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La sensación de que algo me rozaba la nariz fue lo que me despertó. Al parecer, había tenido una noche difícil, porque mi espalda descansaba sobre la dureza del suelo... y esta textura, ¿me había caído de la cama mientras dormía? Además, ¿el aire acondicionado seguía encendido? Porque el frío que comenzaba a sentir mi cuerpo no era normal. El verde grisaseo de un césped que está expuesto a la luz de la luna recibió toda mi concentración cuando abrí los ojos. Me puse de pie casi de un salto, en guardia.

—¿Dónde se supone que estoy? —le pregunté a la nada, mirando a todas partes con pánico.

Estaba en un claro, o eso era lo que me parecía en la oscuridad que me encontraba. Las grandes copas de los árboles se extendían metros y metros arriba, cubriendo con sus hojas la posiblidad de recibir más luz. Di un giro de trecientos sesenta grados, parecía estar en medio de un bosque. Mis pies se movieron por todo el lugar, como si estuvieran buscando una salida. Caminé hacia el borde del agua, como si en ella pudiera hallar la respuesta al por qué me encontraba ahí. Mis piernas temblaban, bacilantes, con cada paso que daba, ¿y si algo salía de las tinieblas para comerme? Hace unas horas estaba en la comodidad de mi casa, ¿por qué había llegado a este lugar? ¿Acaso mi familia se había aburrido por completo de mí y me habían abandonado en la mitad de la nada? Ese último pensamiento me hizo mirar sobre mi hombro, buscando los rostros familiares de mi padre, mi madre y mi hermano mayor. Parecía que no se encontraban por ninguna parte. Bien, si ese era en realidad el caso, esperaba que estuvieran muy lejos ya.

Al llegar al borde del estanque me di cuenta de que este estaba rodeado por una especie de flor morada, no podía distinguir muy bien el color por la oscuridad, tampoco podía estar segura de saberme el nombre de dicha flor. No era una experta en el tema, pero conocía las suficientes como para estar segura de que este tipo no lo había visto nunca en la vida. Alcé la vista al cielo, la copa de los árboles formaban un círculo perfecto al rededor del claro, proporcionando una vista despejada del cielo estrellado. Me arrodillé, curiosa por las flores que crecían alrededor de mis pies. Estiré con cuidado los dedos, con la intención de apenas y rozas con las yemas los pétalos. Resultaron ser suaves al tacto, pues una especie de pelusilla crecía sobre ellos. Modifiqué el rumbo de mi mano, esta vez sumergiendo los dedos en el agua. Estaba helada.

Una poderosa y repentina brisa me hizo sacar la mano, por completo asustada.

Algo se acercaba.

Sentí un retumbar venir del cielo, así que, de manera instintiva, alcé la mirada hacia arriba.

—Pero ¿qué...?

La enorme silueta de un dragón surcó los cielos estrellados, tapando con su sombra la luz de la luna.

Las piernas me flaquearon, presas del pánico, ¿qué se supone que hiciera si ese bicho bajaba y me encontraba aquí? Con un fuerte aleteo de sus alas, el dragón siguió impulsándose hacia adelante, lo cual fue más que suficiente para que me cayera sobre mis nalgas, muerta de miedo. Estaba segura de que mi rostro en este momento era una gran mueca de terror. Me arrastré por el piso apoyándome en mis manos y mis tobillos, sin dejar de mirar al gigante ser alado, hasta llegar al tronco de un árbol, el cuál usé para tapar mi cuerpo. No podía hacerme notar.

Sentía el corazón latirme en el pecho, incluso cuando el dragón por fin terminó de pasar. Ahora era más que obvio que tenía que salir de aquí a como diese lugar. ¿Debía de irme detrás del dragón?, ¿detrás de una criatura mortal que puede acabar conmigo en un abrir y cerrar de ojos? No, no me parecía una buena idea.

Me puse de pie, esta vez lista para correr por mi propia supervivencia, y fue ahí cuando me percaté que no llevaba puestos los zapatos. Me detuve en seco, no podía caminar en la oscuridad así. Volví a ver a mi alrededor, sólo que esta vez estaba un poco más preocupada por encontrar una salida, la que fuera. Entorné los ojos para ver si lograba ver mejor entre toda la oscuridad, pero fue en vano. No distinguía otra silueta que no fuera la de las plantas. Maldije por lo bajo, ¿en qué momento de mi día todo había comenzado a ir tan mal?

***

Garabateé, aburrida, sobre la libreta que usaba para tomar los apuntes de todas mis clases. Los pequeños cuadrados que conformaban la hoja podían servirme de ayuda para mis dibujos, los cuales estaban ocupando el espacio disponible en el papel. Era mejor eso a las aburridas fórmulas matemáticas que en ese momento estaban tratando de enseñarme. Estudiar una carrera que no te apasionaba podía resultar tan agotador. Sentía un poco de envidia por las personas que podían seguir sus sueños sin contratiempos, a esas a las que sí les dieron el apoyo suficiente para permitirles estudiar lo que quisieran porque no tenían que continuar con el legado de la empresa de sus padres.

Mi sueño era en realidad ser diseñadora de modas, podía ver mi nombre como el abrebocas de una noticia de primera plana: "¡Vera Winther lanza la colección del momento!". Podía diseñar para celebridades, mis creaciones se verían en alfombras rojas, estarían presentes en la Met Gala, en festivales de Milán o Nueva York... si tan sólo no tuviera que vivir al ritmo de expectativas que ni siquiera me pertenecen.

La clase acabó después de otros quince minutos de términos y fórmulas que no me interesaban. El profesor nos anunció antes de irnos que iba a haber un pequeño examen la próxima semana y que nos recomendaba repasar los temas. "Paraboloides hiperbólicos-estudiar" anoté con desgano en una esquina de la página que estaba utilizando. Cerré mi cuaderno, me despedí de la chica con la que me sentaba todas las clases y salí de allí tan rápido como pude. En la universidad no tenía muchos amigos. En realidad, no tenía ni uno. Sí, lograba establecer algunos vínculos con personas que asistían a mis mismas clases, y de vez en cuando me reunía con ciertas personas a completar talleres larguísimos de ecuaciones y ecuaciones, pero no tenía nada que pudiera considerar una verdadera amistad.

No me importaba.

Yo no necesitaba hacer amigos en la universidad, esa no era en realidad mi prioridad. Si fuera por los contactos, entonces sería irrelevante para mí, la empresa de mis padres contaba con el prestigio suficiente como para ser una de las más respetadas en su campo. Mi nombre y mi rostro ya era conocido en los altos rangos de las constructoras de mi país. El único motivo por el cual yo estaba pisando un aula de clase era porque necesitaba el título de ingeniera civil. Sólo era parte del mecanismo que mis padres habían ingeniado para mantener su imperio en el tiempo: una pieza pequeña cuya función era hacer girar los engranajes a mi alrededor, que todo marchara bien. No tenía sentido que me quejara o que intentara cambiar el resultado, desde pequeña sabía que ese era mi futuro, mis padres se habían asegurado de que lo recordara toda la vida.

—Eres parte de algo enorme, Vera. —Solía decirme mi madre cuando yo era aún una niña, mientras me peinaba por las mañanas antes de ir a estudiar—. Tienes un deber que cumplir, tu padre y yo confiamos en ti, confiamos en que vas a ser capaz de sostener nuestro futuro.

Tal vez era una carga emocional un poco pesada para una niña, pero nunca lo había sentido así. Estuve esperando el momento de unirme a mis padres en la creación de su dinastía desde que tengo uso de razón.

Luego fui creciendo y empecé a descubrir cosas nuevas sobre mí, a darme cuenta de que amaba dibujar, diseñar. Me sentaba horas en frente de la televisión a ver programas de moda en los que los participantes competían entre ellos para crear diseños innovadores y me imaginaba participando en ellos, pensaba en mis propios diseños y se me rompía un poco el corazón cuando recordaba de que nunca iba a poder aprender a hacerlo. Todos los lápices que me tocaran las manos iban a ser usados para resolver ecuaciones, no para diseñar grandes prendas de ropa.

Todas las personas que conformaban mi familia ya hacían parte de SKY, nuestra constructora. Mi hermano había estudiado finanzas y economía internacional, era el contador de nuestra empresa y no permitía que se desperdiciara un solo centavo; mi padre era el arquitecto principal, sus diseños de edificios eran muy populares entre las personas. Todos querían vivir en una torre de apartamentos construida por SKY, y ¿cómo no querrían? Si la persona encargada del diseño interior era mi madre. Los más grandes, los mejores, como cabezas de sus respectivas áreas encargadas. Sólo faltaba yo. Mi padre estaba cansado de depender de otros ingenieros y maestros de obras que no sabían hacer su trabajo o que buscaban robarle ciertas cantidades de dinero para luego dejarlo todo abandonado. Era mi turno de demostrar que merecía estar en lo más alto.

Aceleré el paso por los pasillos de mi universidad, sofocada por mis propios pensamientos, ¿y qué si no quería estar en lo más alto? ¿O si quería llegar por mi propia cuenta? Deseaba una oportunidad en la vida para demostrar mi valía como persona y no como un eslabón más en una cadena interminable. No me parecía un pecado querer perseguir mis propias metas.

Saqué mi celular de mi bolsillo y busqué la aplicación de la música, estaba cansada de escucharme hablar. No me apetecía ponerme a darle vueltas a mi situación. De todas maneras, no había salida. Mi camino estaba trazado y yo tenía que seguirlo. Me puse mis audífonos y busqué la última lista de reproducción que estuve reproduciendo, le di play en aleatorio y dejé que la música resonara en mis audífonos. Whatever it takes de Imagine Dragons comenzó a ambientar el mundo a mi alrededor. Ya no estaba rodeada de molestas conversaciones ajenas ni ruidos de la ciudad, ahora el mundo traía mi propia música de fondo. Como esas escenas de las películas en la que la protagonista caminaba con la cámara siguiéndola. En realidad, así me sentía. La música tenía ese poder. De la nada ya no era una simple universitaria, yendo al parqueadero a recoger su auto para irse a casa, sino el personaje principal de mi propia e increíble película. Todas las personas que caminaban a mi lado de repente se convirtieron en personajes secundarios de una trama que no les pertenecía. Abran paso todos, la verdadera protagonista de esta historia acaba de llegar.

Solté una risa por lo bajo ante mis propias ocurrencias, era tan fácil desconectarse de la realidad en la que vivía. Los carros, edificios, personas, ciudades, todo, me tenían harta. Estaba atrapada en una jungla de cemento, llena de contaminación auditiva y ambiental, en la que todo el mundo estaba luchando por su propia supervivencia. Todos querían llegar a la cima, pero muy pocos tenían el verdadero carácter para hacerlo. De manera automática enderecé la espalda y alcé el mentón. Se me olvidaba que yo no era como todo el mundo, yo iba a alcanzar todo lo que me propusiera. Mi carrera no me gustaba, mi futuro tampoco me llamaba mucho la atención, pero iba a hacer todo lo posible para llegar a lo más alto. Iba a ser grande. Iba a ser la número uno.

La voz de Dan Reynols hizo eco de mis pensamientos:

I do whatever it takes.

'Cause I love how it feels when I break the chains.

Whatever it takes.

Yeah, take me to the top I'm ready for

Whatever it takes.

Antes de que empezara de nuevo el coro, la canción se detuvo de forma abrupta. Extrañada por lo que acababa de pasar, revisé mi celular. Sin una sola gota de batería. El hechizo en el que me había puesto la música se quebró y dejé de ser la protagonista imparable de alguna historia fantástica, para volverme una simple universitaria a la mitad de su carrera que lo único que deseaba en ese momento era llegar a su casa y comer algo.

Llegué por fin a mi auto, con el sol a mis espaldas a punto de esconderse en el horizonte. Encendí la radio mientras me fusionaba con el tráfico, a esta hora del día la mayoría de las empresas habían culminado con su horario laboral y todo el mundo deseaba llegar lo más pronto posible a sus hogares, así que las calles eran una combinación de motos, autos, transporte público, bicicletas y peatones moviéndose para todas partes. Solté un pequeño suspiro y me preparé mentalmente para durar, al menos, dos horas en el auto antes de poder llegar a mi casa al norte de la ciudad. Vivir en una metrópolis no era tan divertido como las personas creían. Yo era una chica de pueblo, había crecido toda mi infancia en una pequeña ciudad al borde de una montaña, pero mis padres habían decidido mudarse a la capital de mi país cuando cumplí los doce años y estuvieron trabajando duro por más o menos una década para conseguir lo que ahora tenemos. Siempre había sentido un poco de admiración por ellos. Si bien en mi pueblo no nos iba mal, ellos se sentían atascados, sin capacidad para progresar, y una vez que tuvieron la oportunidad de crecer no la desaprovecharon. Mi hermano entró a la universidad antes que yo y mis padres se la pasaban trabajando, yendo de reunión en reunión, presentándose a las personas correctas. Así que poco a poco mi mayor compañía se limitaba a mi perro, Dante, un golden retriever de cuatro años tan hiperactivo que a veces era difícil lidiar con tanta energía. No podía quejarme tanto al respecto, ese tiempo que me estaba quedando para mí lo gastaba en diseñar colecciones de ropa que nunca verían la luz, pero que por lo menos tuve la oportunidad de plasmar en papel.

Después de dos horas y media de viaje, por fin fui recibida por mi casa. El portón que nos separaba del resto del mundo fue abierto desde adentro, permitiéndome ver el jardín delantero, que me daba la bienvenida a mi hogar. Un pequeño quejido de cansancio se escapó de mí cuando parqueé mi auto al lado de tres más, pertenecientes a los demás miembros de mi familia. Sin prisa entré a la casa, sabía que todos estaban comiendo. Mi madre era muy estricta con las horas de las comidas porque "tenía que cuidar su figura", así que tenía todo medido, si alguien no estaba presente a la hora que era, tenía que comer solo. Tal como lo imaginé, mi familia ya se encontraba recogiendo los platos de la mesa. Tensé la mandíbula, ya sabía lo que se me venía.

—¡Vera! —mi madre pronunció mi nombre, enojada—. Llegas tarde —me reclamó, poniendo los brazos en jarras—, ¿por qué?

—Hubo muchos autos en la vía —contesté, en tono frío.

Odiaba los sermones de mi madre, que intentaba convertirme en una versión de ella. ¿Y qué si no quería ser como la perfecta Georgina Winther? Esa, entre muchas otras razones, fueron las que me llevaron a teñir mi negro cabello de un pelirrojo tan naranja como el fuego. Detestaba que me compararan con ella, y más cuando mi madre inflaba el pecho, orgullosa, cuando las personas la alagaban por nuestro increíble parecido físico. Supongo que después de tantos halagos comenzó a obsesionarse con volverme más parecida a ella aún, como si estuviera buscando preservarse en el tiempo, "clonarse" a sí misma. Me repugnaba la idea. Era como si yo no tuviera voz y voto para elegir nada de mí.

—Sabes que la hora de comer en esta casa es a las siete y treinta de la noche —siguió regañándome mi madre—, tu metabolismo se va a descompensar si no tienes buenos hábitos alimenticios.

Puse los ojos en blanco. Dios no, no otra vez con el discurso de siempre. Podría incluso repetirlo al unísono con ella. Me tenía harta, hartísima, con su obsesión por la comida. Todo el tiempo tenía que cuidar si lo que comía contenía grasa o colesterol o si tenía azúcar refinada, etc, etc. Una pesadilla. Si no sufría de sobrepeso y tenía un ritmo de vida saludable, ¿qué le importaba a ella lo que me metía a la boca? Amaba la comida, la disfrutaba un montón, ¿cuál era la necesidad de mi madre de volverla un enemigo mío? No, no iba a permitirlo, ¡ya tenía veinte años! Podía tomar mis propias decisiones al respecto, no era una niña pequeña a la que tenían que cuidar todo el tiempo.

—Intentaré que no se repita —contesté. No tenía sentido pelear con ella, sería una pérdida de tiempo y energía.

—Ve a tu habitación a asearte, le diré a Dorothea que te sirva la comida. Apúrate —me ordenó mi madre.

Asentí con la cabeza, saludé al resto de mi familia y me dirigí a mi habitación. Dejé mi maleta de la universidad a un lado de la cama y puse a cargar mi celular, al fin y al cabo lo necesitaba con batería para esta noche. Quince minutos después me encontraba saboreando un delicioso sándwich de queso de cabra y jamón de pavo, con un poco de té para beber. Sentí una pata peluda sobre mi muslo y un hocico peludo se situó muy cerca de mi mejilla izquierda.

—Hola, Dante —saludé a mi perro.

Este miró mi comida con deseo, luego me miró a mí, como si esperara que yo le diera un poco de esta.

—No —le dije, con tono firme y directo—, ni se te ocurra que te voy a dar un bocado de esto. Tú ya cenaste hoy, y cenaste bastante.

Mi perro jadeó, dispuesto a luchar por su pedazo de sándwich. Levanté la comida para alejarla de algún posible robo y le acaricié detrás de las orejas con la mano que tenía libre.

—Te propongo un trato. —Dante clavó su mirada en mí, poniéndome atención—. Déjame terminar de comer y luego de esto te voy a sacar a dar un largo paseo, ¿eh?, ¿qué opinas? —le propuse, cambiando de manera ligera el tono de mi voz de la misma manera en la que las personas lo hacían para hablar con un bebé—. ¿Vamos? —pronuncié la palabra que le servía a Dante para entender que lo iba a sacar a caminar.

Mi perro ladró emocionado y bajó su pata de mi pierna. Lo vi caminar fuera del comedor y supe que había ido a echarse delante de la puerta de la casa, en espera del prometido paseo.

Subí a mi habitación después de terminar mi comida y cogí mi celular y mis audífonos, era más que todo una costumbre mía, hacía que el paseo fuera un poco más entretenido de lo normal. Me guardé ambos objetos en el bolsillo trasero de mi pantalón y me dirigí a la entrada de mi casa. Al verme, Dante se puso de pie de un brinco y comenzó a saltar por todas partes. Se veía emocionado. No lo culpaba, de seguro nadie más se había tomado la molestia de pasar tiempo con el animalito. Le puse su correa y abrí la puerta. Mi perro, como un rayo, me jaló hacia el exterior.

—Dante, ¡espera! —le grité, presa del pánico. Mi perro había tirado muy duro de mí y su correa se me había escapado de las manos.

Salí detrás de él.

Nosotros vivíamos dentro de un conjunto de casas amplias, que se separaban la una de la otra por "cercas vivas": enormes plantas cuyos tallos estaban llenos de espinas y evitaban que las personas cruzaran de un lado al otro. Vi un destello de pelo rubio correr hacia una de ellas.

—¡Dante! —llamé a mi perro, corriendo tan rápido como podía. Tenía que alcanzarlo. Sabía a dónde se dirigía: el vecino tenía un gato con el que siempre terminaba peleando cuando la oportunidad se le presentaba.

Me fui acercando cada vez más a mi mascota, que parecía estar buscando la manera de cruzar el alto y espinoso obstáculo. Al parecer, Dante había encontrado un hueco en la planta, porque se agachó sobre su abdomen y comenzó a reptar hacia el otro lado. Yo hice lo mismo. Estiré el brazo todo lo que pude, mi perro estaba logrando su cometido, pero si la suerte se ponía de mi ladro podría lograr agarrarlo por su correa. Tuve que entrecerrar los ojos para que las hojas y las espinas no me lastimaran los ojos, lo que provocó que dejara de ver por un segundo el objeto que estaba intentando alcanzar. Las yemas de mis dedos rozaron la agarradera de la correa antes de que esta se escapara por completo de mi alcance.

—¡Maldición! —Un gruñido de frustración salió de mi garganta, ¿ahora qué hacía? Podía escuchar a mi perro jadear desde el otro lado. Tomé una profunda respiración, Dante no se me podía escapar, tenía que hacer todo lo que estuviera a mi alcance para recuperar a mi perro.

Me eché sobre mi panza, tal y como había hecho Dante, y logré divisar el espacio por el cual había pasado. Iba a ensuciarme y era casi que seguro que me iba a lastimar la piel, pero no quedaba de otra. Como si estuviera haciendo parte de un horrible entrenamiento militar me apoyé sobre los codos y, con la ayuda de la punta de los pies, empecé a reptar por el suelo, buscando la manera de cruzar sin hacerme tanto daño. Al salir del otro lado me puse de pie deprisa, ¿en dónde estaba mi perro? Lo busqué con la mirada, pero no lograba dar con su paradero.

—¿Dante? —lo llamé, en voz un poco baja. Los vecinos no podían escuchar que me había metido a su casa sin autorización.

Una brisa extraña envolvió mi cuerpo, se sentía helada, como si miles de garras muy pequeñas estuvieran desgarrando mi piel. Me pareció escuchar el ladrido de mi perro a la distancia. Quise dar un paso hacia el origen del sonido, pero mi cuerpo se sentía extraño, como si estuviera atrapado en medio de una tormenta en la que el viento soplaba hacia todas partes, me sentía mareada. Mi perro volvió a ladrar.

—¿Dante? —mi voz salió en un susurro, sentía cómo perdía el conocimiento, ¿qué me estaba pasando? Algo estaba jalando de mi cuerpo, esos vientos que me mantenían pegada a mi sitio ahora me envolvían con más fuerza, ¿de dónde venían? No parecía que afectaran nada más salvo a mí, ¿qué estaba pasando?

***

Las hojas crujieron bajo mis pies, trayéndome de vuelta al presente. Bueno, al menos podía recordar todo. El hecho de no sufrir amnesia me tranquilizó por un segundo, eso quería decir que no había muerto o algo por el estilo. ¿Había caído en este sitio por arte de magia? La imagen del dragón volvió a mi mente, ahora estaba más que claro que en mi mundo, en mi realidad, no me encontraba. ¿Acaso mi mayor sueño en la vida se había cumplido y ahora estaba en otro mundo? El corazón me latió con fuerza en el pecho, era una mezcla de emoción y miedo.

Las posibilidades se habían multiplicado de la nada.

Podía empezar de cero, sin las ataduras de mi familia. Podía hacerme mi propio nombre.

Me palpé el bolsillo de atrás de mis pantalones, pero no sentí mi celular, ¿sólo había cruzado a este mundo yo? Mi mirada se posó sobre todas las cosas de nuevo, esta vez vi el sitio en el que me encontraba de manera diferente, podía estar segura de que inclusive el aire que entraba a mis pulmones no se parecía en nada al que estaban acostumbrados. Este aire se sentía más puro, más limpio, como si nunca hubiese conocido la contaminación de los autos modernos. Ahora, con esta nueva perspectiva del mundo, pude distinguir un poco más fácil el objeto tecnológico que se encontraba en el suelo. Su pantalla metálica reflejaba un poco la luz de la luna y los audífonos se encontraban a un lado como una serpiente muerta de dos cabezas. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia mi celular, ¿sería posible que estuviera encendido? Me agaché sobre el aparato y lo recogí como se recoge a un animalito indefenso. Le toqué la pantalla, a ver si respondía. Para mi sorpresa, lo hizo. Vi el porcentaje de batería en la esquina superior derecha: cincuenta y siete porciento era lo que tenía. Una vez que mi celular muriera todo lo relacionado con mi antigua realidad desaparecería por completo. Eso me provocó una sensación un poco extraña, ¿iba a hacerme falta algo de mi mundo antiguo en esta nueva vida? Tal vez sí, tal vez no, la respuesta todavía no estaba clara en mi mente, pues seguía sopesando los pros y contras de mi situación. Estaba asustada, sí, pero también emocionada. Si en realidad había caído acá por cosas del destino y no había otra salida (porque después de caminar un poco más por el claro me di cuenta de que parecía no haber un modo de devolverme a mi mundo) lo mejor era que me pusiera en marcha.

Conecté los audífonos a mi celular, no sabía lo que me deparaba el futuro, pero al menos quería disfrutarlo con un poco de música de fondo. La canción que estaba escuchando antes de que todo esto se desatara comenzó a reproducirse por mis audífonos, directo hacia mi corazón. Las manos me temblaron y la garganta se me cerró con un fuerte nudo, me aferré a mi celular mientras mi cerebro terminaba de procesar lo que me había pasado.

Me había quedado sin nada.

Estaba sola en un mundo desconocido.

Y extrañaba a mi madre.

Lágrimas gruesas de miedo y tristeza me resbalaron por las mejillas, no sabía si tenía lo necesario para estar aquí y no morir en el intento, ¿por dónde empezaba?, ¿qué hacía?

La música seguía sonando y, esta vez, le puse un poco más de atención. Había que hacer lo que fuese necesario para llegar hasta lo más alto. No iba a desaprovechar esta oportunidad. Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y di un paso a dirección en la que había visto irse al dragón. Iba a enfrentar esto de frente, sin rendirme.

El sol comenzó a salir por mi espalda, iluminando mejor todo a mi alrededor. Enderecé la espalda, alcé el mentón y me puse en marcha.

Hola queridísimas, les traigo el primer capítulo de "Pyrofita". Quiero darles las gracias por comenzar esta nueva aventura conmigo, gracias por darme otra oportunidad de estar dentro de su biblioteca de Wattpad, de ser leída y tenida en cuenta por ustedes. Tengo muchas cosas planeadas para este libro, así que ojalá pueda darles una lectura que puedan disfrutar.

Recuerden votar, comentar (y, por qué no, compartir la historia) si les gusta mi trabajo. Es la mejor manera de apoyar mi trabajo y de hacerme saber qué les gusta lo que escribo🥺❤️

Si quieres dejar algunas palabritas bonitas pueden escribirlas aquí

Nos vemos la próxima semana, mientras tanto, ahí les mando un besito en las nalgas,
Onyx.

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