5 ^᪲᪲࣪
—Y a las seis tiene una reunión con los inversores —Hyein terminó de leer, desviando la mirada desde la tablet hasta su jefa —. ¿Debería pedir un almuerzo para usted? Quizás pueda comer algo en el auto —murmuró bajito, y Haerin negó con la cabeza, aún concentrada en los papeles. La Omega frunció el ceño
—» Tiene que comer —le recriminó, y su jefa la miró con las cejas alzadas. Hyein se tapó la boca—. Perdón.—
—Ya tengo suficiente con Danielle tratándome así para que tú también te sumes a la contienda —Haerin se quejó, y Hye analizó sus palabras en silencio, repitiendo el nombre en su mente. ¿Así se llamaba la Omega de la señora Kang?
—» Compra algo ligero, una ensalada estaría bien. La comeré en el camino —Hyein asintió, haciendo una reverencia antes de alejarse.
La Alfa vio salir a la Omega con pasos cortos y rápidos. Exhaló, mirando hacia la puerta con el ceño fruncido. A veces, su secretaria le recordaba tanto a Danielle; ambas compartían esa insistencia por preocuparse de si comía o no. Ya no era una niña para recibir ese tipo de atenciones.
El sonido de su celular la distrajo y sus hombros se tensaron al ver quién llamaba. Inhaló profundamente antes de contestar la llamada.
—Hola, mamá... —murmuró, girando su silla para entretenerse un poco con la vista de un Seúl atareado.
—No has venido a casa desde que llegaste a Corea. ¿Acaso te olvidaste de que tienes padres? —ella le reclamó con molestia.
—Tengo mucho trabajo que atender. Si tanto querías verme, habrías venido a la oficina —respondió con acidez, esperando en silencio las próximas palabras de su madre.
—» Sé que no me estás llamando solo para reclamarme por no ir a verte. ¿Qué quieres realmente? —Su madre permaneció en silencio unos minutos.
—Dentro de tres semanas, tu hermano viene a Corea. Haremos una reunión familiar; asegúrate de hacer tiempo en el trabajo para venir —le informó, y Haerin hizo un sonido afirmativo, sin ganas de hablar.
—» Trae a la Omega —Haerin arrugó el ceño—. Y asegúrate de que no se enferme repentinamente como la última vez —añadió ella, con un tono cargado de reproche. Haerin se mantuvo en silencio—. Te llamaré nuevamente antes de que tu hermano llegue para recordártelo. Ten un buen día. —Ella colgó, y Haerin se permitió volver a respirar.
El recuerdo de la anterior reunión familiar llegó rápidamente a su mente. Unos días antes de ir, Danielle había pescado una gripe terrible que la dejó en cama casi un mes y le impidió asistir.
Haerin nunca le reclamó nada, ni cuando vio a la omega darse un baño en plena madrugada y acostarse con el cabello húmedo. Tampoco dijo nada cuando, unos días después, una Danielle con la cara enrojecida y febril le dijo que no podría acompañarla a la reunión en casa de sus padres porque había enfermado.
Entendía que la Omega prefería enfermarse antes que ir a casa de sus padres. Si ella pudiera, también se saltaría esas ridículas reuniones que parecen más un juicio de valores y actitudes donde sus padres les reclaman por todo lo que, según ellos, están haciendo mal.
Se lo diría a Danielle un día antes de la reunión, así evitarían enfermedades "repentinas".
Nuevamente, esa sensación de cansancio la invadió. Se reclinó en la silla, mirando hacia el techo de su oficina con una expresión tensa. Al estrés del trabajo se sumaba ahora el provocado por la llamada de su madre. Sentía todos los músculos de su cuerpo tensarse y doler. Su lobo se mantenía inquieto en su interior, lo que coronaba la situación. Gruñó por lo bajo y se acercó al escritorio para presionar el intercomunicador.
—Hyein—dijo, y escuchó un sonido por parte de la Omega—. Suspende mi reunión de las seis y reprograma para mañana —escuchó un "Sí, señora" como respuesta y tomó su celular, marcando varios números antes de comenzar a llamar. Una voz adormilada respondió al otro lado de la línea.
—Unnie, ¿estás libre esta tarde?
~~
Kang Danielle iba a renunciar al yoga. Era una realidad que debía admitir en voz alta.
Había tenido su primera clase y se sentía como si hubiera corrido por su vida en un apocalipsis zombi. El instructor había dicho que era normal presentar dolores musculares al principio, pero Danielle no sentía sus músculos doler.
¡Se estaban rasgando!
—Ay... —se quejó cuando el simple acto de abrir la puerta del refrigerador le envió un pinchazo de dolor a los brazos y la espalda—. Mierda, si así quedé con la primera clase, no voy a sobrevivir a la de mañana —musitó, tomando un analgésico con un trago de agua.
—» Eso me pasa por hacerle caso a Hanni unnie—lloriqueó.
Su primera clase de yoga consistió en presentaciones y las posturas más básicas, aquellas que se basaban casi en simples estiramientos. Su cuerpo no estaba de acuerdo con asistir de nuevo mañana, aunque lo único que hicieran fuera meditar. Ella podía emplear su tiempo libre en algo que no la dejara tan abatida.
El sonido de la puerta desbloqueándose llamó su atención. La figura tambaleante de Haerin apareció tras ella, y Danielle se apresuró a sostenerla cuando la Alfa tropezó al chocar con una de las esquinas.
—¿Haerin? —la llamó, pero solo obtuvo un gruñido bajo como respuesta. El aliento etílico de la Alfa llegó a ella y arrugó la nariz, mirándola con reproche.
—» ¿Cuánto tomaste hoy? Parece que te bañaste en alcohol —le reclamó, y escuchó una corta risita que hizo latir su corazón más rápido.
La pelinegra la miró con ojos brillantes y adormecidos, sus mejillas rojas. Danielle maldijo en silencio. ¿Quién en el mundo podría molestarse si la miraban con esa carita? Agh, Alfa manipuladora de Omegas débiles.
¿Ya había mencionado que adoraba a la Haerin borracha?
Se dirigió con ella hacia la cocina, haciéndola apoyarse en el borde de la mesa cuando Haerin se negó a sentarse en una de las sillas. Sirvió un poco de agua en un vaso y se lo extendió, ayudándola a beber.
—¿Quieres más? —le preguntó, y la pelinegra negó, dejando el vaso vacío sobre la mesa.
—»Bien, vamos a llevarte a la cama, ¿sí? Apóyate en mí —le pidió, pero la Alfa permaneció en su lugar, mirándola con grandes ojos negros.
Danielle vio breves destellos grises ir y venir en sus iris, hasta que se colorearon completamente de un gris plateado, su aroma a lluvia volviéndose más pesado. La castaña tragó saliva, sabiendo lo que aquello significaba.
—Omega... —la voz de Haerin fue ronca cuando la llamó, y las piernas de Danielle temblaron.
Kang Haerin casi nunca tomaba. Las ocasiones en las que lo hacía se limitaban a momentos de mucho estrés y tensión, por lo que podía contar con los dedos de una mano las veces que había visto a la Alfa borracha.
Sin embargo, Danielle sabía que la principal razón por la que Haerin no solía beber era porque su lobo siempre aprovechaba esas ocasiones para intentar tomar el control. Y alguien tan controladora como Kang Haerin no podía permitirse ese tipo de desliz, por lo que casi nunca sucedía. Pero cuando lo hacía, Danielle amaba cada jodido segundo.
—Mi Omega preciosa, ven aquí, ¿sí? —el lobo de Haerin le pidió, y ella se acercó con las mejillas rojas y el pulso acelerado. Tomó la mano que le extendían y pronto tuvo la nariz de la Alfa en su cuello. Danielle sintió a su propio lobo responder a la presencia frente a ella, liberando feromonas cargadas de felicidad.
—Alfa... —murmuró bajito, apartando el cuello para darle mejor acceso al lugar.
A diferencia de Haerin, su lobo la adoraba. Las pocas veces que la había visto, la Alfa la aceptaba como su Omega y la llenaba de atenciones y cumplidos que Danielle recibía con gusto. Y quizás, en el fondo, esas atenciones iban dirigidas a su lobo, pero Danielle aprovechaba para dejarse mimar por la persona que amaba.
Haerin nunca haría algo así con ella, por lo que disfrutaba cada segundo en el que su lobo salía a luz. —Déjame ver a tu lobo. Quiero ver a mi Omega.—Le exigió, con un ligero tono Alfa que envió escalofríos por todo el cuerpo de Danielle. Le hizo pucheros al lobo, quien sostuvo sus mejillas, luciendo afligida.
—»¿Por qué estás triste? ¿Hice algo mal?— Danielle acentuó sus pucheros y pronto su rostro fue llenando de besos, como pequeñas disculpas.
—Sólo lo quieres a él.—Se quejó y sabía que era ilógico estar celosa de la atención que le daba el Alfa de Haerin a su propio lobo, los dos disfrutarían por igual, pero a Danielle también le gusta recibir dichas atenciones.
—» Lo prefieres a él antes que a mí.—Musitó y los ojos del Alfa se abrieron amplios, luciendo asustada y Danielle se mordió los labios para contener la sonrisa.
—No digas eso, Omega. ¿Cómo puedes pensar eso de tu Alfa?—Le reclamó, mirándola con severidad.—Amo a la humana tanto como al lobo.—Los ojos de Danielle se aguaron al oir sus palabras.
—Está bien.—Sorbió su nariz, sonriendo cuando el lobo la observó preocupado por las pequeñas lágrimas que corrieron por sus mejillas.—Lo haré, pero antes dime que me amas mucho.—Le pidió con ojos brillosos y el Alfa sonrió, dejando un beso en su boca.
—Te amo, Danielle.—Le dijo, mirándola a los ojos y Danielle sabía que era el lobo quien hablaba, más cerró los ojos cuando el Alfa volvió a hablar.
—»Te amo a ti y a tu Omega. Las dos son mías y las voy a cuidar.—Le dijo y el peso en el pecho de Danielle se alivió un poco, a pesar de sentirse terrible por usar al lobo.
Era ridículo fingir que quien le decía aquello era Haerin, ¿verdad?
Dejó caer los hombros, sintiendo a su lobo rasguñar en su interior, desesperado por el control, por mostrarse ante su Alfa y Danielle lo dejó ser, sintiendo como su propia conciencia se desvanecía para ser sustituida por la de alguien más.
Abrió los ojos y un par de iris azules se mostraron ante el lobo de Haerin, quien sonrió complacido.
—Omega.—Murmuró en un ronroneo, acercándose a dejar caricias con la nariz en la mejilla suave de la contraria.
—Alfa...Mi Alfa.
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