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Analía avisó que pasaría a las 8 de la noche por su casa. Para entonces, Aldana ya había desfilado frente al espejo unas doscientas veces. Le gustaba lo que veía, aunque no sabía si era demasiado atrevido o muy conservador lo que se había puesto. Era un vestido corto color negro, de mangas tres cuartos y escote en V, con un sutil bordado rodeando la cintura. Lo acompañó con un collar largo de perlas.
No buscaba destacarse ni ser una de las mejores vestidas, lejos estaba de sostener un alto perfil a pesar de ser consciente que era la secretaria del jefe y debía lucir con sobria elegancia.
Se alisó un poco el cabello, lo usaría solo con una hebilla recogiendo un mechón, sobre el lateral. No tenía tiempo de armarse un recogido complicado siendo que su melena era una de las cosas más atractivas de la que podía presumir; era un bello y pesado manto de una tonalidad castaña cobriza, la cual brillaba naturalmente a pesar de no usar productos especiales para causar ese efecto.
Sonrió de lado, pensando en su madre, en cuanto le agradaría estar viéndola así vestida, con un buen trabajo y de camino a un evento de gala. Traspiés mediante, había llegado a esa empresa y a pesar de no contar con una carrera y tener un título profesional, se sentía orgullosa de las palabras que gentilmente Jorge le había dedicado en la oficina.
Giró por última vez y se miró el brazo izquierdo; el maquillaje había tapado esa horrible cicatriz que no se iba ni siquiera en sus sueños.
Cuando el timbre sonó, abotonó su abrigo, cerró la puerta de sus dos ambientes en Parque Chas, y bajó por la escalera. Al ser un viejo edificio de tres pisos, el código de edificación permitía que no hubieran instalado ascensores.
Casi sin expensas, el costo era accesible y se permitía pagarlo a pesar de que siempre estuviera atrás de algún arreglito.
― ¡Waw! Solo a vos te puede quedar tan regio ese vestido. Yo parecería que voy a un velorio. ― Dana se echó a reír en el automóvil. Divertida, su amiga le daba una inyección de vida a la suya.
―Nunca me agradaron estos eventos, por eso siempre me negué a ir.
―Nena, aprovechemos que va a haber barra libre y un montón de gente de esta empresa y de otras. Capaz que ligamos algún chongo.
―Shhh ― Aldana le señaló al taxista con disimulo. El chofer no parecía atento a su conversación, pero no quería que la escucharan tener esa clase de comentarios ―, yo no estoy para chongo ni nada por el estilo.
―Dana, no podés quedarte con eso de que todos los hombres son una mierda. El tipo con el que estabas vos, ese sí que era un hijo de su madre.
Aldana deseaba olvidar a Juan José con toda su alma, aunque para eso debieran hacerle una lobotomía y borrar las cicatrices de su cuerpo.
―Disculpáme, fui un poco bruta. Hoy la tenemos que pasar bien.
―Sí, tenés razón ―se dio unos golpecitos con las yemas de los dedos bajo sus ojos, eliminando un incipiente llanto ― , hoy hay que disfrutar.
Sitio glamoroso por antonomasia, el Hipódromo de Palermo no era una simple pista hípica, ni un bingo clase B, sino que poseía salones de gastronomía y áreas acondicionadas para los eventos corporativos y privados más imponentes de la ciudad.
―La verdad es que las chicas que se encargaron de decorar todo esto se pasaron. ―Apuntó Analía con la boca abierta; se les había pagado una pequeña fortuna para que en tres días vistieran ese salón con todo lo que Jorge Fernández Salalles había querido. Las luces eran perfectas, el DJ ya estaba en su sitio girando las primeras pistas de música y la barra de tragos era extensa y repleta de botellas.
En mitad de salón, en el cual ya había grupitos formados bebiendo y compartiendo unos bocaditos calientes, se podían divisar a los muchachos de laboratorio, otros de administración y los de técnica; en este último estaba Gonzalo, uno de los chicos que a Aldana le parecía bonito, pero que, según aseguraba Karina, estaba comprometido con su novia de toda la vida.
Los hombres lucían distendidos, de pantalón de vestir y camisa, por lo general, arremangadas a la altura de los codos. Algunos más formales, sobre todo los de mayor edad y rango dentro de la empresa, acompañaban la camisa con una corbata y otros, los más friolentos, también iban con saco.
Las mujeres representaban un capítulo aparte: algunas iban con vestidos muy cortos o con escotes provocativos, sino ambos; otras con pantalones que se afinaban en los tobillos o por el contrario, anchos tipo palazzo, y blusa.
Dana se contentó con responder exitosamente a la consigna.
Perdida en sus observaciones, haciendo un paneo de los presentes, no se percató que de un momento al otro no tenía a su amiga de lado ya que ésta estaba amistosamente hablando con el camarero, de seguro, investigando el catering.
―Hola...―Una voz gruesa, a la que no se había habituado todavía, la sobresaltó por detrás. Era Tobías.
―Hola...¿Cómo está? Perdón, ¡cómo estás! ―Repuso al instante, dándose un golpecito en la frente con el canto de la mano.
―Bien, bien ―le respondió con un vaso en la mano ―. ¿Recién llegaste?
―Sí, vine con Analía.
―Son muy amigas ¿no? Digo, las veo hablando siempre en la oficina, comen juntas...―¿Preguntaba por simple curiosidad, aburrimiento o porque quería separarlas por parlanchinas como si estuvieran copiándose en un examen?
―Sí, muy amigas.
Por un momento el silencio primó entre ambos; ella miraba su pequeña cartera de charol negra en la cual solo cabían su teléfono y un paquete de carilinas en tanto que él bebía algún que otro sorbo de cerveza tirada. Era riquísima, con unas notas dulces y espumosa.
―¿Querés cerveza? Te traigo un vaso de la barra.
―No, no. Todavía no, recién llego.
―Ok, yo estoy acostumbrado a cenar a estar hora. ―Se rio afirmando que en Europa los horarios eran distintos.
―Debe ser difícil adaptarse, acá todavía es de día. ―Señaló uno de los ventanales que daba a un patio interno, en el cual algunos rayos de luz se filtraban.
―Exacto. ―Sus miradas se encontraron por un momento: la de Aldana sumamente azul, brillante, enmarcada por unas pestañas oscuras y una línea negra en el párpado fijo y otra, en el móvil; la de Tobías, casi negra, era enigmática y amedrentaba a cualquiera ―. Bueno... ¡que disfrutes la fiesta! Han hecho un excelente trabajo. ―Él levantó su vaso y se apartó en dirección a otro grupo de gente, entre los cuales ella reconoció a algunos empresarios de "Laboratorio Vortix".
―Decime qué hacia el potrazo del hijo del jefe hablando con vos.
―Me saludó y me ofreció cerveza.
―Está muuuuuuy bueno. ―Opinó Analía, mordiéndose el labio.
―No es mi tipo. Y ahora vamos para la mesa que me muero de hambre. ―Dando por zanjeado el tema, hizo caso omiso a los babeos de su amiga.
Riendo con las chicas de otros sectores, mezclándose entre los invitados y tomando asiento de a ratos, Aldana la pasaba muy bien. Reía mucho, bebía poco y degustaba los saladitos, los sándwiches de miga y otras extravagancias que Jorge había pedido exclusivamente, cosas con caviar que a ella le daban impresión. Ya había saludado a Jorge, quien se disculpó porque estaría muy poco tiempo en el evento.
En la barra de tragos pidió al chico un vaso de cerveza, para cuando a su lado se apostó Giovanni Carbone, el amigo y asesor financiero de Tobías Fernández Heink.
― Aldana, ¿cierto? ―preguntó animadamente. Solo se habían visto el día de la presentación formal.
―Si, pero podés llamarme Dana. Es más corto. ―Sin saber por qué, dio las explicaciones del caso.
―Muy lindo apodo.
―Gracias. Vos tenés un nombre con mucha personalidad.
―Es que en mi familia son todos italianos o descendientes, como es mi caso. Primera generación en este suelo. ―El muchacho era agradable y a diferencia del atuendo que utilizaba en la oficina, llevaba una camisa azul y un pantalón blanco que le quedaban para el infarto ―. Parece que conforman un lindo grupo. ―Hizo mención a los empleados de la empresa.
―Yo tengo trato con muchos porque soy la secretaria y cualquier cosa que hay que solucionar enseguida me llaman a mí.
―La señorita eficiencia.
―Tampoco tanto, Jorge exageró.
―Supongo que solo con el transcurso del tiempo podré emitir juicio por mí mismo.
Ambos sonrieron al mismo tiempo. A Giovanni le agradó hablar con ella, preguntarle más sobre los empleados, sobre el funcionamiento de la empresa, mencionar alguna que otra anécdota al pasar sobre su trabajo en el ámbito privado y gracias a eso, los minutos trascurrieron animadamente. La música de Coldplay, "Viva la vida" animaba a los más osados, que dominaban la pista sin temor al ridículo.
―¿Vamos? ―Invitó el "Tano" a la chica tímida frente a él.
―¿Adónde?
―A mover un poco los pies. ―Propuso el rubio y para cuando intentó tomarla de la mano, ella encogió los dedos de inmediato. ―Perdón...―dijo, descolocado.
―No, no, está bien. Es que...nada...la costumbre de ir a los boliches y que te saquen a bailar de prepo, solo eso. ―Se excusó y él le dio la razón de inmediato.
Dejando de lado ese pequeño desconcierto, se pusieron a la par de algunas parejas y al compás de la música ladearon sus caderas y se dedicaron muecas tontas.
―Soy de madera bailando. ―Admitió él, con una sonrisa de anuncio publicitario. Su actitud lo era todo y Dana lo festejó.
―No peor que yo, te lo aseguro. ―Sintiéndolo más terrenal o causándole quizás menos aprehensión que su nuevo jefe, se permitió bromear con el rubio de dos metros.
Tobías también estaba pasándola bien; cauto con las empleadas, averiguando sus nombres y puestos de trabajo, se mantuvo al margen de ese espíritu conquistador que llevaba a todos lados consigo. Mercedes se lo había hecho saber por la tarde.
―¡Vas a estar en su salsa! ―De brazos cruzados, con la cadera recostada en el umbral de la puerta de su habitación, ella le soltaría con ponzoña mientras que él buscaba una camisa con la que vestirse.
―Voy porque papá armó este circo de bienvenida y no quiero dejarlo de clavo, solo por eso. Además, no me gusta meterme con gente de la oficina. Siempre es para lío. ―Aclaró, sin necesidad de hacerlo. Sin embargo, allí estaba Mercedes, con ese gesto de víctima constante que tanta culpa le generaba ―. ¿Vos no vas? Va Giovanni. ―Su amigo y el eterno enamorado de Mercedes, nunca perdía la esperanza de que Mecha, como la llamaban todos, le diera bolilla.
―No, no voy. Sabés que las fiestas, a diferencia tuya, no son lo mío. Aparte es con gente que veo todos los días, no me agrada rozarme con los empleados.
―Empleados y algunos directivos de "Laboratorios Indarte", "Suisse Klinik", "Lucerix" ... ―Enumeró.
―Blablablá. Un circo de obsecuentes y chupamedias del que me niego ser partícipe.
Sus miradas se encontraron frente al espejo; él bajó la suya, y se puso la campera de cuero negra sobre la camisa blanca y la fina corbata negra. Mercedes entró y se acercó, tensándolo más de la cuenta.
―Mercedes...dale...
―¿Dale qué? Odio que me esquives.
―Creo que ya aclaramos las cosas hace tiempo. Accedí a que continuaras mandándome mails y poniéndome al corriente de los asuntos de la casa, porque como bien sabés, somos familia.
―No pareció importante eso hace un puñado de años atrás.
―Basta, ya fue.
―Para mí, no.
―Debería.
Alejó ese recuerdo de la cabeza con un dejo de melancolía irresoluta y se dispuso a mirar hacia la pista para cuando encontró a Giovanni, su amigo, muy dispuesto ante la secretaría. Se cuchicheaban cerca del oído, presumiblemente por el alto volumen de la música y aunque lo negara, a Tobías ese gesto casual, le molestó más de la cuenta.
¿Por qué quería impedir que tuvieran un contacto cercano? ¿Acaso quería que todas las mujeres de la fiesta se le arrojaran sus pies, desesperadas? Su amigo era guapo, inteligente y simpático, un candidato perfecto.
―Si me disculpan, sigo por allá. ―Tobías se alejó para caminar por entre la muchedumbre y como si fuera por pura casualidad, se topó con su amigo ―. ¡Hey! ¡Estabas acá!
―Sí, con Dana. ― «¿Dana? ¿Tres días y ya le dice Dana?».
―Todos me llaman así, es más corto. ―Precisó la aludida.
―Si, es más corto, es cierto. ―«¿Esa genialidad vas a decir, boludo?», se reprochó en silencio.
Extrañamente, los tres dejaron de moverse a pesar de que "Shape of you" de Ed Sheeran movía hasta las baldosas. Giovanni se apartó de su amigo y de la secretaria de la firma para saludar a un empleado de una de las empresas de la competencia que también conocía a Tobías, de sus tiempos en el Club de Yatch de San Fernando.
Dana se sintió un poco ajena y retrocedió para cuando Tobías extendió su mano y le tocó los dedos, pretendiendo detenerla. Ella giró y retrajo la mano, alerta.
―¿Todo bien? ―preguntó el jefe, notando su hostilidad.
―Si, sí. Todo bien.
Para entonces, las estrofas de "Kiss", también del cantante británico, sonaron a lo alto. A Dana se le erizó la piel con la canción. Hacía no mucho que había aprendido inglés, por sugerencia de su jefe y su increíble promedio, le valió una hermosa felicitación de parte de Jorge.
Era una canción hermosa que le atravesaba los poros; ella, que poco sabía del amor, tanto del dar como del recibir, miró hacia abajo. Tobías notó ese cambio de actitud. Retraída, demasiado, Aldana se encerraba en un caparazón para no ser vista ni tocada.
―Es una linda canción. ―Él rompió el hielo, quedando a un paso de ella, a menos de un metro y asegurándose que pudiera oírlo. Su piel olía a flores, un dejo de vainilla y rosas que se coló entre sus fosas nasales. Acostumbrado a saber lo último en materia de perfumes cada vez que concurría a las galerías Lafayette de París, donde iba a comprarse los últimos lanzamientos de las marcas más importantes, jamás encontraría una fragancia tan cautivante.
―Si, muy linda letra. El tono íntimo, la suavidad de la melodía, el rasguño en las cuerdas de la guitarra, el golpe de efecto en la madera... ―Ella cerró los ojos por instinto, acariciándose con la música.
Tobías no pudo dejar de admirarla como se hace con una pintura: de lejos, sin rozarla, captando los matices y colores que su figura tomaba con cada repiqueteo de la luz que dirigía el DJ a la pista; ella ladeaba el cuerpo lentamente de un lado al otro, se bamboleaba como una ola calma y sonreía a la nada. Él formó un puño con sus manos, evitando tomarle de las manos y ser rechazado nuevamente.
Por un momento se creyó loco, que solo ella y la música eran parte de esa pantomima que su padre había armado en su nombre y que no había nadie más.
Notó que Aldana pronunciaba con muy buena dicción las estrofas de la canción, ensimismada, con sentimiento, y fue seducido involuntariamente por el sutil movimiento de la punta de su lengua mientras chocaba con la parte inferior de sus dientes superiores.
Cautivado, incapaz de reaccionar, se apartaba del papel de depredador parisino, como lo apodaban algunos amigos franceses. Él era adepto a las fiestas privadas, a rodearse de buena compañía femenina e irse con una, dos – o más – hacia el mismo destino.
Su viaje a Paris había cambiado mucho su concepto de las relaciones interpersonales, del goce y del deleite sexual. Si bien no era un adicto, le agradaba ir a clubes a disfrutar de los cuerpos femeninos que gozaban tanto como él de tener relaciones sin compromiso. Eso era lo que mejor se le daba: no involucrarse ni decepcionar a nadie. Las mujeres eran sentimentales, seres complejos e imposibles de complacer por naturaleza, a excepción de un solo lugar, donde la mayoría lo dejaba ser y hacer a su antojo: la cama, donde nadie le reprochaba su labor.
Para cuando la canción terminó, para desgracia de él, su secretaria regresó del trance y de inmediato, pidió perdón al notar que flameaba la cabeza sin sentido.
―¿Por qué pedís disculpas?
―Por parecer una tonta. ―Se criticó.
―No, por el contrario, se notaba que la canción te gustaba.
―Es mi preferida. ―Confesó, privándolo de esa mirada hipnótica que lo había puesto contra las cuerdas por un segundo.
En el instante en que le iba a hablar de cualquier cosa con tal de retenerla frente a él, apareció nuevamente su amiga, esa ardilla que correteaba de un lado al otro y parloteaba sin parar, para llevarla de la pista hacia la mesa con bocaditos dulces. Como a un barrilete la sujetó de la mano y las miradas de Dana y Tobías volvieron a conectarse, hasta que la gente se interpuso, rompiendo ese hilo visual.
―¿Te rescaté de las manos del jefe? Dejáme decirte que estás loca por pedirme eso.
―No era de él de quien quería que me rescates.
―¿Qué decís?
―El mensaje lo mandé hace diez minutos. Estaba bailando con el amigo, Giovanni.
―¿Con el rubio que raja la tierra? ―Le señaló con la cabeza.
―Sí, pobre, estaba déle que te déle a la charla y yo no sabía que más decirle. Por suerte apareció Tobías y después un amigo en común con el que el rubio se retiró a otro lugar.
―O sea que no te hice ningún favor sacándote de ahí.
―Si, bueno, más o menos. No...no importa. ―Y chocando su daiquiri de frutilla contra el vaso de su amiga, cambiaron de tema.
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Parque Chas: barrio porteño, ubicado al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, conocido por la disposición radial de sus calles.
Expensas: costo que se abona con respecto al uso de espacios y servicios comunes de un edificio.
Chongo: modo vulgar de hablar de un hombre con el que involucrarse sin compromisos.
De prepo: a la fuerza.
Dejarlo de clavo: Clavado. Dejarlo esperando.
Barrilete: cometa.
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