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29

El martes siguiente, Tobías tomó asiento en la mesa familiar. Era la primera noche, después de varias de no hacerlo, que cenaba en la casona de Belgrano. La tensión era insoportable, las miradas iban y venían en todas direcciones, hasta que tomó el mando de la situación.

―Teresa, no sé si Mercedes te lo ha anticipado, pero no está en mis planes seguir viviendo en esta casa. No me interesa. Como tampoco me interesan el velero, los vehículos y la avioneta.

―Sí, lo hizo muy al pasar. ―Resumió rumiando su trozo de carne. Evitó comentar que su hija largaba espuma por la boca ante esa propuesta.

―Quiero ofrecerles un trato que claramente las beneficiaría. Podemos hacerlo todo legal y formal.

―A ver, soy todo oídos. ―Su madrastra apoyó los cubiertos en la mesa, estaba agobiada mental y físicamente por tener que pasar por todo eso y por escuchar los desplantes de su hija. Por suerte para ella, contaba el apoyo incondicional de Osvaldo Solé, su eterno amante.

―De los bienes materiales y propiedades solo quiero quedarme con la estancia de San Pedro. Tendríamos que solicitar una tasación por esa y esta propiedad, pero claramente, ustedes tendrían las de ganar.

―¿Y por qué estarías dispuesto a perder plata?

―Creéme Teresa que no es perder plata sino ganar en salud mental: esta casa lleva consigo los peores recuerdos que pude haber construido en mi cabeza, ya se los dije. ― Mercedes estampó los enseres metálicos contra la vajilla, ofuscada. Su madre le dedicó una mirada criminal de desaprobación ―. Ustedes han vivido aquí siempre, yo ya no le tengo afecto.

―Gracias por el ofrecimiento, pero ¿quién la mantendría? Te recuerdo que tu papá era quien pagaba las cosas.

―Buen punto: tenía pensado sumar una cláusula especial a mi contrato como presidente de la firma y considerar que parte de mi salario sea para el pago de los empleados y los servicios. Para ustedes en injusto renunciar a su estilo de vida, pero para quienes trabajan aquí a diario, es más duro que se los despida. ―La mujer tragó fuerte, guardándose el orgullo donde no le daba el sol ―. Solo quedaría por cuenta de ustedes los gastos de comida y efectos personales, lo de cualquier persona.

Tobías miró a Mercedes, cuyos ojos eran dos rayos láser que le disparaban hacia el cráneo. Ambos sabían que el tema no era simplemente la disputa de esa casa sino sus planes de deshacerse del departamento de Núñez.

A Tobías todavía le fastidiaba esa mancha negra en su vida, esa decisión desatinada que generaría injustas expectativas en Mercedes y con la que estuvo a punto de arruinarse el futuro a él mismo.

―¿Y si yo te dijera que quiero la estancia en San Pedro? ―expresó Mercedes, era obvio que no se la iba a hacer fácil. Teresa abrió la boca, sin esperar esa inexplicable proposición.

―¿Para qué la querés? Casi que no vas. Lo harías solo para molestarme.

―No te importan mis razones. Yo también la quiero, tendrás que compartirla o la llevamos a la venta. Vos elegís. ―Tobías no quería compartir absolutamente nada con ella, lo tenía en claro, mucho menos confrontarla.

―Listo, se vende. Como también se pone a la venta esta casa.

―Mecha, Tobías tiene razón, ¿para qué querés esa quinta?¡Nunca te interesó! ―Ensayó un tono pacifista ante el despropósito planteado por su única hija.

―La quiero. Y mientras más la quiera él, más la voy a querer yo. ―Parecía una nena de cinco años y no una mujer de casi treinta.

―Sabés que estás en desventaja, ¿no? ―Le advirtió Tobías dispuesto a no ceder. A ella le tembló el labio. «No...él no me pediría un análisis de ADN» ―. Pero si querés jugar sucio y hacer que esto sea una guerra, atenéte a las consecuencias, después no vengas a lloriquear.

―Chicos, por favor. No es necesario que esto sea una batalla campal. ―Intercedió Teresa calmando las aguas desde la cabecera de la mesa.

―Decíselo a tu hija que esta emperrada en cagarme cada puto minuto de mi existencia. ―La última esposa de Jorge se tomó la cabeza sabiendo que Mercedes contratacaría en 3,2,1...

―¿¡Yo!? ¿Hace falta que te recuerde que vos me abandonaste?

―Mercedes...―Su madre, sentada, le pedía calma. Los otros dos, de pie, se increpaban con hirientes puñales verbales.

―¿Hace falta que te recuerde que sos una mentirosa? ―Redobló la apuesta él.

―¡Lo hice por los dos!

―¡No digas cosas que no son! ―Los puños de Tobías impactaron tan fuerte sobre la madera de la mesa que la vajilla tintineó, corriéndose de lugar, a punto de caer el piso.

―¡Por favor Tobías! Por tus padres, dejá esto así como está.

―No, Teresa, estoy cansado que tu hija me viva culpando por sus engaños y traiciones. Yo me fui a Paris, sí, es cierto, hui y los dejé enfrentando miradas acusatorias. De eso me arrepiento, como también me arrepiento de haberme enredado entre las piernas de tu hija. ―Teresa le dio una bofetada picante que le enrojeció la mejilla de inmediato.

―No nos faltes el respeto. Eso sí que no te lo voy a permitir.

Iracundo, frotándose la piel se alejó de la mesa y llevado por el demonio, se encerró en su habitación.

***

Flashback

Los pies no se le movían del lugar. Su madre y el que hasta entonces pensó que era su padre, discutían a causa de un desconocido, muy cercano a éstos en edad. Jorge estaba furioso y a menudo, increpaba con el dedo en alto a ese sujeto. Teresa lloraba, se cubría el rostro con ambas manos y era quien separaba a los hombres cuando mostraban sus intenciones de confrontarse a golpes de puño.

No le quedaban dudas: hablaban de ella y de su verdadero origen.

La discusión no era un simple asunto de polleras: ese tal Osvaldo Solé, del que conoció su nombre más tarde, era su verdadero padre. No sabía quién era, a qué se dedicaba o cómo había llegado a esa casa y mucho menos a la vida de su madre, pero sí, que ella, Mercedes, no era una Fernández Salalles de pura cepa.

Las manos le temblaron y a los tumbos subió hacia la planta alta donde se topó con su medio hermano.

―¿Qué te pasó: viste a un fantasma? ―Mercedes no estaba para bromas. ―. Hey... ¿te sentís bien? ―Tobías se mostró preocupado y ella se desvaneció en la mitad del corredor, en brazos del muchacho. Levantándola como a una pluma, él la llevó a su cama, donde recobró el conocimiento a los pocos segundos ―. Mecha, hay que llamar a médico, está tu mama abajo y...―Girando en dirección a la puerta, ella lo detuvo sujetándolo por la muñeca.

―No, no busques a nadie. Quédate conmigo. ―Le tendió la mano y se acurrucó sobre el pecho masculino.

Tobías para entonces era un joven de veintitrés años y ella, de diecinueve. Él siempre había visto a su media hermana como su antítesis, no solo físicamente sino en su actitud ante la vida; peleándose con frecuencia, no había minuto en que no discutieran. Mercedes en cambio, riñendo con él, se ganaba su atención.

Desde que tenía uso de razón había visto a su hermano con otros ojos; ella nunca lo había sentido como alguien con el que compartiera sangre, el corazón se lo decía y esa noche confirmó sus sospechas.

A pesar de que el mundo se derrumbó al escuchar que no era hija de Jorge, se alivió al saber que Tobías no era su hermano, hasta minutos atrás intocable e imposible: se acababa de convertir inmediatamente, en un hombre de carne y hueso que la atraía de un modo irracional y obsesivo.

―¿Qué pasó? Contáme. ―Las demostraciones de afecto eran casi nulas entre ellos, pero Tobías, a pesar de verter en ella la frustración de ver que su padre había elegido una nueva compañera de vida y que ella era una nena consentida, la estimaba.

Mercedes rompió en llanto y le explicó todo lo que escuchó: que no era hija de Jorge, que ese hombre que estaba discutiendo en la biblioteca de la casa quería recuperar el amor de Teresa y presentarse ante la joven como su legítimo padre. Preso del estupor Tobías parpadeaba, confundido.

―No somos hermanos...yo siempre lo sentí acá...―Ella le llevó la mano a su corazón, palpitando a más no poder.

―No puede ser...

―Si, claro que puede ser. ¡Lo es! ―Se mostró efusiva. Tobías se alejó de su cama, inquieto. Él también había sido engañado, aunque no directamente. Mercedes caminó con las rodillas por la cama hasta ponerse de pies tras de él.

―Papá te dio su apellido.

―Sí, por una extraña razón lo hizo.

Tobías sintió una puñalada en el estómago, una mezcla de sensaciones y decepción se apoderó de sus entrañas. Corrió hacia el baño privado de la habitación de Mercedes y vomitó bilis. Cuando estuvo más repuesto, se enjuagó la boca y tomó asiento sobre la tapa del inodoro. Mercedes se acercó, recostando su cuerpo en el marco de la puerta.

―Nos mintieron. Hay que decirle que lo sabemos. ―Propuso él.

―No sé...es...que...me siento rara...aliviada...

―¿Aliviada?

―Sí, aliviada ―Mostró una mueca alegre, inentendible a los ojos del muchacho ―. Vos... ¿nunca te diste cuenta Tobías?

―Darme cuenta de ¿qué? ―Ella se le sentó de cuclillas y le acarició la cara en un gesto que distaba de lo fraternal. El muchacho se mantuvo rígido, con la espalda tensa.

―De que si no somos hermanos podemos estar juntos.

―¿¡Qué decís!? ―Le alejó las manos bruscamente. ―. ¿Te volviste loca?

―Yo vi el modo en que me mirás, no me digas que no te gusto.

―Te miraba como una pendeja caprichosa, no como una mujer que me atrajera. ¡Es un desquicio lo que decís!

Ella se paró violentamente, con las lágrimas cayéndole por el rostro, asimilando el primero de muchos rechazos que ignoró, se sostendrían en el tiempo.

―Todo el mundo siempre me tilda de loca. Yo muchas veces sentí que ese hombre, tu padre, no era mi progenitor y ahí lo tenemos. ¡Yo tenía razón! Ahora, no me niegues que vos me mirabas de un modo especial...

―Estás loca... ¡loca!

Marchando a paso sostenido con esa verdad ajena pero que también lo involucraba, dejó a Mercedes en la habitación, a solas, tratando de ver el modo de pedir explicaciones.

Durante una semana Mercedes y Tobías no se dirigieron la palabra. A pesar de que Mercedes generaba momentos de soledad adrede, él se escabullía, quedando a resguardo. Sin embargo, una noche todo cambió.

Con el matrimonio Fernández fuera de casa, lo inevitable dejó de serlo: Mercedes se coló a hurtadillas en el dormitorio de Tobías.

Desnuda, se metió en la cama caliente de ese hombre al que adoraba desde siempre y por el que se había mantenido virgen hasta esa edad.

Tobías notó que alguien lo acariciaba por detrás, apoyaba sus palmas en sus abdominales y escabullía los dedos por debajo de su pijama, acariciándolo, poniéndolo a mil.

Entredormido, él no se percató de quién era la dueña de ese toque caliente; en esa etapa de su vida, en la que las fiestas hasta la madrugada, el desfile de chicas en camas de hotel y mucho alcohol eran moneda corriente, ni se acordaba en dónde amanecía ni al lado de quién.

―Sabía que ibas a sucumbir a mis encantos. ―Mecha le susurró al oído y fue para entonces que se desató el acabose.

Confundido, caliente, con algún tipo de sustancia en sangre que le impedía discernir la realidad de la fantasía, se dejó llevar por la dulzura de esa muchacha que nada se parecía a la contestataria y malhumorada Mercedes.

Tobías la contempló en la penumbra; la chica era hermosa y la idea que no fuera su hermana, resultó tentadora por demás. Con aquella verdad que quemaba entre sus manos, ella se sentó sobre la erección de él, para rozarse los pliegues húmedos y deseosos por sentir ese miembro grueso e inigualable que se desplegaba ante sus ojos.

Quiso simular experiencia, madurez, y se encajó en él soltando un grito que atravesó las paredes de la habitación. Dolía mucho, acababa de perder la virginidad de un modo violento y desesperado, todo por pertenecerle.

Tobías arremetió dentro de la carne femenina sin reparar en el padecer de esa muchacha que intentaba demostrarle una seguridad que no poseía. De a poco, su vagina se adaptó a los embates de ese hombre que cumplía todas sus expectativas y más.

Nada delicado, sino todo lo contrario, como si la frustración a causa del engaño de sus padres lo envalentonara, la giró y continuó poseyéndola sin siquiera darle un beso.

―¿Esto es lo que querías?¿Para esto me buscabas? ―le preguntó alterado, con la boca llena de saliva y rabia.

―Sí, si...¡esto!¡Esto!―Gritó ella y él explotó dentro de Mercedes, sin cuidados.

Ella no conoció las mieles del orgasmo; todo había sido tan súbito y doloroso que no pudo concentrarse en el verdadero placer. Sin embargo, advertida de estas situaciones, no se preocupó, soñando con más y más encuentros que le dieran su tan ansiado premio.

Un líquido ferroso corrió por entre sus piernas, lo que sobresaltó a Tobías. Dejando su cigarrillo encendido de lado, le pidió explicaciones. La cabeza le daba vueltas como una calesita, estaba sudado y de mal genio.

―¿Sos virgen?

―Ya no, porque te estaba esperando. Quería que fueras el primero y lo fuiste. ―Quiso acariciarlo, pero él se lo impidió, esquivándola. Enamorada y perdida, lo escuchó farfullar maldiciones, tildándose de irresponsable. Fue hacia su baño privado, mojó una toalla con agua tibia y se la ofreció para que se limpiara.

Cada insulto que se dirigía a sí mismo era un puñal para Mercedes. Se suponía que ahora ella estaría sobre el pecho de él, hablando de su maravillosa primera vez y de los planes que tendrían juntos, pero no. Él se mostraba odioso, en desacuerdo con lo sucedido y arrepentido. Mercedes se envolvió con las sábanas, dolida emocional y físicamente.

―Andáte Mercedes, tomate un ibuprofeno y mañana hablamos mejor. Que te quede claro que esto no se tiene que repetir. ¿Estamos? ―Escuchar aquello fue un disparo al corazón.

―¿Qué?¿Por qué? ―Ella cubría sus pechos con la tela de satén manchada.

―Lo que dije, no me hagas repetirlo. ―Se colocó el pantalón del pijama a los tirones.

―P...pero...¿no fue especial para vos?

―Sí, fue especial desde el momento que me comporté como un salvaje porque te hiciste la experimentada. Me tendrías que haber dicho que eras virgen.

―¿Para qué?

―Así ni siquiera te hubiera puesto un dedo encima. ―Los ojos de Mercedes se llenaron de lágrimas que mezclaban frustración y desesperanza. Salió de la cama desnuda, así como llegó, molesta y con la entrepierna magullada por los embates despiadados de Tobías. Entró a su habitación y se arrojó en su cama a llorar desconsoladamente.

Tras aquel suceso, los intentos de Mercedes por seducir a Tobías se tornaron escandalosos. Se vestía con grandes escotes, tacos altos y se maquillaba en exceso para atraer su mirada. Nada lograba sacarlo de las fiestas y el descontrol, pero obstinada y segura de lograr su objetivo, se propuso tomarlo por sorpresa como aquella vez su cama.

Una noche en la que él regresó con unas copas de más, enojado por haber discutido con su padre por haberle expuesto que deseaba marcharse a París a jugar al polo y a montar su propio negocio de comercio y crianza de caballos, fue a la cocina y bebió varios vasos de agua de golpe.

No estaba de buen humor y encontrar a Mercedes en su tradicional bata de seda marfil, no cambió su perspectiva de la noche.

―Desde ya te advierto que no estoy de ánimos para tus gritos, ni tus destratos de nena terca. ―Habían pasado casi dos años de la primera y única vez que estuvieron juntos y hasta entonces, ella se había encargado de conseguir mayor experiencia. Aprovechaba las ocasiones disponibles para acostarse con compañeros de la universidad o con los profesores, cuando comenzó a darse cuenta que tenía un gran poder de seducción que podía tomar a su favor.

Tobías permanecía sentado en la barra de la cocina con un horrible dolor de cabeza. Ella se le acercó sugestivamente y tomó asiento a su lado. Lucía mansa sin maquillaje, con su cabello lacio y bien cepillado.

―Vine por un vaso de agua ―Juguetona, le quitó el vaso y bebió un sorbo, dos, cadenciosamente. Él tragó, intentando no caer en su perverso juego ―. Mmm...deliciosa...rica...―Pasó el vaso empañado por el filo del cuello y su escote entreabierto. Tobías maldijo en mil idiomas, sin marcharse ―...mmm...yo estoy tan caliente...―Mercedes ronroneó y dispuesta a conseguirlo como sea, se sentó en la península de mármol. Dejo caer un hombro de su bata hacia el costado, luego el otro y finalmente, desanudó el lazo. Abrió sus piernas, dejando al descubierto su cuerpo pequeño, desprovisto de ropa íntima. Se pasó el vaso húmedo por el pubis rasurado y sus pliegues inferiores. ―. Se siente muuuuuy bien. ―Largó un gemido indecente.

Tobías no pudo contenerse ante la deliberada seducción; fuera de sus cabales, furioso consigo mismo y con ella por volverlo loco, arrojó el vaso al piso haciéndolo trizas y se encajó entre las piernas de Mercedes, bajó la cremallera de sus vaqueros y la penetró tan o más violentamente que aquella primera vez.

Ella gozaba plena, satisfecha por conseguir lo que quería, gritaba, desaforada, gozando de los embates hostiles y llenos de remordimiento que azotaban el espíritu negro de Tobías.

Sin llevar la cuenta, rápidas y duras embestidas colmaron la cavidad femenina de culposo placer. Tampoco la besó en esa oportunidad. Ni en el pecho, ni en los labios ni siquiera la miró cuando salió a los tumbos de su interior, goteando y maldiciendo otra vez.

Los rasgos de Mercedes se transfiguraron al quedar sola en la cocina; no era así como debía ser, continuaba sin obtener ese momento de intimidad extrema que tanto buscaba. Se prometió que la tercera, sería la vencida.

Fin del flashback

***

Tobías no le respondía los mensajes. Le irritaba no tener noticias suyas y mucho más, que la ignorara. Iris subió al ascensor con seguridad, con sus gafas de sol ocultando el malestar en sus ojos y un mono rojo con la espalda libre que dejaba poco librado a la imaginación.

A paso sostenido ingresó al octavo piso, siendo objeto de miradas indiscretas de hombres y de mujeres. Sus senos, sin las ataduras de un corpiño, se movían al compás de su tranco.

Cuando Aldana la vio pasando de largo a su escritorio, se atragantó con saliva. Era una pantera, agazapada y tan segura de sí misma que le dio gran envidia.

―Buenas tardes. ―Sonrió la secretaria, en su papel. La morena se acercó a la oficina de Tobías y trató de ver a través del cristal si éste estaba allí ―. Buenas tardes, señorita... ¡Iris! ―La llamó por el nombre al no obtener respuesta de su parte.

―Hola ¿está Tobías? Tengo que hablar con él. ―Se movía de un lado al otro, inquieta.

―En este momento está en una reunión importante. ¿Usted llamó para acordar una cita con él? ―La respuesta era un "no" grande como una casa, al menos en lo que a la agenda laboral respectaba. Pensar en que él la hubiera llamado por su cuenta, como lo había hecho semanas atrás, le dolió anticipadamente.

―No, no me hace falta.

―Yo le recomendaría que lo considere para la próxima vez, sobre todo, para ahorrarse tiempos de espera. ―La pelea era desigual, pero Dana defendería lo que estaba naciendo entre su jefe y ella.

La morena la miró de arriba hacia abajo, escrutándola con desdén.

La chica era preciosa, no se parecían en nada. Con un vestido a la rodilla color negro, cuello de bebé y puños en color crema, era sofisticada aun sin que esas ropas fueran de primera marca. Cualquier trapo comprado en la calle Avellaneda le quedaría bien. No le hacía falta recurrir a los escotes o como ella, a la falta de corpiño, para mostrarse atractiva y seducir.

― ¿Tiene para mucho rato?

―Estas reuniones son tan aburridas como imprevisibles ― Aldana fue con su taza rumbo al dispensador de agua cuando, inesperadamente, Tobías salió de la oficina y le susurró algo al oído. Le posó una mano indulgente en la curvatura de la espalda sin importarle el entorno; en tanto que a Dana aquel gesto de posesión le dio una victoria temporaria, a la brasilera le cayó como balde de agua helada.

―¿Iris?¿Qué haces acá? ―Tobías descubrió la visita de su amiga. Avanzó hacia ella y sin perder la gentileza, la tomó del brazo con cuidado para llevarla a un sector apartado del centro de la oficina, donde se erigían unas estanterías con biblioratos y material de archivo que los tendría a resguardo de las miradas indiscretas.

―Últimamente no respondés mis llamados, no vas al club, no te encuentro nunca.

―¿Y qué con eso?

―¿Es porque andás de noviecito con ella?

―Eso no es de tu incumbencia. ―Se manejaban dentro de un incómodo murmullo. A Aldana no le agradaba en absoluto ese secretismo.

―Lo debí haber sospechado desde que la vi; ella era presa fácil, tiernita, angelical, virginal. Caíste en las garras del venado, rey de la selva. ―Masculló, con las mejillas más rojas que su vestimenta.

―Iris, jamás te prometí nada, ¿te olvidaste de nuestro acuerdo? No me pongas en la incómoda posición de tener que aclarar cómo fueron y son las cosas entre nosotros...―Ella le bordeó la barbilla con un dedo mientras éste hablaba, buscando capturarlo en sus redes nuevamente.

A lo lejos, la secretaria quiso cortarle la falange con una regla de plástico. Los celos eran desesperantes. Evitó manifestar su descontento y, en cambio, entró a la oficina donde aguardaban por el regreso de Tobías.

―El señor Fernández Heink ahora regresa, ha tenido un percance con uno de los empleados. Sepan disculparlo, no se demora. ―Apuntó cordial y apenas traspasó el umbral del despacho chocó contra el torso duro su jefe.

Con los ojos inyectados en malestar y el aire comprimiéndole los pulmones, se apartó de él, sin aceptar la caricia que Tobías intentó darle en la espalda.

―No me toques. ―Altiva como nunca, se deshizo violentamente del contacto previo llegar a destino.

― Aldana...cariño...

―Tampoco me llames cariño. Volvé a esa reunión. Al menos tené el decoro de respetarlos a ellos. ―Sus palabras lo lastimaron, pero sus desprolijidades estaban pasándole factura. No era sitio para montar un espectáculo por lo que tomó el consejo sin chistar.


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La calle Avellaneda es reconocida por sus locales con grandes descuentos y diversa calidad en sus prendas de ropa.

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