda la mantuvo detrás de su espalda y agachó la cabeza en modo de saludo. Estaba claro que aquí había una situación de poder, y Lyon estaba más alto que él.
—General —dijo el hombre, serio.
Lyon puso todo su peso corporal sobre un solo pie y movió la mano como si estuviese espantando algo.
—Aquí en la taberna no son necesarias esas formalidades, Krathos, puedes abandonar tu posición de saludo —dijo, y el hombre obedeció.
Observaba toda la interacción fascinada, nunca en mi vida hubiese adivinado que Lyon fuese alguien de tan alto nombramiento militar, y mucho menos que un tipo así de enorme fuese a obedecer sus órdenes. Lyon notó mi mirada de desconcierto y, antes de que mi cerebro pudiese procesar por completo su acción, me guiño un ojo.
¿Qué coño estaba pasando aquí?
El que Lyon hubiese interactuado conmigo pareció recordarle al hombre, Krathos, que yo seguía ahí. Sin verme o siquiera reconocer mi existencia de alguna manera, Krathos me señaló, decidido a recibir respuesta.
—¿Quién es ella?, ¿qué hace aquí? —quiso saber y me pareció escuchar un poco de reproche en sus preguntas.
—Una herramienta —le contestó Lyon, esta vez un poco más serio.
—¿Qué? Ella no puede estar aquí.
—No va a pasar nada.
—¿Y si Khardan la llega a encontrar? —preguntó Krathos, como si estuviese preocupado por algo.
Me revolví nerviosa en mi sitio, Lyon me había prometido que nada me iba a pasar.
—Irá al palacio como infiltrada —contestó Lyon, severo. Parecía que estuviera dando una orden, más para el hombre que para mí.
—Pero cuando la vea...
—Va a estar bien.
—¿Ella lo sabe?
—No.
Krathos se giró un poco y me escaneó de arriba abajo, analizando hasta el último gramo de mi ser. Entrecerró los ojos y volvió a concentrarse en Lyon.
—Espero que sepas lo que haces, Lyon. Hemos decidido seguirte en esta guerra, más te vale que logres tus objetivos —dijo Krathos, con un tono severo, casi desafiante—. Dragos te necesita, esta ciudadela cuenta contigo.
—Ganaremos la guerra, no nos quitarán nuestra magia, Dragos no caerá —contestó Lyon, ahora con otra aura. Se veía decidido, poderoso, como si estuviese seguro de que así iba a ser—. Ella es la clave de todo. Es la pieza que nos faltaba.
—Es sólo una extranjera —Krathos escupió las palabras con algo de desprecio.
Lyon desvió la mirada del hombre y clavó sus profundos ojos negros en mí.
—Yo creo que es más que eso. —Y sonrió.
***
—No puedes quedarte más aquí.
La taberna estaba llena y la noche hasta ahora estaba comenzando, Lyon se acercó a mi puesto en la barra, el cual no había abandonado desde que Krathos se fue, después de que él y Lyon hablaran un poco más (a solas). Miles de preguntas daban vueltas por mi cabeza, ¿qué tan importante era Lyon en realidad?, ¿a qué se refería cuando decía que yo era una herramienta?, ¿por qué está tan interesado de que yo conozca al príncipe Khardan? Mi vida era mucho más fácil cuando mis únicas preocupaciones eran las ecuaciones de mis cuadernos.
—Vera —Lyon me llamó, buscando mi atención.
—¿Por qué estoy aquí? —lo inquirí, viendo hacia la puerta de la taberna, ¿sería posible escapar todavía? —. Hay algo que no me estás diciendo y, si quieres que te ayude en tu plan, más te vale convencerme de que lo tienes todo bajo control.
—De acuerdo —me contestó Lyon, asintiendo con la cabeza—, pero hoy no. Ya es tarde y debo trabajar. Te voy a conseguir un sitio donde quedarte, mañana ven a verme faltando dos horas para el medio día. Te explicaré todo en cuanto llegues, no estás aquí por alguna situación del azar.
—¿Me estás diciendo que yo no estoy aquí por una coincidencia? —quise saber.
Lyon estuvo a punto de contestarme, pero la puerta de la taberna se abrió y por ella entró una señora de edad avanzada, tenía tal vez unos sesenta y cinco años, era más bajita que yo y caminaba un poco encorvada. Aunque las telas con las que su atuendo estaba hecho eran baratas, la confección de la pieza estaba hecha de manera magistral. Era un diseño sobrio y señorial, ligero, de un tono azul noche, con detalles en hilo blanco que le daban un toque precioso.
—Te prometo que te lo explicaré todo pronto, pero, por ahora, te presento a Arachne. La esposa de Reese. Con ella vas a vivir estos días —Lyon dio un paso a un lado para que la mujer pudiera acercarse más a mí. Ella me extendió el brazo a modo de saludo, y yo hice lo mismo, creía que íbamos a estrecharnos las manos; sin embargo, la mujer tomó mi antebrazo y lo apretó dos veces.
—Conque eres tú —me dijo la mujer y, una vez que la tuve más cerca, la reconocí—, ya me estaba preguntando qué había pasado contigo.
—¿Se conocen? —preguntó Lyon, un poco extrañado ante la situación .
Técnicamente no, pensé, pero aun así... Sólo había visto su rostro una vez en la vida, pero en ese instante supe reconocerla casi de manera instantánea: ella era la anciana de esta mañana. Era la dueña del carro de telas que fingí acompañar para colarme en la ciudadela. Bajé la vista, un poco avergonzada.
—Esta chica me usó esta mañana para entrar como polizonte al reino —siguió diciendo la señora—, sí, claro, tiene sentido. Cuando Reese me contó que una chica extranjera había llegado a la taberna supe exactamente de quién hablaba. No me sorprende que Lyon se haya fijado en ti. —La mujer abrió el bolso de tela que traía terciado al cuerpo y de él sacó un vestido parecido al de ella. Me lo lanzó—. Cámbiate, vamos a salir, y tú así vestida no pasas tan desapercibida como crees.
Miré hacia abajo con sorpresa, revisando mi ropa por primera vez desde que había llegado aquí: tenía puesta una camisa desteñida de los Rolling Stones, un short de jean de tiro alto, mis Fila clásicos blancos y medias un poco más arriba de mis tobillos. En definitiva, no me veía en lo absoluto como uno de ellos.
—De acuerdo —contesté, esperando que sí hubiese espacio para las preguntas más adelante.
—Puedes dejar tu ropa en el armario de la taberna —me dijo Lyon—, si lo dejas todo guardado bien en uno de los cubos de madera te aseguro que no se perderá.
Di media vuelta y me puse en marcha, por completo perdida. Este día estaba cada vez más extraño, ya habían pasado veinticuatro horas desde que había caído en este sitio y la necesidad de acostarme en una cama ya se estaba haciendo presente en mi cuerpo.
Entré en el diminuto armario de 3x2 y, durante un minutos, me puse a reflexionar sobre todo lo que sabía: Estaba dentro de una ciudadela, en un país llamado Dragos, cuyo territorio está gobernado por la monarquía R'lyria, personas que poseían la capacidad de convertirse en dragones. Su príncipe, Khardan, es el único heredero al trono que no posee esa habilidad y ese es el motivo por el que la Familia Real ha decidido comprometerlo.
Bien, todo muy normal por suerte.
Estaba claro que no importaba lo que hubiese sido antes de llegar aquí. Ni la universidad, ni mi familia, ni mis planes de convertirme en ingeniera civil. Todo eso ya no importaba. Tenía que cambiar, adaptarme, quemarme y nacer de las cenizas, como los fénix. Una nueva yo debía de surgir.
—¿Vera? —escuché la voz de Lyon desde el otro lado de la puerta—, ¿ya estás lista?
—¡Mierda! —murmuré, ya me estaba tardando mucho tiempo aquí adentro—. ¡Dame un segundo más! —le contesté a Lyon—. Me estoy poniendo el vestido.
Me quité la ropa tan rápido como pude, guardándola en un cubo de madera que estaba puesto contra una esquina. Me dejé los zapatos puestos, el vestido que me había pasado Arachne era tan largo como para cubrir mis pies y no se veía qué llevaba puesto. Me sorprendió lo ligera y fresca que se sentía la tela del vestido. Tenía una textura parecida a la de la seda, pero sin ser tan delicada. Por último, le di un último adiós a mi celular, antes de esconderlo debajo de mi ropa, hasta el fondo del cubo.
Abrí la puerta del armario.
—Estoy lista —les dije.
Lyon asintió cuando me vio, complacido por el resultado.
—Debemos irnos ahora —dijo Arachne, caminando hacia la puerta de la taberna. Yo la seguí, con Lyon sólo a dos pasos de distancia de mí.
—Te estaré esperando —me dijo, cuando puse un pie en la calle. Giré sobre mí misma, Arachne me pidió que me apresurara, pero yo la ignoré. Quería decirle una última cosa a Lyon antes de irme.
—¡Estaré aquí puntual! —Sentí como Arachne me jalaba del brazo y no tuve más opción que ponerme a caminar.
Lyon me despidió con una sonrisa y, en sus ojos, me pareció ver el destello de algo más.
Vamos a ver si algún día termino de escribir este libro.
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