38
El lunes pensó que las rosas se acabarían, pero el chico de siempre apareció con dos ramos a falta de uno. Quiso enviarlos de regreso a la florería, pero débil ante la belleza de la naturaleza, volvió a llenar un jarrón y con esmero, los puso a los dos juntos.
―Las rosas siguen sin tener la culpa. ―acotó Analía por detrás, enorgulleciéndose del plan que habían delineado con Gio para el miércoles por la noche.
―No las tiro porque...porque son lindas y un rosal sufrió mientras se las sacaban.
―No las tirás porque en el fondo de tu corazón algo te dice que no estás tan segura de que Tobías te haya adornado la cabeza.
―Gracias por evitarme la palabra cornuda. ―le dijo con sorna.
―¿Y si fue Photoshop?¿O si fue una cena de negocios?
―¿Ahora le llaman negocios? Ya me despabilé hace rato.
―¿No vas a abrir el sobre con el que vinieron los ramos?
―¿Para qué? ¿Para leer esas frases de sobrecito de azúcar?
―Hoy estamos más chinchudas que nunca ¿eh? ―resopló ―. Che, ¿y qué onda con Julián? El sábado te mostró los dientes... ―Analía le cambió de tema.
Aldana realmente se sentía muy apenada por no corresponderle. Después de haber bailado casi toda la noche con él y de haber esquivado estoicamente algún que otro beso en la boca, aceptó que la llevara a su casa en moto. El rubio era una tabla bajo esa camisa negra y de no haber estado tan involucrada con Tobías, Dana supo que no hubiera dudado un segundo en caer rendida a sus pies. Había hecho mérito suficiente para atraerla.
Tobías le había afectado los sentidos, era una plaga que se esparcía por su sistema nervioso, incapacitándola para ver a otro hombre que no fuera él.
―Nada, bailamos. ―Resumió sin convencer a su amiga.
―Muy cachondos.
―Estaba con un par de tragos de más, lo reconozco, pero siempre estuve consciente.
―O sea que te dejaste manosear a propósito.
―No fue manoseo y vos tendrías que saberlo, bailás con Ari como posesa.
―La diferencia es que Ari es gay y no se le para el pito conmigo. Juli debía estar sufriendo horrores mientras te le refregabas.
―...lo sé...―Mordió su labio, cayendo en la cuenta de la crueldad a la que lo había sometido.
―¿Te gustó sentir sus manos encima tuyo?
―Sí, pero no.
―¿O sea?
―No te puedo decir que no me sentí halagada, que incluso me agradó coquetear con él...pero Tobías...Tobías me anulaba el razonamiento.
―¿Qué va a pasar cuando vuelva esta semana?
―¿Va a volver?¿Estás segura? ―Ella esperaba que sí, pero no podía ilusionarse.
―Tiene muchas cosas por solucionar acá como para dejar todo colgado y de golpe. Gio le salvó las papas momentáneamente, pero no por mucho. Hay cosas que le exceden.
―No sé qué va a pasar. No sé con qué cara me va a decir que no sigue haciendo de las suyas en París cuando claramente, no es cierto.
―¿Y si te pide disculpas de rodillas, o con una serenata...?
―Las aceptaré, pero no sé si volvería con él...
―A ver, ¿vos fuiste completamente honesta con Tobías? ¿Le contaste todo, todo, todo, todito de tu vida?
―No, pero mi caso es distinto.
―No es distinto, cada uno elige qué contar y qué no. Algunas cosas tienen más impacto que otras, lo sé, pero el caso es que cada uno tuvo sus motivos para guardarse ciertas situaciones. Dense tiempo para conocerse. ―le dijo ―. Tobías no necesita abogado defensor, pero ya te dije lo que pienso al respecto: el flaco se la jugó por vos delante de estos cuervos, delante de estas minas que lo comen con los ojos cada vez que sale del ascensor. Dejaste que esa fulana de Iris los separase. Ella buscaba eso y se la dejaste servida en bandeja de plata.
Aldana escuchaba con atención, con un gran dolor de cabeza. Analía le arrebató el sobre anaranjado que había llegado con las flores y leyó en voz alta y con una pronunciación terrible:
"Sans toi je ne peux pas vivre. M."
― No entiendo nada de francés, ¿qué significa?
―No puedo vivir sin vos. ―Tradujo la secretaria, con el corazón encogido.
―¿Y por qué pone una eme?
―Es lo mismo que vengo preguntándome desde la semana pasada.
Analía guardó la esquela en el sobre y echó a rodar su parte del plan.
―El miércoles cumple años uno de los chicos de salsa.
―¿Quién?
―Uno de mis compañeros nuevos. ¡Pero es re buena onda! Es colombiano, recién llegó así que me da no sé qué no ir. Queremos hacerlo sentir como en su casa.
―Eso es muy lindo.
―¿Te venís conmigo? Gio no puede entre semana...
―Ana...no sé...no quiero llegar acá y dormirme sobre el teclado.
―Dale, por fa, te viene bien salir un poco, aparte es solo cena en un restaurante, algo tranqui.
―El miércoles es veinte...
―¿Y?―Se hizo la desentendida.
―Y que cumple años Tobías y ni siquiera sé si va a estar para...
―Para...
―¡Para nada! No pienso hacer nada...
―Entonces, ¿me acompañas el miércoles? ―Analía arremetió con más fuerza, conseguiría que su amiga aceptara la invitación a como diera lugar.
―Si, bah, no sé. ¿No puedo pensarlo un poco más?
―El chico tiene que reservar con 48 horas de anticipación, quiero avisarle cuanto antes. ―Aldana miró a su amiga, quien juntaba las palmas en un rezo.
―Dale, voy, pero no quiero volverme después de las doce.
―¡La vamos a pasar re bien! Te lo aseguro.
Lo único que esperó es que no fuera Julián, no sabría cómo enfrentarlo después del beso en la puerta de su casa. Lo cierto es que había resultado sorpresivo y tierno...pero sin emoción. Su corazón estaba en París, junto al de un maldito veterinario que no perdía la oportunidad de hacerse el conquistador con cualquiera que se le cruzara en el camino.
El martes, recibió otro ramo tan grande como el del día anterior.
La frase de Víctor Hugo le puso de rodillas el alma.
"Aimer, c'est savoir dire je t'aime sans parler".
Se limpió los lagrimales, el labio inferior le temblaba como tonta. El muy condenado le hacía las cosas demasiado difíciles.
―¿No le podés decir que el próximo mensaje te lo mande a escribir en castellano? ¡Yo no sé francés! ―Ana le arrancó una media sonrisa a su amiga.
―Dice que "Amar es saber decir te amo sin hablar". ―Tragó un sollozo ―....y él me decía que no era romántico. El muy cretino no permite que me lo saque de la cabeza. ―Murmuró, cerrando los ojos y bajando las barreras.
***
Mercedes se abotonó la camisa y se miró en el espejo. Arregló su cabellera extendiéndola hacia atrás, sujetándola en una cola alta y se colocó lápiz labial sobre sus sugerentes labios.
―La verdad es que la chica que me pediste que mande a llamar es un bombón.
―¿De quién hablas? ―Se dio vuelta con furia, sabiendo la respuesta.
―De la chica...¡Aldana! La secretaria de tu hermano. ―Otto se ajustó la corbata. Acababan de pasar una noche de sexo salvaje en un hotel capitalino. Mercedes se asombró por el desempeño del hombre, muy bien dotado y dispuesto a sacarle unos cuantos gemidos y orgasmos. Con la excusa de agradecerle todo lo hecho hasta entonces, él no sospechó que la cena terminaría de semejante modo.
―Ah...sí...es linda...―Evitó maldecirla. Todos caían a sus pies como moscas.
―No sé si no la contrataré, ¿eh? Estoy pensándolo seriamente.
―¿Estás loco?¡No! Con ella entre tus filas yo no podría hacer mi jugada.
―Tranquila, si somos discretos con nuestros asuntos no tiene por qué enterarse. ―La tomó por detrás, rodeándole la cintura menuda y ella se tensó. Se escabulló bajo sus brazos, arisca.
―Otto, que vaya a tu empresa terminaría siendo un premio.
―Sigo sin entender para qué querías que la cite si no le vamos sacar provecho a eso.
―Vos sos el que tenés que quedarte tranquilo, ya me encargué de ese temita. ―Le dio un beso en la punta de la nariz, tomó su cartera y se marchó rumbo a la oficina dejándolo desorientado.
Su plan estaba en marcha, era solo cuestión de tiempo y continuar moviendo las piezas como en un tablero de ajedrez, en el cual ella era la reina y todopoderosa.
***
Tobías agradeció descansar en el avión. Adelantó algunas hojas de "Notre Dame de París", miró hasta la mitad de una película y se puso a escuchar música cuando el cansancio lo atrapó. Bajó en el aeropuerto Ministro Pistarini, en la localidad de Ezeiza y el impacto del frío del último día de otoño en su pecho fue contundente.
Adolfo estaba allí, esperándolo, fiel y leal.
―Buenos días, Tobías. Feliz cumpleaños.
―Gracias Adolfo, no podía esperar menos de tu parte.
―¿Vamos a la casa de Belgrano?
―No, no te lo dije, pero me compré un departamento en Palermo y aunque tengo pocas cosas, estoy viviendo allá.
―¿Te hiciste un regalo de cumpleaños?
―Ponéle. ―Suspiró. En realidad, era un regalo que se había hecho pensando en Aldana.
―Entonces, vas a tener que darme la dirección así acostumbro al BMW al camino. ―Dio un ligero golpecito al tablero del automóvil.
―Por supuesto.
Llegó al departamento tras varios minutos de viaje, ya que por la mañana y siendo un día de semana, las arterias hacia la ciudad colapsaban.
Lo primero que hizo fue ponerse bajo esa ducha de enorme flor que brindaba una caudalosa lluvia. Aflojó sus músculos, crujió sus articulaciones moviéndolas de un lado al otro y dejó que el agua lavara su rostro, su cuerpo y barriera la contrariedad de sentirse un despojo. Pensó en llamar a Gio y cancelar la cena, pero se lo escuchaba tan entusiasmado con invitarlo, que desistió de comportarse como un grosero.
Tomó un analgésico para el dolor de cabeza y recibió muchos más llamados de los esperados. A todos respondió con un "gracias "de compromiso y escuetas palabras de afecto.
Mercedes no fue la excepción. Sin embargo, ésta no le reprochó su poco diálogo. Evidentemente se había acostumbrado a su mal genio y su distancia.
Inquieto, el único llamado que esperaba con ansias, no llegaba.
Habló con su mejor amigo y convino que a las ocho de la noche lo pasaría a buscar en su Audi y así lo hizo; Giovanni entró por unos minutos a conocer el reluciente departamento de su amigo y echó un fuerte silbido al verlo.
―Es muy parisino.
―Me alegra que vos que no tenés idea de arquitectura y decoración lo hayas notado.
―Gracias, siempre derrochando halagos. ―Puso los brazos en jarra y avanzó por la sala, admirando, por entonces, el reluciente vacío.
―¿Con qué pensás llenarlo?
―Con muebles que todavía no compré.
―Supongo que tenés cama, no te veo durmiendo en el piso, señorito francés.
― Es lo único que llegué a comprar antes de irme.
Gio achicó los ojos, estudiando la complexión amarga en el rostro de su amigo.
―Lo compraste por ella ¿no? Por Aldana.
―Quería tener un lugar en donde poder ofrecerle comodidad. Un lugar mío que ella pudiera sentir como suyo. Pero no me dio tiempo de darle la sorpresa siquiera. ―El "Tano" lo abrazó apretándolo contra su cuerpo―. Siempre critiqué a los que lloriqueaban por una mujer o sufrían por amor, los traté de pollerudos y dominados. ¡Ahí me tenés! Este es el castigo: padecer horrores por una mujer que no me da tregua.
Salieron del departamento y subieron al vehículo de Giovanni, donde continuaron hablando.
―Bueno, che, dale. ¡Arriba el ánimo! Hoy es tu cumpleaños, treinta y cuatro pirulos no se cumplen todos los días. Vamos a cenar y me contás en detalle qué pasó con Adele. ¿Sí?
―No hay mucho más de lo que te dije por teléfono. Solo que la eché.
―¿Qué?
―Le dije que terminemos con la relación laboral.
―No me imagino la cara que habrá puesto.
―No, mucho menos cuando le dije que no quería que continuemos viéndonos porque estaba enamorado de otra mujer.
―Tendrías que haberle sacado una foto. ¡O mejor aún! La tendrías que haber filmado.
―No soy tan forro.
―Es una arpía. ¿Y ahora qué vas a hacer?
―Quería hablar con vos.
―Yo no tengo tiempo para ocuparme de tus negocios en París, Tobías. ¡Me estás consumiendo! ―Le dedicó una carcajada estruendosa.
―No, la idea no es que vos te hagas cargo. Quizás conocés a alguien que no tenga problemas en instalarse en París y labure bien. Yo correría con los gastos de alojamiento, eso no sería un drama.
―Capaz que mi hermano está interesado, terminó la maestría en Alemania a principio de año y estaba buscando expandir horizontes. Vos sabés que Gennaro es un bocho.
―Sí, claro. Decile que me llame cuando pueda así nos vemos. Me interesa y todo queda en familia.
Tras algunos minutos de charla y ponerse al día sobre todo en cuestiones laborales, Tobías tenía la necesidad de preguntarle por Aldana, por las flores y por el idiota que se había atrevido a intentar seducirla en su ausencia. Gio no estuvo tan dispuesto a colaborarle.
―No me metas en el medio, eso tenés que averiguarlo por vos mismo.
―¿Qué querés decir con eso? ―Le preguntó acercándose a la puerta del restaurante.
―Eso...―Saludaron al recepcionista apostado a la entrada del bello restaurante y allí la vio Tobías, de espaldas a la puerta y sin nadie alrededor.
Aldana se sintió muy extraña al entrar al restaurante y que éste estuviera vacío. Analía había estado insistiéndole hasta último momento de que la acompañara al cumpleaños e incluso, la ayudó a elegir qué ropa ponerse. Escogió un enterito color hortensia, de Natalia Oreiro, uno de los permitidos que se había dado días atrás cuando salió con su amiga de compras.
Era un atuendo sencillo que destacaba la longitud de sus piernas: de corte recto, mangas largas con puño, lazo en la cintura y escote en forma de gota hasta el nacimiento de sus pechos y con la espalda cubierta, desplegaba sobriedad si ser opulento.
―Tengo que ir al baño. Me vino. ―Analía se fue con su cartera por una puerta lateral que Aldana supuso, era el sector de sanitarios. Ella se entretuvo con el celular por unos minutos hasta que la fragancia a sus espaldas la conmovió. Temió darse vuelta y que todo fuera parte de una mala jugada de su cuerpo que tanto ansiaba a Tobías.
El corazón se le desbocó, sus latidos reverberaron en torno a sus sienes.
Quiso llorar, quiso reír, quiso gritar de la emoción y de la rabia. Habían pasado trece días. Trece inagotables y desesperantes días en los que las flores y los mensajes, con esa extraña firma y las fotografías, le iluminaban las mañanas, las tardes y las noches.
― Je T'aime. ― El susurro quedó flotando en el aire. Cada letra que recibía al pie de las notas conformaba esa palabra y lo acababa de descubrir. Se le hizo un nudo en la garganta y cerró los parpados. Sintió que el perfil de una nariz ya conocida se abrió camino entre las hebras de su cabello perfectamente alisado. El perfume de Tobías era fuerte, potente, como él, como su personalidad. No quiso abrir los ojos todavía temiendo despertar...
―Je t'aime, mon amour. ―Con esa voz gruesa, le generó un terremoto bajo sus pies.
―Je t'aime. ―repitió ella, en un grado de éxtasis supremo. Abrió lentamente los párpados y decidió voltear el rostro en cámara lenta. Se largó a llorar sin importarle que la máscara para pestañas dejara dos grandes marcas sobre sus mejillas acaloradas por el reencuentro.
Tobías tomó asiento donde anteriormente Analía lo había hecho. Los dos supieron de inmediato que sus amigos habían confabulado para lograr este cruce. El camarero se acercó y le sirvió dos copas aflautadas con Chandon. La luz comenzó a descender de intensidad. La melodía de un saxo los envolvió en una cálida atmósfera.
―Feliz cumpleaños. ―Aldana elevó la copa, dejando atrás, de momento, sus reproches.
―Gracias. Verte acá es el mejor regalo que pueden haberme hecho.
―Fui engañada tanto como vos.
―Lo sé. Agradezco que no te hayas ido corriendo. ―Sonrió de lado. Lucía un poco ojeroso.
―Tenés toda una cena para convencerme de no hacerlo.
―Prometo hacer hasta lo imposible para que te quedes a mi lado, hoy y siempre. ―Él deslizó la mano sobre la mesa y ella le permitió el contacto. No quería flaquear, pero le concedió el deseo.
Se miraron durante largos minutos, sin hablar; él le pasaba el pulgar sobre los nudillos en tanto que Aldana disfrutaba de ese detalle que encerraba mucho cariño no expresado.
¿Por qué si la amaba y era romántico con ella no se desprendía de esa piel de inagotable conquistador? El mozo les trajo las cartas de menú y el encuentro de sus pieles finalizó, sintiendo mutuo abandono.
Tobías pidió Bife black angus con papas confitadas crocantes con polvo de romesco y aligote y ella se contentó con un Filete de pescado con puré de coliflor, ñoquis de olivas negras sanjuaninas, chipirones malvinenses y verduras frescas de estación. Para acompañar, un Malbec.
―Te extrañé mucho. ―Admitió él apenas se retiró el camarero con el pedido.
―No se notó. Apenas pudiste, me reemplazaste. ―La muchacha no lo miró y bebió de su copa en un gesto frío, impersonal.
―Sé que las habladurías corrieron rápido.
―No, no fueron rumores. Lo vi con mis propios ojos.
―Viste una imagen.
―Vi una foto tuya con una mujer, muy sonrientes.
―¿Qué otra cosa te sugirió la fotografía? ―Quería presionarla hasta que le respondiera con la palabra "nada", lo que pondría una luz a su verdad.
―Que la habían pasado bien.
―¿Y qué más?
―Que ella era muy bonita.
―Seguí...
―¿Qué clase de juego macabro es este? ¿Querés verme sangrar de dolor? ―Se le quebró la voz.
―Quiero que confíes en mí, Aldana. Sos la única persona que me interesa que lo haga. Toda mi vida tuve que dar examen de lo que hacía o dejaba de hacer, te conté mis problemas de pequeño; sin embargo, a medida que fui creciendo, mi padre no creía que fuera capaz de terminar el colegio siquiera. No lo culpo, yo era un desastre, no quería cumplir con mis obligaciones, me rateaba, lo único que quería era agarrar su auto por asalto e irme lejos a quitarme su presión de la cabeza. Tampoco confió en mi cuando le llevé el diploma de veterinario o cuando le dije que quería apostar a mi carrera como jugador de polo en Francia, mucho menos cuando llevé caballos criollos a Normandía. ―Agregó casi sin respirar. Ella lo escuchó atenta, interesada ―. Quiero, te pido, te suplico que me des tu voto de confianza. Si te digo que te amo, que te extrañé y que no hay un jodido día en que no te haya pensado, es porque fue así. ―Le mostró su corazón, en un puño, se lo ofreció abierto, la llave de su propio ser y su esencia ―. Fui un libertino, infiel, me gusta el morbo en las relaciones sexuales y me gustan los tríos. Me gustan las mujeres, disfrutar de sus cuerpos, sus labios, escuchar los gemidos de placer en mis oídos. ―Ella tragó fuerte, bajó la cabeza ocultando su incomodidad, no quería oír, pero él no estaba dispuesto a quedarse callado. Necesitaba decirle eso de una sola vez, saber qué más esperaba de él y que ella decidiera qué hacer con toda la información que le daría ese día y en ese lugar―. Aldana, todo eso...todo eso...era mi vida. Era. Pasado. Cuando te conocí, no pude resistirme a vos. Sí, tal vez al principio me representabas un desafiante misterio. Mi papá me prohibió que me acercara con otras intenciones; todos me advirtieron que perdería las pelotas si me propasaba con vos...pero nadie me advirtió qué podía pasarme si me enamoraba de verdad de vos. Desde el momento en que dejaste de decirme "usted",mi vida no fue igual. ― Tenía los ojos cristalizados por el sufrimiento, le buscaba la mirada a su compañera de velada, perdida en el mantel, quería que entendiera la tortura que había significado que confiara más en una revista o en Iris que en las palabras que él mismo intentaba decirle a la distancia ―. Con vos aprendí a ser romántico, a erotizarme con el francés, a ser monógamo. A ser capaz de detectar tu perfume a millas de distancia. ―En ese momento, Aldana se llenó de valentía y elevó sus ojos, angustiada, a punto de quebrarse y romper en llanto ―. No puedo ignorar lo que fui, pero ansío trabajar muy duro para estar a tu altura. ―Dando un profundo suspiro, con la espalda en la silla, sentenció ―: Podés dejarme aquí sentado, comiendo solo, decirme que soy una mierda y un inmaduro. Lo tendría merecido y no te juzgo. O podés darme la oportunidad de demostrarte que te amo de un modo desconocido y visceral, tanto que me asusta. ―Su pecho subió y bajó, agitado por su confesión abierta y carnal.
Aldana se quedó sin palabras; jamás esperó la contundencia en ese discurso ni tremendo pedido de confianza. No se creyó omnipotente; ella también merecía darse la chance de continuar descubriéndolo y quitarse sus propios miedos a su lado.
―No me voy a ir. ―dijo y él sonrió por dentro. «Paso a paso», su pecho gritó hurras ―. Sé que fui injusta y necia. Vi solo a través de mis ojos. Yo te había abierto parte de mi pasado, de mis experiencias más privadas e íntimas. Me bloqueé creyendo que te habías burlado con tu amiguita Iris de mí durante todo este tiempo.
―¿Cómo podría hacer eso?
―¡No sé!...Ella me hizo entrar ahí...a esa habitación. Estaban teniendo sexo abiertamente...quiero decir...―Se dio aire con la mano, calmando sus nervios ―. Nada de eso me sorprendía, no soy la virgencita que todos creen. Solo que, ahora y más adulta, no me siento a gusto con determinadas experiencias que, de hecho, jamás voy a poder compartir con vos.
―Ya no las necesito. Si te tengo a vos me es suficiente. No soy un adicto al sexo, lo hablé en terapia ―Dana formó una O con su boca ―. Me gusta disfrutarlo y hacer que la otra persona lo goce. Y quiero que lo hagamos juntos. Vos y yo. Solo nosotros dos. No toleraría que nadie más que yo te pusiera un dedo encima, ni siquiera la mirada, moriría de celos.
― ...me dejé llevar...―Ladeó la cabeza, como si esas voces estuvieran dentro.
―Quiero que lo conversemos todo. Los dos somos tercos, pero no quiero que discutamos por cosas sin sentido. ―Le buscó nuevamente las manos, la sintió temblar como una hoja. Se mordió el labio con una mueca de satisfacción al permitirle tocárselas.
―Está bien...
―Decíme que me extrañaste y que le dejaste en claro a ese imbécil del profesor de baile que sigo siendo tu hombre.
―¿Cómo sabes eso? ―Frunció el ceño y de inmediato vino la respuesta a su cabeza...―Claro, Giovanni...
―No mates al mensajero. Por favor, decíme que no te conquistó, que no ganó tu corazón...
―No le alcanzaría la vida para conquistarme. Mi corazón es tuyo, mon pure-sang.
―¿Tu pura sangre? Me gusta.
―Si, mi pura sangre.
La comida llegó como así también lo hicieron las sonrisas medidas y las anécdotas. Tobías habló la mayor parte de la velada de su estadía en Normandía y de los negocios que lo habían llevado a París por fuera del apremio. Aldana le habló de la oficina, obviando la reunión con Otto Prözask.
Al momento del café, sonaron las estrofas de "Por debajo de la mesa", cantada por Luis Miguel, y sin vacilar, él se puso de pie, invitándola a bailar. Ella accedió, dejó la servilleta sobre el mantel y fueron hasta el centro del salón, totalmente disponible para ellos dos. Tobías posó su palma en la curvatura de la espalda femenina, la cual sintió un estremecimiento de satisfacción. Aldana colocó la mejilla en esa clavícula fuerte y marcada de su hombre. No tomó dimensión de cuánto lo había extrañado hasta que volvió a tenerlo tan cerca suyo.
Se mecieron al compás de los acordes suaves, de derecha a izquierda. Tobías cerraba los párpados inhalando el aroma de su cabello, de su cuello níveo y perfilado.
Y es que no sabes lo que tú me
Haces sentir
Si tú pudieras un minuto
Estar en mí
Tal vez te fundirías
A esta hoguera de mi sangre
Y vivirías aquí y yo abrazado a ti
Tobías reprodujo la canción en un murmullo que apenas pudiera oír su amada. Aldana se sonrió con delicadeza, él le rozaba las lumbares con el dedo pulgar, como si estuviera rasgando la cuerda de una guitarra, causándole una placentera electricidad que se tornó perversa cuando, discretamente, extendió la palma cubriéndole el nacimiento de sus glúteos.
Aldana se aferró más al torso masculino y trazando su propio camino con las manos, las entrelazó tras su nuca. Le despeinó ligeramente el cabello, más largo que al momento de conocerlo y meció su mejilla sobre la barba crecida, pero no en exceso, que tanto le gustaba.
―Amáme como si fuera lo último que vas a hacer en tu vida, Tobías. ―le pidió ella en un gemido ronco, mirándolo fijo.
―Siempre, siempre.
Salieron juntos del restaurante tomados de la mano; agradecieron la intimidad del momento a los camareros, dejando una generosa propina para todos. Luego caminaron por la calle Rodríguez Peña como dos enamorados, dándose algún que otro beso medido; Aldana se cobijaba en el pecho de Tobías mientras que éste no sabía si sería demasiado pretencioso invitarla al nuevo departamento.
―Quisiera que conozcas un lugar especial.
―¿A esta hora? ―Miró intrigada, aunque esa noche estuviera dispuesta a acompañarlo hasta la luna.
―Sí, obviamente podemos tomar un taxi y te dejo en tu casa, sé que es día de semana y...
―Shhh...―le tapó los labios con un dedo y le habló en tono sugerente ―. Llévame adonde quieras. Confío en vos. ―Con un beso urgido, enredó su lengua en la de Tobías, encontrando ese sabor a café, nicotina y menta que tanto la encendía, ese sello personal que la volvía sedienta de sus besos.
Tobías se aferró a su nuca, masajeándola, dándole el mejor beso de su existencia, colmándole todos los espacios de su boca y generando el calor que iniciara el incendio.
―Extrañaba besarte, de este modo y de otros tantos. ―La voz de Tobías, trémula, gruesa, causó un estremecimiento arrollador en las extremidades de Aldana.
Sin perder tiempo ni morir de frío, detuvieron un taxi y como si la magia nunca se hubiera perdido, trenzaron sus dedos y se besaron los nudillos.
Chinchuda: quejosa.
Cachondos: calientes.
Pollerudos: dominado por la mujer.
Pirulos: años.
Forro: cruel/ malo.
Bocho: muy inteligente.
Ratearse: escaparse en horario de clases.
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