Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

✦ DÍA 1 - CAPÍTULO 1 ✦




La muerte sorprendió a Anahí cuando ella menos lo esperaba. Como una ráfaga de viento salvaje, en tan solo un instante la muchacha dejó de ser, de estar. Abandonó Buenos Aires sin despedidas ni equipaje. Solo se fue, se marchó en algún momento de la madrugada entre las calles del barrio de Caballito. El hecho fue fugaz, tan veloz que la chica ni siquiera sintió su partida. Efímero hasta el punto de que, al despertar, no comprendió que algo había cambiado en ella.

Anahí tenía un terrible dolor de cabeza, una punzada aguda y constante similar a las que dominaban sus mañanas de resaca. Reconocía el tipo de jaqueca a pesar de que la ebriedad no era usual para ella. Podía contar con los dedos de una mano cuántas veces se había sentido de esta forma. Lo extraño, sin embargo, era que no recordaba haber consumido alcohol la noche previa.

Estaba incómoda, contracturada, adolorida y quería dormir un rato más. Además, tenía frío. Mucho frío.

Todavía adormilada y con los ojos cerrados, estiró un brazo en busca de sábanas o de frazadas, pero sus dedos no encontraron abrigo. Dio media vuelta sin pensarlo y cayó al piso.

«¡¿No estoy en mi cama?!»

Abrió por fin los ojos, confundida. Aunque su entorno todavía le resultaba borroso, podía reconocer el verde que la rodeaba y que le hacía cosquillas en la nariz: pasto. Eso significaba que no había regresado a su casa antes del amanecer. Si tenía en cuenta su recorrido, debería estar en Parque Rivadavia o en Parque Centenario.

«¿Qué me ocurrió?», se preguntó. Una corazonada le decía que algo andaba terriblemente mal, que la noche anterior no había sido la mejor de su vida y que un percance la había obligado a cambiar sus planes.

Sin embargo, no recordaba los detalles.

Su consciencia yacía estancada en el limbo de las mañanas: ni dormida ni despierta; ella siempre decía que, cuando recién se levantaba, era casi un zombi. Una vez incluso le gruñó a su hermana a modo de saludo porque no podía articular palabras coherentes. Lo sabía porque la habían filmado. Fue todo un papelón, el video se subió a redes sociales sin su permiso y, aunque logró darlo de baja algunas horas más tarde, muchos conocidos habían llegado a verlo.

Anahí se sentó, se frotó el rostro con ambas manos para despabilarse y observó el paisaje con más atención. Su mirada se encontró con árboles, con edificios y con piernas que pasaban frente a ella a gran velocidad, con el apuro típico de las mañanas laborales.

Desorientada, alzó la vista y notó que acababa de caerse de un banquito de piedra, de esos que todavía quedan en alguna que otra plaza que no ha sido remodelada en las últimas décadas. Se llevó una mano a la adolorida cabeza mientras que con la otra se frotaba los ojos por segunda vez.

Bostezó.

Organizó sus pensamientos con torpeza. Sabía que su prioridad era regresar a su hogar y disculparse en el laburo por haberse tomado el día libre sin avisar, pero primero debía comprender en dónde se encontraba para poder así emprender el viaje.

Anahí se puso de pie, sacudió su pantalón y comenzó a caminar por el sendero del parque, mareada, rumbo a la avenida más cercana a su ubicación. Pronto notó que no reconocía el lugar y que las personas que pasaban junto a ella esquivaban su mirada, se alejaban tanto como podían.

«Supongo que parezco una vagabunda. O un zombi que acaba de salir de su tumba». Se imaginó con el cabello enredado y el maquillaje corrido. Necesitaba ver su reflejo y retocarse el delineado.

Fue esta idea la que le hizo notar que le faltaba la cartera.

Recordó entonces parte de lo ocurrido la noche anterior. Habían tratado de robarle la moto mientras regresaba de la casa de su pareja. Cuando ella estaba detenida en un semáforo, dos o tres hombres se le acercaron y... no estaba segura del resto. Tenía la sensación de haber abandonado el vehículo en algún punto de Caballito, no muy lejos de su hogar, para luego salir corriendo en busca de ayuda, abrazada a sus pertenencias.

No sabía cómo había llegado al parque. Suponía que habría corrido hasta allí y que se habría desmayado por el susto. No sería la primera vez que una mala experiencia le drenaba la energía y la hacía perder la consciencia, eso le ocurría cuando se ponía demasiado nerviosa, como en el día de su graduación.

Era probable que algún otro chorro le hubiese quitado la cartera mientras dormía. Buenos Aires era, después de todo, una ciudad bastante insegura.

Anahí puteó.

Se llevó una mano al bolsillo de su campera y volvió a putear porque no tenía ni siquiera dinero para tomar el colectivo. Resignada, se puso la capucha para ocultar su aspecto y atravesó el parque hasta llegar a una de sus esquinas. Y, sin tener un destino en mente, se internó entre los edificios de la ciudad.

Le tomó casi una hora aceptar que estaba completamente perdida.

Anahí no reconocía ni el paisaje ni los nombres de las calles. Tampoco se encontró con los locales de grandes marcas que solían estar por todos lados y que invadían la metrópolis. Y algo le molestaba. Algo se sentía extraño y fuera de lugar: el gris.

Las ciudades suelen ser grises, pero aquel barrio era, sin lugar a dudas, más gris de lo normal. La calle era gris. La vereda era gris. Los autos eran grises. Las marquesinas estaban diseñadas en distintas tonalidades de gris y vendían objetos grises para gente que solo se vestía de gris, blanco y negro. A su alrededor, todo parecía monocromo, salvo por pequeños detalles, como el pasto o las luces del semáforo, que le indicaban que no era un problema de su vista.

«¿Qué mierda...?».

Anahí se detuvo frente a una zapatería. Allí, vio su reflejo por primera vez. Su ropa parecía haberse puesto de acuerdo con el resto de la ciudad. Lo que la noche anterior había sido rojo, ahora se mimetizaba con el paisaje. Y, como lo supuso, tenía el maquillaje corrido y arruinado. El delineador se escurría por su rostro y no quedaban rastros del labial carmesí. Eso, sumado a la palidez de su piel, la hacía lucir como un arlequín gótico.

Enfadada, se frotó los ojos con bastante intensidad en un vano intento por remover lo que quedaba del delineador, pero su piel se manchó incluso más. Desesperada, humedeció con saliva una porción del cuello de su blusa y lo utilizó para remover los últimos restos del maquillaje. Cuando terminó, el único color que permanecía en su rostro era el gris de sus pronunciadas ojeras.

«Genial», pensó con sarcasmo.

Al menos, su cabello mantenía el tono bordó. No era su coloración natural, pero utilizaba la misma tintura desde que estaba en el secundario y sus conocidos ya habían olvidado cómo se veía con los mechones negros.

Dejó caer la capucha sobre su espalda y sonrió ante lo ridícula que se veía en el reflejo: su pelo estaba enredado como nido de caranchos. Se llevó varios dedos a la nuca y trató de peinarse con la mano, pero algo había endurecido ciertas partes, la sensación era similar a cuando se enjuagaba mal antes de salir de la ducha.

«Qué asco, seguro me cagó una paloma», pensó, y se volvió a poner la capucha.

Tenía que encontrar un modo de regresar a su hogar. El estómago le rugía con fuerza a cada paso que daba y le avergonzaba en demasía su apariencia.

Avanzó por las viejas veredas con prisa. Había atravesado las primeras cuadras anonadada, ahogada en curiosidad; pero, conforme el tiempo pasaba, el miedo se apoderaba de ella.

Anahí había decidido seguir un consejo que su abuelo le había dado cuando ella aún era chica: «Si te perdés en Capital Federal, caminá en línea recta y en algún momento vas a llegar a una avenida».

Ella sabía que, en algunos sectores de la ciudad, las grandes avenidas se encontraban más cerca que en otros. Recordaba, por ejemplo, que, a la altura de Palermo, las avenidas estaban como a veinte cuadras entre sí, pero que en microcentro la distancia era bastante menor.

Lo intentó durante horas, medía el tiempo en su mente según la posición del sol que se colaba entre las nubes cada varios minutos.

Comprendió que no se encontraba en microcentro después de caminar casi dos kilómetros por una calle llamada Ordenanza, de la cual jamás había oído hablar.

Para cuando llegó por fin a una avenida, el dolor de cabeza ya no era un problema, porque el cansancio y las ampollas de sus pies ocupaban todos sus pensamientos. Anahí miró el nombre que salía en el cartel con curiosidad: Av. Dr. Alberto Martiz, esa nomenclatura tampoco le resultaba familiar. Quizá ya no se encontraba en Capital Federal, sino en algún rincón del Gran Buenos Aires.

La desesperación se apoderó de ella con lentitud.

En reiteradas ocasiones intentó acercarse a los transeúntes para pedir direcciones, pero las personas le rehuían con temor; algunos se cruzaban de vereda y otros ingresaban al negocio más cercano, seguro pensaban que les iba a robar o que estaba drogada. Anahí veía cómo la señalaban y susurraban a sus espaldas. Para peor, su aspecto era tan malo que no se atrevía a asomarse a los locales por miedo a que la sacaran a patadas.

Estaba sola, sola y perdida en una ciudad que rechazaba su presencia.

Continuó caminando entre suspiros. Se repetía que era una adulta y que debía mantener la calma, a pesar de que ello le resultaba cada vez más difícil.

Prestaba especial atención a las paradas de colectivos que se cruzaban en su recorrido. Cualquier número que le resultara familiar serviría para acercarla a una zona que ella conociera. Contaba con que le permitieran viajar gratis cuando explicara su situación. Siempre había choferes con buena onda entre el montón.

3414, 9827, etc., etc. Los colectivos tenían números altísimos. Ella buscaba el 2 o el 26, pero solo encontraba dígitos por encima del mil.

Una idea un tanto ridícula y exagerada le cruzó por la cabeza: Quizá la habían drogado, secuestrado, violado y tirado en un parque en otra provincia o incluso en algún país vecino.

«¿Y si ya pasaron varios días?». Se estremeció con asco ante la idea, aunque pronto reconoció que su cuerpo no se sentía extraño ni débil; no había signos de que un crimen de tal calibre hubiese sido perpetrado, pero tampoco encontraba una mejor explicación para la situación en la que se encontraba. No sabía qué pensar o cómo regresar a su hogar.

Lo peor era que sus intentos por pedir ayuda eran en vano. Las personas no dejaban de alejarse de ella como si fuera un monstruo, y todavía no había encontrado siquiera una comisaría para pedir ayuda. Se sentía culpable porque ella habría hecho lo mismo si fuera una transeúnte más. Estaba acostumbrada a caminar con miedo, a desconfiar de los extraños que no estuvieran bien vestidos. Era horrible encontrarse del otro lado del espejo y ser ella la rechazada. Quería gritar que necesitaba ayuda, que no tenía malas intenciones, pero sabía que no le serviría de nada: en Buenos Aires la gente no podía darse el lujo de creer en las palabras de alguien con su deplorable aspecto.

El sol, que se había escondido detrás de nubes toda la tarde, comenzaba a desvanecerse ya entre los edificios. La noche se acercaba rauda, mientras ráfagas de viento helado se colaban debajo de su campera.

Desesperada, la pelirroja volvió a doblar en una esquina y se sentó en el borde de la vereda. Abrazó sus rodillas y lloró.

El tiempo pasó con prisa.


DEFINICIONES

Parque Rivadavia y Parque Centenario: Dos parques de la ciudad de Buenos Aires que se encuentran muy cerca uno del otro, en el barrio de Caballito.

Papelón: Vergüenza.

Laburo: Trabajo.

Cartera: Bolso de mujer. Se aplica a distintos tamaños y formatos. No confundir con «billetera» o «monedero».

Chorro: Ladrón.

Putear: Maldecir.

Campera: Tipo de abrigo.

Colectivo: Bus.

Bordó: Tono de rojo oscuro. A veces se le llama «color vino» o «color guinda».

Carancho: Ave de rapiña de América del Sur. La expresión «como nido de caranchos» se utiliza para referenciar algo desordenado y caótico.

Capital Federal y el Gran Buenos Aires: Se le llama «Capital Federal» al sector de la ciudad que es capital constitucional del país. El Gran Buenos Aires es la zona urbana que rodea la ciudad y pertenece a la provincia en sí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro