FAMOUS
FAMOUS.
HUSBANDO: MELIODAS.
TÍTULO: ELIZABETH.
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Ella lo había encontrado tirado en su granja, oculto en su granero, con una herida de bala en su estómago; la primera vez que se vieron él estaba casi que incosciente mientras se desangraba lentamente. Se compadeció, su madre siempre criticaba la bondad que yacía en su corazón y condenaba que algún día dicha traería problemas; sabiendo por el uniforme que usaba que aquel jóven se trataba nada más y nada menos de las fuerzas armadas del enemigo de su país, no pudo quedarse quieta y permitir que muriera.
Lo llevó a dentro de su casa, le atendió sus heridas, trató de estabilizar el ritmo cardíaco del jóven, mas nada era suficiente. Ese chico del que no sabía tan siquiera su nombre se moría de manera lenta y dolorosa; lo único que murmuraba de vez en cuando era un nombre: Elizabeth.
La fémina decidió acompañarlo en sus últimos momentos, hasta el final no se rendiría, si existía la más mínima posibilidad de salvarlo lo haría. Se esforzó con todo su ser en tratar las heridas de combate de alguien a quien ni siquiera conocía, y vertió hasta el último de sus segundos cuidando de él. Al final la estabilidad del joven se marchó mucho antes de que se cumpliera el segundo día.
Sabiendo que era el final, ella se sentó frente a la cama donde yacía prostrado el rubio, apretó su mano pálida y se lamentó de todas las formas posibles no haber podido ser capaz de cambiar su fatídico destino. Había tratado, dios sabía que de verdad había intentado con todas sus fuerzas, pero al final, del polvo venimos y en polvo nos convertimos.
Justo cuando iba a ponerse en pie dispuesta a buscar algunas vendas y toallas, el hombre que no le había dirigido la primera palabra, que no podía ni moverse, sostuvo su mano y de forma sutil la apretó impidiendo que se marchara.
—Elizabeth —murmuró el rubio, abriendo su ojos verdes. Tenían un color sin saturación alguna, apagado, como si se hubiera quedado ciego.
Ella supo que estaba delirando, que aquel chico se aferraba con tanta fuerza porque creía que era la mujer a la que llamaba incluso estando a punto de morir. Pero no aclaró la situación, en cambió se sentó nuevamente y volvió a envolver su fría piel con la suya cálida. Entendió por completo sus peticiones sin la necesidad de más palabras, él sabía que su vida se estaba apagando y no quería abandonar este mundo solo.
No sabía si había hecho lo correcto, pero la fémina pudo vislumbrar una leve sonrisa adornando el adormilado rostro del soldado, como si ese simple gesto hubiera logrado hacerlo felíz. Ninguno se movió por los próximos diez minutos, permaneciendo en un pacífico y relajante silencio.
Era de noche y las estrellas del firmamento podían ser apreciadas desde el otro lado de la ventana. Hoy parecía que las cortinas negras del cielo lloraban.
—Elizabeth —volvió a llamar. Su voz tembló aún más que anteriormente. Se giró de lado empleando la poca energía que le quedaba para admirar a la mujer que ahora tenía al frente.
Ella pensó qué hacer en aquella situación. A ese hombre le quedaban excasos instantes de aliento, y con lo último que tenía estaba llamando a la que parecía ser la mujer de la que estaba enamorado. Asintió. Al fin de cuentas asintió, porque sentía que de ese modo sería menos doloroso para él, sentía que por lo menos se iría con una sonrisa dibujada en su rostro.
El rubio, por su parte, se hayaba entre dos lugares; el primero era una gran pradera de flores, una albina corría delante de él a gran velocidad mientras le decía retadoramente que la alcanzara; el segundo era aquella blanca habitación, en la que delante tenía también a su mujer, la misma que le prometió que lo esperaría hasta que volviera de la guerra. Al parecer estaba en casa, había vuelto sano y alvo, podría reunirse con ella y su futuro hijo. No sabía cómo había concluido el conflicto armado, pero no le importaba, porque allí estaba su amada, mirándolo con una sonrisa nostálgica.
—Está bien, todo estará bien —dijo la fémina. De algún modo, semejantes palabras llegaron a los oídos del varón con la voz de Elizabeth.
—Bésame —pidió, sintiendo como su corazón se detenía lentamente, debía ser la alegría de semejante encuentro. Extrañaba tanto la sensación de sus labios juntos, extrañaba aquello.
Ella, impactada mas decidida, se acercó lentamente hasta el rostro del soldado y se detuvo contra su boca, pensando si aquello era lo correcto. Pero al final acató la orden y transformó en nula la distancia que los separaba.
Allí, en el campo de flores, el rubio logró atrapar a la albina y la sostuvo por la cintura, la acercó a sí mismo y estampó sus labios sobre los de ella, necesitado de aquella caricia. Elizabeth se dejó, abrazó de su esposo y le respondió como pudo.
Poco a poco, las esmeraldas sin brillo se fueron cerrando, mientras degustaba el amargo beso de su amada. Perdió el control de su cuerpo y ya ninguno de sus músculos respondió. Pero no fue una muerte dolorosa, porque allí estaba ella, dándole un último momento de paz. Y con susurro que trajo el viento por fin se despidió de todo rastro de vida.
Siempre te esperaré, Meliodas.
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Palabras del autor:
Quería hacer un One-shot con una temática un tanto nostálgica, y esto salió.
Escogí a Meliodas para esta fase porque es por mucho el husbando que más seguidores me ha dado, se lo debía.
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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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