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18

Rechazó la invitación inicial de Iris para encontrarse en "Les Murmures" y también la propuesta posterior de ir a casa de ésta. Respondiéndole amablemente, no conseguía que los llamados y reclamos cesaran. Había despertado un monstruo.

Cuando Aldana tomó asiento lucía decepcionada. Sí, decepcionada era la palabra y él tenía mucho que ver en eso.

¿Estaba bien generarle expectativas? ¿Qué esperaría ella de esa indefinida relación? ¿Cuánto más aguantaría él la abstinencia? Claro que no padecía una adicción, ni necesitaba un tratamiento; ya se lo había aclarado su terapeuta Thierry Tournet. Así como algunos encontraban en el chocolate la satisfacción y el goce, él lo encontraba en el sexo casual y, en oportunidades, con más de una persona al mismo tiempo y en la misma habitación.

Tournet había sido categórico: su paciente era uno de los típicos hombres que apenas consiguiera a la mujer ideal, se olvidaría de todo aquello que había llenado ese vacío hasta entonces, porque esa persona especial satisfaría todos rincones de su ser.

―¿Estás bien? ―Le preguntó él.

―Sí, pero todavía con algo de jet lag. Es día de semana. ―aclaró como si fuera menester.

―¿Sabés jugar al pool?

Ella era muy buena de hecho, pero no se lo haría saber, con una estrategia en la cabeza.

―No, no. Bah, casi nada.

―Entonces vamos para el fondo que se acaba de desocupar una mesa.

―P...pero...―Casi a la rastra la llevó a un sector apartado del salón de comida con el objetivo de hacerse de esa cancha.

Aldana disfrutó de la seguridad con la que Tobías agarró los tacos, le pulió la punta y le dio uno. Con suficiencia, juntó las bolas, las acomodó en un triángulo perfecto sobre el paño y fue rumbo a la posición de ella, apoyada en el taco, como si no supiera ni sujetarlo.

―Vamos a hacerla fácil así no te mareás: uno tiene que embocar las bolas del 1 al 7, a las que se llama bajas y el otro del 9 al 15, las altas. El primero que emboca sus bolas en las troneras, los agujeros, y luego hace lo propio con la bola ocho, gana. ―Resumió con ternura.

― ¿Y la blanca? ―preguntó ella, malvadamente inocente.

―A esa le pegás para chocar las otras bolas. El truco consiste en que esa no la metas.

―Entiendo.

―Igual, por hoy, te voy a dejar ganar. Pero no le digas a Gio, esto puede afectar mi reputación. ―Fue gracioso y tomando su taco, pasó a explicarle temas relacionados a la posición sobre la mesa. ―. Tenés que agarrar esto así ―le acomodó los dedos en torno a la vara de madera ― e inclinar el cuerpo de este modo ―él le movió las manos y apoyó la suya en la curva de la cintura femenina. Ella sintió un leve escozor en su cuerpo, aquello iba a ser difícil ―. Bien, focalizáte en la blanca ― Tobías se le colocó por detrás, levemente ladeado hacia su derecha. La rozaba, apenas la tocaba, pero se mantuvo como un lord inglés, aunque moría de ganas de echar a todo el mundo en ese boliche, montarla en la mesa y hacerle el amor toda la noche allí arriba ―. Debés mantener al menos un pie sobre el suelo y nunca golpées la blanca cuando haya otra en juego. Tratá de mover la blanca de un solo movimiento, seco, pero uno solo. ―explicó cerca de su oído.

La muchacha apenas inclinaba la cabeza de lado, fijándose únicamente en el contorno de sus labios masculinos, definidos, didácticos. No le importaba su entusiasmo por decirle cómo jugar; Aldana solía retar a su padre y a los amigotes de éste en el club, desde pequeña y les causaba más de un dolor de cabeza por su destreza.

―Obviamente, intentá que ninguna de las bolas se salga de la mesa o caiga al suelo. ―Le sonrió y fue su turno de perderse en ese mar azul intenso que le ofrecía su mirada. ―. No quiero asustarte, pero no te das idea todas las cosas que se me ocurren con vos así, en esta postura...―A ella le agradó sentir que su inocencia, aunque fingida en esa ocasión, lo perturbara. Las mejillas se le encendieron por el calor, sin planearlo.

―Y decime, ¿me gustaría saber de qué van esas cosas? ―Lo arrinconó inesperadamente contra las cuerdas de la cordura.

―No sabés cuánto...―La voz grave le salió del interior del pecho, donde se generaba esa combustión espontánea y voraz que atentaba con quemarlo vivo.

El primer tiro causó la gracia de los que se habían congregado a ver cómo el chico de mundo le explicaba a la campesina tontita y casta. Ella no los iba a decepcionar; adrede, su disparo no había conseguido chocar contra la bola blanca, sino que fue directo al paño verde, causando un ruido que levantó risas.  Aldana fingió vergüenza e hizo puchero. Tobías, lejos de reírse o burlarse como ella creyó que haría, la animó a continuar mientras su entrepierna masculina deliraba bajo sus jeans. Él apreció que la oscuridad del salón disimulara esa reacción corporal.

―Las primeras veces siempre falla...en otros campos puede sonar a excusa, pero en éste, es verdad. ―Mordaz, le guiñó el ojo ―. Seguí, vos metéle hasta que la choques con énfasis.

Y así fue que, al cuarto torpemente estudiado intento, impactó a la bola blanca que rompió la estructura triangular. Las bolas salieron disparadas, pero ninguna entró en las troneras.

―¡Bien, linda! Ahora es mi turno. Voy por las altas. ―Él, con dos tiros, logró embocar tres. Al tercer intento quedó al borde de meter una baja.

―Continuá vos...a ver...―Haciendo trampa, movió la blanca para que ella pudiera impactarle mejor.  Aldana ubicó sus dedos groseramente en el extremo del taco y simuló que se salía la vara de madera de eje. La acarició con una lentitud e intencionalidad que casi le rompe la cremallera de los vaqueros a Tobías. Luego, estiró su espalda y se reubicó sobre le filo de la mesa. Él nuevamente le cercó la cintura con un gran acopio de voluntad, le guió las manos y la ayudó a tomar impulso. Consiguió meter una baja y que la blanca no cayera junto con las otras ―.¿Ves? Vas muy bien. ―Se forzó un voz fuerte y no estrangulada por la excitación.

―Sí, pero con tu ayuda. No vale.

―Todo es cuestión de práctica. ― Empinó su cerveza y ella, a su oído, le gatilló a la sien con una comparación un tanto inoportuna.

―Práctica como en el sexo, ¿no? ―Pasó por delante de él, siendo testigo de la tos inoportuna que le despertó en la garganta.

Envueltos en ese jueguito de seducción en el que Aldana se mostraba más suelta gracias al alcohol, menos a la defensiva y mostrando sus cartas de a poco, se divirtieron. Tobías evitaba tocarla de más, estaba hecho un fuego y no quería apabullarla. Ella, sin embargo, lo provocaba deliberadamente, le hacía pucheros, curvaba su cola hacia afuera más de lo necesario y le arrebataba la cerveza de sus manos para compartirla bebiendo del pico.

De no ser porque Tobías intuía que ella estaba con un poco más de alcohol en sangre, diría que se estaba aprovechando de él, en el buen y mal sentido de la palabra.

Ella terminó metiendo todas las bolas en las troneras y al hacerlo con la ocho agitó sus manos hacia arriba; un par de chicas la aplaudieron y el show acabó para todos los presentes.

Tobías, que se había mantenido a raya no pudo evitarlo y tomándola de la mano, ejerció un tirón seco hacia él y para cuando los pechos de Aldana disimulados bajo esa ancha camisola rayada chocaron contra su torso, le comió la boca con desesperación y gula.

Se buscaron las lenguas mutuamente, se las acariciaron, se degustaron por completo. Ella se arqueaba ante el contacto febril de Tobías, amaba esos besos fogosos y sabía que mucha de esa impetuosidad se la debía a su actuación.

¿Cómo haría para no sucumbir a sus encantos y que todo quedara en salidas, besos, arrumacos y nada más? ¿Podría resistir a la tentación de ser como una de las tantas que habían caído a sus pies?

Cuando separaron sus bocas, les faltó el aire; Tobías no hubiera dudado en invitarla a un hotel o incluso, al baño del boliche. Pero no. Con ella sería otro, el galante, el paciente, el que ella merecía.

Aldana sintió la humedad gestarse entre sus muslos; su piel irradiaba calor, tenía vida propia, el ardor de su cuerpo se congregaba dentro de sí como un volcán a punto de estallar. Los besos de Tobías resultaban adictivos, intensos, querendones.

Tobías agarró ambos tacos, los colgó en la pared correspondiente y tomándola de la boca, como un torbellino volvió a besarla contra la pared. Aprovechando la oscuridad y que muchas parejas también se propinaban caricias bastante enérgicas y estaban en su propio planeta, él la apoyó en el muro para hacerse de sus labios, besarle tiernamente los párpados y arrastrar su lengua por el filo del cuello, allí donde la vena palpitaba con bravura y el perfume se estancaba.

Aldana no pudo contener el jadeo impúdico que se filtró entre sus labios entreabiertos. Anhelaba su contacto profundo. Volcando la garganta hacia atrás le permitió besarla, que absorbiera su aroma dulce; le sostenía las muñecas para no dejarlo ir.

―Mi dama de rojo...no sé qué voy a hacer con vos...

―¿Despedirme? ―Graciosa, le arrancó una sonrisa en el momento menos oportuno, pero él agradeció su sentido del humor.

―Jamás te despediría, sería un suicida. ―Regresó la cabeza a su eje para besarla en los labios y recorrerle la boca un rato más.

***

Florencia López Grande era una muy buena amiga de Mercedes Fernández Salalles. Desde jardín habían compartido casa de estudios; eran carne y uña. Se acompañaban a todos lados. incluso, al baño.

Su simbiosis se remontaba a tiempos memorables, hasta que en la amistad terció un hombre: Tobías.

Cuando estas terminaron el colegio secundario, organizaron una fiesta en un boliche en La Costanera porteña al que Tobías y Giovanni asistieron. Todas las compañeras de Mercedes quedaron fascinadas con su medio hermano; lo conocían por fotos, ya que ella era recelosa de su intimidad y no quería que lo trataran en persona. Insegura, siempre sospechaba que la amistad de ellas, era a cambio de conseguirle cita con el imponente Tobías.

Éste, en pleno estallido de hormonas, se fijó en la rubia menudita de grandes pechos y cabello lacio casi hasta la cintura; no le importó que su hermana se lo prohibiera terminantemente o que la chica fuera virgen: se citaron un día cualquiera en un hotel de la ciudad y él fue su primer hombre. Florencia, como era previsible, se ilusionó con ese hombre intenso, atractivo y a punto de graduarse como veterinario, del que no obtendría más que una noche de sexo.

Cuando Tobías regresó de uno de los primeros viajes que hizo a París, convencido que allí estaba su destino, Florencia estaba casualmente en su casa. Mercedes, ignorando que aquel baile nocturno en el boliche había llegado a otra instancia, volvió a advertirle a su hermano que no le pusiera un dedo encima.

Él hizo oídos sordos y Florencia, aprovechando la visita en lo de los Fernández, quedó nuevamente con él.

Para entonces, ella no tenía 18 sino 21 y ya habían pasado otros hombres por su cuerpo lo cual se lo hizo saber; vivieron una noche de hotel acalorada, fogosa y que, otra vez, ilusionaría a la chica. Tobías tenía una regla: a nadie prometía de ante mano segundos encuentros, mucho menos noviazgos y a cuenta gotas, besaba en la boca.

Esa no había sido la excepción y cuando Florencia le preguntó cuándo volverían a encontrarse él respondió con un heladísimo: "no sé".

Despechada, le confesó a Mercedes que su hermano la había llevado engañada a un hotel, que la había tomado por la fuerza y que la abandonó en la mitad de la noche, todas mentiras que, como era obvio, Mercedes creyó.

Loca de celos y de furia, ésta increpó a su medio hermano quien, con las sospechas de que Mercedes estaba siendo demasiado tremendista y acusatoria, le preguntó:

―¿Qué te pasa a vos conmigo?

Esa simple pregunta inició el acabose. Mercedes lo besó como nunca había besado a nadie y le mordió el labio con tanto ímpetu que se lo hizo sangrar. Él se la quitó de encima como si tuviera peste, entre insultos y apelativos que ponían en duda su sanidad mental.

A partir de ese entonces, aunque no por ese único motivo, la relación entre hermanos estuvo en la cornisa.

Florencia entró con un par de amigas a ese bar-boliche-restaurante en Palermo. Habían dispuesto que, por ser día de semana, no se quedarían hasta tarde. Comieron unos sándwiches de lomo con ensalada, tomaron cerveza y se apostaron al fondo del local, entre las mesas de pool. Caminaron buscando lugar y una buena ubicación para ver a quienes jugaban: en plan de conquista, nunca se podrían resistir a un hombre que le pegara al taco seco y fuerte. Su lema era "si así le dan al taco, imagínate lo que hacen con el mataco", haciendo alusión a su miembro.

Sacándose fotos, subiéndola a las redes, pasaron buena parte de la velada hasta que Florencia vislumbró a alguien familiar rondando una de las mesas de pool: después de larguísimos años, Tobías Fernández Heink estaba allí de cuerpo presente y divirtiéndose con alguien.

Era de público conocimiento que había llegado a la Argentina y las revistas ya lo señalaban como el nuevo presidente de "Fármacos Heink", la empresa de la familia.

Florencia nunca creyó que el medio hermano de su ex amiga se mostraría en un sitio tan común o terrenal como ese; él era glamour, París y noche, no habitué de un boliche cualquiera de Palermo.

Buscó a Gio, su Sancho Panza, pero no lo vio. Sin embargo, divisó que él estaba junto a una alta y bonita chica a la que le enseñaba jugar pool. ¡Básico! Sin despegarle sus ojos de encima y pensando que era una conquista casual, cayó en la cuenta de que no era así. Ellos hablaban con mucha complicidad, se reían animadamente y se tonteaban como una pareja de muchos años; él era delicado y no le disgustaba mostrarse cariñoso con ella ante cualquiera. Le tocaba el cabello, le besaba los nudillos y la arengaba tras cada mal tiro de la pésima jugadora.

Cuando terminaron la partida, Florencia extendió el cuello como suricato, encontrando a la parejita en una esquina oscura, donde se besaban sin pudor. Él la sostenía de la cintura y la chica, enredaba sus dedos por detrás de la nuca masculina, a menudo, despeinándole el cabello. Sus lenguas inquietas, no dejaban lugar para el oxígeno.

La rubia contrajo la mandíbula con celo retroactivo; esperó su oportunidad y cuando Tobías y su chica decidieron marcharse, Florencia les tomó una fotografía; él iba un paso por delante de la morocha sin soltarle la mano. Aunque salió un poco borrosa y oscura, el objetivo estaba cumplido: en la imagen era fácil notar que Tobías estaba acompañado.

Tecleó rápido, con el rencor recorriéndole las venas, perpetrando una venganza que jamás pensó tener la posibilidad de concretar.

«Mirá la sorpresita que me encontré. Besito», y pulsó enviar.

No era la misma de tantos años atrás que había sido humillada y vapuleada por Tobías y, sobre todo, por quien era su amiga incondicional.

Mercedes se quitó el antifaz de dormir al escuchar el tintineo del celular; desde que Tobías había puesto un pie en esa casa su insomnio había regresado; estaba pendiente de sus movimientos, de su ir y venir, de sus olores y palabras. No le había bastado con pasar toda la mañana y la tarde con él en el trabajo. No soportaba sacarle monosílabos y que el único tema en común que tenían y con el que él se sentía seguro de hablar, era sobre su padre y su pronta partida física.

Eran las doce de la noche y a pesar de fastidiarse por el mensaje, pensó en una tragedia.

Prendió el velador de su mesita de luz y abrió el cuadro de diálogo de su teléfono.

«¿Es Florencia?»

Desde el momento en que ésta le confesaría el romance con su hermano, la amistad se quebró para siempre, Mercedes la tildó de buscona, arrastrada y mentirosa, entre otros calificativos denigrantes.

Recordó el instante de la charla, los detalles escabrosos que le había relatado y lo mucho que la había envidiado. Mercedes estaba obsesionada con Tobías y no concebía que él no se fijara en ella y prefiriera descargar su potencia sexual en su amiga.

Abrió la fotografía que la rubia le envió. Era oscura, envuelta en unos fogonazos azules y rojos. Parpadeó con insistencia, enfocó la mirada y allí lo vio a Tobías, de la mano con una mujer. Retrajo el ceño. ¿Esa era la secretaria? ¿La mosquita muerta con ropa de iglesia de la que todos hablaban maravillas e incluso su padre adoraba?

No, no podía ser ella.

«Si, es ella», confirmó agudizando su visual.

Las voces en su cabeza no la dejaron pensar, ni coordinar. Se sirvió un poco de agua de su jarra siempre llena.

Él coqueteaba con todo el mundo, pero si de algo estaba segura Mercedes, era que para su medio hermano no era lo mismo salir de cacería en París que en Buenos Aires y con su secretaria.

Tecleó en respuesta a Florencia.

"¿Dónde es eso?", y al segundo y medio, la rubia le contestó: "Mirá mi Instagram".

Odiaba que le hablara en código, necesitaba saberlo todo ya mismo, no hacer periodismo de investigación a esa hora de la madrugada.

Mercedes no manejaba redes sociales, las detestaba, pero escribió el nombre de la aplicación, se la descargó en el celular, pidió invitación a su examiga, a una serie de personas más y constató que, efectivamente, Florencia estaba en un bar de Palermo, a pocos minutos de su casa.

"¿Hace cuánto pasó?", demandó.

"Diez minutos atrás", la rubia festejó molestarla.

Florencia se divirtió con ese jueguito, confirmado la perversión de Mercedes, su mente turbada y controladora. Vivía celando a su hermano, era posesiva y egoísta con él. Organizaba festejos cuando Tobías estaba en París o en Londres, perfeccionando su idioma o haciendo negocios.

Mercedes se puso de pie, confundida, presa de un ataque de nervios; comenzó a vestirse y a punto de salir de su habitación primó la cordura sobre la irracionalidad.

No, no debía ir. ¿Para qué hacerlo?

No, ella tenía que ser inteligente, no se podía dejar llevar por sus impulsos, esa chica no tenía que significar nada...de ningún modo.

Aquietó sus pulsaciones con ejercicios de respiración. Se quitó la chalina, su cazadora, hizo lo propio con las botas y tomó asiento en el extremo de la cama.

Sin salir del asombro, aun en estado de shock, debía ir con cuidado y estudiar al enemigo.

Esta vez no estaba dispuesta a perder a Tobías.

***

Pidieron un taxi en la esquina del restaurante. Él la envolvió con sus brazos, resguardándola de la llovizna en tanto que su compañera miró al cielo encapotado sin importarle mojarse la cara. Tobías festejó para sí que se contentara con esas simplezas.

Se besaron delicadamente. Se mimaron sin importar el entorno.

Tobías se sentía libre, feliz.

Subieron a un vehículo con destino al departamento de ella; dentro del auto se entrelazaron los dedos y se propinaron miradas tiernas. Evitaron tocarse más de la cuenta y cuando bajaron en el edificio de Aldana, él le pidió al chofer, casi como una costumbre, que lo esperara por unos minutos.

Contra la puerta de entrada no contuvieron las ganas por recorrerse las profundidades de sus bocas; ella le sostenía el rostro con ambas manos y él la presionaba contra el cristal. Agradeció que éste fuera blindado y resistente.

Le rodeó la estrecha cintura y subió sus manos por la espalda femenina, apoyó las palmas sobre el inicio de sus glúteos, a los que se moría por acariciar y mordisquear. En el fragor del encuentro le levantó la chaqueta y la camisa, provocando que el frío contacto entre sus dedos y la piel la enloqueciera. Ella liberó un jadeo, consintiendo ese maravilloso momento.

Tobías necesitaba más, su cuerpo pedía a gritos descargar su fiereza.  Dana notó la erección de Tobías pujando contra la cremallera de sus jeans, la notaba a la altura del vientre. Ella anhelaba dejarlo pasar, que la hiciera suya hasta dejarla saciada, pero se había propuesto otra cosa.

―Estamos en la calle...―Le recordó ella entre gemidos. Él recupero el aliento y dándole la razón, apoyó su cabeza, vencido, sobre el hombro de Aldana ―. El chofer se está haciendo un festín. ―Carcajearon resignados, reventando la burbuja de éxtasis a su alrededor. Tobías le rodeó la mandíbula, atrapándole la mirada con la suya, con lívido contenido.

―Me despierto pensando en vos, en tenerte cerca cuando me traés el café. Con las ganas intactas de oler tu perfume, de besarte hasta gastar tus labios. En hacerle el amor a tu boca con la mía; a esa boca que me puede, me excita y me desvela. ―Mezcló la pasión y la necesidad, el romanticismo y la verdad.

―Seguimos estando locos.

―Si estar loco me garantiza tenerte así, cambio la cordura por la insanía sin dudarlo.

―¿En serio seguís sosteniendo que nunca fuiste romántico? No sé si creerte.

―Preguntále a Gio, ahora que son taaan amigos.

―¿Seguís celoso de él?

―No, sé que fui un tonto y lo admito.

―Me gustan tus besos y me gustás todo vos. ―Le confirmó para el crecimiento de su ego, pero por, sobre todo, para darle combustible al motor de su corazón.

―A mí también me gustan tus besos, vos y tu suerte para el pool.

―¿Te cuento un secreto? ―Se puso en puntas de pie y murmuró en su oreja, erizándole los vellos de la nuca.

―Los que quieras.

―Yo sé jugar muy bien al pool. Me enseñó mi papá a los once. ―Y dejándolo con una sonrisa infantil en la cara, le dio un beso de arrebato sobre los labios, abrió la puerta y se metió a su casa.

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Mataco: indígena.

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