39
Aldana y Tobías bajaron del auto y lo hicieron frente a una construcción de impronta francesa a la que se accedía con clave por medio de un portón de hierro forjado. Caminaron cinco metros sobre un empedrado que remataba en dos puertas de madera barnizada separadas por una distancia de unos cinco metros.
Tobías introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón y abrió. Aldana solo miraba tratando de entender dónde estaba.
Cuando entraron, él prendió la luz y a la secretaria le impactó el lugar; pisos de mármol travertino, una araña con caireles de cristal de roca que colgaba de la sala principal desde el punto más alto del techo, donde convergían las vigas de madera, las molduras refinadas, de un blanco puro, ventanas altas rematadas en arco de medio punto y una escalera moderna que establecía la conexión con la planta superior que balconeaba hacia la sala, la dejaron con la boca abierta.
―¿Te gusta?
―¡Me encanta! ―Repasaba visualmente todo con una sonrisa vasta, cargada de asombro e ilusión ―. Pero no tiene muebles.
―Solo una cama donde me acosté dos veces...
―¿Este es tu bulo? ―Se detuvo frente al desayunador de mármol negro brillante que se derramaba sobre el piso en forma de cascada.
―No, Aldana, podré ser una mierda en muchos aspectos, pero jamás te expondría a algo así. ¿Todavía no entendés cuáles son mis intenciones con vos, que sos distinta a cualquier otra mujer que conocí en mi vida? ―Debía ganarse su confianza centímetro a centímetro, ella no bajaría la guardia tan fácilmente.
Aldana inspiró hondo, orgullosa por las palabras de Tobías, pero sin entregarse por completo.
―Este departamento lo compré un día antes de nuestro...desencuentro...―fue cuidadoso con los términos que utilizaba ―. Por eso estuve ausentándome a la hora del almuerzo y si llegué más tarde de lo previsto aquel viernes, fue porque el escribano quedó atascado en mitad de un embotellamiento y no llegaba más. Lo compré para vos...para mí...para nosotros.
Aldana volteó la cabeza de golpe, como un látigo.
―Sé que no es en tu barrio y quizás te resulte un poco incómodo el entorno. Es más residencial, no hay tantos mercados cerca y los vecinos quizás sean menos chetos que esa vieja que no me quería ni un poco ―explicó con la mayor naturalidad que pudo y ante la atenta y desconcertante mirada de Aldana prosiguió, caminando en su dirección ―. Me encantaría llevarte a Francia, que conozcas mi vida, mis cosas. Complacerte y que cenemos en la torre Eiffel, que paseemos por Versalles y conozcas Normandía, una ciudad hermosa. No puedo obligarte a que me sigas a Francia, como tampoco puedo decirte ahora cómo me las voy a arreglar con el tema del laboratorio, pero de momento se me ocurrió comprar algo que tenga cierta reminiscencia francesa, algo que te de una mínima sensación de estar en Champs Eliseés. ―A ella se le inundaron los ojos de lágrimas, él había pensado cada uno de esos detalles para complacerla, para cumplirle los sueños de a poco. Estaba abrumada, sí, pero contenta a pesar de que su rostro apenas articulara movimiento ―. No es necesario que te mudes ya, podemos comprar muebles nuevos o ver cómo encajarían los tuyos, podemos probar...algún día a la semana...o los fines de semana y...―Tobías movía las manos, sin dejar de hablar, llenando los incómodos silencios que ella le daba. Aldana leyó sus nervios. Avanzó los dos pasos que lo separaban de él y con fuerza, le arrebató un beso, callando sus planes y proyectos que tanto le llegaban al corazón.
Tobías se encontró con un beso fuerte, intenso, que le devoraba no solo la boca sino también el alma. Cerró sus brazos sobre las escápulas de Aldana, aferrándose a ella.
―¿Te gusta? ―volvió a preguntarle, inseguro ante las tibias demostraciones de emoción de su secretaria. Lo cierto es que estaba anonadada por el despliegue.
―Si, claro. No solo me gusta el lugar, me gusta todo lo que tuviste en cuenta.
―Muchos me tildan de impulsivo, pero lo que tengo es determinación. Cuando quiero algo voy tras ello. Y a vos yo te amo, te quiero. En todos los aspectos. No sos un objetivo ni una meta, sos...sos mi todo...―Él se ganó otro beso, furtivo, cautivante.
De a poco las ropas comenzaron a molestar entre ambos; los besos jadeantes se esparcieron por sus pieles, las manos recorrieron viejos caminos que nunca se cansarían de andar. Ella quedó con el torso desnudo mucho antes que él cuando la cremallera lateral se abrió en dos grandes gajos que se volcaron hacia adelante y hacia atrás. Adoraba los besos de Tobías alrededor de sus pezones, que los mordiera con esa pizca de ternura y delicada rudeza.
Él se deshizo de sus prendas quedando solo con el bóxer y tras luchar un poco más con el enterito de Aldana, lo arrojó de lado. Miró con gula ese trozo de lencería translúcida blanca que le tapaba el pubis. Pensar en que se lo había puesto sin saber que él estaría allí lo llenó de ira, por lo que fue a por la decisión más sana y menos coherente del mundo: arrebatársela y romperla con los dientes, como lo haría un perro rabioso.
Aldana disfrutó del contacto de su nariz sobre su monte de Venus suponiendo que ese gesto brutal se correspondía a que se había puesto esa bombacha y no pensando en él. Gran error. Ella no solo se vestía para agradarse, también lo hacía pensando en Tobías, en que sus ojos la estarían mirando desde alguna parte del mundo.
―Ahora mismo sería muy incómodo ir a la planta alta y no voy a aguantar. ―Se sinceró, tomándola de la cintura y sentándola en la barra donde le abrió las piernas y comenzó a dejar su sello. Como si sus pliegues fueran un lienzo y su lengua un pincel, redibujó ese encuentro. Ella sostenía el peso de su cuerpo sobre los antebrazos y yendo contra la madre naturaleza, probaría que el mármol también podía calentarse.
Él la condujo al delirio, a perder el juicio con cada lamida, con cada beso y succión. Era irreverente y sabía lo que hacía; fue la primera vez que Aldana agradeció inconscientemente por toda esa experiencia adquirida a fuerza de mujeres y de tiempo para que ella lo disfrutara a pleno esa noche.
―Tobías, por favor... ¡ya!¡ya! ―Desencajada pidió en un gemido ronco, sus brazos no resistían, su cuerpo se tensaba con mayor frecuencia. Tobías supo perfectamente por qué lo reclamaba.
Con su fiera despierta, expectante, se entregó al segundo capítulo; se acarició el miembro, lo frotó por esa hendidura tersa, sonrosada y ardiente que lo esperaba con desesperación y con una dura estocada, respondió a esa demanda urgente.
Ella se colgó a la nuca masculina, pegando su busto al torso desnudo de Tobías, ligeramente cubierto por una fina capa de sudor, sus talones se clavaban en el culo redondo y macizo de su pura sangre. Sus labios se trenzaban en una dura batalla por salir vivos de ese reencuentro que ninguno había calculado que existiría ni que se daría de ese modo.
Tobías empujó y empujó, perdido en esa nube delicada y mojada que ella le ofrecía entre sus piernas.
La muchacha le despeinaba el cabello, le presionaba el cuerpo cabelludo, cuando sintió que una estampida de aves revoloteaba en su interior y chocaban entre sí.
―Así, por favor...así...―Jadeaba en torno a su oído masculino.
Tobías fue más fuerte, más alto, más adentro, más profundo.
La sensación era tan desgarradora como dulce; más empujaba más quería de ella. Finalmente, con el olor a sexo en el ambiente y el corazón a punto de salírseles del pecho, explotaron a la par.
Tobías drenó su néctar en el interior de su mujer en tanto que los movimientos convulsos de la vagina, aceptaban esa ofrenda de amor y pasión.
Al borde del infarto y con las pantorrillas acalambradas, recuperó algo de oxígeno.
Aldana, a su vez, largó el aire comprimido en su pecho, y se echó hacia atrás, enfriando la espalda sobre la piedra del desayunador.
Él se apartó un segundo para recobrar fuerzas, limpió su frente transpirada y la ayudó a recomponerse; le cercó las caderas con las manos y la bajó de la barra. La abrazó, fuerte, sin intenciones de dejarla ir. No soportaría su rechazo.
Sin embargo, ella apenas pudo, comenzó a vestirse.
La desesperación de Tobías lo paralizó en la mitad de esa sala vacía donde moría la ropa desperdigada.
―¿Qué hacés?
―Vestirme.
―¿Te vas? ―Aldana notó el pánico en esa mirada oscura que por mucho tiempo la había intimidado y ahora no podía más que adorarla.
―Si, me voy...pero vuelvo. ―Le acarició el mentón con el dorso de la mano ―. No puedo ir mañana la oficina vestida de este modo si quiero pasar la noche con vos, acá.
La sonrisa que se alojó en el rostro de Tobías fue la más hermosa que vio ella en su vida.
―Prometéme que volvés. ―En su pedido hubo emoción, no por nada sentía que todos lo abandonaban.
―Por supuesto. Solo voy a traer algo para ponerme mañana y mi cepillo de dientes. ―Se rio, descomprimiendo la situación. Tobías quiso acompañarla, pero ella se negó aduciendo que tardarían mucho más tiempo.
―Avisáme cuando llegues y cuando estés volviendo. ―Esa sobreprotección la desarmaba.
―Claro que sí.
―Ah...esperá...―le dijo y se mantuvo ansiosa mirando cómo revolvía en el bolsillo de su chaqueta de cuero, colgada en unos ganchos cerca de la entrada. ―Tomá...―le dio un juego con dos llaves y le dijo "0211" al oído ―.Te hice una copia y esa es la clave de acceso.
―...es la...
―Si, la fecha de tu cumpleaños, obvio. ―Se le colorearon las mejillas ante ese detalle, uno más, y se emocionó ver que de las llaves colgaba una pequeña torre Eiffel ―. Ya vamos a tener tiempo de verla en vivo y en directo. Por ahora, hay que esperar un poco más.
Ella se vistió más rápido que él, lo que no impidió que en un santiamén Tobías tuviera la camisa abrochada e hiciera una llamada.
―¿A quién llamaste a esta hora?
―A alguien que te venga a buscar.
―Seguramente pasen taxis por acá.
―No quiero que corras riesgos...dale, hacélo por mí.
―...bueno, pero porque es tu cumpleaños. ―Se abrazaron, sin dejar de mirarse, frente a la puerta de la salida.
Se besaron con ternura.
―Gracias, este fue el cumpleaños soñado. Ya sumo como veinte mil cosas que le debo a Gio.
―No te va a alcanzar la vida para devolverle favores.
―Ni esta vida ni dos más.
A los pocos minutos el BMW negro estacionó frente a la casa, Aldana hizo un mohín reprobatorio, protestando por la hora en que se le había ocurrido llamar a su chofer.
―Quiero que llegues bien y que regreses pronto.
―Está bien, pero eso me mete presión. Pobre Adolfo va a tener que esperar a que me decida qué poner en el bolsito.
―Tranquila, él sabe de esperas, fue el chofer de la familia desde que tiene uso de razón y las mujeres no se caracterizaron por hacérsela fácil.
Galante, él le abrió la puerta de atrás y ella se deslizó fácilmente en el interior del automóvil. Se saludaron con la promesa de verse en unos minutos.
―Disculpe Adolfo, no fue idea mía que viniera. Fue a Tobías a quien se le ocurrió molestarlo a esta hora. Yo iba a pedir un taxi.
―Me alegra que me haya llamado, señorita Aldana.
―No me digas señorita...soy Aldana, o Dana.
―Está bien, Aldana.
―Suena mejor. ―Le agradeció con una sonrisa.
Por un rato se mantuvieron en un cómplice silencio hasta que la muchacha cedió a su curiosidad.
―Sé que no debería preguntar ciertas cosas, pero...
―Entonces, no lo haga.
―Pero quiero hacerlo.
―En ese caso, hágalas, pero no le garantizo que las pueda responder.
―Sos un tramposo como tu jefe. ―Haciendo puchero se echó contra el respaldo del asiento trasero.
―Lo único que puedo decirle, aun sin saber qué quiere averiguar, es que jamás vi a Tobías así de protector, cariñoso y sentimental como ahora. Cuando lo llevé al aeropuerto para que volara a París desde su casa de Belgrano, era un alma en pena. Un despojo. No me atreví a preguntarle el motivo, aunque estaba a la vista: tenía el corazón roto.
Ella asimiló cada palabra del chofer notando la aflicción en la voz del hombre que hablaba fuera de protocolo. Evitó preguntarle algo más. Se podía llamar satisfecha.
Apenas puso un pie en el edificio de Parque Chas, le prometió tardar poco. Avisó rápidamente a Tobías que había llegado bien y que ya estaba buscando ropa.
Cuando quiso darse cuenta había armado equipaje para varios días: remeras, ropa interior, medias...mordió su labio y sonrió. Sí, eso quería, amanecer muchas mañanas junto a él.
Correteó hasta la cocina, sacó una botella de agua de la heladera para paliar la sed producto del atraco en la hermosa casa que Tobías había comprado pensando en su futuro. Recordarlo dentro de ella le hizo derramar parte del agua por la comisura de su boca, torpemente. La arrastró por su labio y fue cuando vio la miel.
Curvó los labios con una gran idea. Tomó una bolsa reciclable que usaba para hacer las compras y consciente de lo poco o nada que tendrían las alacenas de esa casa nueva, cargó el medio paquete de harina de la suya, el tarro de miel, el frasco de azúcar y una botella de leche y manteca. Con cuidado, en una taza llevo dos huevos. Luego, sumó un par de cucharas y la sartén.
Enumeró mentalmente los ingredientes para hacer crempogs, cerró la puerta de su casa, bajó las escaleras y salió con el bolso deportivo colgado del hombro y la bolsa de productos de mercado.
Adolfo apenas la vio bajar de su casa, salió del auto como cohete y la interceptó ofreciéndole ayuda.
―No pesa nada, Adolfo. ―Mintió.
―No sabía que allí arriba tenía un Carrefour. ―El hombre bromeó y a ella se le escapó una carcajada.
Apenas se puso en marcha el BMW avisó a Tobías que estaban en camino. Él se contuvo de preguntarle por qué se había demorado tanto, pero no quiso atosigarla con su ansiedad. Sentado en el escalón del dúplex, emocionado, exhaló la última bocanada de humo de su cigarrillo Parliament y pisó la colilla cuando vio a Adolfo bajar del auto para abrir el baúl. Tobías frunció el ceño cuando vio una bolsa de supermercado en la mano de su chofer.
―¿Pasaste por el súper?
―Shhh no te quejes.
―No, por el contrario, me alegra que hayas pensado en el desayuno...―dijo percatándose del peso del bolso. No había cargado un solamente un pantalón de vestir y una camisa, y eso lo emocionó por completo.
Se despidieron de Adolfo agradeciéndole el gesto y entraron a la casa. Ella vestía unos jeans, un buzo con capucha y las Converse de siempre.
Tobías apoyó la bolsa de mercado en la mesa y al ver que había manteca y leche, recordó un pequeño detalle.
―Creo que no te di tiempo a darte cuenta que no tengo heladera. ―Ella reparó en el hueco que tendría que ocupar el electrodoméstico.
―Ups...bueno, hace mucho frío igual, se va a mantener. Mañana tomaremos toda la leche y untaremos todo con manteca. ―Resolvió. Él se aferró a su cintura y le dio un beso en el lóbulo de la oreja.
―Me cambiaste la vida.
―Son solo un par de cosas para hacerte crempogs. Te dije que para tu cumpleaños te los iba a preparar.
―No es solo por el crempog, Aldana. Cambiaste mi vida, toda mi vida.
―Y vos la mía...―Le respondió, besándole la nariz.
Tobías se apartó dejándola en acción; solo una cosa despertó su curiosidad y una catarata de ideas se le vinieron a la cabeza. Cuando ella giró por un instante buscando la miel, elevó su ceja, advirtiendo los planes de su novio.
―No hay mucha y es solo para los crempogs.
―Ufa...―Protestó, exagerando el enojo.
Tal como le prometió y sin importar la hora, hizo la preparación tradicional galesa con las herramientas que trajo de su casa: se había olvidado una fuente para hacer la mezcla, tampoco tenía platos, pero sí, un par de vasos. ¿Qué hizo? Vacío el frasco de azúcar, el que menos contenido tuvo e hizo la mezcla allí dentro. Tenía las proporciones en la cabeza, por lo que todo salió de maravillas. Tobías, un hombre práctico por naturaleza, se asombró ante la destreza de Aldana para resolver esa situación por el mero hecho de complacerlo. Era una tontera, pero aquella actitud fue lo más grandioso que hubieran hecho por él.
―¿Pasa algo?¿No confías en que va a aquedar rico? ―Lo miró desafiante por sobre su hombro.
―En absoluto. Me intimida lo inteligente que sos.
―¿Por hacer crempogs?
―No, sabes que no es por eso.
―Por qué es...
―Porque sacás de la galera cosas en las que yo me abatataría.
―No digas tonteras...para tu información, ser inteligente es lo que vos hacés para llevar adelante un negocio; viste la oportunidad de criar caballos criollos en una región con poca demanda y ¡zas! Fue un éxito.
―Reconozco que conté con un poco de suerte, dinero y tesón. Quería irme de acá y removí cielo y tierra para buscar una excusa que me dejara instalado allá a largo plazo. ―Ella no perdía atención en la masa como tampoco en el relato de Tobías. Él se había sentado sobre una banqueta de respaldo con curvatura de trama alámbrica, vestido con unos joggings y una chomba.
―¿Por qué te escapabas de acá? Nunca me hablaste de eso...―Lo invitó de un modo muy dulce a hablar. Tobías la miró con ternura, pero no quería que todo terminara de la peor manera. No ese día que las cosas estaban saliendo condenadamente bien.
Aunque la amenaza de Mercedes vomitando algo que los dejaría muy en desventaja era una constante, en el fondo tenía la certeza que ella no se expondría a desparramar la verdad: que no era la hija sanguínea de Jorge Fernández Salalles.
―Me fui porque discutí con mi papá. Él tomó partido por Mercedes y yo no lo soporté.
―¿Por Mercedes?
―Sí, por ella. ― «Y por su estúpida mentira».
―Dicen que los padres suelen tener debilidad por sus hijas mujeres y viceversa. No me pasó, pero muchos lo sostienen.
―No era una cuestión de predilección sentimental, ni complejo de Electra y esas cosas ―Desestimó, viendo de qué modo disfrazar lo que realmente había sucedido. ― Es difícil...pero yo necesitaba que él confiara en mí y no lo hizo.
Ella apagó la llama, sacó los últimos dos crempogs listos y le tomó de las manos. Las besó y se las llevó a su mejilla, acariciándose con ellas.
―Vos sos la única persona que realmente necesito que confié en mí. Nadie más. Por eso me duele que supongas que te engañé. Nunca lo hice.
―Está bien, Tobías, te creo, en serio.
―Aún tengo fantasmas que me persiguen, pero prometo contártelos, más adelante.
―Yo también tengo los míos...―le susurró, quedando a la par visual y sentimentalmente.
Él se desamarró de sus manos y se puso de pie. Rodeó la barra y fue hacia a ella, enredó sus dedos en la larga cabellera de su amada y apoyó su nariz sobre esa línea que trazaba cuello, la cual lo serenaba.
―Quiero que subamos y vayamos a la cama.
―¿Es una orden, jefe?
―Claro, y no podés desobedecerla.
Aldana tapó la preparación con unas servilletas de papel, lo único que parecía tener esa casa como producto de cocina. Apenas lo hizo sintió que una mano la arrastraba por la escalera.
Al subir le impactó ver la sala desde ese balcón, a casi cuatro metros del piso. Un puente de listones de madera y estructura de hierro negro los conducía a las dos habitaciones. La principal, tenía baño cómodo y un extenso vestidor, la otra, un baño completo pero más pequeño.
Tobías no le hizo un circuito turístico ni mucho menos, solo le importaba que el destino fuera uno. En efecto, la suite era lo único que contaba con una almohada, sábanas y papel en el baño. Al lado de ésta, sobre el piso, reposaba el libro de Víctor Hugo. Ella sonrió al verlo.
― Deseaba que el tiempo se detuviese en aquellas tardes lluviosas en la que yo descansaba sobre tu pecho mientras que vos me lo leías.
―Ya está, ahora estamos juntos para hacerlo como antes.
―No te vas a ir a la madrugada, ¿no?
―No, pero si vos pretendés que mañana vaya impecable al trabajo y sea puntual como siempre, vamos a tener que hacer que esto sea rápido para poder descansar unas horitas.
―Podríamos faltar. ―Le mordisqueó la quijada, calentando motores.
―¡Sos un vivo bárbaro! Vos sos el jefe y podés caer cuando se te canta, pero yo no. Y tampoco quiero alimentar el chusmerío.
―¿Siguen hablando por detrás, sobre lo nuestro?
―De hecho, ahora levantan apuestas de cuánto duraremos. ―Ambos apoyaron sus rodillas en la cama, hablándose a la boca, entrelazando sus alientos.
―Hijos de puta chismosos, los voy a echar a todos.
―Pará la moto, no seas temperamental, mi pura sangre.
―Me excita mucho que me hayas puesto ese apodo, mi dulce aventura.
―Entonces sigámonos excitando y no perdamos más el tiempo en cosas sin importancia. ―Desatando esa latente pasión, comenzaron a desvestirse de a poco, sin perder el contacto de sus miradas, sin dejar de sonreír y de amarse.
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Bulo: habitación o departamento utilizado para encuentros sexuales casuales.
Abatatarse: entorpecerse.
Chomba: polo
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