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27

Analía bajó por las escaleras a pura protesta, no solo tenía que hacer de chico de los mandados cuando bien Tobías podría haber usado su teléfono, sino que además, tenía que aguantar las órdenes para su vida extra laboral.

El corazón se le detuvo apenas puso un pie en el piso donde trabajaba Gio, quien, de brazos cruzados sobre una de las mamparas que delimitaba el cubículo de trabajo de Berenice Castro, hablaba animadamente con la bonita morena de ojos verdes que cantaba en el Colón. Ana limpió su garganta, extendió su pollera negra de gabardina rasada y avanzó con seguridad.

―Giovanni, buenas tardes. ―A pesar de estar hablando con esa preciosura de ojos color esmeralda, él había visto por el rabillo del ojo a Analía. Meneaba las caderas del mismo modo que cuando bailaba. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces?

―Hola, ¿cómo estás Analía? Creí verte más temprano. Digo, como para que nos volvamos a saludar ahora de nuevo. ―¿Era necesario ponerla en ridículo? Berenice emitió una risita que Analía apuñaló con la mirada.

―No sé, quizás es porque no te registré en todo el día. «A ver cómo salís de esta, rubio, ¿eh?»―. Necesito dejarte un mensaje personal de Tobías, tiene que ser en privado.

―Sí, sí, cómo no. ―Giovanni se extrañó, sin entender el porqué de tanto secretismo. Le permitió pasar por delante de él sin dejar de mirarle el culo. Se aflojó el nudo de la corbata con disimulo, acalorado.

Una vez que estuvieron dentro de su despacho, cerró la puerta y fue en dirección al escritorio sobre el cual apoyó el trasero.

―Vos dirás.

―Tobías me mandó especialmente para que te diga que quiere que vayamos a cenar...lo cuatro...al restaurante que vos ya sabés, ese de Plaza Serrano. ―dijo sin respirar.

―¿A "Brandon"?

―Sí. Quiere los esperemos a las 9, y que me pases a buscar media hora antes, cosa que claramente no voy a aceptar porque me puedo pagar mi propio taxi a pesar de que le dije que...―parloteaba sin mirarlo hasta que unos labios gruesos y exquisitos le cortaron el discurso repleto de excusas y peroratas innecesarias.

―¿A las 8:30 en tu casa? ―La dejó sin aliento ni reacción. Giovanni necesitaba detener esa boca parlanchina, causante de los delirios de toda su semana.

―Bueno, pero no seas impuntual.

***

―Tobías, alguien puede venir y aunque sea Analía no me gusta que estemos a puro beso frente a ella. ―En el despacho del jefe, de pie, se olfateaban los perfumes de sus cuellos.

―Ella ya sabe lo nuestro.

―Si, pero es que anda de capa caída.

―¿Por qué?

―Porque el otro día que salió con Giovanni, él la rebotó. ―De a poco, Tobías armaba las piezas de esa historia en su cabeza. Aguardó por la versión de su secretaria para teorizar junto a ella.

―¿La rebotó?¿Segura?

―¿Vos te enteraste de algo?

―Algo...

Dejando la pasión de lado tomaron asiento uno en frente del otro para cuchichear sobre la parejita de sus amigos. Tobías fue escueto, fiel a su estilo, Aldana tampoco dio demasiados detalles, pero sí los suficientes como para intuir que eran un par de tontos que no se habían dejado las cosas en claro.

***

Adolfo estacionó en "Brandon", un restaurante de la zona de Plaza Serrano, en Palermo, y para entonces Gio y Analía aparecieron por detrás, cada uno por su lado. En el Audi, no se habían dicho ni una palabra.

El restaurante era muy agradable, de construcción amigable, techos altos, cerchas metálicas y ductos a la vista. Las mesas eran de madera y fórmica blanca, cuadradas, y las paredes de ladrillo netamente pintadas de blanco.

Abordaron muchos temas que no solo incluyeron cuestiones de oficina sino, además, la poca destreza para el baile de Aldana y Tobías.

―Decíle que no fui tan desastroso. ―Rompiendo un poco la tensión entre ambos, Gio codeó a Analía, a su lado ―. Dale, ¡defendéme!

―Tampoco voy a decir que sos el rey de la salsa, pero te las rebuscaste bastante bien. ―Los cuatro se echaron a reír estruendosamente, sin reparar en el silencio de las mesas vecinas que los miraron con recelo.

Surgieron entre las dos parejas anécdotas compartidas y el clima de complicidad que Tobías inteligentemente buscó. No ocultó lo mucho que deseaba a Aldana; sus miradas iban y venían constantemente y no faltaron los besos robados que les daban cosquillas en el cuello femenino.

Con disimulo, él le apoyó la mano en el muslo por debajo de la mesa. Maldijo que llevara pantalones, pero se conformó con acariciarla cerca de la unión de sus piernas. Aldana sintió el contacto tibio, tela mediante y simulando que no pasaba nada, abrió las piernas facilitándole el acceso.

La bragueta de Tobías se activó. Como un gran actor, como un hábil embustero, hablaba con todos mientras le acariciaba el interior de los muslos a su amada, anticipándole que no estaba dispuesto a que la noche terminara tranquilamente.

***

En la cama de Aldana, despiertos, jugueteaban entrelazando sus dedos.

Regálame tu risa, enséñame a sonar
Con solo una caricia, me pierdo en este mar.

Regálame tu estrella, la que ilumina esta noche
Llena de paz y de armonía, y te entregaré mi vida

Él entonó cerca de su oído, estremeciéndola, emulando la voz flamenca de Pablo Alborán:

Haces que mi cielo vuelva a tener ese azul
Pintas de colores mis mañanas solo tú
Navego entre las olas de tu voz...
Y tú, y tú, y tú, y solamente tú
Haces que mi alma se despierte con tu luz
Tú, y tú, y tú

Enseña tus heridas y así la curará
Que sepa el mundo entero que tu voz guarda un secreto
No menciones tu nombre que en el firmamento
Se mueren de celos, tus ojos son destellos
Tu garganta es un misterio...

La dueña de casa se volteó, embelesada, mirando esos ojos de un negro casi compacto, apenas con chispas acarameladas, sin dejar de escucharlo. Le selló los labios con un beso apasionado, cargado de sentimiento y devoción.

―Me embrujaste... ¿qué me hiciste? ―Confesó él, con los ojos parpadeando en cámara lenta, sumido en un empalagoso sentimiento.

―¿Enamorarte? ―Fue una pregunta en ambos sentidos; los necesitaban identificarse con la respuesta.

―Sí, definitivamente.

***

Se bañaron juntos, se espumaron las espaldas, sus brazos, juguetearon con el shampoo, pero ella salió antes de la ducha para llegar unos minutos más temprano al trabajo.

Él había pedido que Adolfo lo recogiera en la casa de Aldana y con la ventaja de haber dejado uno de los trajes y una camisa en la casa de su secretaria, tenía ropa limpia para usar en la oficina.

Aquello era algo nuevo, en ese lugar ya tenía cepillo de dientes, bóxer, medias y desodorante, lo que reafirmaba ese sentimiento que nacía y crecía con cada minuto dentro suyo.

«Con que esto es el amor...», con los brazos en jarra, loco de atar, se miró al pecho, hablándole a su corazón. Ladeó la cabeza con una sonrisa simpática, había perdido la compostura

A las ocho y media apareció en el edificio y apenas puso un pie en la oficina del piso ocho, saludó como siempre pero no pidió café porque ya había bebido el que le dejó preparado Aldana antes de marcharse.

No obstante, él la convocó en su despacho y le dio un sobre.

―Abrilo.

―¿Qué es?

―Abrilo y leé.

Era la confirmación de la reserva de una habitación en un hotel de Puerto Madryn. Aldana levantó la vista, con la boca entreabierta, a punto de que las mariposas se le escaparan por esa pequeña ranura entre sus labios.

―¿Qué significa esto?

―Sé que andabas triste porque no conseguías vuelo para viajar la semana próxima e ir al sur en micro es inhumano. ―Ella le sonrió, dándole la razón sin hablar ―. Lamentablemente la avioneta de mi padre no está en condiciones de hacer tantos kilómetros y todavía está envuelta en cuestiones legales, así que alquilé un vuelo privado para que vayamos el feriado largo a Madryn. Eso sí, no te pregunté si querías que vuele con vos.

Aldana estaba petrificada, miraba la reserva hotelera y el rostro aniñado de Tobías, esperando que lo aceptara.

―¡Por supuesto que quiero que viajes conmigo!¡Esto es más de lo que podía imaginar!

―¿Si?

―¡Si!

Ella correteó hacia el escritorio, le rodeó la cara con las manos y lo devoró con los ojos y con la boca.

―Gracias, gracias, gracias...―Posó pequeños besos en todo su rostro.

―Quiero verte siempre feliz, no quiero que nada te entristezca, mucho menos si es algo que tiene solución. ―Enredó sus dedos en el cabello de Aldana, largo, dócil y planchado con eficiencia.

―¡Estoy que muero de felicidad!

―Me alegro mucho, quería causar ese efecto.

Al llegar el viernes, el trabajo no disminuyó en absoluto a pesar de que las reuniones fueron considerablemente en descenso. Ya no era novedad que Tobías manejaba la empresa muy inteligentemente, ni que Giovanni Carbone era un hábil economista. La presidencia le calzaba a la perfección; sin dudas, sus padres estarían orgullosos de él.

Tomándose un descanso, los amigos almorzaron juntos para cuando el italiano le confesó que no había sucedido nada más entre Analía y él.

―Me la está haciendo pagar. Me invitó este fin de semana de nuevo a "Azúcar".

―¿Qué vas a hacer?

―Quiero ir, quiero verla fuera de este edificio.

―Entonces, aprovechá y aclará las cosas con ella.

En la misma sintonía estuvieron anduvieron Aldana y Ana, quienes, en el comedor de la empresa, no dejaron de cuchichear: Dana, contándole de su próximo viaje a Madryn y Ana, de la invitación a Gio.

―No juegues con fuego. A los hombres no les simpatiza que pongan la pava y no tomen el mate*

―A vos el potrazo te esperó... ―Se miró las uñas, envidiándola sanamente.

―Sí, tenés razón. No sé cómo se aguantó tanto.

―Yo te lo dije: vos no sos cualquier mujer para él.

Las amigas se fueron de compras apenas se marcharon de la oficina, más temprano que de costumbre y con el consentimiento de su jefe; ese fin de semana Tobías había prometido reunirse con algunos amigos. Era la primera vez que pasarían más de dos días sin verse después de la muerte de Jorge, lo que suponía una gran prueba para ambos.

Tobías se quedó unos minutos más en la oficina; a último minuto, citó a Felicitas Rojas a quien le sorprendió el llamado por demás. Hacía una semana se había reincorporado de su licencia médica y el jefe, lo supo de inmediato.

Meditando si hacer o no una demanda a la empresa, la mujer se sintió un tanto intranquila cuando el mismísimo presidente de la compañía la convocó en su despacho.

Temblaba como una hoja; bajó del ascensor notando que, para entonces, ya no había nadie en el octavo piso excepto por el jefe, quien, con la puerta entreabierta, se percató de la presencia de su empleada.

―Adelante, por favor. ―La rubia pasó, sintiéndose intimidada ―. Tomá asiento. ―Ella obedeció y Tobías cerró con tranquilidad.

Felicitas no era una mujer fácil de impresionar; había crecido en uno de los barrios más relegados de Puerto Madryn. Casualmente, era vecina de la abuela de Aldana Antur.

Conocía a Aldana de recién nacida y siempre le había llamado la atención aquel capricho de la naturaleza: de ojos azules como los de su padre y pelo renegrido como la madre, levantaba suspiros entre los muchachitos de su edad y algunos más grandes, quienes, escudados en la altura de la chica, en su prematuro desarrollo corporal, aprovechaban a piropearla siendo una chiquilla de tan solo 13 años.

Cada quince días, Felicitas veía a Rafaela llegar con su hija a visitar a su suegra, cuñada y sobrinas mellizas, de la misma edad que "Danita". Era conocido que el esposo de Rafaela estaba trabajando en la boca del pozo petrolero, como así también que esta andaba de amoríos con Román, uno de los obreros del edificio que estaban construyendo frente a lo de Frida Antur.

Sin certezas del romance, todo terminaría en tragedia y Aldana se vio envuelta en un caso policial a muy temprana edad: primero, por haber descubierto a su madre asesinada y un año más tarde, por llevar sobre sus hombros la muerte de su padre.

Para entonces Felicitas trabajaba como asistente en un pequeño laboratorio en el centro de Madryn, donde supo que "Fármacos Heink" estaba seleccionando administrativos para su oficina en Buenos Aires.

No lo dudó; fue en busca de la oportunidad y la tuvo.

A partir de ese momento de fortuna, trabajaba en el archivo, haciendo informes sobre los estudios y prácticas de laboratorio y clasificando documentación confidencial. Era tan eficiente como sumamente chismosa.

Cuando seis años atrás vio que la hermosa Aldana Antur era apadrinada por Jorge Fernández Salalles, sus ojos no dieron crédito de la casualidad y las vueltas del destino. Enseguida, no dudaron en echar a correr la bola de que se la chupaba al viejo.

Felicitas sabía que era muy probable que no fuera cierto, pero aun así, no le importó seguir acrecentando el rumor.

―Felicitas, ¿cómo estás de tu cuello? ―Tobías preguntó con cinismo. Ella temblaba ante ese hombre intimidante y pagado de sí mismo.

―Bien, recuperada totalmente.

―Me alegro. ¿El resto de tus cosas?

―Bien, un poco sorprendida por esta convocatoria, señor.

―Es lógico, de no ser porque hay algo demasiado personal y privado que decirte ni me hubiera molestado en llamarte. ―A Felicitas se le congeló la sangre. Eso iba de regaño, ¿pero a cuenta de qué? Había sido cuidadosa en lo concerniente a su licencia, había conseguido un certificado médico válido que le daban más días de los previstos, pero todo dentro del marco de lo legal.

―N...no entiendo ―balbuceó. El presidente de "Fármacos Heink" era un tipo tan atractivo como aterrador; utilizando un tono grave, como el de los cantantes de ópera, se cruzó de brazos, dejó de deambular y tomó asiento en la silla de su escritorio. Luego, obtuvo una carpeta de uno de los cajones que tenía en su mueble y le mostró una serie de papeles a su empleada.

―Acá mismo, donde hay una línea punteada, poné tu firma, aclaración y DNI.

―¿Para qué es todo esto?―Los ojos se le llenaron de lágrimas.

―Es tu renuncia, en la cual consta que se te va a pagar lo trabajado, más el proporcional de aguinaldo, vacaciones y un plus por un buen desempeño, algo irreal por cierto, pero que me asegura que te vas a ir con la boca bien cerrada.

―Yo no tengo pensado renunciar. ¿Qué está diciendo, señor?

―Que vas a renunciar por haberte metido con la persona incorrecta. ―Ella se mantuvo con sus ojos sometidos a la tiranía de su jefe. ¿Renunciar? ¿Persona incorrecta?

De súbito, se le apareció en la cabeza la imagen de la dulce y remilgada Aldana Antur y lo que no era un secreto para nadie: que mantenía un romance con él, que Tobías Fernández Heink le regalaba flores con notitas sugerentes y que se habían acostado en Brasil, lo que era imposible de corroborar, pero alimentaba los corrillos con fervor.

―Creo que se está equivocando de persona.

―¿Acaso no sos Felicitas Rojas, legajo 11.502, con domicilio en avenida...?

―Sí, sí, soy yo...―interrumpió ―, pero no es a mí a quien tiene que pedirle la renuncia. ¡No me puede echar sin justificativo!

― No es un despido, es una renuncia en la que admitís que tus intereses no son compatibles con los de la empresa.

―No puede obligarme a firmar esto... ¡exijo un abogado! ¡Esto es acoso laboral!

―Creéme que no lo es. Maltrataste a una empleada, le dijiste cosas horribles. ¿Lo vas a negar?

No fue capaz de decir nada; sus lágrimas brotaron de sus ojos impiadosamente.

―Tenés dos opciones: firmás, te llevás a casa un buen dinero a cambio de renunciar y no levantar ninguna clase de cargos, sumado al seguro de desempleo que te corresponde por ley o bien, te echo sin un peso, alegando que me faltaste el respeto.

―¡Eso sería difamación!

―¿No es lo mismo que hiciste con Aldana Antur?

Cualquier posibilidad de pelear, de luchar por sus derechos, quedaron reducidos. Había caído en la misma trampa que le tendió inconscientemente a Aldana, era como si la madre de la chica se estuviera vengando por los chismes que ella misma había echado a correr y que alimentaron la mente obsesiva y celosa de Lorenzo Antur.

Felicitas, quien mantenía un romance clandestino con Lorenzo, nunca había soportado que continuara eligiendo a su esposa, a esa insulsa aborigen que no tenía dónde caerse muerta.

Minutos antes de que se cometiera ese terrible asesinato ella misma le había metido en la cabeza a "El Gringo" que su mujer lo engañaba. Jamás pensó que este, celoso hasta el tuétano, la mataría como una bestia. Felicitas solo deseaba que abandonara a su esposa para irse con ella.

Escapando de Madryn a causa de sus propios fantasmas, aprovechando la oportunidad laboral que apareció como una salvación, el karma la estaba poniendo frente a su verdugo.

Ese hombre, visiblemente apegado a Aldana, tomaba cartas en el asunto.

Felicitas no pudo más que tomar la lapicera con nerviosismo y poner sus datos donde lo requería el papel.

―El lunes ni aparezcas por acá. La empresa te va a enviar en un taxi el sobre con el dinero que te corresponde, en efectivo.

―Está bien...supongo que tengo que agradecerle su deferencia. ―Fue irónica. Le entregó el papel con rabia.

―No hace falta. Y ahora, por favor, retírate. Es muy tarde y tengo ganas de salir con mi pareja. ―Ella elevó la mirada, confirmándolo todo.

Con torpeza y con las lágrimas cayéndole sobre su inerte rostro, salió corriendo de la oficina. Se echó a llorar con furia en el ascensor. Pasó por su escritorio y cual perro rabioso, guardó sus pertenencias y se marchó. Al salir, dejó sus credenciales en la recepción de planta baja, cuando se topó con la hermana de Tobías, la señorita Mercedes.

Maldiciendo porque no encontraba la tarjeta de ingreso y egreso, la muchacha castaña estaba apostada frente al enorme mostrador cuando vio a una de las empleadas de archivo. No sabía su nombre, ni a qué se dedicaba específicamente, pero la había visto un par de veces. La mujer lucía desbordada y fuera de sí, roja como el tomate. Mercedes, que no se compadecía de nadie excepto de sí misma, se interesó genuinamente.

―Disculpáme, ¿te sentís bien?

―Si... ¡no! El crápula de su hermano Tobías me echó... ¡me dejó sin trabajo! ―Rompió en llanto, un llanto angustiante y despechado.

Tobías no se caracterizaba por ser comportarse mal con el personal, eso más bien era propio de una personalidad egocéntrica como la de Mercedes; él ni siquiera admitía que lo llamaran señor ni le rindieran pleitesía. A pesar de los millones que lo forraban, se comportaba como un ciudadano común y corriente.

―Estoy segura que es un error, ¿querés que hable con él? ―Se mostró inexplicablemente comprensiva, impropio de ella.

―No, no, no va a cambiar de postura. ¿Usted conoce el dicho que más tira un pelo de...ahí abajo...que una yunta de bueyes? ¡Pues eso es lo que pasó! ― Se apartó de la joven cuando ésta la correteó por unos metros y la sujetó del brazo, interceptándola.

―Esperáme un momento, ¿tenés un segundo para hablar conmigo en privado? Tomemos un café, acá a la esquina. ―Si no había comprendido mal, Tobías la había despedido por algo relacionado con la mosquita muerta de su secretaria. Se le apresuró el corazón de pensar que esta impensada pieza la ayudaría con su plan.

―¿Para qué? Ya no quiero volver a este lugar.

―Para entender las razones por las cuales mi hermano tomó tamaña decisión.

―No hay mucho que entender, su hermano está dispuesto a defender con uñas y dientes lo que quiere...

―Por favor, concedéme cinco minutos. Solo cinco. Esperáme en el Starbucks de la calle Sarmiento, yo te invito.

Felicitas se sintió extrañamente interesada e intrigada por el convincente pedido de la hermana del dueño, asintiendo con una pizca de desconfianza.

Fue a la renombrada tienda de cafés envuelta en intrigas y tomó asiento en una de las largas mesas de madera; al cabo de cinco minutos apareció Mercedes Fernández.

Debía admitir que físicamente eran antagónicos con su medio hermano: él, una mole de casi metro noventa, ojos pequeños, rasgos duros, nariz romana y cabello renegrido en tanto que ella era de pelo castaño, ojos redondos y dorados, perfil respingado y cuerpo de muñequita de porcelana.

Mercedes llegó con el corazón palpitándole intensamente; estaba ante la posibilidad de continuar sumando herramientas para esgrimir una buena venganza. Sin preguntarle por sus gustos, le compró un latte grande. El más costoso de todos. Ella pidió uno igual para sí.

Tomó asiento al lado de la mujer de exagerado rubio, prótesis mamarias y demasiado maquillaje para comenzar con una interesante negociación.

**********************

Mandado: recado.

Micro: ómnibus destinado al traslado de pasajero, generalmente, para mediana y larga distancia.

*La expresión se refiere a que calentar el agua es la tarea más tediosa, en tanto que tomar el mate aparece para sugerir el momento de disfrute o placer.

DNI: Documento nacional de identidad.

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