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Las semanas pasaron y Aldana prácticamente no tenía más ropas ni adornos en su departamento de Parque Chas, sin embargo, aún continuaba pagando el alquiler; entablando un amable vínculo con la señora, una viejita de la edad de su abuela que vivía de su jubilación y esa renta, le daba pena terminar con el contrato.
Tobías notaba que ese corte nunca llegaba y realmente le angustiaba que no cerrara esa etapa y que en quedara en ella algún resquicio de duda sobre su amor. No era un hombre de derrochar "te amos" pero se lo demostraba con pequeños gestos que ella agradecía a manos llenas.
En la oficina ya nadie dudaba de la relación que mantenían. Las cacatúas de Verónica y Martina la saludaban con respeto apenas llegaban y Aldana dibujaba una, siempre medida, sonrisa de satisfacción.
Por las noches, antes de caer en sus instintos más salvajes, solían leer alguna obra literaria, generalmente en francés. Tobías se aferraba a la cintura de ella y posaba su oreja en el pecho, escuchando los latidos de su corazón, como si fuera el tintineo de una hermosa cajita musical.
Aldana no estaba muy contenta con tener que acompañarlo a uno de los eventos solidarios a llevarse a cabo en el Club San Jorge de Hurlingham, lugar donde se desarrollaría uno de los partidos de exhibición de polo a beneficio de Cáritas de Argentina, apadrinado por la "Fundación Heink", cuyo titular era el hermano de Dolores y tío directo de Tobías.
Su novio ya se lo había pedido de mil maneras y había hecho sus mejores esfuerzos por convencerla; Aldana no estaba a gusto con mostrarse en público y que las revistas del corazón la tuviera en la portada como una nueva conquista de uno de los herederos del imperio Heink, siendo que era algo más que una simple mujer con la que descargaba su apetito sexual.
Aldana no estaba segura de cómo reaccionaría ante esas damas de sociedad, estiradas y copetudas, que conocían de marcas de vinos extranjeros, los destinos más exclusivos para vacacionar y diseñadores de prestigio. La secretaria no se preocupaba por lucir Stella McCarthy, D&G, Michale Kors y Prada, sino por estar arreglada y cómoda, más allá de la marca.
No obstante, concurrir era un pedido de Tobías y no podía negarse a esos ojos oscuros, ni a esa boca perfecta que le desbarataba el alma con un solo toque.
Tobías y Aldana arribaron al atelier de la señora Sofia para vestirla de pies a cabeza. No era la especialidad de la modista confeccionar ropa urbana, pero tal como hacía con el hijo de su amiga, le conseguiría un atuendo acorde con la ocasión.
Sofia no pudo evitar sonreír al ver la mano de Tobías asirse a la cinturita de la chica, mostrando protección y posesividad. Ella se alegró ante ese gesto, no tenía el olfato oxidado y sus presunciones se confirmaron cuando Aldana recibió un beso en la sien derecha parte del muchacho mientras miraba unas botas de montar.
La mujer le alcanzó un jean de gabardina blanco y otro en color caqui, un chaleco de matelasé chocolate y par de camisas en tonos pastel, con finas rayas verticales, apenas perceptibles y otras blancas de plumetí de algodón. Además, le consiguió varios estilos de botas de montar.
A Aldana la sorprendía la versatilidad del atelier, aunque no dudaba de la predisposición de Sofía para tener todo lo que una mujer de alta sociedad necesitaba para cualquier circunstancia.
―Todo es de tu talle, pero si las camisas necesitan retoques o alguna pincita, lo solucionamos enseguida. ―Le guiñó el ojo mientras colgaba las prendas en el perchero para que entrara al probador.
―Muchas gracias, Sofía.
―Es un placer, querida. Cualquier cosa estoy en la planta alta. Probáte lo que quieras y me decís si necesitás ayuda con algo, ¿sí? ―Le dio un golpecito a Tobías en el hombro y a su oído, expresó ―: Me gusta.
El empresario le sonrió agradeciéndole la bendición, ella era una persona que él adoraba.
Regresando su vista hacia Aldana, quien clasificaba la ropa en el orden que se la probaría, le dio un beso en el cuello.
―Decí que este lugar es sagrado, sino estaría corriendo esta tela y viendo cuán silenciosos podríamos ser.
―Hoy no estoy en mis mejores días. Deberías saberlo.
―¿Por eso me rechazaste ayer?
―No fue un rechazo, no exageres. ―Le ofreció un beso en la punta de la nariz, tierno.
―Sabés que no me importa.
―No me siento cómoda.
―Está bien, no insisto.
Él se despegó de ella a regañadientes y prometió esperar en el salón cuando estuviera lista con su primer cambio de ropa. Tomó asiento en una de las banquetas de terciopelo rojo y se dispuso a mirar su teléfono cuando vio un mensaje que le hizo caer el ánimo al piso.
"Aunque no me lo hayas preguntado, mañana voy a ir al evento en Hurlingham."
Él resopló con disgusto, ensayando miles y miles de respuestas, hasta que finalmente tecleó y envío un parco:
"Ok".
Mercedes siempre asistía a esta clase de eventos en los que acompañaba al matrimonio Fernández Salalles y era lógico que lo continuara haciendo; eso significaba que una nube de periodistas y curiosos estarían al acecho para conseguir una fotito con los hermanitos Fernández, herederos del difunto.
Tobías ladeó la cabeza, con todos los recuerdos agolpándosele en la cabeza.
―¿Así estoy bien? ―La dulzura en la voz de Aldana lo sacó de pensamientos oscuros. Levantó la mirada, se puso de pie y allí la encontró, vestida como una de esas esposas conchetas y falsas que acompañaban a sus colegas.
―Estás perfecta mi amor, te queda pintado todo. ―Afirmó, notando su incomodidad.
―No me siento muy...yo...―Giraba delante del espejo con puchero, alisándose el plisado en las tablas delanteras de la camisa.
―Lo sé y lamento exponerte a esto, pero es importante que vengas.
―¿Si? Tu papá iba todos los años con Mercedes y la señora Teresa, yo estoy de sobra.
―No, mi amor ―La miró con ojos tiernos y le acarició la barbilla con el dorso de la mano ―, vas a ir conmigo, no sobrás en absoluto.
―Pero vos vas a estar jugando con los otros polistas, sacándote fotos, hablando con el periodismo.
―Serán unos minutos, para la exhibición. Es probable que vaya Giovanni y, aparte, algunas de las esposas de los muchachos son entretenidas.
Aldana realmente sentía que ese papel no era el de ella. La mayoría de las "esposas de los muchachos", como él las llamaba, pertenecían a familias de la alta sociedad argentina, gente con abolengo, con doble apellido, contactos, influencias y con sirvientes que le lavaban hasta los pies.
Ella era una simple secretaria y dado su puesto, de seguro consideraban que era una trepadora, el capricho de turno que aspiraba conseguir la gorda billetera de ese gran candidato.
A la noche no pudo pegar un ojo. Mirando hacia la extensa ventana, acariciaba la mano que Tobías colocaba posesivamente sobre sus pechos. Él respiraba profundo, agotado, mientras que Aldana era acechada por un vendaval de preguntas.
***
Adolfo pasó bien temprano en tanto que Fermín, el otro chofer, llevaría a Mercedes en otro coche.
Cuando llegaron al club hípico militar San Jorge, en el noroeste del conurbano bonaerense, rápidamente él la tomó de la mano y avanzaron en dirección a un grupo de gente conocida ante quienes presentó formalmente como su novia. Aldana sonreía con su amabilidad característica, pero se mantenía al margen de los temas que se tocaron.
Por fortuna apareció Gio con su inconfundible buen humor y júbilo, y ella esperó poder refugiarse en él para pasar el día.
Como era de esperar el rubio le dio un abrazo fuerte, vital y descontracturado. Fue él mismo quien la introdujo minutos después, cuando Tobías debió retirarse hacia los vestuarios, en otra pequeña reunión con dos matrimonios de gente mayor que la saludaron con calidez.
Conversaron de cosas que Aldana no registró, no porque no tuviera memoria, que le sobraba, sino porque no le interesaba. Sonreía a menudo y acotaba muy poco, hasta que apenas elevó la cabeza, vio a Tobías siendo interceptado por dos micrófonos.
Dos cronistas, mujeres, peleaban entre sí por acercarse a él; por detrás, aparecieron las infaltables promotoras exuberantes y simpatiquísimas que mostraban sus dientes y el escote para llamar la atención de los consumidores. La marca de los productos a los que propagandeaban se distribuía a lo largo y ancho de su vestuario.
―¿Querés una limonada, agua...? ―Le ofreció su amigo.
―Un vaso de limonada está bien, gracias. ―Caminaron hacia una barra apostada bajo un enorme gazebo blanco.
―Ya te vistió como una de ellas. ―Se mofó el rubio.
―Ni me hables. No encajo acá, apenas entré, el aire cheto ya me hizo girar el estómago como un lavarropas.
―Linda, lamento decirte que este es el mundo en el que se mueve tu novio. En Francia es lo mismo: eventos, presentaciones, reuniones frívolas y gente con dinero. Vas a tener que acostumbrarte de seguir junto a Tobías. ―fue crudamente sincero. Bajó su mirada y el "Tano" lo notó ―. Hey, pará. No siempre es así, hay gente copada con guita, si no, miráme a mí. ―Dio un sorbo a su vaso, esperando no haberla hecho sentir tan a disgusto.
―Me estás abriendo los ojos, que es otra cosa.
―¿Vos pensaste que el doble apellido y el laboratorio se hizo por la venta de un par de tabletas de aspirina? No, la empresa es más que eso.
Sonriéndole, toda esperanza de que sea un buen día se aniquiló cuando Giovanni elevó su vista y allí apareció Mercedes, con toda su hipocresía y belleza a cuestas. Saludaba a muchos de los presentes como una gran señora, simpática, educada y sensible. Nada de lo que realmente era.
―Hola, qué tal... ¿viniste? ―Ácida como pocas, se dirigió a la secretaria.
―La trajeron. ―Gio no se quedó atrás, Aldana continuaba sin pestañar. Esa chica de su edad la intimidaba, era desagradable, con un aura muy negra alrededor. Emanaba una energía negativa.
―...aunque la mona se vista de seda...―Roló los ojos la más bajita de las dos, mientras se quitaba sus guantes de cuero marrón con puños de abrigo.
―¿Qué querés, Mercedes? Dejála tranquila a la chica, te conoce poco y nada y ya le estás inoculando veneno.
―Giovanni, está todo bien, que haga lo que quiera. Tiene razón, yo no pertenezco a este lugar y aunque me vista como ellas nunca voy a tener la estirpe ni el apellido famoso. No soy más que la hija de un galés petrolero y nieta de aborígenes.
Mercedes elevó las palmas, sin refutarle nada. La muy zorra ni siquiera esperaba a los diez minutos de arribo para lanzar sus dardos.
Por fortuna para ambos, ella se fue junto a la esposa de Bruno Gutiérrez Velázquez, ex compañero de Tobías y a quien no veía desde hacía muchísimo tiempo.
Gio se llevó a Aldana a una de las gradas donde hubo nuevas presentaciones; el rubio, con orgullo la presentaba como la novia de Tobías y todos se asombraban gratamente cuando lo hacía.
Aldana se mantuvo pendiente de los movimientos de su pareja, quien posaba con una risa muy fingida junto a su hermana. Era obvio que, tal como le había dicho Jorge, se llevaban como perro y gato.
Minutos más tarde él se despidió de los fotógrafos para montar a su caballo y comenzar con el juego.
La secretaria se colocó el sombrero que Sofía le había obsequiado el día anterior para combatir el sol furioso de principios de septiembre. Mientras acomodaba su cabello, fue testigo involuntario del cambio de semblante de Gio cuando vio a Mercedes tomarse de la mano afectuosamente con un joven vestido de jugador.
No tuvo dudas que él estaba enamorado de esa chica; se entristeció por Analía y sus esperanzas.
―Vos te merecés algo mejor que palabras cargadas de hiel. ―Le dijo en un murmullo, esperando no incomodarle. Lejos de esquivar las balas, Gio las recibió estoicamente.
―La amo desde que tengo uso de razón. Nunca me dio bola, ni siquiera se tomó dos segundos para conocerme realmente o aceptar una copa, una cerveza o ir al cine. Para ella yo siempre fui un libertino caradura que vivió bajo el ala de sus padres. No interesó que tuviera una carrera, dos diplomaturas y un doctorado en finanzas.
―Sos una excelente persona más allá de tus títulos.
―Perdón, no pretendí ofenderte con ese comentario.
―No me sentí ofendida independientemente de que yo siento que no estoy a la altura de tu amigo. Ellas si lo están, son dignas de emparejarse con él. ―Señaló al palco vecino, donde muchas mujeres cuchicheaban entre sí, vestidas como ella por gusto y no por obligación. Seguramente la noticia de que Aldana era la pareja de Tobías se había esparcido por doquier.
El malestar fue disipándose después de que los equipos salieron a la cancha y comenzaron a jugar. Aldana no tenía en claro las reglas, pero mirar la destreza de Tobías para montar su caballo y mover el taco llevando la bocha era atrapante: la camiseta azul con un gran número blanco a sus espaldas, se le adhería al torso, así como los pantalones blancos lo hacían a sus muslos fuertes y musculosos.
Todo en Tobías era masculino y seductor. Se le hizo agua la boca como al noventa por ciento de la platea femenina que gritaba su nombre sin reparos, siendo captado por algunas cámaras fotográficas.
―Lo hacen a propósito. Te están provocando.
―¿Para qué?
―Porque son malas y no saben hacer otra cosa que competir entre ellas. Se creen finas, pero a la mínima, se están agarrando de los pelos porque una se acostó con el marido de la otra. Pasa en todos lados, no hay que ser rico o pobre.
Tal como le sugirió Gio, hizo caso omiso a sus celos, hasta que terminó el primer juego en el cual participó Tobías. Excusándose ante su amigo, se retiró al sector de baños.
Tras seguir varios carteles y pedir indicaciones, llegó a las lujosas y grandes instalaciones y entró a un cubículo para hacer sus necesidades.
A punto de salir de ese espacio, el cotilleo femenino comandando por Mercedes Fernández le endureció la espalda, sobre todo cuando percibió que hablaban de ella. Lo hacían en voz alta y daban indicaciones precisas que no dejaban margen de error.
―Aunque nos duela, hay que admitir que tu hermano eligió una linda chica esta vez. ―dijo una de las dos mujeres que acompañaban a la hija de Jorge.
―Es bonita, no lo niego, pero sin gracia. Es muy correcta, aburrida como chupar un clavo, realmente no es del estilo de mi hermano.
―Es cierto, a él le gustan más putonas. ―Todas estallaron en risas.
Invadida por la furia, contuvo el llanto y se quedó por unos segundos más allí dentro, escuchando cómo continuaban hablando de la vida de Tobías.
―¿Te acordás cuando salía con la alemana esa...? ¿Cómo se llamaba? ―preguntó la mayor del trío.
―¿La hija del embajador?
―Si...
―Helga Schneider.
―¡Esa! Te juro que pensé que le duraría más de dos meses, ella era de buena familia, tan sofisticada. Parecían dos muñecos de torta cuando los captaban en las fiestas europeas.
―Mi hermano no es un tipo que se lleve bien con el compromiso. Se deslumbra fácil ante un par de ojos lindos y piernas largas, como con esta chica, la secretaria.
―Hablando de deslumbrar, ¿vieron las zorras que contrataron de promotoras? ¡Las muy descaradas se les pegan a los muchachos sin descaro! Hay una morocha que le ponía las tetas en la cara a Tobías y a él se le iban los ojitos. ―Consciente que no podía permanecer dos horas dentro del cubículo, Aldana salió con su mentón en alto, dejándolas de piedra a las tres grandes damas de alta sociedad.
Les sonrió con su mejor y más fingida curvatura de labios, se puso jabón líquido en las manos, frotó sus palmas formando mucha espuma y abrió la canilla de agua para lavarse las manos con extenuante paciencia.
Ninguna de las mujeres hablaba. Ella las instó a continuar con su cháchara.
―Sigan, sigan, estaba muy entretenida la conversación. ―Esquivando a una de ellas, la más alta, tomó una toalla de papel del surtidor de pared.
―No sabíamos que estabas ahí. ―dijo Mercedes, pálida.
―¿Cambiaba algo? No me hubieran descuartizado aquí, sino en otro lado. Pero despreocúpense ―afirmó en su tono siempre manso e inalterable, aunque le temblaran las rodillas ―, ya me voy así que tienen el lugar despejado para continuar con sus comentarios hirientes. Adiós. ―Arrojó la toalla mojada en el cesto y se marchó sin demostrar cuán afectada estaba.
Apenas traspasó la línea de baños se echó a llorar copiosamente, con una presión en el pecho que la dejaba sin aire en los pulmones y sin rumbo, avanzó entre la multitud, que iba de un sitio al otro.
―Hey, Aldana... ¡Aldana! ―El imponente cuerpo de Giovanni la interceptó ―. ¿Qué paso? Te estoy buscando hace rato.
―Tengo que irme. ―expresó con los ojos por el piso, sin que notara los lagrimones que en cualquier momento escaparían de sus ojos.
―¿Adónde?
―A casa... ―dijo, gimoteando. El la obligó a mirarlo.
―Dana, ¿qué paso?
―Nada...nada... ya no me siento cómoda estando acá.
―¿Le dijiste a Tobías que querés irte?
―¿Para qué? ―Subió los hombros a la par, resignada ―. Hoy ni existí para él... ¿no ves? Le encantan los flashes, que las modelos le peguen el culo y las tetas en la cara. ―Señaló a la mencionada morocha junto a él, ambos a unos cincuenta metros de Tobías.
―Aldana, es habitual que pasen estas cosas y...
―No lo defiendas, no necesita abogados. ―Sonrió de lado con dolorosa ironía ―. Se siente a gusto con la fama y la atención que le brindan, no es mi estilo y no quiero arruinar su imagen.
―¿Vas a estar bien?
―Mejor, seguro.
―Me va a matar cuando sepa que te fuiste.
―No tendría por qué, no sos mi niñero.
Gio le brindó un abrazo muy fuerte, sin percatarse que un par de ojos oscuros no dejaban de estudiar ese grado de cercanía.
Tobías respondía por inercia a la periodista que le preguntaba por sus proyectos en Francia y en Argentina, lo hacía con la obligación de mostrarse correcto y con el foco puesto en la recaudación para la fundación que apadrinaba "Fármacos Heink". Sin embargo, lo único que quería era escaparse de allí y saber qué tanto tenían que cuchichear su amigo y su novia.
Cuando la chica rubia culminó con sus preguntas, la morena de nombre Brenda que tenía a sus espaldas cual sombra, promocionando una marca de champagne, no perdió el tiempo en darle su teléfono.
―Por cualquier cosa que necesites, me llamás, ¿dale? ―Le entregó una tarjeta con sus datos, la cual guardó sin siquiera mirar en uno de los bolsillos de pantalón.
―Gracias, pero, excepto que sea para hacerle propaganda a la empresa, no estaría necesitando tus servicios.
―No sé, yo no estaría tan seguro. ―Le guiñó el ojo, indiscreta.
Él ladeó la cabeza, consciente que meses atrás no dejaría pasar la oportunidad de probar a esa pulposa mujer que se le ofrecía en bandeja y que ahora rechazaba de plano.
Sin importarle que otros cronistas le pidieran la palabra, los esquivó con elegancia y con un tibio "después" que los dejaría conformes por un rato. Como si montara a "Jolie", la yegua de su equipo, galopó hasta alcanzar a su amigo, quien hablaba por teléfono ya sin Aldana a su lado.
―Gio...¡Giovanni! Mierda...¡dame bola!
―Epa, epa, ¿qué te pasa?
―¿Dónde está Aldana? Recién la vi con vos.
―Está de camino a tu casa.
―¿A mi casa?
―Sí, a tu casa.
―¿Y porque no se lo impediste?
―Sus palabras textuales fueron "no sos mi niñero". Y ciertamente, tiene razón.
―¿Por qué se fue?¿Por qué no me esperó?
―Salió del baño hecha un mar de lágrimas, pero desde que arrancó este evento que tuvo ganas de irse. No se sintió a gusto con las provocaciones de las amiguitas de Mercedes, ni con el modo en que todas te comían con la mirada. ―Tobías maldijo en voz alta.
―¡La puta madre! No me puedo ir de acá todavía...
―Y aunque pudieras, no solucionarías nada. Ella ya se fue y no va a cambiar lo que sea que le haya pasado.
―Gio, esto es parte del universo que rodea a "Fármacos Heink". ―Se mordía el labio sin saber qué hacer ni cómo actuar.
―Ella lo sabe y lo acepta. Lo que no acepta es el mensaje que vos das hacia el exterior. ―Le palmeó la espalda amigablemente ―. Las mujeres no pierden la oportunidad de darte sus números, de mostrarse.
―Yo ya no estoy provocando esa clase de situaciones.
―Lo hiciste por años, se ve que las chicas no entendieron el mensaje que estás fuera de servicio. ―Le guiñó su ojo, empatizando con su ridícula desgracia ―. Tobías, nadie dijo que sería fácil sacarte el mote de Casanova de un día para el otro, vas a tener que lidiar con el asunto y encontrar un equilibrio que permita que Aldana no se incomode. Entiendo sus celos y entiendo que te estás portando lo mejor que podés.
Tobías estaba confundido, fastidioso y con ganas de irse, aunque tenía muy en claro que aun tenía muchos compromisos por concluir.
―Señor Fernández, ¿podríamos hacerle solo unas preguntas? ―Una periodista volvió a la carga y esta vez, no pudo dilatarlo más.
***
Aldana se ovilló en la cama. Estaba cansada de tener que soportar los comentarios maliciosos de todos porque, aunque no quisiera, la afectaban sobremanera. Ella, una simple secretaria, jamás estaría a la altura de un gran ejecutivo, un empresario con millones y millones que había sido tocado por la varita mágica de la fortuna y el glamur.
Tarde o temprano Tobías se agotaría de llevar una vida disciplinada, se notaba a la legua que él disfrutaba del descaro de las mujeres que se le insinuaban y el zarandeo de todas ellas a su alrededor. Esa actitud era parte de su esencia y ella no era quien para exigirle que cambiara.
Debía tomar una decisión y fue para entonces, que la renuncia comenzó a cobrar nuevamente forma en su cabeza.
***
Sintió que el colchón se hundió detrás de ella, se había dormido muy triste. Un par de fuertes brazos la rodearon y una voz apenas susurrada le habló al oído. Ella despertó con Tobías apoyándole el mentón sobre su hombro.
―Perdonáme, no quería que te sintieras mal.
Aldana, más repuesta, giró poniéndose frente a él, encuadrándole el rostro con ambas manos.
―Quizás el problema sea mío, Tobías, vos estabas en la obligación de ir, participar y mostrarte amable con todos. Lamento no poder responder con el estándar de mujer necesitás a tu lado.
―¿Qué decís?
―Yo no soy ni la hija de un embajador, ni una cantante de ópera afamada, ni mi familia tiene dote.
―¿Y?
―Que nunca voy a ser aceptada por tus pares, por tu entorno.
―Que mis pares se vayan a la mierda, entonces. Aldana, te amo, estamos formando un hogar acá y pretendo que también lo hagamos en Francia. ―Ella tragó con esfuerzo, era un sueño divino. Le buscó el pecho con desesperación, necesitaba apoyarse en ese tórax fuerte y vigoroso en el que se sentía protegida.
―Yo también te amo, pero a veces creo que no va a ser suficiente para vos.
―No, claro que no.
Ella se tensó como estaca.
―¿No?
―No, porque yo quiero más. Quiero que tengamos un plan mucho más ambicioso que solo amarnos. ―dijo relajado, pensando en asentarse como padre de familia. Ella logró aligerar la carga sobre su espalda.
―¿En serio planeás ir más allá?
―Quiero que nuestro hogar sea acá, en París, en San Pedro, en Normandía y en todos los lugares donde vayamos. Quiero que conozcas la estancia donde crío a los caballos. Si San Pedro te enamoró, ese lugar es la panacea.
********************
Concheta: modo despectivo de llamar a alguien adinerado y esnob.
Conurbano: periferia.
Copado: carismático.
Caradura: sinvergüenza.
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