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25

Gio se preparó frente al espejo. Pensó unas setenta veces si ir o no a ese boliche de ritmos latinos. No sabía bailar, pero si algo tenía ese hombre, era actitud. No había mujer que se le escapara, excepto Mercedes.

Enamorado de ella desde pequeño soportó su indiferencia por muchos años; celosa de su hermano, casi hasta la perversión, a Giovanni no le era indiferente el férreo control que pretendía ejercer sobre Tobías, incluso, intentando separarlo de su amigo. Cuando Fernández marcho a París intempestivamente, la muchacha se volvió de hielo, ansiosa por demás y comenzó a fumar como un escuerzo.

Se la encontraba a menudo en fiestas privadas, dado a que tenían en común gran parte de su círculo íntimo; los amigos de su hermano eran los mismos que los de Giovanni y ella solía codearse con la gente del club de polo o de yatch que desde la cuna, los amigos frecuentaban.

Mercedes lo saludaba con indiferencia, lo ignoraba groseramente. El "Tano" sentía que le revolvía un puñal en el pecho, pero con el tiempo supo que no podía seguir dejándose llevar por ese amor naif que jamás había sido recíproco.

Se culpó por esperar llamar la atención de alguien que ni siquiera sabía que existía. Fue así que comenzó a salir de su cascarón; tuvo varias relaciones, algunas más duraderas que otras, ninguna trascendental. Comenzó a frecuentar los clubes exclusivos en los cuales Tobías tenía trato preferencial en donde sació su hombría, participó de fiestas sexuales, dejándose llevar y experimentando nuevos mundos.

Sin embargo, decidió dar un paso al costado y hacer de la monogamia y el romance, una práctica habitual. Su última pareja estable había sido Denise, una empresaria diez años mayor que él que vivía en Santiago de Chile. Se encontraban allá o en Buenos Aires, pasaban un par de días juntos y luego, volvían a sus casas sin más. La pasión de a poco se apagó: la distancia, reproches a la lejanía y contratiempos laborales, enfriaron el vínculo.

A partir de entonces, no tuvo más que compañías ocasionales, cenas íntimas, citas a ciegas, pero nada comprometido.

Debía reconocer que Analía Monasterio era un petardo. Se rio al llamarla de ese modo: era pequeña, explosiva y ruidosa.

La muy descarada lo había invitado sin ningún tipo de pudor. Ella no era su prototipo de mujer puesto que él siempre salía con jóvenes pulposas y altas, sobre todo, teniendo en cuenta su propia contextura física. Esta vez, solo buscaba divertirse y ante la ausencia de planes, se interesó por esa novedosa propuesta.

Condujo su Audi TT blanco y atravesó las calles de la ciudad hasta llegar a Caballito, justo en el límite con la comuna de Flores. Su automóvil llamó la atención de los transeúntes. Descendió del coche y tocó el 4° B.

Analía vistió un pantalón negro ajustado a su pequeña cintura el cual le llegaba hasta los tobillos. Se calzó unas sandalias negras, de taco chino, altas pero manejables y una camiseta de lycra blanca con pequeñas lentejuelas que generaban un atractivo tornasol que iba del color crema al rosa pastel. Completó el conjunto con una campera de jean negra. Se colocó sus argollas de plata, algunas pulseras y se maquilló sutilmente. Planchó su cabello renegrido y brilloso y reafirmó una capa de laca color durazno sobre sus labios.

Se examinó mil veces en el espejo. Hasta ese momento, Giovanni no le había enviado un mensaje cancelando la cita ni mucho menos, lo que la alivió, pero no era sinónimo que no la dejara plantada sin excusas.

A la hora señalada el corazón le latió desbocado cuando escuchó el timbre de su unidad. Simuló estar tranquila, carraspeó y preguntó quién era, a través del portero.

―¿Ana? Soy Gio, ya estoy abajo.

La chica sintió que desfallecía de emoción. Respondió un "ya voy" y se repasó la mano por su cabello alisado. Sus ojos rasgados eran enigmáticos y sus pestañas largas y renegridas resaltaban.

Cuando vio a Giovanni enfundado en un pantalón de vestir negro y una camisa bordó arremangada a los codos, las piernas le temblaron.

Se iba a desmayar, lo sabía, pero lo peor es que se rompería la cabeza contra el pavimento y él la tendría que socorrer; iría con ella en ambulancia, la dejaría con los doctores y jamás se volverían a hablar.

Disipó esos tragicómicos pensamientos de su cabeza y avanzó a paso firme. El "Tano" era enorme y de inmediato, pensó en el tamaño de lo que llevaría entre sus piernas.

Disimuló su deducción y sonrió, agradecida por aceptarle la invitación.

Se saludaron con un beso en la mejilla, bromearon acerca de la elección del vestuario masculino y ella tomó asiento en el auto después de que él le abriera, galante, la puerta del acompañante.

Escucharon música, hablaron de cuestiones laborales y chumearon sobre los romances entre empleados.

―¿En serio Violeta sale con Mauro?

―Si, pero no es oficial, parece que él está en pleno divorcio y la ex mujer es un poco loca. ―Analía se sintió a gusto con el amigo de su jefe. No solo era un Adonis con sangre italiana, sino que se mostraba como un tipo sencillo con dinero, que no presumía de él, a pesar de que el Audi fuera un autazo.

Cuando llegaron al boliche, los recibió el cumpleañero, uno de los profesores de salsa del lugar llamado Maxi, quien no dudó en preguntar por Aldana.

―Anda con cabecita de novia ―le dijo Ana, rolando los ojos ―, en cambio, hoy traje un amigo que dice que baila muy bien.

―¡Buenísimo!

―Eso lo dice ella, soy de madera, pero aprendo rápido. ―Gio le respondió al muchacho con un apretón de manos mientras se burlaba de su poca destreza para la danza.

Giovanni solía adaptarse fácilmente a los grupos; hablaba mucho, siempre tenía anécdotas para contar y era un sujeto afable.

Analía no podía alejar sus ojos de él, era magnético, estupendo... e inalcanzable. Jamás le daría bolilla a una chica como ella, con rasgos norteños, de familia de clase media-baja y que vivía en un departamento pequeñísimo. Era una chica común, con un cuerpo común y con una historia de vida un tanto triste que había sabido sortear los obstáculos con gran valor y empeño.

El grupo de diez personas comió pizzas, bebió algunos tragos y no dudó en hacerse chistes de toda clase; Analía se divertía sobremanera y Giovanni la pasaba muy bien.

Uno de los invitados, también profesor, la tomó de la mano a Ana y la llevó al centro de la pista. Todos comenzaron a azuzar al dúo. Analía, para nada tímida, arrojó su campera y la cartera al aire, siendo capturadas por una de las chicas.

La mano izquierda de Ari, el instructor al que tanto conocía, le sujetó la derecha. La otra recaló en la espalda femenina en tanto que la bailarina le colocó la suya en el hombro. Acomodaron sus cuerpos bien cerca uno del otro y cuando "Vivir mi vida" de Marc Anthony comenzó a sonar, generaron furor.

Los aplausos y los gritos cayeron como un grito de gol. La pareja comenzó a trazar los primeros movimientos sobre la pista y Giovanni quedó impactado. La pequeña petardo iba de un lado al otro, movía las caderas con insinuante cadencia. Sus pies no se distinguían sobre el piso y sus manos alargaban su línea como las olas del océano; Gio temió que se le cayera la mandíbula al piso. Se sintió excitado ante ese espectáculo.

Analía amaba bailar. No era profesional, pero tomaba clases con Ari y Lalo, pareja de más de diez años de antigüedad. Sábado por medio venía a divertirse con ellos y con Aldana, más allá de que ésta solo aplaudía porque, como aseguraba, tenía dos pies izquierdos.

―¿De dónde conocés a Analía? ―Una de las chicas del grupo, de nombre Marina, le preguntó al "Tano" mientras sorbía de su trago.

―Trabajamos juntos. En distintas áreas, pero nos conocemos de la oficina.

―¿Hace mucho?

―Dos meses...semanas más, semanas menos...―La rubia de grandes pechos se le acercó y aunque en otro momento él ya le hubiera sacado el teléfono, no quería distraer su mirada de la pista.

―Ana nunca mencionó que tenía compañeros de trabajo tan lindos. ―Gio le dirigió la mirada, entregándole una sonrisa por el cumplido. La rubia era linda, pero no le apetecía nada de ella por ahora.

El silencio hablo por él. Continuó mirando a esos dos que tan sueltos bailaban, se dejaban llevar por el ritmo y el calor de la canción. ¡Hasta él tuvo ganas de menear la cadera sin siquiera saber ni cómo poner los pies!

Cuando el tema terminó, le siguió uno de Jennifer López, pero Analía y su profesor regresaron a la mesa de amigos y con urgencia, ella pidió agua. Giovanni solicitó una botella al cantinero y enseguida se la dio.

―Ufff...¡qué calor! ―La muchacha se abanicó la cara. Él reparó en sus largas uñas fucsias con brillitos.

―Bailás genial. Ahora me da vergüenza hasta caminar. ―Reconoció Gio.

―¡Me haces reír!

―En serio, bailás espectacular.

―¿Te animás a bailar conmigo?

―¿Aun sabiendo que probablemente te pise?

―Tengo la ART al día.

Gio carcajeó por la ocurrencia, ella lo tomó como una aceptación gustosa y fueron al medio del salón, donde varias parejas tenían distintos grados de compromiso con la canción. Analía le ubicó las manos como era debido e hizo lo propio con las suyas. Le explicó los pasos básicos y los repitieron hasta hacerlos de memoria y fluidamente.

―¿Viste? No es difícil.

―Mmm...no sé. Sin vos como guía me pierdo. ―Analía fue por más y le enseñó otro paso, un poco más complejo, pero Giovanni no se amedrentó y hasta que no logró sacarlo y combinar con el anterior, no se detuvo.

Al cabo de un par de canciones, volvieron a la mesa para tomar algo y continuar hablando.

―¿No competís profesionalmente?

―Es mi sueño, pero no tengo tanto tiempo para entrenar, ni dinero para anotarme en los certámenes, además hay que gastar en vestimenta, calzado. Tampoco sé cuánto éxito tendría como bailarina. Comencé a bailar a los 22, hace seis. Hay chicas que empezaron a los 8...me llevan ventaja.

―Pero tenés talento innato.

―Sí, quizás. No sé...―Unieron sus miradas por sobre el cristal de sus vasos. Giovanni se sintió realmente atraído por Analía, aunque ésta sospechara que el brillo de esos ojos verdes era a causa del alcohol y la efervescencia del momento.

Después de unos sorbitos más de bebida fría, se integraron al grupo y continuaron conversando. Gio fue al baño y al regresar vio que Analía estaba en la pista con otro de los instructores, Lalo, con quien se contorneaba sensualmente. Le daba la espalda, bajaba frotándose en él hasta el piso, serpenteando sus brazos a lo alto y con una plasticidad envidiable.

Al rubio se le elevó la temperatura inusitadamente; Analía era una bomba que quiso que explotara en sus manos.

―Me parece Gio que te primerearon ―Ari, pareja de Lalo, detalle que el "Tano" desconocía, lo arengó al verlo con los fijos en la chica. No era una mirada de simple admiración, escondía un deseo primario que el profesor captó al instante.

―¿Perdón? ―Fingió no escuchar.

―¿Por qué no te animás y vas a bailar con Anita?

―¿Yo? Ya cumplí con la cuota de papelón suficiente.

―Dale, mirá alrededor. Son todos unos pataduras. Animáte, dejá que Ana te lleve. Vos seguíla nomás.

―No es tan fácil, intenté hacerlo recién y no le quebré los dedos del pie de casualidad.

Para entonces, Demi Lovato y Luis Fonsi cantaban "Échame la culpa" en una versión especialmente arreglada digitalmente para levantar hasta un muerto.

Ari insistió con que fuera a bailar y él, que no le temía al ridículo, pero sí a involucrarse más de la cuenta con alguien a quien vería frecuentemente a pesar que todo saliera mal, aceptó. Fue hacia el centro con un coro de palmas que él mismo alentó.

Lalo se abrió del juego y le entregó a Analía, ya cubierta con algunas perlas de sudor; Gio se tomó el disimulado atrevimiento de verle el escote desde lo alto. Ana tenía pechos pequeños pero el corpiño se los levantaba armándole un busto atrayente. Sobre uno de sus senos, el derecho, tenía un lunar tentador. Iba a soñar con que lo besaba con su lengua infinidad de veces.

―Dejáte llevar, el resto sale solo.

―Hacéla fácil, vos.

Volvieron a agarrarse, pero una conexión distinta, él aflojó los dedos y ella se enrolló en sus brazos para luego, hacerlo en el sentido opuesto. Repitieron el movimiento, Gio ya la esperaba firme, con las piernas ligeramente separadas para cuando ella elevó la pierna, dejando su rodilla sobre la cadera masculina. Se le aferró a los bíceps fuertes, redondeados, y él inspiró de su cabello lacio, negro, el cual desprendía un perfume dulce y persistente.

Ana dio un paso hacia atrás y comenzó a desplegar su repertorio de pasos, giros sobre su eje y contoneos que le adhirieron su pecho al de Gio, quien tuvo una puntada de satisfacción en el bajo vientre. Tras unos meneos enfáticos, ella quedo de espaldas a él, con los brazos extendidos y descendió provocativamente dos veces.

Cuando subió y tuvo su oído a disposición de la boca de su compañero de baile, éste le dijo en un tono que atravesó el tema musical y demolió las hormonas femeninas:

―Estoy como una piedra, Ana.

Ella se sonrió a gusto con esa expresión de deseo que jamás pensó causar en él. A pesar de enarbolar la bandera de "que digan lo que quieran" como cantaba Natalia Oreiro, siempre se había sentido afectada por su mote de inmigrante boliviana, aunque fuera jujeña. Desestimaba los comentarios, pero realmente le dolía que la discriminaran por sus rasgos, por no ser rubia y de ojos claros en un país cuyas raíces autóctonas poco tenían que ver originariamente con la sangre aria y europea, la cual mestizaría todo.

Argentina era un crisol de razas, culturas y etnias que, con la llegada de los italianos, españoles, algunos alemanes, suecos y suizos, en su mayoría obreros de clase baja que escapaban de la guerra y de una Europa hostil que los expulsaba, alteró el ADN una vez más.

Gio la sujetó de las caderas con fuerza, sin querer que esa pequeña irreverente se escapara de entre sus manos; cuando Ana intentó hacer un nuevo paso él la detuvo y bajó sus palmas hasta quedar al borde de ese culo chiquito y seductor que se bamboleaba con vida propia.

―Necesito clases particulares cuanto antes. ―Bromeó con un jadeo de excitación desconcertante.

―Cuando quieras, donde quieras. ―Analía aprovechó la ocasión, aun sabiendo que podían ser una o dos noches agitadas y nada más.

El "Tano" tragó fuerte asumiendo la aceptación de Analía. Se sintió desbordado, incapaz de articular palabra, pero esa chica lo había vuelto loco con todos esos balanceos y cambios de ritmo.

Sin tocar el tema de sus clases de baile, continuaron la velada un rato más hasta que a eso de las tres de la mañana todos coincidieron en que era un buen momento para irse a descansar. Gio saludó a todos con un amistoso apretón de manos y al ver que Ari y Lalo se marchaban a besos y abrazos, se sintió como un tonto por sus ridículos celos.

Entraron al Audi cansados y más callados que como habían llegado. Giovanni puso la radio.

"Hoy tengo ganas de ti", cantado por Alejandro Fernández resonó en el interior del automóvil. A ambos se le achinó la piel. Gio, inmerso en el tráfico nocturno avanzaba sobre la calzada resbaladiza por el inconstante otoño del mes de mayo. Ana canturreaba en voz muy baja.

La tensión sexual era insoportable, pero ninguno daba el paso siguiente.

"Quiero apagar en tus labios la sed de mi alma y descubrir el amor juntos cada mañana Hoy tengo ganas de ti, hoy tengo ganas de ti..."

Al detenerse frente a uno de los últimos semáforos antes de dejarla en su casa, la miró de soslayo para recorrerle el perfil: las pestañas oscuras, espesas, los pómulos altos y definidos, la nariz recta y esos labios carnosos que sobresalían de la armonía de su rostro, eran un poema.

Arrancó con la luz verde y sorteó el poco tránsito para llegar al edificio de departamentos de la avenida Donato Álvarez.

Para entonces, ella se desabrochó el cinturón de seguridad y a punto de abrir la boca repleta de agradecimientos, segura que la cosa llegaba a su fin, él inclino su torso y la besó ardientemente.

Se vio sorprendida por el atropello, sus dientes chocaron de golpe, pero no tardó ni un segundo en entreabrir los labios y dejar que la cálida lengua de Gio demandara el interior de su boca.

Desde que había puesto un pie en esa empresa que el rubio le gustaba; se lo encontraba adrede en los pasillos, lo saludaba con cortesía, pero nada más. Las chicas del sector de finanzas estaban locas por él. Amable, Gio saludaba a todas con un beso cuando llegaba deshaciéndole las bombachas.

Analía se contentaba con verlo pasar hacia el despacho del jefe. Aldana solía anticiparle las reuniones que lo tendrían allí dentro y ella suspiraba enamorada. Lo había stalkeado en redes sin hallarlo, desilusionándose.

Pero ahora, en la intimidad de ese coche, no eran los compañeros de trabajo, eran dos personas que habían salido en busca de diversión y entretenimiento.

Las manos de Gio, suficientes y grandes como todo él, la levantaron en una rápida maniobra poniéndola a horcajadas sobre su pelvis, hinchada, anhelante. Ana sintió el duro contacto a través de las livianas prendas.

Ambos estaban calientes, famélicos del otro.

Sin embargo, él se detuvo.

Como también lo hizo el corazón de la joven.

―Pará, Ana...pará. ―Su tono fue suplicante. Moría de ganas por pasar la noche con ella, con ese cuerpo que se movía como el de Campanita, el personaje de Peter Pan. Pero tuvo un instante de decoro.

Ella lo miró fijo y en sus ojos no distinguió deseo. Una extraña sensación de decepción y arrepentimiento se gestó en su pecho. Rápidamente volvió a su butaca y se cerró la campera sobre su pecho, pudorosa.

―Perdonáme Ana...me deje llevar.

―Está bien, está bien, es obvio lo que pasó, no hace falta que me expliques nada.

―Pará, no te creas cualquiera es que...

―Gio, el que no se tiene que preocupar sos vos...ya está...esta noche estuvo buena. Pero ya está. ―Repetía más para convencerse a sí misma que porque fuera cierto.

El rubio vio la desilusión en el rostro de la chica, hablaba sin dejarle meter bocadillo. Él quería explicarle que deseaba salir un par de veces más con ella, disfrutar de su compañía y no tomarla de arrebato en un auto en mitad de la madrugada.

¿Acaso la galantería había pasado de moda? Siendo un mar de "ya está", "bueno, listo" y "adiós, nos vemos", Analía bajó del auto y Gio no supo qué hacer.

***

Aldana le desfiló con los tacos altos y totalmente desnuda, en la habitación, mientras que él la contemplaba desde la penumbra en el sofá de un cuerpo que acompañaba la cama.

Ella le había pedido que se pusiera traje y corbata, confesándole lo mucho que la excitaba verlo tan arreglado y sofisticado; le concedió el deseo, era lo mínimo que podía hacer. Desvistiéndolo lentamente, acariciándolo con las yemas de los dedos, con el perfil de la lengua, ella lo volvió loco, lo llevó a un estado de éxtasis supremo que nunca había vivido, alcanzando la categoría de extraordinario.

No se dijeron con palabras que se amaban ni que las cosas a partir de entonces cobrarían otro sentido, pero sus cuerpos, más expresivos y menos temerosos, se encargaron de hacerlo a cada segundo.

Él la penetró una y otra vez, con el cuerpo ardido y los ojos como llamas; Aldana sentía que el placer tenía nombre y se llamaba Tobías Fernández Heink.

***

Se despidieron de Anselmo y Pina y regresaron a Capital. Ella se quedó dormida al instante sobre el hombro de Tobías mientras que él custodiaba su respiración calma, apenas silbada. ¿Cómo funcionaría esa relación de ahora en más?

Quedaban algunos secretos por desentrañar, las marcas en la piel de Aldana, su pasado con Mercedes y sus gustos particulares en cuanto al sexo. ¿Por qué no ocultar todo? Todo parecía ir de maravillas, así como estaba.

Inspiró profundo queriendo tenerla por siempre junto a él.

Cerró sus párpados él también y rogó porque todo fuera un lecho de rosas.

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Taco chino: Plataforma que acompaña el zapato, cuya altura decrece hacia el sector de los dedos.

ART: asegura de riesgos del trabajo.

Primerear: aventajar.

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