26
Aldana moría de ganas por contarle a su amiga los pormenores de su estadía en la estancia de San Pedro y curiosear, por qué no, cómo había resultado su salida con Gio.
Analía apareció quince minutos más tarde con la nariz sonrojada y los ojos brillosos, excusándose tras una alergia. Dana no quiso cuestionarle los motivos de su aspecto, pero de inmediato supo que el sábado nada resultó según lo previsto.
Ana esquivaba comentarle el denigrante momento del rechazo en el Audi de Gio, ¿para qué contarle? No quería arruinar la cara de satisfecha de Aldana. Se lo había ganado y merecía no amargarse.
Decidió no almorzar y llenar su estómago de tecitos y Criollitas.
Aldana no supo cómo abordarla durante todo el día, por lo que la obligó a que fuera a su casa a cenar.
―Te lo debo, te abandoné mucho.
―Tranquila, ya me acostumbré. ―Fue involuntariamente cruda. Al instante se relajó y ese llanto contenido afloró en el baño de la oficina.
―Anita...―Encerradas en el mismo cubículo, se reacomodaron: Aldana bajó la tapa del inodoro, tomó asiento y la puso a su amiga sobre su falda. ―. Anita...¿qué paso? ¿El gigantón se portó mal con vos?
―No...
―¿Entonces? Dale, los baños de al lado están desocupados, contáme che.
Entre ellas no había secretos; en ese momento solo tenían que ponerse al día. Analía limpió su nariz con una tira de papel higiénico plegado y comenzó a contarle desde que se puso los pantalones. Detalló la vestimenta de Gio, la resequedad de su boca al ver sus manos grandes en el volante y lo educado y divertido que era. Luego, comentó que una de sus compañeras de clase, Marina, no dejaba de seducirlo, hablarle de cerca y que él no le daba la hora.
También precisó cuando ella le marcó los pasos básicos de la salsa.
Aldana sonrió porque su hermana del alma era graciosa para contar las cosas aun en momentos de tristeza; prosiguió detallándole que sus cuerpos reaccionaron al roce, a la fricción.
―Vos viste que la salsa es sensual, muy...de piel...y bueno...bailando...él me agarró y lo sentí re duro...¡ahí abajo!¡Era una columna de concreto, nena!
―¡Ana! ―chilló, silenciándola, por si alguien entraba por casualidad.
―La cuestión es que me dijo que no era de piedra...aunque en ese momento lo estaba...¡y cómo! ―Rio nuevamente y cambió el semblante para continuar con el resto de la historia ―. Me llevó a casa, no nos miramos ni por un segundo. Yo tenía muchas pero muchas ganas de que pase algo más, no me importaba que mi departamento fuera chiquito y muy rosa y lleno de cosas, con una cama bastaba...o contra la pared...¡donde fuera! ―Narraba desordenadamente, alineando pensamientos reales con fantasías ―. ¡Encima cuando puso la radio estaba Ale Fernández con "Hoy tengo ganas de ti"! Casi que exploto ahí mismo. ―era verborrágica y no dejaba de mover las manos. ―. Cuando paró el autazo en la puerta del edificio me rompió la boca de un beso. Ufff no tenés idea qué bien besa. Esos labios carnosos, su lengua mojada...¡es un experto! Y de golpe, ¡zas! Me subió a su cintura.
Aldana abrió los ojos, entusiasmada porque Gio se sintiera atraído por ella.
―Nos besamos, yo le revolvía el pelo y él frotaba las palmas contra mi espalda y repentinamente, paró. De la nada, me dijo que eso no podía seguir así.
―¿¡En serio!?
―Sí, volví a mi asiento, protesté un rato y me bajé.
―¿No le diste la oportunidad de saber qué excusa tenía?
―¿Para qué? ―Comenzó a lloriquear ―. Estoy cansada de escuchar los pretextos boludos de los tipos: "que yo no soy esto, que no soy lo otro, que no me merecen" y una sarta de idioteces. Me ahorré que sus palabras de desaprobación repiquetearan en mi cabeza para siempre y le simplifiqué el amargo momento de decirme que yo no le gustaba y que solo estaba caliente.
―Ana, creo que te precipitaste un poco. ¿Y si él paró solo porque...porque...? ―balbuceó, buscando las palabras correctas.
―Dejálo así, Dana, gracias por el esfuerzo, pero no vas a convencerme de nada. Lo único que buscaba era acostarse conmigo, pasar el rato, pero se ve que también se arrepintió de eso.
―Quizás quiso protegerte de los chismes.
―¿Me estás jodiendo? Ni siquiera Tobías siendo el presidente de este imperio está siendo lo que se dice "cuidadoso" con los rumores. Todos saben que vos y él tienen algo.
―¿Qué decís? ¡No!
―Nena, la gente no es tonta. Nadie tiene la certeza, es verdad, pero no dejan de hablar de vos. De las flores y del vestido rojo que lo volvió loco al jefecito en Brasil. Evidentemente, no hay fronteras para los chimentos.
Por unos minutos más continuaron hablando de su truncada noche con Gio hasta que fue turno de Dana de resumir su fin de semana con Tobías. Ana le pidió detalles para vivir a través de su amiga la emoción de estar enamorada.
Analía podía ver el brillo en los ojos azules de Aldana, el modo en que ésta hablaba de Tobías, siendo pausada, romántica. Le confesó haberle contado lo de sus padres y Ana se enorgulleció de eso. Era un enorme paso, ¡un paso gigante, de hecho! Agradeció al cielo que su amiga por fin descubriera a un hombre que la hiciera vibrar en todos los sentidos.
Tras largo rato, Tobías buscó a su secretaria y nadie supo de ella como tampoco nada de Analía por lo que bajó hasta el piso de asesoría contable financiera donde estaba Gio.
―¡Hey! Pensé que hoy te tomarías el día. ―Gio lo hizo pasar al despacho que generosamente, Tobías había dispuesto para él.
―No, no, de hecho, hay cosas que quiero adelantar porque Adele está necesitándome en París.
―¿No puede arreglarse sola? ¿No es que era la graaaan administradora? ―Carbone conocía a la francesa, una treintañera snob de largas y torneadas piernas conocedora de las sábanas de Tobías y que, además, tenía un cerebro prodigioso para las finanzas. Conocía al dedillo la empresa de su amigo y con su ayuda, éste comandaba el negocio de los caballos exitosamente.
―Sabés que sí, pero de todos modos me agobia saber que tiene razón y que mi presencia en París es urgente. ―confirmó, nervioso.
―No entiendo, ¿demanda tu presencia porque tenés que tomar decisiones importantísimas o te quiere allá para llevarte a su cama otra vez?
―Creo que ambas, pero la segunda no me interesa en lo más mínimo.
―Mmm, eso me permite deducir que el fin de semana en San Pedro fue tan o más productivo que el fin de semana en el departamento de Aldana.
―Exactamente.
―¿Y pudiste descubrir qué te pasa con ella? ―La conversación se tornó íntima, para entonces entró Lina, la secretaria cincuentona de Gio con dos cafés. Ambos agradecieron y apenas se retiró la señora, continuaron.
―Solo sé que siento cosas nuevas que nunca antes había experimentado. La tengo cerca y me desarma su mirada tímida, me fascina su serenidad al hablar, su quietud al respirar. En la cama es tan predispuesta, tan...pasional...nada que ver con lo que me imaginé de ella; es como si tuviera más experiencia de lo que parece.
―Eso no es un delito ni un pecado.
―No, claro que no, pero confesó haber tenido un solo novio.
―Quizás era un tipo muy ducho...―Bromeó el rubio y Tobías lo fulminó con la mirada, con el celo corroyéndole las tripas.
―No me causa gracia lo que decís.
―Tobías, no sos el único tipo en el mundo que coge bien. Dale, dejá la vanidad de lado y usá la cabeza. ―Gio era la voz de su conciencia. ¡Maldito fuera!
―Más allá de eso, todo estuvo fenomenal. No quería que el tiempo pase más, deseaba que el fin de semana fuera eterno. Encima Pina y Anselmo quedaron encantados con ella.
―No es para menos, es una chica muy buena.
―¿Y por casa cómo andamos? ―Cambió de tema, interesado en el sábado de su amigo ―. ¿Cómo es eso que te fuiste con Analía a un boliche de salsa? ¿Vos, el amante de las fiestas electrónicas?
―Eso fue de pendejo, ahora me va cualquier música copada ―aclaró para dar detalles ―. Es como te dije el otro día; Analía estaba protestando porque su amiga ahora tiene noviecito y quedó colgada para ir a un cumpleaños. Me invitó y bueno, yo no tenía mejores planes.
―¿Y?¿Que tal la petiza? Es un lindo caramelito. ―Reconoció Tobías, estudiando los gestos de su amigo, de su hermano.
―¡No sabés como mueve el culo!¡Cómo planta las piernas en el piso! Es una diosa bailando, se me enredaban los ojos con solo seguirla. Me dijo que hace años toma clases pero que no se anotó en una competencia por que le falta guita. Te juro que se me partió el alma.
― Aldana me dijo que se conocieron hace un tiempo, que compartieron la pensión en la que se hospedaron cuando llegaron a Buenos Aires.
―Eso no lo sé, pero me rompió el corazón verla desear eso como un nene que quiere que llegue Papá Noel ―Inspiró recorriendo con los dedos el cristal de su escritorio ―. La cuestión es que primero empezó bailando con uno de sus profesores. El tipo es un negro de metro noventa que hasta yo me sentí intimidado. Es un ropero del que no me quiero ni imaginar lo dotado que puede estar ―se rieron ante el comentario machista ―. La giraba, la tocaba toda...
―¿Te dio pudor? ¡Nah!
―No, boludo...me dio...cosa...
―Explicáte.
―Me dieron celos...envidia...
Tobías parpadeó con insistencia, desorientado por un momento.
―Sí, ya sé que soy un nabo, pero ella estaba tan sexy, y eso que solo se puso un pantalón negro y una musculosa brillosa. De solo pensarla en esas polleritas con canutillos, las que usan las bailarinas posta, moviendo el pandero de un lado al otro se me tensa la bragueta.
―O sea que la salida estuvo mejor de lo que esperabas. ¡Te enloqueció la petiza!
―Sí, yo la llamo petarda ―Tobías carcajeó, asintiendo ―. Es... ¡explosiva!
―¿Y vos no bailaste? No te imagino quedándote quietito.
―Fui a la pista a la fuerza y lo que viví fue lo más erótico del mundo: ella se contorneaba, me agarraba y me llevaba de un lado al otro. Todo ese metro y medio me manejaba como si yo fuera un nene de dos años; me marcaba los pasos, se me pegaba al pecho, bajaba por mis piernas. ¡Me re calentó!
―¡Eso es genial!
―Cuando la llevé de vuelta a la casa le clavé un beso de novela. ¡Ya no daba más! Me la subí a la cintura y la abracé hacia mí, nos besamos...y se me vino a la cabeza que no podíamos hacer nada en el auto.
―¿Por qué?
―Porque en esa avenida los patrulleros son moneda corriente un sábado a la noche, y más en esa zona que limita con Flores, que están todos cagados con los carteles narco, ¿viste? Te juro que no fue de pudor, fue por seguridad. Además, no tenía forros.
―¿Y no te invitó a pasar a la casa?
―No, cuando le dije que paremos empezó a decir "ya fue", "ya fue", y me dejó fuera de juego enseguida. ¡Ni una palabra pude meter! Cuando quise darme cuenta ella ya estaba adentro de su edificio.
Tobías se dejó caer en la silla, cruzando los brazos.
―¿Entonces?
―Entonces ¿qué?
―Qué vas a hacer.
―Nada...se fue a la mierda...acá nos saludaremos y ya.
―O sea que ninguno de los dos sabe por qué el otro tomó distancia.
―...eh...no...
―¿Y te vas a quedar con las ganas de saber cómo puede terminar la historia por un malentendido?
Gio frunció el entrecejo, estudiando las palabras sinceras y directas de su amigo, siempre dispuesto a abrirle los ojos como sucedía a la inversa.
―¿Querés que vea qué puedo averiguarte con Aldana? Capaz que ella...
―No, no tengo tres años. Ya voy a ver cómo me acerco sin que me tire un florero por la cabeza. La cagué sin querer.
―Siempre existe la posibilidad de redimirse, si la petiza...
―Petarda.―dijo dedo en alto, con media sonrisa.
―Si la petarda te gusta, metéle.
El "Tano" elevó la comisura de sus labios, con gesto divertido.
―Cómo te cambio la galesa, ¿eh?
―Tenés tazón... ¡sos un nabo! ―Entre risas y comicidad, Tobías se puso de pie y dejó a su amigo con una gran tarea por delante: saber qué tan bien meneaba las caderas Analía, fuera de la pista.
***
Durante toda la semana, entre Tobías y Aldana, primaron las sonrisas medidas, los arrumacos a escondidas ya que no hubo almuerzos en común ni salidas tomados de la mano. De no ser porque Analía conocía los pormenores de la relación que había surgido entre su amiga y su jefe, juraría que los unía únicamente un vínculo profesional.
Aldana como siempre le llevaba el café, repasaban la agenda, salía a la media hora con cara de nada y después respondía llamados y atendía a las personas que llegaban a la oficina con una cita.
Ansiosa por la llegada del fin de semana largo del 25 de mayo, averiguó el costo de los pasajes a Madryn, desilusionándose. El precio se había disparado ya que muchos aprovechaban para hacer mini turismo por el país. Los tickets de avión estaban todos reservados y viajar en micro, era poco provechoso dada la cantidad de horas de viaje y los más de 1200km de distancia. Otra vez más se lamentó por no poder visitar a su abuela, tía y primas.
Algo decepcionada, ordenando sus cosas para marcharse al departamento, ese viernes por la tarde apareció Mercedes con su habitual rostro de amargada.
―Señorita Mercedes, ¿busca a Tobías?
―Sí, ¿a quién otro si no? ―Disparó, con el hilo de ponzoña colgándole de la comisura de sus labios.
―Si, por supuesto. ― Aldana se aclaró la garganta armándose de toda su paciencia, intimidada por ese par de ojos café que la escrutaba sin discreción ―. Ahora mismo el señor Tobías está atendiendo unos llamados telefónicos. Cuando termine le aviso que usted está aquí.
―Si no queda otra. ―Mercedes se dejó caer en la silla desocupada frente a la secretaria. Ésta tecleaba nerviosa por tenerla tan cerca. ¿Tobías le habría mencionado su romance? ¿Cuánto sabía ella de la vida privada de su hermano? Trató de serenarse y apelando a su amabilidad, Dana le ofreció caramelos de un bol de vidrio que solía tener lleno ―. No gracias, los dulces provocan caries. ― respondió atenta a las notificaciones de su celular.
Aldana regresó la vista a la pantalla de su computadora, terminando unos pendientes y conteniendo sus ansias por echarla a volar. Mercedes la miró de lado, admitiendo que la chica parecía sacada de una película de Disney: perfecta, con un dejo de inocencia y simpática sin derrochar sonrisas. Tenía un cutis lozano, perfecto y unos ojos azules que ella hubiera deseado heredar de algún antepasado.
No le asombraba en absoluto que Tobías la tuviera entre algodones; ella parecía no tener puntos débiles, no parecía terrenal. Era un puto ángel, un patito feo que su padre Jorge había recogido de la calle y que de buenas a primeras se convertía en un cisne. Nunca supo la verdadera historia de su llegada a Buenos Aires, mucho menos cuál había sido el momento ni el modo exacto en el que Jorge la rescató de la calle. Pensó en que esa cara de mosquita muerta le había valido lo suficiente para que él se sintiera impactado, a pesar de no tener el perfil de mujer trepadora que buscaba posicionarse para sacar tajada. Cualquiera se daba cuenta que era una santa sin aureola.
Sería una digna oponente, le daría pelea. Silenciosa y cruelmente la alejaría de Tobías.
«Siéntate en la puerta de tu casa, y verás pasar el cadáver de tu enemigo», se repitió para sí.
El teléfono del escritorio sonó, y Mecha volvió a mirar su teléfono celular, desoyendo sus voces interiores.
―Señorita Mercedes, su hermano ya está disponible.
―¡Era hora! ―Bufó como niña malcriada.
A lo lejos, Analía le frunció la cara a la secretaria y esbozó con sus labios un "es un ogro" que ocasionó una risita cómplice entre las amigas.
―¿Me mandaste a llamar? ―Mercedes no lograba conectar con Tobías; él continuaba siendo frío, distante, y solo hablaban de lo vinculado a la herencia. Ya ni siquiera cenaba con ellas, llegaba a dormir a cualquier hora y al alba, se levantaba para hacer algo de ejercicio, ducharse e ir corriendo a la oficina.
Pensar en que esa mujercita detrás del escritorio de la entrada, aburridonga y tiesa, era la causante de ese cambio en la rutina de Tobías la hizo atragantarse con su propia bilis.
―Sí, quiero hablar del departamento de Núñez. ―A Mercedes se le tensó la espalda, como madera. El mundo comenzó a desplomársele delante de sus narices.
―¿Y por qué hablarlo acá y no en casa?
―Porque esta noche no tengo pensado ir para allá y, además me molesta la carita que pone tu mamá cuando hablamos de...nosotros...―Tosió, a disgusto.
―Comprendo. ―admitió que tenía razón en cuanto a los gestos de Teresa. Sin embargo, saber que nuevamente se perdería en las piernas de esa chica, la molestó.
―Lo voy a poner en venta, con los muebles. Todo junto. Entiendo que son muebles que siguen siendo modernos y le irían bien para subir el costo de la propiedad.
―O sea que terminás sacándole rédito personal a algo que nos compete a los dos.
―El departamento es mío, lo pagué yo, pero los muebles en gran medida los compraste vos así que es justo que se reparta la ganancia como corresponde. Acá está el boleto, modificado por Ibar. Me adelanté así lo podíamos publicar en la inmobiliaria cuando antes.
―Veo que no se te escapa detalle. ―Pasó las hojas una a una, con desdén. Ni siquiera las leía, no quería resignarse a perder las pocas cosas que la amarraban a él.
Siempre había tenido la ilusión de conservar ese departamento, ese nido de amor que habían proyectado ocupar con una familia. Era el último rayo de esperanza al que se aferraba; ahora las cosas cambiaban drásticamente. La venta era inminente y ya no podía luchar contra eso.
Se encontraba atada de pies y manos. El departamento era de Tobías. No podía, legalmente, llevarle la contraria, y conociendo de su generosidad y desinterés, le daría incluso más dinero del que sacara por esos muebles.
―Leélo tranquila, hacélo ver por otro abogado si querés, pero cuanto antes quiero tener una respuesta. Si no, los publico en Mercado Libre, los llevo a una subasta o los regalo. No los quiero.
―Sos muy cruel.
―¿Cruel?¿Yo?¿Me estás hablando en serio?
―Vos sabés con qué propósito compramos esos muebles, no es justo que quieras deshacerte de ellos como si fueran papel pintado.
―Lo único justo es quitarme de encima todas las cosas que no necesito en mi vida y esos muebles son parte de un pasado que no me interesa conservar.
Mercedes metió los labios dentro de su boca, en un gran frunce, deseando gritar y patalear como hacía siempre que no conseguía lo que quería. Debía bajar sus pulsaciones, ser inteligente y terminar de delinear su revancha.
―Quiero quedarme con la estancia de San Pedro, les dejo la casa de Belgrano y lo que saquen del velero y la avioneta. Las acciones, por ahora, considero que están bien invertidas.
―Sabés que perderías plata de quedarte solo con eso.
―No me importa.
―B...bueno...no hablé con mamá todavía...y...
―Anticipáselo, por favor. En el transcurso de la semana próxima prometo reunirme con ustedes y cerrar el trato.
―No das puntada sin hilo
―Me gusta ser práctico, eficiente.
Mercedes asintió con la cabeza, aturdida por la seguridad de su medio hermano.
―¿Ella lo sabe?
―¿Perdón? ―Lo tomó desprevenido.
―Si ella lo sabe.
―No sé de qué y quién hablás. ―Había ganado muy poco tiempo con esa pregunta.
―No te hagas el distraído, no me subestimes. ―Ella clavó sus ojos grandes y dorados cargados de furia y frustración en los de Tobías.
―No, no lo sabe. No creo que sea necesario.
Ella se sintió a gusto por ese pequeño detalle, por ese pequeño triunfo a su favor.
―¿Tenés miedo de lo que diga? ―Ella rodeó el escritorio, incomodándolo ante la cercanía. Mercedes se aferró a los brazos de la silla ocupada por el presidente de la empresa, se inclinó sobre el rostro de su medio hermano y con estudiada perversión le recorrió el mentón con la punta del dedo índice ―. Tenés miedo...¡cagón! Siempre fuiste un cagón. ―Le arrojó una pila de papeles que estaban en la mesa sobre el cuerpo, despechada.
Los tacos de sus estiletos repiquetearon en el piso. Tobías buscó aquietar su respiración, en hermético silencio.
Nerviosa, ella tomó los documentos relacionados al departamento de Núñez y como un huracán salió de la oficina, dando un portazo violento que obligó a Analía y a Aldana mirar hacia el despacho sin quererlo.
Dana no supo si ponerse de pie y preguntar por lo sucedido a Tobías; no le incumbía, pensó, y se quedó inmóvil en su silla.
Al finalizar la tarde, el jefe, consciente de que solo estaban ellos dos y la amiga de su pareja en el piso, salió de su oficina, inclinó su torso y besó a su secretaria con un ansia que tomó por sorpresa a propios y a extraños. Analía nunca había visto a su jefe y a su amiga besarse en público, a pesar de saber que estaba relacionados y que él era un gran amante.
Aldana quedó con los ojos abiertos, aceptando el beso y acostumbrándose a la brutalidad del contacto con el paso de los segundos. Abrió sus manos y las llevó a los codos de Tobías para no caer de la silla.
―Perdón porque sé que no te gusta que te aborde de esta manera, pero no aguantaba más...―Le habló a su oído y volteó la cabeza en dirección a Analía ―. Perdoná vos también, esto es impropio.
―No...no...Tobías ustedes son...bueno...lo que sean...―La chica vaciló, desconcertada.
―Por favor, te pido discreción, ¿sí?
―Por supuesto, soy una tumba.
―¿Y te puedo pedir otra cosa? ―Preguntó mientras la ponía de pie a Aldana para rodearle la cintura y atraerla hacia él.
―Por supuesto.
―Andá a buscar a Gio y decíle que quiero que cenemos los cuatro en "Brandon".
―¿Disculpáme? ―Analía sintió que el corazón se le salía del pecho. Otra vez vería al rubio en plan amistoso. Desde el incidente del automóvil no habían vuelto a hablar de su salida nocturna ni de sus besos calientes, fingiendo como si nada hubiera sucedido.
―Decíle que a las 9 nos encontramos allá. Que él te pase a buscar.
―Tobías, gracias, pero tengo...planes.
―¿Cuáles?
A todo esto, Aldana le hacía señas por detrás de Tobías. La animaba a aceptar y no inventar excusas descabelladas que no la conducirían a nada.
―Comer con alguien...
―Qué casualidad, ¿con quién?
―Con...la TV...―Se echó a reír como una tonta, contagiando a la parejita del año.
―Dale, aceptá, no seas orgullosa. Hacéme el favor de darle el recado a Gio y estate lista a las 8:30pm así pasa por vos.
―No hace falta, puedo tomarme un taxi
―Bueno, arreglen ustedes, mucho Cupido de mi parte por hoy.
Analía quiso retrucar, pero no pudo, procesando las palabras de su jefe.
―Andá a hacer lo que pedí que yo ya te devuelvo a Aldana. Quiero hablar un poquito más con ella.
―Sí, cómo no. Ahora le dicen "hablar".―La morena pequeña dio vuelta los ojos y obedeció las órdenes de la autoridad.
*******************
Nabo: tonto.
Posta: de verdad.
Pandero: trasero.
Cagados: asustados.
Cagué: arruiné.
Mercado Libre: plataforma digital de venta de objetos y servicios.
Cagón: cobarde.
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