41
Durante varios pasajes del sábado a la tarde, Tobías expresó sus ansias por ir a "Azúcar". Aldana lo miró desconfiada intuyendo que ese anhelo no era solo para pasarla bien o divertirse con los chicos de la salsera, sino para marcar territorio con Julián. El buchón de Gio lo había puesto sobre aviso.
Sin darle motivos de sospecha aceptó, coordinando encontrase con sus amigos directamente en el boliche.
―Tobías, te aclaro que me niego a ser partícipe del concurso de medición de pitos que querés imponer por la noche. ―Le susurró ella en el BMW conducido por Adolfo. El señor no pudo evitar sonreír.
―No voy a proponer nada. ¿Por qué pensás que solo voy para demostrarle al imbécil de ese instructor de merengue, salsa y qué se yo cuantas cosas más que no te tiene que ponerte un dedo encima porque para eso estoy yo?
Aldana puso los ojos en blanco, pensando cuán cuesta arriba se le haría la noche.
―Julián es un buen chico.
―Nunca puse en tela de juicio que sea bueno o no. No quiero que toque a mi mujer, ni que se haga el vivo con vos. Eso es todo, no es muy difícil de entender.
―No es ni más ni menos que lo que habrás hecho vos con esa francesa que canta. ―Se desafiaban, sosteniéndose la mirada, alimentando unos celos infundados pero que, para los dos, resultaban inevitables.
―En absoluto. De todos modos, no quiero ni imaginar cómo bailaron porque me pongo loco. ―Ella le delineó los labios con el dedo índice y luego le masajeó el entrecejo, eternamente fruncido.
―Sacá esa expresión de la frente y soltáte. Julián es profesor de un ritmo latino que requiere sensualidad y roce, pero yo le puse los límites. ―Minimizó. De saber que él le había robado un beso en la puerta de su casa, le cortaría las manos y quizás, otras partes más.
―Eso espero, no quiero entrar a ese boliche y chocarme los cuernos con la puerta.
―¡Hey!¡Eso no habla bien de mí! ―Se quejó abiertamente ―. No seas cavernícola. ―Se alejó deslizándose sobre el asiento, pero él, más rápido y más fuerte, la sentó sobre su falda.
―Adolfo, vos por las dudas clausuráte los oídos. ―Bromeó Tobías sabiendo que el chofer era de confianza, ciego, sordo y mudo.
―Como digas.
Tobías le delineó el cuello con la punta de le lengua, enredándola en el aro colgante, una cadenita brillante color plata que se ajustaba en la parte alta del pabellón de la oreja.
―Despertás mi instinto animal, quiero estar adentro tuyo y disfrutar tu cuerpo y de tu inteligencia todo el día. Soy como un tren que está siempre al límite de descarrilar.
―Exagerado.
―Sos más adictiva que la nicotina, disfruto y necesito del equilibrio que me das. Yo, siempre al límite, impulsivo...
―No quiero que cambies.
―No cambié, mejoré gracias a vos. ―La mano de Tobías se deslizaba desde el muslo hacia la nalga izquierda de Aldana, cubierta con un pantalón de jean grueso, al que maldijo en cinco idiomas ―. Tu me rends fou, ¡fou, fou ! ―Loco y loco estaba su corazón.
Apenas bajaron del automóvil, Tobías se aferró posesivamente a la mano de su novia, saludaron a los muchachos de la entrada y Aldana, con dificultad, se desprendió del agarre para ir a los saltitos a saludar a Analía, como si no se hablaran todo el día y no trabajaran juntas. Gio también se abrió del grupo para abrazar a su amigo y hermano.
Rápidamente se hicieron de un lugar donde se sentaron a conversar y comer algo; Aldana comenzó a mostrarle a su amiga fotos de los muebles, de la heladera que aún estaba a la espera del tiempo de asiento del gas para ser desembalada y la decoración del lugar en general, explicándole que restaba mucho trabajo por hacer.
Jean Carlos, con "Quiéreme", desató la furia rítmica de todos; la pista explotó de un segundo al otro. Tobías no dudó en sacar a bailar a Aldana, adrede, demostrándole a todos que él estaba allí y era su hombre.
Poco y nada le importó que pareciera tener la cadera enyesada bajo ese jean azul desgastado en los muslos, ni que Aldana tampoco coordinara sus movimientos, era una cuestión territorial, de macho alfa. Gio y Analía se reían de la cantidad de vueltas que daba su amiga y de las veces que tropezaban entre sí. Ambos sabían que Tobías estaba defendiendo a su chica de los dientes del tiburón.
Julián esperó ver a Aldana nuevamente, pedirle disculpas por el beso de arrebato y ser gentil con ella, continuar dándole razones para elegirlo por sobre su novio...pero al ver al muro de metro ochenta y ocho junto con ella, haciéndola bailar sin sentido del ritmo, tuvo celos. Incluso llegó a la conclusión que ella se había estado burlando de él la semana anterior al dejar acariciarse más de lo que habitualmente hacía y permitir que la alcanzara a su casa.
Las canciones se sucedían una tras otras y en el momento en que Tobías fue por unos tragos, el profesor disminuyó a zancadas los metros que la separaban de Aldana, apartándola del grupo y poniéndose de espaldas a todos.
―Hey, Julián...¿Cómo estás? ―Aldana preguntó nerviosamente, notando que ese amarre no era suave y que Tobías regresaría de un momento al otro.
―Bien, ¿vos? ¿Querés? ―Le ofreció sorber de su trago. Ella negó con la cabeza.
―Bien, acá ando, con los chicos.
―¿Te reíste mucho de mi el sábado pasado? ―Fue al grano ―. Los dos sabemos que estuviste más que receptiva y que a mí me pasan cosas desde hace rato con vos. ―Aldana se mordió el labio, incómoda y atenta al reclamo.
―Lamento mucho haber trasmitido ese mensaje, no era mi intención. No quería despertar expectativas, tenía unas copas de más. Ahora, si me permitís, dejáme que me vaya...
―¿Por qué, Aldana? Ese tipo no te conviene. ―Recurrió desesperadamente a las únicas herramientas que tenía para alejarlo de ella.
―¡Vos no me vas a decir qué me conviene!
―Estuviste hecha trizas por su culpa. ¡Te vi lloriqueando por él!
―Ya resolvimos nuestros asuntos pendientes. Volvimos y listo.
Tobías pidió una caipiriña y un Gin Tonic para cuando giró su cuello y vio que el hermano sudamericano de David Bisbal hablaba con Aldana y ésta tironeaba de su muñeca, la cual sostenía el profesor.
Sin importar su pedido, galopó hasta la posición de ambos y con el autocontrol que dudó tener pero que contra todo pronóstico dijo presente, apareció en escena, rodeándole la cintura a su chica. Julián la soltó de inmediato.
―Hola. ―Su saludo fue amenazante.
―Hola Tobías, ¿cómo estás?
―Ahora que soltaste a Aldana, bien.
―Estábamos hablando amistosamente. ―Afirmó él, diez centímetros por debajo del morocho.
―No me pareció lo mismo.
―Ya está, problema resuelto. ―Insistió ella, buscando los ojos de su novio, dando la espalda al profesor ―. Dale, sigamos con lo nuestro, acá no pasa nada.
Tobías posó un beso en su frente y a la rastra se la llevó a la barra, no sin antes farfullar insultos que nunca fueron escuchados por su novia.
―¿Viste?¿Te dije que te iba a querer seducir? ―Bramaba en tono de reproche.
―Pero no lo hizo.
―No va a perder la oportunidad de hacerlo cada vez que te vea sola.
―¡No soy tonta! Voy a saber rechazarlo... ¡Tobías, confía en mí! ¿No es lo que me pediste que haga con vos?
Él agachó la cabeza, admitiendo que tenía razón. Aldana lo besó abruptamente y el sabor del alcohol entre sus labios calientes por la furia y la necesidad, fue su gasolina. Tobías la arrinconó contra una esquina de la barra, con gente a escasos centímetros y se friccionó contra ella. Con la urgencia instalada bajo sus pantalones y el corazón saliéndole por la boca, la sometía una contacto brutal y caliente.
Una aventura es más divertida
si huele a peligro, Si te invito a una copa
Y me acerco a tu boca, Sí te robo un besito
A ver, ¿te enojas conmigo?
¿Qué dirías si esta noche, Te seduzco en mi coche?
Que se empañen los vidrios
Y la regla es que goces, Si te falto el respeto
Y luego culpo al alcohol, Si levanto tu falda
¿Me darías el derecho a medir tu sensatez?
Romeo Santos levantaba el fuego de la pista y el de sus cuerpos, también. Sus lenguas eran grandes bailarinas, mejores de lo que lo eran sus piernas. Las manos de Tobías amenazaron con bajar más allá de la cintura del jean blanco de Aldana, quien se lo impidió.
―En casa, en nuestra cama y durante toda la madrugada. ―Al jefe le agradó que se dirigiera de ese modo a ese sitio que estaban construyendo como propio, con ese tono perverso y juguetón muy impropio de ella.
―Vayámonos ahora mismo entonces.
***
Con un reguero de ropas marcaron el ascenso a la habitación de su morada y con una hilera de besos sobre el ombligo de Aldana, él marcó el comienzo de la batalla campal.
Tobías, con la punta de su lengua, trazó el norte en el interior de los muslos femeninos, haciéndola corcovear como un caballo de rodeo; hundiéndose en ella con su boca, satisfaciendo su sed, fue recibido por unos labios rosados, carnosos e inflamados que estaban a gusto con cada intromisión.
Aldana deslizaba sus manos entre los dos, exigiendo que sea cumplida su demanda, lo necesitaba dentro de ella, llenando hasta el último de sus poros, jadeantes, abiertos por su tacto.
―No me tortures más...dale...
―Pedímelo, exigímelo.
―Tobías, hacéme tuya. Hacéme el amor.
―Tus pedidos son órdenes...―Tobías reptó sobre ella serpenteándole el cuerpo; acomodó su dureza entre las piernas largas de su amada y se adentró en ese conocido pero fascinante mundo de sensaciones que solo Aldana era capaz de generarle.
Mordisqueándole el mentón, revoloteándole el cabello con sus dedos, escurridizos cabellos negros como la noche, Aldana se dejaba remontar como un barrilete.
Tobías la giró, dejándola de espaldas a él, con las piernas flexionadas hacia atrás y plegadas sobre sus muslos, la penetraba con más y más fuerza, con el dulce tornasol de la luz de la luna recorriéndoles el cuerpo. Con los jadeos como el lenguaje universal de los amantes que se entregan por completo, inundaron la habitación; el choque de sus salivas, sus besos descarados y sin dirección, se cursaron participación en esa cita de gala.
Embebidos en sudor, agitados por demás, llegaron al punto cúlmine, a la cima donde sus cuerpos dolían de tanto placer dado y recibido. Sus mieles saladas se fundieron formando una deliciosa preparación, como una exquisita receta culinaria.
***
A las 9 de la mañana, Tobías se levantó con sigilo, admirando la belleza de Aldana, la serenidad de ésta al dormir. De espaldas, con los brazos plegados como las alas de una mariposa bajo su mejilla, respiraba serena.
Le miró la espalda y aberró al hijo de puta que le causó semejante desastre. No sabía por qué aun no le había dicho a qué se debían, pero intuía que pronto abrirían sus corazones mutuamente, exponiendo sus miedos por completo.
Él no se sentía preparado para hablar de su tumultuosa relación con Mercedes y sabiéndose en desventaja, no podía reprocharle nada.
Llamó a Adolfo para que lo recogiera apenas pudiera, mientras dejaba a Aldana una nota bajo el enorme florero con orquídeas que el día anterior le había comprado. A la hora pactada, el chofer estuvo en la puerta y fueron hacia la casa familiar de Belgrano.
―¿Cómo están los humores por allá? ―Como siempre, lo tanteaba.
―Mirá Tobías, yo no debería estar adelantándote nada, pero quizás llegues y no te agrade lo que vas a ver.
―¿A qué te referís? ―Tensó su espalda.
―Prefiero que lo descubras con tus propios ojos.
A los diez minutos de haber dicho eso, estuvieron en la mansión Fernández. Tobías tenía el propósito de recoger su ropa para instalarse definitivamente con Aldana en el departamento-dúplex de Palermo.
Entró por la puerta principal, la de la sala, algo poco frecuente ya que solía hacerlo por la cocina, donde aprovechaba a saludar a Fátima la empleada a la que tanto estimaba.
Adolfo había estado correcto y sutil en su comentario.
―¿Qué hace este hombre acá, en mi casa? ―Vociferó Tobías, arrojando el juego de llaves sobre el estrecho recibidor. Lo primero que vio fue a la segunda mujer de su padre desayunando de lo más oronda junto a Osvaldo Solé, su amante.
―Buenos días Tobías, me alegra verte bien después de tanto tiempo.
―Dejemos el protocolo y la hipocresía de lado por favor, Teresa. ―Se colocó en el extremo de la mesa, con mirada inquisidora.
―Hola Tobías, deberías respetar a Teresa, es tu madrastra.
―¿Respeto? ¿Usted me habla de respeto que esta acá pavoneándose como si nada a solo dos meses de la muerte de mi padre? Dudo que esto no haya empeorado su salud porque los encontró engañándolo como hace años vienen haciéndolo.
―No voy a permitir que increpes a Osvaldo, es injusto lo que decís.
Tobías supo que era un caso perdido discutir con Teresa; era obvio que, a partir de entonces, iban a vivir ese romance a viva voz, ya lejos de la clandestinidad. La esposa de Solé había fallecido diez años atrás y desde entonces, gracias a los comentarios de la propia Mercedes a través de algunos mails, estaba al tanto que se frecuentaban a espaldas de su padre Jorge.
Subió los escalones que lo separaban de la planta alta y fue rumbo a su cuarto dispuesto a poner el cartel de venta a esa propiedad que tantos dolores de cabeza le ocasionaban; hablaría con Martha Yañez, la experta que le había ayudado a conseguir el departamento en Palermo y quien estaba por concretar la transacción del de Núñez.
Tomó todas las valijas y bolsos que tuvo a mano y los llenó rápidamente, con la experiencia de los kilómetros viajados hasta entonces.
―¿Te vas a Francia definitivamente? ―Mercedes apareció con su tono desafiante, con su bata de seda y pantuflas.
―No, me mudo.
Ella parpadeó, descolocada.
―¿Mudarte?
―Si.
―¿Con ella? ―Él no detuvo la carga de su ropa, por el contrario, trazaba un surco sobre el piso de camino al armario, mientras que Mercedes esperaba respuesta...―. Respondéme ¿te mudás con ella?
―No tengo por qué darte explicaciones de mi vida, pero como no hay nada que esconder, sí, me voy a vivir con Aldana.
Como si fuera un golpe a la boca de su estómago, esa verdad la hizo retroceder unos pasos, grogui. No estaba esperando algo semejante, no cabían dudas que andaban juntos; todas hablaban de eso en la oficina como así también de las cuantiosas demostraciones de afecto, los ramos de flores y la cara de bobo de Tobías cuando la miraba, pero ¿mudarse con ella? Eso sí que lo volaba los papeles.
Pasó saliva por su garganta, procesando el drama que significaba para su corazón, convenciéndose de que su venganza debía ser pronta.
―Ok...sí...con Aldana ―enfundó sus dientes, calmándose ―. ¿A ella también le prometiste cuidarla y esas cositas? ―Fue cínica, buscando desbordarlo. Tobías, consciente de ese juguito histérico al que acudía su media hermana para sulfurarlo, sonrió de lado.
―A ella le prometí más y lo hice desde el corazón. A ella le voy a cumplir, realmente se lo merece y me interesa hacerlo. ―Dirigió sus ojos oscuros, belicosos, hacia los de Mercedes, acuosos, vencidos por el resentimiento.
―La chica esa te va a decepcionar.
―Nunca lo hará. Lo sé.
―¿Por dónde te mudás? ¿Por la zona? ―Le costaba respirar, él no detenía su frenética marcha por la habitación ni por un segundo, era como si quisiera escapar cuanto antes.
―No te incumbe. ―Continuó con sus labores, ignorándola, dándole donde más le dolía.
―¿Qué va a ser de esta casa?
―Mañana mismo la pongo en venta.
―No podés... ―Se cerró la bata, consciente de que todo tomaba un color distinto en su vida.
―Te equivocás: puedo, quiero y debo. Les di la oportunidad de que se queden con esto, siguen poniendo palos en la rueda y encima tengo que soportar que tu vieja ande de noviecita con el tipo ese como si nada. Se me ríe en la cara y no tengo por qué soportarlo. Lo siento mucho. Es mi casa. Solo mía.
Mercedes aún estaba perdida con la noticia de la mudanza, no había creído que todo se diera tan rápido, mucho menos que él estuviera verdaderamente enamorado de esa tilinga, insípida y desabrida.
―¿Y qué va a pasar con tus negocios en París?¿Vas a sentar bases aquí definitivamente? ―Deseaba por todos los medios sonsacarle información, saber de su futuro, estar cerca suyo.
―Viajaré cada quince o treinta días hasta que designe a alguien que pueda suplantarme cuando no esté allá. ―Respondió, dado que era un tema de poca relevancia para ella.
―No te podés ir...no...―La joven finalmente se quebró...―no me podés dejar otra vez sola.
―Mercedes, ¡basta por favor! ¿No te das cuenta que tenés que ver a un psicólogo? ¿Dejaste la medicación?
―¡Basta vos! Dejá de tratarme como una loca que se hizo ilusiones en base a nada. ¡Vos contribuiste y mucho para creer que me amabas!
―Solo voy a hacerme responsable de la parte que me toca: te dije que protegería a nuestro bebé y a vos, económicamente, que nunca les iba a faltar afecto. Eso incluía darles un techo, estabilidad. Jamás te dije que te amaba; te respetaría como a la madre de mi hijo, pero no íbamos a ser pareja.
―¿Pretendías que durmiéramos separados?¿Qué clase de pareja hubiéramos sido?
―Una artificial y esnobista como tantas, como la que pretendían nuestros padres que fuéramos. Pero nunca más me iba a acostar con vos, me lo prometí, así hubiera muerto célibe. ―Las palabras le salieron de la boca como catarata, ya no le importaba si la lastimaba. Él también había sufrido mucho.
―¿Con ella también compraste muebles?
―Basta, Mercedes, no te rebajes más. ―Ni siquiera elevaba el tono de voz, estaba cansado, apremiado por las recriminaciones.
―¡Te va a traicionar!¡Lo sé!¡Conozco a las de su clase!
―Y yo conozco a las de la tuya: manipuladoras, egoístas y siniestras. ―Adivinando lo que haría con sus manos le esquivó el contacto, acrecentando el malestar de Mercedes ―. Si seguís empeñada en reflotar esta historia y continuar haciéndote la víctima, te voy a despedir de la empresa. ―Fue un golpe aun más bajo: la empresa era todo para ella, claro, después de la obsesión para con él.
―¡No podés hacerme eso!
―¿Por qué no?
―Porque...porque sería infundado. ―Mercedes se mostró alterada, sabiendo que correría con la misma suerte de Felicitas Rojas.
―Te juro que voy a encontrar un buen motivo. No me pongas a prueba.
Tobías cerró las dos valijas repletas de ropa y deslizó la cremallera del bolso donde colocó sus zapatos. Ya regresaría por más en algún momento en que su media hermana no estuviera merodeándole, exigiendo respuestas y molestándolo con su simple presencia.
***
Aldana se desperezó encontrando frío el otro lado de la cama. Se sentó de golpe, alarmada. Se vistió con lo primero que encontró, un vestido liviano de bambula turquesa que dejaba sus hombros al descubierto y de mangas largas, sin preocuparse por ponerse bombacha y corpiño. Buscó a Tobías en la planta alta y al no hallarlo, bajó de inmediato.
―Tobías... ¡Amor!
Uno a uno devoró los escalones, sin encontrarlo. Una nota le dio calma.
"Mon amour, voy a buscar algo de ropa a la casa de Belgrano, enseguida vuelvo. Extrañáme que yo ya lo estoy haciendo. Te amo."
Llevó el papelito a su pecho, absolutamente enamorada.
Dispuesta a aprovechar el tiempo, quitó el nylon que envolvía la heladera y la enchufó así podrían hacer compras y llenarla de víveres cuanto antes. Como en una gran fantasía, un hermoso cuento de hadas, hizo partícipe a la soledad de su buen estado de ánimo, puso música en su teléfono y regresó al primer nivel para desarmar su bolso donde sus ropas se amontonaban desde hacía varias horas.
De pie frente al vestidor no supo por dónde empezar a llenar su mitad; se trataba de dos extensas líneas paralelas de un lado y del otro del pasillo que conducía al baño. Estaba repleto de estantes, contaba con varios cajones y tres barrales de aluminio, cubierto por tres puertas, una de las cuales tenía un enorme espejo de piso a techo.
Vio su reflejo y se ruborizó, pensando toda clase de indecencias frente él.
Por muchos años había renegado de la sexualidad; dudando si se había convertido en una muchacha frígida, los desgarros en su vagina cuando fue sometida por los amigos de Juan José le habían instalado el sufrimiento como parte del proceso de introducción al placer.
Juan José se había portado muy tiernamente con ella después de ese atraco; la mimaba, consentía, despertando el malestar de Catalina, su expareja, quien desataba sus malos tratos contra ella en la pensión de San Telmo. Tras una escandalosa pelea en la calle, los novios se separaron definitivamente y él no dudó en proponerle irse a vivir con él, un par de días, para cuidarla en persona.
Ella no estaba del todo segura; sus encuentros eran ocasionales, casi siempre ligados al trabajo. Con cuidado, organizando una noche romántica, él la sedujo, convenciéndola que el sexo era bueno y encantador, que lejos estaba de lo ocurrido con sus amigos.
Fue entonces que cayó en sus garras, él le enseñó, no de buenos modos, cómo complacerlo y Aldana conoció sitios de placer propios y ajenos. Quiso moldearla a fuerza de palabras sucias, de encuentros salvajes que a veces, la incomodaban.
No obstante, en la cabeza de la chica sobrevolaba la idea de que él no le era fiel: su celular nunca dejaba de sonar. Juan José era demasiado amable con las modelos que representaba y a veces salía corriendo ante algún llamado como si fuera médico y no representante.
En los correos que le enviaba a Analía solía relatarle esa extraña sensación que la embargaba y su amiga, como siempre, no se quedaba callada: le recomendaba huir de allí, regresar a la pensión o alquilar una habitación en otro sitio. No le agradaba Juan José y no tenía reparos en hacérselo saber.
Ella atendió sus consejos y comenzó a hacer cuentas; nuevamente se veía sumida en la dependencia económica, en la imposibilidad de poder enviarle dinero a su abuela y subsistir.
La noche previa al desastre, Juan José se mostraba más irritado que de costumbre. Ya no mostraba compostura ni pudor con sus consumos de cocaína y pastillas. Lo que antes era una ingesta ocasional, un pasaje a la diversión, terminó siendo una adicción cruel que lo tenía en un puño.
Aldana no quería caer en ese juego perverso; rechazando cada una de las proposiciones de su novio se llevaría consigo una que otra tunda que sería enmascarada en un arrepentimiento, en el que la consolaba con flores y bombones.
Zamarreando la cabeza para superar aquellos tristes momentos, subió el volumen de su teléfono cuando Alicia Keys arrancó son su solo en "Falling". Con la música a tope desarmó los dos bolsos que el día anterior había cargado rápidamente en otro viaje a su casa y comenzó a colgar sus camisas. Estaban arrugadísimas, por lo que pensó en agregar una plancha a los electrodomésticos a adquirir en breve.
I keep on fallin'
In and out of love with you
I never loved someone
The way that I love you
Oh, oh, I never felt this way
How do you give me so much pleasure
And cause me so much pain?
Just when I think
I've taken more than would a fool
I start fallin' back in love with you
Canturreó con energía, con ímpetu, tiñendo de sentimiento aquellas palabras que por momentos la representaban. Con los ojos cerrados y perdida en esa voz afinada que nada se parecía a la suya, notó que dos grandes palmas la tomaron de la cintura y se desplazaron lentamente hacia sus pechos.
Dejó escapar un ronroneo sensual ante el contacto; sus pezones, libres de ataduras, se marcaron bajo la ligera tela del vestido.
―Mmm...hola...―La voz gruesa y sexy de Tobías la hizo humedecer más de la cuenta. Tenía ese gran poder: con hablarle, ya la mojaba.
―Hola...
―Qué linda sorpresa encontrarte así...―Le bajó la pechera el vestido abandonando la tela elastizada bajo sus pechos generosos, y apoyó su mentón sobre el hombro libre. Aprovechó que ese manto oscuro de cabello estaba sujeto en un rodete alto y sostenido.
―...y no sabés la sorpresa que te espera si bajás las manos un poco más...―Jadeó, con una puntada quemándole el vientre.
Le pellizcó sus pezones, esos botones de placer que siempre se demostraban receptivos a su tacto lo hiciera con la parte del cuerpo que fuera. Su dureza exigente pedía salir de esa cárcel de algodón y jean para estrellarse en el cuerpo de su mujer.
Curioso y animado, bajó sus palmas por delante del cuerpo femenino y le levantó la falda, encontrándose con el paraíso inmediatamente, ese pubis apenas cubierto con vello.
―¿Vos querés matarme?
―¿Podría?
―Sabés que tenés el poder de hacerlo. ―Él mordisqueó su hombro derecho, con una pequeña cicatriz.
Con destreza, tocó esa V sensual y rehundida en el cuerpo de su amante notando cuán lista estaba. Era adictiva y letalmente atractiva.
Deslizó una de sus manos hacia la cadera y le inclinó el torso hacia adelante con intencionalidad; las palmas de Aldana se estacionaron en uno de los estantes encontrando su soporte, reconociendo de antemano la condena a la que deseaba exponerla. Con el trasero hacia fuera, abrió las piernas, viéndose reflejada en los espejos de la puerta opuestas.
La excitación era enorme, criminal. Tobías hubiera deseado un rato más de preludios, palabras bonitas y caricias tiernas, pero la urgencia le aturdía la capacidad de razonar y actuar como un caballero. Arremolinó sus pantalones y su bóxer en el piso y condujo hacia el abismo, en dirección a ese precipicio emocional del que no temía caer.
Apoyando su pecho sobre la espalda de Aldana, con la oreja sobre el omóplato derecho, le escuchaba las respiraciones entrecortadas y se movía al compás del despliegue de esas alas de ángel que ella guardaba.
El roce de sus pechos contra el filo de la madera de los estantes la molestaba, pero el placer era tal que no le importaba la marca que podría quedarle. Las embestidas, frenéticas, sostenidas y ardientes, la transportaban a una realidad paralela, a una espiral de dependencia peligrosa.
La oscuridad en la letra y la interpretación de "Paint in Black" hecha por Valerie Broussand alimentaba el fuego entre los dos; las vibraciones de las notas, la percusión que sofocaba los oídos, la presión sanguínea corriendo por sus cuerpos como en una autopista sin tráfico, era demoledoramente sensual.
Tobías irguió su espalda y sin cortar el contacto, inclinó el cuerpo dejando a Aldana suspendida en el aire por un instante, para posarla sobre el piso, voltearla, y penetrarla nuevamente, de frente a él, recorriéndole los rasgos desbordados, esos labios rojos deseosos de más y esos pechos cremosos que se bamboleaban de arriba hacia abajo.
Aldana caminaba por límite de la cordura, el mismo límite de la sinrazón; sentía marearse, como en una calesita giraba en trompos, perdiendo la noción del espacio, esa nube de delirio y éxtasis a la que la sometía su amante, su pura sangre.
Dos estocadas más bastaron para sellar la contienda, para sellar la paz momentánea entre esos cuerpos que jamás se daban tregua y adoraban declararse la guerra.
Tobías cayó desplomado sobre Aldana, con la remera negra empapada de transpiración y las venas de sus sienes conmocionadas, hinchadas de tanto placer. Buscó aire dando grandes bocanadas, encontrando a mitad de camino el perfume de la piel del cuello de su mujer, con notas de sudor y aroma a sexo.
No existiría ningún perfume del mundo que pudiera equipararlo.
―¿Estás bien? ―preguntó él con ronquera. Ella aclaró su garganta, seca.
―Sí...―La presión del enorme cuerpo de Tobías la sofocaba, pero era una de las consecuencias más hermosas de la explosión de esa bomba sexual.
Él se puso de rodillas, recogió sus pantalones y se los calzón sin el bóxer. Extendió sus manos ante la preciosura que tenía delante de sus ojos: una maraña de cabellos desordenados saliendo de su rodete por los lados, un festín de piel sonrojada y un sabroso pubis en primer plano, enmarcado por un descarriado vestido del mismo color de sus iris.
De no ser porque físicamente estaba agotado, no dudaría en entrar de nuevo en ese cuerpo perfecto que lo animaba como el paño rojo a un toro.
Ella recibió ambas manos y de un tirón estuvo de pie, tambaleando.
―Creo que necesito una ducha ―Enderezó el paso, dejándolo con el beso en el aire. Entró al baño contorneando las caderas provocativamente y mirándolo por sobre su hombro, le guiñó el ojo. Se desvistió brindándole a su amante la mejor vista de su espalda y de su culo pomposo, disfrutando de su desnudez plena como nunca y todo gracias a Tobías ―. Quizás necesite a alguien que me enjabone la espalda... ¿te ofrecés? ―Ese tono suave, seductor, le tensó nuevamente la bragueta.
Definitivamente, ella quería matarlo y él no se ofendería por ser la víctima del asesinato.
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Buchón: soplón.
*Tu me rends fou, ¡fou, fou !: Me vuelves loco, loco.
Tilinga: ridícula, poco inteligente.
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