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✦ DÍA 5 ✦


Anahí acomodó algunas de sus pertenencias durante la mañana. No tenía ganas ni intenciones de encargarse de todo porque sabía que en apenas unas semanas iba a marcharse de allí. Cuando estaba viva ordenaba su pieza —con suerte— una vez en invierno y otra en verano. ¡Y acababa de acomodar todo en El Refugio hacía muy poco!

«Ni en pedo guardo todo de nuevo», se dijo a sí misma mientras separaba solo lo que creía que iba a necesitar en los próximos días.

Las horas pasaron lentas, como pasan siempre que uno actúa sin ganas y se deja llevar por el tedio. Los minutos se arrastraron por las paredes con tortuosa duración mientras que la muchacha deambulaba resignada entre decenas de cajas que no tenía siquiera ganas de abrir. Se arrepentía de haber comprado tantas pelotudeces porque no podía encontrar nada de lo que buscaba.

¿Dónde había quedado su vestido blanco? ¿Y los zapatos plateados? ¡No aparecía el camisón floreado! La pieza era un completo caos de pertenencias innecesarias y Anahí apenas si tenía ganas de asomarse con la mirada cansina por encima de los contenedores. Si su madre hubiese empacado todo, las cajas estarían al menos etiquetadas con el contenido, con una lista prolija y bien inventariada que le facilitaría la tarea.

Al mediodía se rindió. Ocho atuendos colgaban de sus respectivas perchas y apenas un par de zapatos asomaba por debajo de la cama. Lo demás tendría que esperar, quizás, una eternidad. La pelirroja amontonó todo contra una pared. Apiló las cajas lo mejor que pudo y se prometió dar otra «mirada rápida» por la noche, aunque sabía que era posible que no fuese así.

Hambrienta, decidió abandonar la tarea y bajar a comer algo.

Pronto notó que no sabía dónde estaba la cocina. Recorrió los pasillos de la planta baja dos o tres veces hasta que por fin alcanzó una puerta entreabierta de la que escapaba el olor a frituras.

Golpeó con suavidad varias veces hasta que se cansó. Era uno de esos días en los que no tenía ganas de nada.

Estaba a punto de regresar a su pieza cuando sintió que el estómago le rugía, así que se asomó por fin al interior.

La habitación era bastante más amplia de lo que Anahí esperaba. Y en el otro extremo, Inés sacudía la cadera al ritmo de alguna canción que sonaba en la radio; tarareaba mientras acomodaba cajas y frascos en los estantes.

—¿Inés? —pronunció la pelirroja desde el umbral—. ¡Disculpá! ¡Inés! —alzó la voz.

La empleada se volteó con una sonrisa en su rostro y Anahí aprovechó para analizarla con prisa. Notó que era más joven que ella y que tenía el rostro cubierto de pecas.

—¡Señorita Anahí! —saludó Inés, efusiva. Apagó la radio y se aproximó a la puerta. Su sonrisa parecía estar tatuada en su semblante. En cierto modo, le recordaba a Delfina.

—Perdoná que te moleste, ¿estás ocupada? —quiso saber la pelirroja.

—No, para nada. Ando esperando que la Olga termine de bañarse para tomarme mi descanso, ¿la puedo ayudar con algo?

—Tratame así nomás, Inés, que no soy doña nada yo. Te venía a preguntar si hay algo para picotear, tengo hambre —preguntó Anahí.

—La Olga iba a preparar el almuerzo para usted... vos —se corrigió enseguida—. Pero se le hizo tarde porque estaba limpiando la habitación de don Lucio. Si querés te preparo algo yo, ¿qué se te antoja?

—Lo que venga.

Anahí entró a la cocina, curiosa. Se notaba a simple vista que la habitación había sido remodelada poco tiempo atrás y que poseía todas las comodidades modernas. En el centro, una isla se erguía con dos sillas que la chica supuso serían para que las empleadas comieran allí. Sin preguntar, se sentó en una.

—Hay milanesas congeladas, ¿te frío un par? Es fácil —sugirió Inés—. La cocina no es lo mío.

—Dale, sí, lo que haya. Y unos mates, ¿podría ser?

Inés preparó todo en silencio y se sentó luego junto a Anahí cuando la comida estuvo lista. Olga todavía no había regresado. El sol se colaba por una pequeña ventana lateral y golpeaba de lleno en el rostro de la empleada, desdibujando así sus facciones.

—Si sos mala para la cocina, ¿qué hacías acá? —quiso saber Anahí, curiosa, en un intento por entablar alguna conversación superficial. El silencio entre ambas no le agradaba.

—Tengo que aprender en algún momento. La Olga me enseña siempre cosas nuevas —admitió Inés—. Che, perdoná la imprudencia, pero te quería preguntar algo desde que llegaste y tenía miedo que me sacaras cagando.

—Decime.

—¿Cómo andan todos por El Refugio? Hace como quince o veinte años que no tengo noticias sobre ellos. Don Lucio casi no habla del tema y a mí me intimida un poco preguntarle. Es un buen hombre, pero tiene ese no sé qué que me asusta a veces.

Anahí se sorprendió ante la consulta. Había creído que casi nadie sabía sobre la existencia del lugar.

—¿Los conocés? —soltó la pelirroja sin pensarlo. Comprendía que era un tema delicado y que no sería correcto soltar más información de la debida.

—Sí, estuve con ellos un par de días, igual que vos. Pero como soy claustrofóbica, Lucio se ofreció a traerme a su casa a cambio de que ayudara con el servicio doméstico. Al principio le dije que no, porque no era buena para los quehaceres y me imaginaba algo más... no sé, de película. Más de esclavitud que de trabajo. —Hizo una pausa para beber el mate—. Pero un día me invitó a conocer la casa y a la Olga y cambié de opinión.

—¡Bancá! —exclamó Anahí—. Dame un segundo para pensar que tengo algo en la cabeza. —Golpeteó la mesada con sus dedos mientras recordaba las palabras de Irina. Luego, con cierto miedo a equivocarse, teorizó—. Me contaron que hace tiempo Lucio se llevó a una chica de El Refugio y que nunca más regresó. Capaz fuiste vos.

Inés soltó una carcajada.

—Puede ser, ni idea —admitió.

—Sí, tenés que ser vos. Tendría sentido. Me lo contaron como si Lucio fuese el demonio mismo o alguna cosa así. Me querían asustar, creo yo. —Anahí buscaba formas de completar el panorama—. ¿Pero por qué no les dijiste nunca que estabas acá?

—Ni idea. —La empleada se encogió de hombros—. No tenía mucha confianza con nadie en El Refugio, así que no pensé que me extrañarían o que se fueran a acordar de mí. ¿Así que me usan de pretexto para hablar mal de don Lucio? ¡Qué divertido! —bromeó—. Me siento un poco culpable, pero no hay nada que pueda hacer.

—Si los vuelvo a ver, les voy a contar —aseguró Anahí con la boca llena—. ¿Entonces Lucio te hizo un favor al darte laburo acá?

—Sí, la verdad es que no sabía qué hacer con lo del juicio. No tenía familia a la que volver, pero empezar de nuevo me asustaba. Y quedarme bajo tierra sonaba terrible, tenía pesadillas todo el tiempo con que se me caía el techo encima. —Inés apoyó los codos sobre la mesada y sostuvo su cabeza. La mirada se le perdía en algún punto del muro mientras se internaba en sus propios recuerdos—. No sé qué habría hecho si don Lucio no me invitaba a vivir acá.

—¿Pero no te jode andar lavándole los calzones a tu jefe? —quiso saber Anahí—. O peor, ¿no te molesta no poder ir a la ciudad? Esta casa es un bodrio.

—Nah. —La empleada comenzaba a relajarse y a entrar en confianza—. Si quiero ir a la ciudad, le pido al don y me lleva. Si quiero comprar algo para mí, se lo pido y me lo trae. Y todas las semanas tengo un día libre para hacer lo que se me ocurra. Ahora estoy ahorrando para comprarme una motito, así puedo ir a pasear cuando tengo ratos libres. Me da cosa pedírsela a don Lucio, él ya me da demasiado a cambio de lo poco que yo hago en la casa. Soy medio inútil, apenas si le puedo pasar un trapo a los muebles, pero no le importa. Es un buen hombre.

Anahí observó a su interlocutora. Le sorprendía la contradicción entre la opinión de Inés y la de Irina, entre los rumores y los hechos. Se quedó en silencio unos minutos sopesando lo que acababa de escuchar. ¿Le esperaba a ella una posibilidad similar? ¿Le ofrecería Lucio ser su empleada doméstica si decidía quedarse en el purgatorio?

—¡Señorita! ¿Qué hace acá? —Olga regresó con el cabello húmedo recogido. Parecía sorprendida de ver a Anahí sentada en la isla de la cocina.

—¡Perdón, Olga! —se disculpó la pelirroja—. Es que tenía mucha hambre, así que vine a ver qué había para comer y me distraje charlando con Inés.

—No, disculpe usted —murmuró la mujer con una leve reverencia de su cabeza—. Yo debería haberle preparado el almuerzo antes de ducharme. Espero no haberla ofendido.

—Tratame de vos, Olga. Con confianza. ¿Querés un mate? —ofreció Anahí con una amplia sonrisa.

A la recién llegada le costó acostumbrarse al trato informal, a las bromas de la pelirroja y a los modismos modernos. Se soltó, sin embargo, a medida que pasaban las horas. El mate se tomó en casi cinco rondas completas que estuvieron colmadas de preguntas y respuestas, de viejas anécdotas y de curiosidades.

Anahí ya no se sentía tan sola.


Picotear: Muchas veces se utiliza esta palabra o «picar» para referirse a comer algo fuera de hora, un snack.

Sacar (a alguien) cagando: Echar a alguien de mala gana y con violencia. No hace falta que sea literal, puede hacer referencia a enfadarse con una persona que trae a colación un tema de conversación indeseado.

Bancar: Soportar, tolerar. También se usa igual que «hacer el aguante» en ciertos contextos.

Bodrio: Aburrimiento.

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