35
Ensayó mil discursos, mil rechazos, pero finalmente se decidió por que la situación fluyera. No era buena anticipándose a las cosas. Puso esmero en maquillarse y vestirse como siempre, aunque no tuviera ganas de que nadie la mirara, mucho menos él.
Necesitaba demostrarle que no se desmoronaría, no. Ella era fuerte, había salido de situaciones difíciles y ésta sería una más. Al entrar en la oficina, aplicó la misma rutina de siempre, aquella que la serenaba y le daba seguridad. Preparó su café y a los diez minutos llegó Analía. Con suerte la distraería con alguna anécdota de los chicos de salsa o le daría algún detalle escabroso de su vida sexual con Gio. No la reprendería con un escandalizado mohín, tendría todo permitido con tal de levantarle el ánimo y desenterrarle una sonrisa.
―Sé que preguntarte cómo estás es casi una redundancia, pero ¿cómo estás? ―Analía se acercó con su latte entre manos, sin abrir la boca con respecto a lo que ya sabía. Gio se encargaría de los temas pendientes de "Fármacos Heink" y se lo haría saber a la secretaria.
―Destrozada. ―Inspiró profundo y tomó un sorbo de café. Sentía un picor en la nariz de tanto llanto y que los ojos le ardían. Se había pasado todo el sábado y el domingo sufriendo, debatiendo si atenderle las llamadas a Tobías, si responder sus pedidos de perdón. A menudo tomaba el tubo del portero eléctrico y juró escucharlo protestar e insultar en la puerta.
―¿Por qué no me contás bien lo qué paso? Ya sabemos que la bruja esa te metió cosas raras en la cabeza, pero de ahí a no atenderlo, a fantasear con un engaño hay mucha distancia.
―No puedo...
―Entonces ¿pasó algo más de lo que yo no estoy al tanto? ―Rebuscó la mirada ensombrecida de su mejor amiga.
―Sí, mucho más.
―Ay, la puta madre...¡este Tobías! Será de Dios...―expulsó Analía confiando en las palabras de Gio. Si decidía ayudar al "Tano" a organizar una cena el día de cumpleaños de Tobías tendría que saber hasta el último detalle para decidir si sería parte o no del ardid.
―No sé si es Tobías o soy yo el problema.
―¡Y dale con la cantaleta!
―Acá no puedo hablar...se me hace un nudo en la garganta y no quiero que todos me vean llorar y además está por venir Tobías y...―Analía se mordió los labios, sin querer traicionarla. A punto de abrir la boca para romperle la ilusión, Gio apareció en escena salvándole el pellejo.
―Buenos días chicas, ¿cómo están? ―Él y su elegancia personificada derrocharon simpatía. Analía se quedó mojada en babas, pero como lo de ellos no era nada formal, no se saludaron con un beso en la boca ni nada parecido.
―Hola Gio, qué raro verte por acá tan temprano. ―Aldana se secó la cara dándose golpecitos tenues con un Carilina.
―Porque tengo que hablar con vos. ―Oscureció el semblante, lo que encendió una señal de alerta en Aldana.
―¿Paso algo con Tobías? ―Fue lo primero que preguntó. Lo amaba y que le hubiera sucedido algo la mortificaba, mucho más después de haberlo dejado de florero en la puerta de su casa por dos días seguido. Sintió culpa, pero también, una enorme expectación.
―No, él está bien. Solo que hasta pasado el día 20 no va a venir a la oficina.
―Ah... ¿no? ―«¿Y no me avisó nada?»
―Voló a París por unos asuntos pendientes que ya no podía seguir postergando ―«¡Se fue por mí!¡Por mí! No va a volver...me odia... ¡me odia! ¿O en realidad se fue para no enfrentarme, para que no les cantara las cuarenta!¡Se fue y me dejó con esta furia estancada en el pecho!». Su cabeza era un remolino, se cuestionaba y lo juzgaba al mismo tiempo. Sintió nauseas.
―A...P...París...―Sus ojos fueron dos piedras, ni siquiera parpadeaba y las palabras salieron siseadas.
―Sí, por lo tanto, cualquier consulta me las derivas a mí y le pongo el pecho a las balas. ―Como era habitual fue bromista, con ese espíritu envidiable a las 8 de la mañana.
***
Nunca había sentido desprecio por París como en ese día.
Tras trece horas de vuelo, Tobías llegó una mañana lluviosa de primavera. Necesitaba volver, recuperar el ritmo que había dejado atrás, pero jamás pensó que al hacerlo sentiría un agujero en el pecho tan grande como un estadio de fútbol.
Tomó un taxi apenas bajó en el aeropuerto de Charles de Gaulle y fue sin escalas a su departamento en el distrito XVI de París, en Rue de la Chaillot, a pocas calles de la Torre Eiffel y el río Sena, al mismo que había soñado mostrarle en persona a Aldana.
Nuevamente vino a su mente, se le comprimieron los músculos, ella lo había anulado, no le había dado si quiera la posibilidad de redimirse.
¿Cuál habría sido su sentir cuando se topó con todo lo que "Les Murmures" ofrecía? ¿Qué recuerdos habrían azotado su pecho, su corazón, su mente? Maldijo el momento en que pensó ocultar esa parte de su vida creyendo que, de ese modo le ahorraba la repulsión que ,de seguro, sentiría por él.
Sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y allí encontró ese peculiar llavero que tanto representaba para los dos. Le tembló el labio, con las lágrimas bordeándole los párpados.
Apostó su pequeña valija a escasos metros de la entrada y cayó desplomado en el sofá. No había podido pegar un ojo en todo el viaje, intentando quitarse a Aldana de la mente, a sus ojos azules, a su cuerpo perfecto aun con sus imperfecciones. Se echó a llorar, como cuando perdió a su padre, un mes y medio atrás.
Ni siquiera estar entre sus muebles, cobijado entre esas paredes de ladrillo crudo pintado de blanco y esos ventanales que lo iluminaban todo, lo entusiasmaban a seguir adelante.
Tomó una ducha ligera para quitarse el malestar de encima, se puso otro atuendo y observó por incontables minutos la Torre Eiffel. Se imagino allí arriba, recorriéndola con Aldana, robándole besos y sonrisas emocionadas por cumplirle el sueño. No tenía idea cómo reconquistarla.
Envuelto en un mar de confusiones, envió un mensaje a Gio para avisarle que había llegado dos horas atrás. Para entonces, él ya estaría preparándose para ir a la oficina.
Se preparó un café y puso música en su equipo, el cual inundó rápidamente la sala de nostalgia, de ganas por tener a Aldana descansando serenamente sobre su pecho.
Picture perfect memories
Scattered all around the floor
Reaching for the phone 'cause, I can't fight it anymore
And I wonder if I ever cross your mind
For me, it happens all the time
It's a quarter after one, I'm all alone and I need you now
Said I wouldn't call, but I lost all control and I need you now
And I don't know how I can do without, I just need you now
Another shot of whiskey, can't stop looking at the door
Wishing you'd come sweeping in the way you did before
And I wonder if I ever cross your mind
For me, it happens all the time
"Lady A" con "I need you" lo torturaba con esa melodía, tan sentida, tan cargada de sentimientos que se albergaban en su corazón que temía, lo rompieran más de lo que estaba.
La respuesta de Gio a su mensaje, prorrumpió esos minutos de zozobra.
"Me alegra que el viaje haya estado bien y espero que no solo te sirva para arreglar asuntos laborales, sino también, sentimentales. Aprovechá para pensar. Date tiempo y pórtate bien que yo te cuido a Aldana".
Gio, le quitó una sonrisa a desgano. Quiso reprimir sus dedos, no preguntarle por ella, pero finalmente lo hizo.
"¿Pudiste hablar con Aldana? ¿Qué te dijo?".
En línea, su amigo no tardó en responder.
"Su piel se puso transparente. Pensó que te había pasado algo, hasta que le dije que te fuiste a París y quedó como estatua. ¿Qué pretendías?"
Esa vez, no contestó.
Miró hacia el techo, con la música como si fuera un puñal que le recordaba a cada instante lo miserable que se sentía.
De lo único que estaba seguro Tobías era que no quería perderla, lucharía por ella como le garantizó a Iris. Necesitaba fervientemente que ese fuego sagrado entre ambos no se extinguiera, que se mantuviera vigente. Necesitaba que supiera que la amaba, aun habiéndose ido sin despedirse como correspondía.
Miró su teléfono nuevamente. Después de dos días, todos sus mensajes tuvieron tilde celeste.
Ninguno fue respondido. ¿Los habría leído o solo abrió el chat para no tenerlos como pendientes?
No importaba, al menos no había bloqueado su contacto. Peleó contra su orgullo para no volver a escribirle, el estómago le burbujeaba. Organizó su mente y supo que no podía dilatar más el hecho de contar con una asistente allí en París puesto que él mismo se ocupaba de su agenda, algo que Adele le reprochaba a menudo porque si bien quería estar al tanto de todo, era un poco disperso y desmemoriado.
Su relación comercial con los caballos había comenzado como un pequeño emprendimiento, un negocio que tenía buenos réditos en Francia pero que no todos eran capaces de explotar: la crianza de caballos de origen argentino y la reproducción de éstos para mejorar la raza.
Él era propietario de dos sementales criollos y cinco yeguas las cuales llevó desde la estancia en San Pedro, Buenos Aires, a Normandía, a dos horas de la ciudad de París, donde había comprado un campo en el que se dedicaría a explotar el negocio. Vendiendo uno de ellos se hizo del dinero suficiente para comprar algunas yeguas más, unos caballos árabes y los números fueron acompañando gracias a sus contactos dentro del mundo del polo.
Decidió pasar el fin de semana en Normandía para desconectarse, para pensar en todo aquello que lo perturbaba y delinear prioridades en su vida.
Al mediodía se comunicó con Adele Fournier, su asesora financiera en París, quien lo demandaba casi diariamente desde que había regresado a Buenos Aires.
Meneando la cabeza, sabiendo que su relación era un tanto confusa, marcó.
― Te eché de menos...dime que estás aquí... ―La francesa no esperó ni siquiera un saludo para saltarle al cuello y demostrar lo ansiosa que estaba por verlo.
―¿Cómo estás, Adele? Llegué hace apenas unas horas. Estaba acomodándome. ―Mintió.
―Yo bien, aunque un poco loca con todos estos números.
―Vos lo podés todo, siempre te las arreglar para hacer magia.
―Hay mucho dinero en juego, ¡hemos tenido un trimestre espectacular! ―Tobías agradeció que al menos en tema monetarios, las cosas salieran bien ―. En cuanto a ti, cariño, lamento mucho lo de tu padre. Entiendo que ha sido un gran golpe.
―Gracias, sos muy considerada.
―¿Cómo te sientes?¿Cómo quedaron las cosas allí?
―¿Qué tal si almorzamos en un rato y te cuento? ―Presionó el puente de su nariz, tenso.
―Preferiría cenar, tengo muchos pendientes. ¿Por qué no vienes a mi apartamento?
―¿Ya me querés secuestrar? ―Juguetearon, aunque lo que menos deseaba Tobías era volver a caer en las garras de Adele.
―Siempre que estés dispuesto, por supuesto.
Inspiró profundo y aceptó, después de todo era una buena amiga.
***
Analía y Aldana cenaron en el departamento de Parque Chas y la dueña de casa ni tocó su ensalada.
―Danita, dale, comé.
―No tengo hambre.
―Te apuesto que estuviste así todo el fin de semana, sin probar bocado. ¿Te hago el avioncito para que comas?
―No estoy de humor... ¡se fue a París... ¡a París! ―Entre dientes, largó frustrada, con toda la rabia sin escupir.
―Jodéte.
―¿¡Qué decís!?
―Si lo hubieras atendido y le hubieras dado la mínima posibilidad de explicar las cosas o lo que tuviera que decir, ahora no estarías protestando.
―¡No pretendas hacerme sentir culpable!
―Yo no te hago sentir culpable de nada, lo que te digo es la verdad. ¿Acaso no estás arrepentida de no haberle dado ni esto de changüí? ―Hizo un gesto con sus dedos.
―E...estoy confundida.
―Por qué no largás eso que tenés ahí, en el pecho...vamos, te va a hacer bien sacarlo.
Dejando los platos en la pileta para lavar, se acomodaron en el sofá. Aldana acarició el paño, todo en esa casa olía a Tobías. Por la noche, creía que cerrando los ojos él la sorprendería, apareciendo dispuesto a darle caricias y cantarle, así como a ella tanto le agradaba.
―No sé qué me indigna más: si pensar que no me fue sincero desde un comienzo o que se haya burlado de mí.
―¿Por qué?
Dana inspiró profundo, se levantó hacia la mirada curiosa de su amiga y fue hacia su cartera donde se encontraba la tarjeta de Iris. Analía la leyó con intriga.
―Es un club vip donde van personas a tomar algo, conocer gente y ...tener sexo.
Ana parpadeó con asombro ante la aclaración de Aldana.
―¿La morocha te invito a tener sexo con ella? ¡No entiendo!
―No. El otro día, antes de irse ofuscada porque Tobías no estaba, me dijo que si quería saber qué clase de sexo le gustaba a él y dónde se citaban, que vaya a ese club.
―Y fuiste. ―Analía se tomó la cara con las manos, intuyendo la respuesta.
―...y si...
―¡Ayyyyyy, Aldana Antur! Te juro que te merecés un coscorrón.
Aldana continuó con el relato, diciéndole incluso cómo fue vestida, las sensaciones que la embargaron cuando llegó y lo que sucedió a medida que subía las escaleras de esa enorme casa de citas: los gemidos, los jadeos, ese morbo que calentaba las venas y ese cosquilleo obsceno de placer que se aguijonaba entre sus piernas.
―Todos sabíamos que Tobías era un mujeriego, que le gustaba pasarla...bien.
―Entonces ¿para qué fuiste? ¿Para torturarte?
―...creo que lo quería descubrir in fraganti...
―¿Qué? Ay, Aldana...che... sabés lo que eso significa, ¿no? ―Su amiga negó con la cabeza, tímidamente ―. Que buscabas boicotearte. Te creés tan poco merecedora de un tipo como él, de un tipo que a pesar de sus cagadas del pasado te tiene y te trata como una reina, que querías encontrar una excusa para alejarlo. Te ibas a sentir más liviana si lo echabas de tu vida si lo encontrabas con ella o con otra, ¿me equivoco?
Aldana asintió con una horrible vergüenza.
―Maldita la hora que el imbécil de Juanjo se cruzó en tu vida y te lastimó tanto. Y no hablo solo del cuerpo, hablo de aquí adentro. ―Le tocó la sien. Analía permitió que su amiga le apoyara la cabeza sobre la falda, le acarició el cabello y continuó escuchándola.
―Iris me encontró mirando.
―¿Cómo?
―Iris me obligó a entrar a una de las salas que, según ella, era la que más le gustaba a Tobías: la de mirar a una pareja y jugar con ellos. Él disfruta de eso...
―Amiga...amiga...la gente disfruta con tantas cosas...
―Y no los juzgo, pero sabés que no pasa por ahí la historia.
―Lo sé, mi vida...se te removieron los recuerdos. Tu historia.
―Si...
―¿Cuál es tu miedo?
―No poder darle esa satisfacción sexual que él busca y necesita para gozar.
―Danita, en estos meses que intimaron, ¿él te hizo alguna demanda sexual de ese tipo? ¿Te dio a entender que no lo satisfacés como quiere? ―Fue demasiado directa, pero Aldana no se enojaría por eso.
―No, nunca.
―¿Te obligó a hacer algo que no querías?
―No...
―¿Te pidió de hacer tríos?¿Te hizo sentir incómoda?
―No, siempre fue amable, respetuoso.
―Entonces, pensemos juntas ―Aldana bufó internamente, sabía que eso venia de sermón y ella estaba exhausta precisamente de eso, de pensar ―: Él no te mencionó el estilo de sexo que le agrada, pero con vos siempre se portó bien.
―Sí.
―Él te llamó mi mujer delante de sus propios empleados...
―...si...
―Él te dijo que te amaba.
―Si y de hecho nunca antes había llevado a alguien a la estancia de San Pedro.
―¿Entendés que tu miedo es hacia vos y no hacia él, y que lo estás castigando por algo que ya pasó? ¿En qué te cambia saber que él, hasta hace unos meses, prefería un tipo de vínculo sexual casual, salvaje, adrenalínico? Tobías no tiene la culpa de tus traumas ―fue demasiado sincera ―. Él se propuso ser distinto con vos, ¿te detuviste a pensar eso? ¿Vos no pensás que él dejó de lado una práctica habitual porque en vos encontró todo lo que necesitaba?
―¿Cómo estás segura de que soy todo lo que necesita? Quizás es solo una cuestión de tiempo que él no me pida nada de eso que le gusta y conmigo no lo tiene. Recién nos estamos conociendo...
―Si, dale. Me chupo el dedo... ¡Mirá que resultaste terca, eh! ―Exhaló pesado y cerró los ojos, a punto de confesarle algo ―: No me mates, pero Gio y yo estuvimos hablando al respecto.
―¿De mí?
―De ustedes, no te creas exclusiva, ja. ―Aldana se sentó frente a ella y se tomaron de las manos ―. Gio me dijo que jamás había visto a Tobías tan enamorado ni tan idiotizado por una mujer. Él no me habló de sus preferencias íntimas, no correspondía que lo hiciera, pero sí, tal como todos sabemos, no dejó títere con cabeza.
―Yo misma lo vi en Brasil. Esa es su esencia, nada quita que ahora haga mismo en París y esté con alguna bailarina del Moulin Rouge o con una estrella francesa. Iris me dijo que yo lo transformé en un tipo aburrido...―Hizo puchero.
―En su esencia también está el serte fiel porque descubrió que el premio por serlo, era ni más ni menos que tenerte a vos a su lado. Creétela un poco más... ¡dale! ―Le tomó la cara entre las manos y le besó la frente, como lo haría una madre.
―Lo estás defendiendo mucho, parecés más amiga suya que mía.
―No lo defiendo, simplemente digo que quizás merecía que lo escucharas y que tendrías que haberle dado más bola a este ―le tocó el pecho a la altura del corazón ― que a este. ―fue a la cabeza.
―¿Y ahora qué hago? ―Era un nudo de pensamientos y estrategias.
―Existen los teléfonos.
―No quiero quedar como nena tonta... ¡Él se fue y me dejó sin decirme nada!
―Va a volver, no dramatices...quizás, podría empezar por un mensajito...un "buen día" en francés. Acercarte lentamente, que sepa que se deben una charla. ―Le pellizcó la mejilla ―. ¿Cómo se enteró de que fuiste a lo de Iris? ―Preguntó por Tobías, esa pieza aun no encajaba y Gio no se lo había dicho.
―Supongo que por la misma Iris. ―admitió subiendo los hombros.
―La morena esa te jugó una muy fea; ella estaba segura que ibas a ir a "Les Murmures", esperó el momento justo para sembrarte la cabeza con porquerías. Esas minas estudian muy bien a las presas y tu inocencia le cayó como anillo al dedo. Ambas vimos que el otro día Tobías le cortó menos diez, la sacó carpiendo de la oficina; se la jugó por atrás, sabía que lastimándote a vos también lo hacia con él. Típico de mujer despechada.
Todas las fichas comenzaron a bajar de una en una... ¡mierda! La furia la había enceguecido, no había pensado con frialdad. Le dolía la cabeza y nuevamente, leyendo sus pensamientos, Analía le preparó un té de tilo tal como hubiera hecho su abuela Frida.
***
Adele preparó todo para recibir a Tobías en su departamento, ese argentino y pura sangre criollo que, como uno de sus sementales, era objeto de deseo, el más caro de la cuadrilla, el más codiciado por todas las yeguas.
Ella recordó cuando lo vio por primera vez en una fiesta, el temblor de sus piernas al hablar con él y escuchar esa voz vibrante y grave cerca de sus oídos.
El veterinario tenía veinticinco años para entonces, ella treinta, y una rabia dentro de su pecho que se notaba a la legua; acaba de llegar a París para continuar su carrera como jugador profesional de polo y hacer sus primeros negocios en el mundo de la cría de caballos.
Adinerado, con contactos, no le fue difícil comprar un campo en Normandía y traer ejemplares autóctonos de su patria. El negocio fue viento en popa, todos los hombres se peleaban por comprarle sus caballos y sus esposas, por tenerlo en sus camas.
Era alto, con porte soberbio, ese modo de andar tan seguro de sí. Se expresaba en un francés fluido, pero con un tono arrogante y autoritario, bien aporteñado que dejaba a más de una sin aliento.
Nunca fueron pareja; él siempre anteponía sus intereses profesionales, su condición de hombre libre y Adele se contentaba con presumir de sus dotes como amante, aun sabiendo que no era un tipo fiel y que lo suyo tampoco era la monogamia. Tobías era indomable, una furia en la cama y eso apasionaba a cualquier mujer.
Pero también sabía Adele que era un tipo incomprendido que se había marchado de su país agobiado por las exigencias de su padre y por temas familiares que lo atormentaban, de los que jamás hablaría.
En la cama de Adele o en la de él, pasaban largas jornadas teniendo sexo, disfrutándose como así también, riñendo por los negocios. Él era testarudo, vehemente y brillante a pesar de no tener formación académica como economista. Él era veterinario, de los mejores y si sabía de números era porque había crecido forrado en billetes.
Cuando regresó a Buenos Aires a pedido del padre, la francesa sintió un ligero descontento. Siempre había sospechado que el día que volviera a poner un pie en "la París de Sudamérica" nada volvería a ser como antes porque sus raíces le tiraban, porque su corazón pertenecía a la tierra más austral del mundo.
Lo esperó con la mesa servida, bien puesta, como si se tratara de una cita romántica. Se perfumó con la fragancia de Versace que tanto le agradaba y a él lo seducía. Cuando escuchó el timbre, limpió su garganta, presiono el botón de acceso y a los cinco minutos lo tuvo en su apartamento de Rue de Paradís, a pocas calles del hogar de Tobías.
―¡Bienvenido a mi palacio!―Adele abrió sus brazos, efusiva y él le retribuyó el gesto un tanto más distante. No podía decir que no estaba hermosa, con su cabello rubio platinado hacia atrás y esos ojos verdes que endiablaban al mismísimo Jesús. Sin embargo, para él ya no significaba nada que quisiera seducirlo―. Mmm, te eché tanto pero tanto de menos ―Le ronroneó alrededor de la oreja, pero contrariamente a lo que pasaría en otras ocasiones, Tobías no la arrinconó contra la puerta ni la tomó sin miramientos. Se desprendió rápidamente del contacto, galante, y le dio un beso en la comisura de los labios ―Estás...muy recatado...―Ese cambio de actitud era evidente.
―Estoy cansado, fueron semanas muy intensas en Buenos Aires. ―Adele se mortificó pensando con cuántas se habría acostado en su país.
Tobías avanzó por la sala, hermosa y refinada como ella, y se detuvo al ver la decoración de la mesa, con velas, servilletas y mantel de lino bordado además de contar con vajilla y platería de primera. Supuso qué pretendía Fournier con todo eso.
―Cociné para ti. ―Se había esforzado por hacerlo, ya que no era su especialidad ni la cocina su lugar en el mundo.
―Gracias, no me esperaba semejante recibimiento. ―Él bordeó el festón dorado de los platos de porcelana.
―Hace dos meses que no nos vemos. ―Tobías no tenía energía, había estado sumergido en asuntos laborales todo el día y, además, no dejaba de pensar en Aldana.
―Veo que los tenés contados.
―¿Vos no?
―No. ―Fue categórico, mirándola con profundidad. Ella ignoró aquella rispidez en su tono; sabía que él no era un sujeto romántico y aunque sospechara que este tipo de agasajo no era de su agrado, tomó el riesgo. Sirvió dos copas de Chardonnay y propuso un brindis.
―Por tu regreso. ―Elevó una ceja, seductora.
―Por el negocio.―Chocó cristal con cristal y bebió un poco.
Los esfuerzos por evitar una conversación personal, lejos de los negocios, fueron sobrehumanos para Tobías. Adele lo notaba distraído, poco comunicativo, casi grosero. No se esmeraba en responder o incluso, pasaba varios minutos con la mirada vaga en su enorme ventana con vista al edificio de enfrente, nada atractivo, por cierto.
―¿Vas a festejar tu cumpleaños aquí? ―Sorprendiéndolo a sus espaldas, Adele le pasó las manos por el pequeño resquicio bajo las axilas y para cuando quiso posarle las palmas en sus pectorales, esos que tanto extrañaba, él la sujetó de las muñecas, esfumándole los planes. Volteó su cuerpo y se las ubicó a ambos lados de su cadera ―. ¿Qué pasa? Estás rechazándome una y otra vez, me di cuenta de eso.
―Adele, vine a hablar de negocios.
―Para eso tenemos tiempo, ahora me gustaría que me mimes un poco. ―En puntas de pie le tocó el rostro, recibiendo una nueva negativa. Ella exhaló fuerte, nuevamente enojada por el desaire. ―. Está bien, entiendo. Supongo que es porque estás cansado del viaje, por lo de tu papá, por la empresa, por...
―Estoy enamorado de otra persona, Adele. ―Su confesión fue ronca, oscura como la noche parisina. Ella parpadeó, no podía digerir el peso de esas inesperadas palabras. Curvó la boca a punto de echar una carcajada nerviosa y grotesca.
―¿Enamorado?¿Vos?¿Es un chiste de mal gusto o una excusa tonta? ―No se convenció.
―No me importa si me creés o no. Pasó. Inesperadamente. Pero pasó. ―Adele retrocedió hasta la línea de su sofá, sin mirar donde ponía el pie, chocando finalmente el trasero contra éste.
―Realmente me toma por sorpresa que manifiestes esto.... ¿cómo...? ¿quién es...? ¿Es argentina?
―Si.
―¿Es famosa?¿La conozco?¿Hija de algún político...?
―Es un ser excepcional. Eso basta. ―Tragó fuerte al escucharlo. Adele estaba abatida, pasmada. Llenó su copa con lo que quedaba de champaña y bebió casi todo el contenido de un trago.
―Ahora entiendo por qué ni te molestaste en llamarme durante este tiempo y por qué volviste frío como un témpano.
―Me tiene en un puño. Estoy loco por ella.
―¿Es correspondida? ¡Te ves para la mierda! ―Mezcló una risa fingida con resignación.
―Discutimos dos días antes de viajar.
―Y... ¿es algo que se pueda subsanar? ―Arremetió, con la gesta de una nueva esperanza en su pecho.
―Espero que sí porque sin ella no puedo vivir. ―Sentenció, dejándola con las manos vacías y el corazón roto.
―Nunca lo hubiera pensado de vos...enamorado... ¡ja! Quién lo diría. ―Moría de furia, desgarrada. Él no estaba mucho mejor, aunque por otros motivos.
―Era cuestión de encontrar a la correcta.
―¡Enamorado!¡Eres muy cursi! Esto es demasiado. ―Adele comenzó a deambular por su casa con la botella de champaña tomada del pico. Tobías detectó el malestar que la embargaba y para colmo, su creciente borrachera. La detuvo en una de sus tantas idas y vueltas, le quitó la botella y la sentó casi por la fuerza en una de las banquetas de su península de cuarzo.
―Estoy jodidamente enamorado, malditamente embrujado y orgulloso de lo que siento. Lo voy a defender con uñas y dientes. No es gracioso.
―Por tu discurso intuyo que el que la cagó has sido tú.
―Yo soy idiota y ella es obstinada y sentimental.
―Una combinación letal. ―Se cruzó de brazos, ya no quería seguir siendo testigo de sus penas de amor, no le interesaba verlo rendido a los pies de una fulana que se daba el lujo de rechazarlo cuando miles como ella lo querrían tener así de perdido.
―Adele, discúlpame si tus expectativas fueron otras, agradezco la cena, la invitación y tu compañía, pero si acepté no fue para ilusionarte: quiero hablar de negocios, más precisamente, de tu desvinculación de la empresa.
Como si enterarse que Tobías estaba enamorado fuera poco drama, la estaba despidiendo. Los labios se le despegaron, las palabras se atropellaban por salir de su boca, sin efecto.
―¿¡Qué!? ―Dio un grito histérico.
―No creo oportuno que continuemos trabajando juntos. Sos muy buena en lo que hacés, efectiva, pero creo que se confundirían mucho las cosas.
―¡No!¡No me voy a resignar a perder lo único que me queda de ti!
―¿Ves por qué te lo digo? No sería algo prudente.
―¿La pensás traer acá, no?¿Pensás traer a esa puta a París?¿Querés que yo no esté cerca? ―Como una desquiciada, comenzó a estrellarle sus puños en el pecho, recibiendo puro rechazo.
―Primero, eso no te incumbe y segundo, le volvés a decir puta y te juro que no vas a recibir ni un euro por la indemnización. ―El dinero, el vil metal era la debilidad de muchos, como la de ella.
―Sos un tirano.
―Soy justo.
―¿Me dejarás en la calle por un caprichito?
―¿En la calle? Gracias a mi negocio te forjaste una imagen, un nombre dentro de la industria. Mirá el lindo departamento que pudiste comprarte, la ropa que vestís, las joyas que usás...
―¡Trabajé mucho para lograrlo!
―Y bien ganado está, no te lo reprocho, pero no me vengas con celos infundados, con reclamos que no vienen a colación.
Ella rompió en llanto; el alcohol en sangre, las esperanzas truncas, la decepción, todo eso pesaba como un yunque en su pecho. Tobías estaba cosechando su siembra: mujeres que lo reclamaban, mujeres a las que les había dejado una marca y a las que no temió tomar como objetos de deseo, que de golpe debían resignarse a no tenerlo nunca más entre sus piernas.
―El miércoles te va a estar llegando el papelerío para que firmes y el viernes, sin falta vas a tener la liquidación del mes y el dinero por el despido. De todos modos, trabajarás hasta fin de junio. Es lo que corresponde.
Ella asintió desde el sofá. Estaba hecha añicos.
―Lo siento mucho, Adele. Sos una excelente mujer, bella, fascinante y de una inteligencia suprema. No te merezco.
―¿Y ella, la argentina esa, sí?
―Menos todavía, pero me ama con mis errores, aunque ahora mismo quiera matarme. ―Le sonrió de lado, ella ni siquiera lo acompañó en el gesto ―. Yo la amo y eso tiene que ser suficiente explicación en este embrollo.
Le besó la cima de su cabellera desprolija, fuera de la cola de caballo y se marchó. Ella tomó la copa de cristal sobre la península y la estrelló contra la puerta.
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Carilina: marca de pañuelos descartables.
Changüí: ventaja.
Coscorrón: frotar la cabeza con los nudillos en señal de regaño.
Cortó menos diez: como en el chinchón, cortar la jugada.
Aporteñado: que proviene del porteño; en particular, se le llama porteños a los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires. se dice que el tono del porteño es más arrogante, un poco nostálgico, como si recitara un tango.
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