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*ADVERTENCIA: “Red Christmas Lights es un capítulo único, especial navideño, que contiene escenas muy suscriptas e implícitas de sangre/gore*
La nieve caía cada vez con más intensidad sobre la ciudad. Esta semana el clima nos daba ventiscas fuertes especialmente durante las noches, motivo ideal para no salir de casa. Que mejor que quedarse a compartir con esos seres queridos.
La alegría se podía percibir en el aire. La atmósfera siempre cambia estos días. Es la razón por la cual las personas siempre esperan el fin de año: aquella celebración que aclaman Navidad. No existe mejor mes que este.
La contundente razón por la cual se decora la casa con plástico. Poner un árbol en plena sala para que todas las visitas lo vean, con una estrella en la punta y esferas colgantes. Hay objetos rojos y dorados sobre las paredes y el techo que le dan un toque mágico al apagado lugar. También suelen poner algún pesebre en algún lado, muñecos de nieve en el jardín, una rosca en la puerta, y varias luces en tiras con una variedad de diseños y colores. Y como no…una alta variedad de adornos de ese icono de la Navidad: El panzón de rojo con barba blanca que los niños esperan por sus regalos.
Al aproximarse estas celebraciones los planes siempre suelen ser iguales después de alistar la decoración: escuchar una gran lista de villancicos y canciones navideñas, ver películas sobre navidad, comer en familia un pavo bien orneado en noche buena, darle los regalos a los niños el día siguiente. Y todo vuelve a la normalidad en Enero, un tanto aburrido.
Estados Unidos – Tennessee – Nashville – Un hogar que tiene más de lo mismo.
El barrio estaba demasiado tranquilo. Las luces que descansaban en el exterior resplandecían con un ritmo que lograba hipnotizar , era un juego de esos nuevos foquitos led que gastaban menos energía y brillaban más, de esos colores plateados y celestes.
Ya eran las dos de la madrugada y Michael aún no estaba dormido, sabiendo que la siguiente noche estaría cansado. De todos modos no se despegará del televisor en el cual estaban pasando la vieja película de “Gremlins”. Demasiado buena para ignorarla. A pesar del desvelamiento estaba tranquilo sentado ahí, sin tomarse la molestia de apagar las luces, pero bueno, dejar que la cuenta de luz se eleve por un capricho navideño es otra tradición.
Por suerte ya había limpiado un poco y estaría listo para cuando mañana por la tarde vengan a visitarlo su hermana, sus sobrinos, sus padres, y algunos cuantos amigos. Cenar, esperar a que los niños se duerman y hacer el montaje de poner los regalos debajo del árbol.
Michael solo desde el vacío de su hogar sonreía al reaccionar a aquel filme.
¡Pero de pronto! Mientras la tormenta afuera parecía implacable algo llamó su atención con un estruendo . Afuera se asomaban las luces de un automóvil que tocaba su bocina rompiendo la paz de la noche. Con curiosidad el muchacho se levando de su sofá hasta la ventana para inspeccionar que ocurría. Se asomo y vio como entre la nieve una camioneta sin control derrapaba con dirección a la casa.
—¿Qué rayos? —pensó en voz alta.
El vehículo se aproximó hasta estar en su jardín y atropellar algunos muñecos de nieve. Con un frenazo giró de golpe y se detuvo dejando todo nuevamente en silencio.
—¡Mierda! —exclamó Michael—. De seguro debió sufrir un accidente por conducir tan tarde.
Con paranoia y estrés no sabía que hacer ante la situación. Alzó su celular y estaba listo para llamar al 911. Ya estaba en camino donde el choque para socorrer al conductor. Mas antes de poder abrir la puerta, se quedo petrificado con lo que divisó desde la ventana de una manera borrosa: En la parte trasera de la camioneta estaba atada la cabeza de un reno muerto, así es, había sido decapitado.
Con tan extraña visión el muchacho soltó la mano de la perilla de la puerta y dejó caer su celular antes de que marque la llamada.
La silueta del conductor se movió. Michael notó como lentamente la puerta de la camioneta color marrón se habría dejando salir a este. El cual llevaba un abrigo sin ningún diseño con una capucha que le tapaba parte de la cara. Su vestimenta era color negro y parecía una sombra inquietante a la luz de la noche. Tenía entre sus manos con guantes negros de cuero un bate de béisbol, el cual tenía una frase escrita opacada por unas manchas que parecían una mezcla espesa de una coloración entre guindo y rojo.
El desconocido se abalanzó con velocidad e ira hasta donde se encontraba Michael y tacleó la puerta con su hombro con un grito infernal. El chico entró en pánico y echo a correr hasta el segundo piso. Mientras subía las escaleras escuchó como la ventana junto a la puerta era destrozada, seguramente con el bate de béisbol, además de una voz grave y ronca que con lentitud pronunció: “Hou… hou… hou…”.
Con un pensamiento crítico el muchacho intentó dirigirse hasta una ventana que de al jardín trasero, esperando que la nieve amortigüe un poco su caída, correr una buena distancia, saltar la cerca y pedirle ayuda a su vecina. Aun así se sentía muy estresado y con las ideas poco claras para lograrlo. El miedo nublaba su camino, pues que clase de loco era este.
Al llegar a la habitación intento abrir la ventana, una y otra vez, pero parecía estar trabada. La desesperación en esos intentos lo agobiaban hasta que por fin logró deslizarla. Por desgracia se había tardado bastante y no logro cometer su misión de escape. Esas manos lo sujetarán de las canillas y bruscamente lo arrastraron hasta el interior nuevamente.
—¡Y prospero año nuevo! —cantó irónicamente la voz ronca.
Entre gritos que pedían ayuda e intentos de zafarse fue arrinconado hasta un lugar del cual no pueda librarse o por lo menos defenderse. La sombra tomó fuerza, levantó los brazos y empezó a golpearlo fuertemente con el bate para callarlo. Cada impacto atormentaba dolorosamente en la cabeza de este prisionero, siendo de sus 26 años de vida lo más grotesco que sufrió. Con semejante golpiza quedó inconsciente al poco tiempo.
Al abrir los ojos se encontraba nuevamente en la sala, ahora recostado en la alfombra. Su boca estaba cubierta con cinta aislante y sus manos estaban amarradas detrás de su espalda. Sentía como goteaba sangre desde una ardiente herida en su frente, empampado la alfombra de ese líquido, dejándola viscosa y maloliente. Desde su posición pudo ver a aquel desconocido sentado en el sofá debiendo cerveza. Al cruzar miradas fijamente la de este invasor era una con ojos fríos e inexpresivos.
Se levantó fuera de su vista por un momento. La victima intentaba gritar mientras se retorcía intentando librarse. No encontraba explicación lógica a esta interrupción tan violenta. “¡Qué rayos le ocurre a este sujeto! ¿Por qué binó a hacerme esto?” pensaba en su interior demasiado preocupado.
—¡No! Todo esto está mal —reclamó el extraño desde otra habitación—. Mal, mal, mal ¡MUY MAL!
Se podía escuchar como todo se venía abajo, hasta el más pequeño adorno de porcelana era aventado al suelo con disgusto. Aquella decoración merecía ser destruida.
¿Pero por qué? No era tal como le gustaba imaginar a ese sujeto la decoración navideña, no era tal como le gusta ordenarla en diciembre. Era definitivamente inaceptable que no esté ordenada como a él le gusta. Era un insulto a la imagen que tenía de una navidad perfecta. Tenía que rectificar todo para que deje de estar desaliñado, claro está, destrozando todos los adornos a su paso y quebrarlos en pedazo.
Lo que ocurrió a continuación fue otro acto desquiciado. El chico observó como al regresar el sujeto extrajo una pequeña bolsa de su bolsillo. A primera vista parecía tener suficiente harina para hornear varias galletas. Pero para el sujeto era algo muchísimo mejor. Vertió un poco de su contenido en la palma de su mano izquierda. Se lo acercó hasta tenerlo frente a su cara, ni a medio centímetro de distancia de su boca y su nariz. Entonces fuertemente inhalo este por unos segundos hasta que no pudo más y comenzó a toser, ese fino y delgado polvo blanco caía al igual que la nieve y otro tanto se quedó en su menuda barba.
—¿Qué carajo? —pensó Michael debilitado—.
Como si el tipo hubiera sabido ese pensamiento, o tal vez no, recitó una frase extraña a modo de respuesta. Pero sin mucho sentido la verdad.
—“Cocaine and Abel, I don’t baptize whores. I’m a legend, I’m not a fable”.
Después de satisfacer su tanque de energía con su apreciada “magia blanca” el maníaco volvió a enfocar su atención en su víctima. Primero sacó de la cocina el cuchillo con el cual se corta el pavo, haciendo un desastre con los cajones, y volvió a donde se había quedado. Ante su poder sobre el indefenso hombre le lanzó unas patadas en el estómago que lo hicieron retorcerse de dolor. Él no podía hacer más que insultar en su interior e intentar soportar esa horrible sensación.
—Créeme, esta será una productiva navidad —afirmó con su voz ronca—. Una muy colorida para los niños.
A modo de juego pasó la hoja del cuchillo lentamente por la cara de Michael con tal de asustarlo. Una vez que se cansó de verlo temblar era momento de tomar acciones más serias. Prosiguió con tomar impulso y dar un corte en su tobillo derecho, su arma se clavo ahí firmemente en seco. Estaba determinado a cortarle la extremidad así que ejerció su fuerza y espíritu festivo concentrado en ese cuchillo.
El hueso de la tibia crujía tal como cuando están repartiendo la cena, desgarrando la carne y separando la piel. Esos músculos eran separados junto a muchas arterias que emitían un brote de sangre sin compasión. El sufrimiento parecía ser inexplicable. El decadente Michael seguía intentando gritar, en su cara fruncida se podían notar lágrimas cristalinas de sus ahora ojos enrojecidos. El extraño charlaba como si lo que estuviera haciendo fuera normal, una muestra de tan amplia demencia. Y aquella voz suya no era nada relajante.
—Ohhh si, esto está muy bueno. Los elfos deben estar bailando de alegría, a Jennifer le gustará su regalo.
Ese momento violento no tuvo ninguna pausa hasta terminar de una vez por todas. Hasta que unos pocos y débiles tejidos separaban su pierna de su pie. El hombre dejó caer ese cuchillo momentáneamente, pero no por qué este cansado, si no para acabar la tarea el mismo. Tiró de la extensión muerta con sus propias manos acabando así de una vez esta amputación toda raída, lo más alejado a un corte limpio por lo menos anestesiado. Una vez que estaba suelto lo aparto a un lado para más tarde.
Entraba mucho frío por la ventana rota de la sala.
Acto seguido saco una tira de foquitos navideños puntiagudos de color rojo de los antiguos. Michael no estaba lo suficientemente lúcido para cuestionarse de donde salieron esos si en su casa no tenía ningunos así. El shock le aturdía la mente y cualquier pensamiento.
Sujeto la tira y la comenzó a envolver en su cuello dándole tres vueltas firmes. Estas no lo ahorcaban del todo, pero eran muy incómodas. De una vez prosiguió con quitarle la cinta aislante que le cubría la boca para dejarlo hablar.
—Eres… eres un monstruo —alcanzó a tartamudear con una mirada perdida—… Homicida.
—No, Krampus no existe.
Sujeto su bate de béisbol y retomó la horrenda golpiza que ahora le rompía las cosillas sin piedad. La humanidad en ese ser ya no existía, el daño que provocaba era repulsivo. Continuó torturándolo a golpes hasta que de su boca empezó a brotar espuma y sangre. No solo era eso, le destrozó el hígado, casi le perfora un pulmón, y como no… le produjo una hemorragia interna.
Una vez que terminó de divertirse de verlo suplicar por su vida, sujetó la tira de luces de un extremo de una polea improvisada y el cuerpo se empezó a elevar lentamente. El pobre no podía alcanzar a ver de como era eso posible. Era conducido a una muerte tétrica cuya silueta era parecida a cuando una persona se suicida. Esos focos navideños eran la soga que funcionaba como horca. Su asesino sólo sonreía mientras terminaba de tirar de las luces para terminar de elevarlo lo más posible.
Como resultado finalmente Michael estaba suspendido en medio de la sala, y el otro extremo de las luces fue atado a un mueble pesado para que haga contrapeso y se mantenga así. El chico se retorcía intentando salvar su vida de algún modo, pero claramente no tenía como hacerlo, ya estaba incapacitado y muy herido.
De todos modos de que le serviría poder liberar su cuello y sus brazos: intentaría arrastrarse con sus últimas fuerzas hasta afuera. El sujeto podría acabar matándolo a golpes. Y aunque eso no pasará no podría avanzar mucho con un pie amputado cuyo muñón aún desangra. Simplemente su cuerpo no resistiría nada en su mal estado ¿Acaso llegaría hasta el jardín a morir congelado en la nieve?
Sentía como si un zumbido estuviera en su cabeza, era un leve ruido tintineante. Sus ojos tristes tenían la vista fija en el vacío, su persona en sí ya estaba desconectada de su ser. No visualizaba lo que tenía en frente ni escuchaba como el homicida a su lado reía a gritos su tan contento “HOU HOU HOU”.
No estaba consiente de que fue a la cocina para tomar otro cuchillo y así abrirle el abdomen, de que lo estaba apuñalado como si fuera un trozo de res colgado en una carnicería. No sintió como sus intestinos eran extraídos y brotaban hasta el suelo como lenguas. Estaba más hueco que esas esferas de plástico que se usan para decorar el árbol.
Minutos después murió en silencio como una vela que se apaga. Sin por lo menos percatarse de que ya podría parar de sufrir. Era un cadáver con el cuello dislocado, rasgado y con ligeras quemaduras Ese líquido coagulándose se impregnaba a todos foquitos en su cuerpo de poco a poco con su suave desliz. Era un espectáculo que iluminaba la sala. Esas luces tenían el doble de intensidad con un cuerpo marchito entre sí. Fue lo único que iluminaba su sala.
El hombre terminó algunos cuantos ajustes a su escena del crimen y se subió a su camioneta para largarse tal cual llego. Tenía otra casa que visitar que estaba a cinco calles de aquí. Santa siempre deja sus recompensas. Quien seguía en la lista era “Jennifer”, él mismo la mencionó antes en este delirio.
Las horas pasaron y los restos de Michael se enfriaban, se balanceaba como un columpio abandonado empujado por la brisa del viento.
Ya llegó el medio día del veinticuatro más tarde es Noche Buena.
Que alegría: Navidad estaba a la vuelta de la esquina, a estas alturas la emoción es incontenible —hasta el asesino está contento—. Los niños tenían prisa en llegar a la casa, tuvieron que soportan un aburrido viaje en el auto para llegar aquí. Sabían que Michael les dejaría comer galletas y chocolates, se sentarían a ver la película «Operación Regalo» según les prometió. También los visitarían la abuela y el abuelo. Sería una noche de júbilo y euforia. Finalmente el veinticinco abrirían sus obsequios. Estaban impacientes por hacer ángeles de nieve, no podían aguardar para…
A su llegada notaron algo que les arrebato sus pensamientos: vieron como todo el jardín tenía extrañas huellas de neumáticos en la nieve. “Como si hubiera sido una carrera de coches” pensaron ambos menores. La ventana de en frente estaba rota, las luces de afuera fueron cortadas y fueron tiradas por doquier en cortas tiras.
—¿Mich? —pronunció la madre de los niños al acercarse a la puerta— Responde Mich… —lentamente alejó a sus hijos detrás suyo—. Abre por favor ¿Qué pasó?
Ante la tensión sin darse cuenta tocó la perilla la cual estaba sin seguro. La puerta se deslizó frágilmente dando paso al caos que se armó en el interior de la casa. La mujer grito histérica por lo que les deparó ver: ¡El cadáver de su hermano estaba colgado! ¡Estaba destripado, mutilado… MALDICIÓN¡
Rápidamente cerró la puerta, pero también sus hijos habían visto parte de la escena. Sentía náuseas por la fuerte imagen, los niños no sabían cómo reaccionar ante algo tan feo, no lo podían creer. Su estómago estaba abierto y se podía notar que le colocaron los adornos del árbol —que ahora estaba vacío y chamuscado—. Todas esas esferas colgantes y la estrella de la punta ya hacían ahí dentro como un relleno de pavo. Su cara se notaba pálida e hinchada. Sus ojos estaban en blanco. De su boca y nariz estaban los restos secos de cascadas de sangre.
Ella llamó a la policía muy alterada y asustada, sin tener casi las palabras para expresarse.
—¿Hola cual es su emergencia?
—Pasó al –algo terrible. Mataron a mi hermano —pronunció intentando contener el llanto.
—¿Se encuentra usted bien?
—Acabo de entrar con mis hijos a mi auto, vinimos a visitarlo… y lo encontramos así.
—Mantenga la calma¿Puede mandarnos su dirección?
—Claro —sollozo—.
—Usted no se preocupe, le enviaremos una patrulla enseguida.
“Otro caso más” pensó el oficial. Esto se estaba saliendo de control. Era la quinta llamada por homicidio en una casa de Nashville. Cada uno de estos era la obra de un psicópata desquiciado, alguien que enserio se tomó la molestia de hacer esto.
La escena era perturbadora, aparte de todos los destrozos en la casa de Michael se encontraron detalles que daban náuseas y no podían creer. Su celular estaba introducido en su propia garganta, apenas se podía ver una parte de este asomarse del fondo de su boca inflamada.
Unos siete dedos cortados estaban agrupados en el mesón de la cocina formando el contorno de un triangulo. Además bajo las quemadas ramas del árbol navideño había una caja envuelta como si fueran un autentico regalo. Al abrirla encontraron la lengua cortada de alguien, casi permanecía fresca, un ojo sucio en mal estado y unos siete dientes humanos. Todo esto del falso regalo era perteneciente a una víctima antes que él en la lista.
Los demás actos cometidos a la penumbra de la noche y la tormenta también estaban a un nivel altamente enfermo. Eran distintos en como se empleaba la retorcida creatividad. Pero no cabe duda de que esas víctimas pasaron por el infierno en vivo por su asesino.
El pie amputado de Michael terminó como obsequio navideño en la siguiente casa que él tipo visitó. La tal Jennifer.
La navidad se arruinó, el veinticinco de diciembre muchos familiares y amigos quedaron de luto en lugar de celebración. Los demás pobladores fueron contagiados de temor, ese oscuro y profundo miedo a ser las posibles siguientes victimas. Él causante de tanto dolor seguía libre, incluso asesinó familias enteras entrando a sus propias casas. Sin rencor por haber decapitado niños que estaban durmiendo. O por lo menos la versión quieren creer es que no hubieran estado despiertos.
Personalmente su mejor regalo fue en la casa (la sexta que visitó esa noche), donde decoró la pared usando luces rojas para formar una estrella invertida y escribir a su costado con sangre de venado “Hou Hou Hou”.
Michael en realidad fue la octava en su lista, uno más elegido al azar. Una amputación a un ser vivo más entre las once que realizó esa noche.
Ese maldito maníaco no se cansaría, lo repetiría cada año hasta ser viejo, panzón y tener barba blanca.
En lo que resta entre enero y noviembre pasa desapercibido que es un desquiciado oculto a simple vista como un civil. Con una vida ordinaria. Su amor por la Navidad nunca se desvanecerá, perdurará como el roble con el pasar del futuro tal como lo fue en el pasado. Es sin discusión alguna la mejor celebración que existe en el mundo… Aun recuerda cuando de niño Santa Claus le regaló un bate de béisbol de madera con una frase gravada.
Volviendo a la fecha de nuestro relato: Cada diciembre conduce desde su hogar en Chicago una larga distancia a la población que atormentara esta vez. Siempre en su trineo acompañado de su fiel reno que consigue en el bosque con una escopeta. Y el mejor obsequio que existe, uno que aun conserva para usar en cada una de sus masacres, su arma quiebra huesos.
El toque de queda en Nashville no servirá de nada, de todos modos el año siguiente arribará en Kentucky, una ubicación distinta por año, y otras once casas recibirán el inesperado regalo de la felicidad carmesí.
La rutina no cambia. El veinticinco de diciembre el temible asesino conduce en su camioneta largas horas. Con su preciado bate reposado en el asiento del copiloto, y escuchando únicamente la canción “It Could Be A Wonderful World“ de “Leon Bibb”. En un trayecto sin sentimientos ni rencor. Con manos ensangrentadas sobre el volante. Recorriendo un rumbo envuelto con decoraciones y nieve por doquier: en las avenidas, las plazas y los hogares. Iluminadas por las noches con tiras de luces navideñas. Es así hasta que por fin llegue a su casa, cuando Navidad ya ha culminado.
Ya hay que desenchufarlas.
Palabras: 3549
Aquí esta el especial navideño 2018 de Puro Horror Story.
Si muy wtf la cosa, ya los perturve...
Feliz Navidad
Si ya se dieron cuenta este relato tiene contenido muy fuerte. Aquí la advertencia. Puede resultar perturvador por su intensidad.
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