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16

Ella notó que un par de brazos fuertes y cálidos la envolvían y no quiso salir de allí; elevó su barbilla y subió los ojos en cámara lenta, deteniéndose en esa mirada oscura en la que crepitaba el deseo. Él dejó una de sus palmas sobre la mitad de la espalda femenina, arrugándole la campera que la cubría y con la otra mano le ordenó unos mechones de cabello rebelde que divagaban sobre su frente. Dana mantenía sus puños cerrados contra el pecho firme y rígido de Tobías. El perfume de él era intenso, único, la acariciaba tanto o más que la brisa.

―Ahí vino el taxi. ―anunció él, suplicando al Dios con el que tantas veces discutía que ella le pidiera que la besara, que le diera señales claras de sus intenciones. Necesitaba imperiosamente su consentimiento para ir más allá.

Aldana cerró la boca y giró sobre sus botas de caña corta para subir al vehículo. Él se ubicó junto a ella y una vez dentro del coche, le buscó la mano. Dana le miró los nudillos y se los llevó a la boca para rozarse los labios con esa porción de piel más áspera. Luego, se acarició la mejilla derecha.

Ese acto íntimo, sensual y despojado de morbo, lo hizo temblar.

Él, un hombre fuerte que desde niño lidió con la temprana muerte de su madre estaba siendo vulnerado por otra mujer.

Él, un nene consentido y caprichoso acostumbrado a tener la última palabra quedaba en silencio ante una simple exhalación.

Él, un tipo de mundo, exitoso, un animal salvaje en la cama, se comportaba como un gatito abandonado en un refugio.

La secretaria sospechaba que haciendo eso daba inicio a un juego que no estaba segura de cómo continuar; él no era un tipo tolerante que se caracterizara por el romance. Había sido claro con el tema y ella fue testigo de su esencia de depredador serial. Entonces, ¿qué podía esperar más que un revolcón? Era un bambi al lado de un león. Él se cansaría de ella, de sus miedos, de sus inseguridades. Él era como el rey de la jungla que tomaba sin miramientos, elegía y se abalanzaba sobre su presa sin piedad.

Sin embargo, en pleno uso de sus facultades mentales, consciente de la cercanía y las miradas provocativas, Aldana fue libre de hacer lo que se le viniera en gana después de tanto tiempo de sentirse incompleta.

Por primera vez notaba el modo en que el corazón le galopaba cuando lo tenía cerca. Cuando lo escuchaba hablar, su tono sereno y de barítono le resecaba la garganta. Sus manos grandes, prolijas, hablaban de protección.

Subió sus ojos azules centrándose en ese par oscuro que intentaba leerle la mente y desnudar sus pensamientos antes que a su cuerpo.

Tobías no hablaba, llegando a un acuerdo con su razón. La cortejaría, le daría su espacio. Quería ganársela en buena ley, aunque eso significara abandonar hábitos y costumbres con los que se sentía a gusto: fiesta, mujeres desconocidas y no tanto, sexo casual y arrebatado, vivir al límite de lo permitido.

Cuando llegaron al hotel lo hicieron en completo silencio y esperaron el ascensor uno al lado del otro, con los dedos unidos bailoteando entre ellos. El trayecto hasta el piso de la habitación de Aldana fue eterno. Bajaron los dos juntos.

Ella no quería soltarlo, tampoco estaba preparada para dar el próximo paso; todavía faltaba mucho por hablar y sentirse cómoda, para exorcizar sus fantasmas.

Quizás la juzgaría por su pasado, no comulgaría con el hecho que no era perfecta como todas sus conquistas. Debía estar preparada para el rechazo.

Llegaron a la puerta de su habitación, ella le soltó la mano a disgusto y antes de abrir, giró quedando de espaldas a la entrada del cuarto. Tobías apoyó la palma de su mano izquierda próxima a la cabeza de ella y con el dedo pulgar le bordeó el mentón.

¡Qué tersa era su piel! Color marfil y sedosa como ese vestido rojo que lo había vuelto loco.

―No puedo volver a mi suite sin saber qué es lo que te pasa por la cabeza en este preciso instante. ―Su tono masculino fue el de un trueno, ronco a causa de la excitación y el tabaco.

Ella respondió bajando cansinamente los párpados y mordiéndose el labio.

―Ni yo misma lo sé. ―Ambos sonrieron, ahogados por la idéntica sensación. El ir y venir del dedo gordo sobre el perfil de su quijada era delicioso, tenue, le cosquilleaba hasta la médula.

Aldana abrió los ojos encontrándose con un gesto cálido; los ojos oscuros de Tobías le recorrían los labios, tal como le hizo la yema de su pulgar, el cual los arrastró despertando el animal que luchaba en su interior, bramando por salir.

Ella quería dejarlo pasar, que la besara en sus lados sensibles y malheridos, disfrutar del sexo por primera vez en su vida...pero no pudo. Quizás para él era solo un juego y la cama, su única meta.

¿Qué pasaría después? Pensar en esa parte de la línea de tiempo la atemorizaba, paralizaba sus extremidades.

Dana entreabrió los labios dejando expuesto el filo de sus dientes superiores. Las fosas nasales de Tobías se expandían, su entrepierna le dolía, dura y caliente. ¡Mierda! ¡Era un calvario!

―Quiero que sepas que no voy a hacer nada que no desees.

―Gracias, aprecio que me lo digas. 

Tobías dejó caer su frente contra la de ella y sus alientos se fundieron a mitad de camino. En ese preciso momento, Aldana perdió el raciocinio y con un balanceo hacia adelante le capturó el labio inferior de un mordisco, iniciando el sendero en dirección al precipicio. Fue en busca de su boca intensa y fuerte con su propia lengua, consiguiendo rozarle la suya.

Nunca había deseado tanto que la besaran; muchos habían poseído sus labios, su cuerpo, pero todos buscaban el placer personal sin importarle que ella era más que un cúmulo de huesos y carne, más que una muñeca con la que jugaban.

Tobías bajó la mano que tenía sobre la puerta, la pasó por la nuca femenina y empujándola hacia él se permitió mayor roce. Su respiración era agitada, el aire a su alrededor quemaba.

Dana le rodeó el cuello con las manos y aceptó el contacto brusco.

Lo quería todo de él y admitirlo, era una catástrofe.

Sentía la humedad de sus pliegues, la cosquilla entre sus piernas, la sensibilidad de sus pechos a flor de piel. Aldana se apartó de golpe, sintiendo los labios hinchados de pasión. Tobías la miró desorientado, con terribles ganas de continuar ese paseo.

Con muchas, muchísimas más ansias.

―Perdón...no...―Comenzó a excusarse, perdida.

―Shhh...―Le tapó la boca con el dedo ―. No tenés por que pedir perdón por algo que fue tan maravilloso.

Ella asintió con la misma actitud avergonzada de siempre.

―Estamos muy cansados y aunque admito que me agradaría quedarme, lo mejor es que me vaya a mi cama. Te dije que no haría nada que no sea de tu agrado. No voy a presionarte.

―¿Mañana a las 10:30 de la mañana en el lobby? ―Dana escapó de la situación.

―Sí, excepto que nos encontremos para desayunar juntos.

―Eso es en tres horas.

―¡Es cierto!Mmm...creo que voy de una al taxi. ―Tobías retrocedió un paso y se acomodó el cabello con las manos ―. ¿Nos vemos en un rato?

―Sí, hasta luego. Que descanses bien.

―Igualmente.

Y mientras que ella se escabulló hacia su habitación, él se permitió imaginar una vida distinta a partir de ese instante.

***

De regreso a Buenos Aires, los tres durmieron durante todo el viaje, sin escalas mediante. En esta oportunidad, Dana había volado en un asiento de fila simple, sin compañero de lado, tranquilizando a su jefe sin saberlo. En el aeropuerto  tomaron un taxi y el primero en bajar fue Giovanni, quien vivía en Palermo.

Como buen caballero, Tobías dio la dirección de Aldana al chofer para acompañarla hasta su casa.

No se hablaron más que lo necesario y cuando llegaron al edificio de tres plantas donde vivía ella, él la ayudó con la valija y pidió al conductor que aguardara allí por unos minutos.

―¿Podés sola? No es lo mismo bajarla que cargarla por la escalera.

―Lo sé, me las voy a arreglar. Nadie me apura.

De pie en el umbral de la puerta, Aldana estaba parada sobre el escalón de entrada y a pesar de eso, él la aventajaba en altura. Eran tan alto, fornido, sus espalda ancha y fuerte...todo en su jefe le alteraba la presión sanguínea.

―Gracias por el viaje.

―Gracias por acompañarme, pero sobre todo por besarme.

―Fue un impulso.

―¿Te arrepentís?

―No. ―Fue una negación enérgica, tranquilizadora para el propósito masculino.

―Me alegro porque yo tampoco. ―Avanzó el paso que los distanciaba y la abrazó por la cintura para darle un beso casto sobre los labios; un beso que inició con pausa, continuó intensamente y terminó de prisa. Fue un minuto excitante en el que se devoraron con locura.

Dana se apartó y rehundió su cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro de Tobías.

―No quiero despertar de este sueño.

―No lo hagamos, sigamos soñando.

―Pero algún día hay que hacerlo.

―Entonces construyamos una realidad soñada. ―Fue romántico, quizás como nunca.

Aldana tomó distancia y abrió la puerta del edificio, no quería despedirse, deseaba invitarlo a entrar, a que continuaran besándose un rato más... pero no. Esos besos ya habían sido suficientes.

―Hasta mañana, Tobías.

―Hasta mañana, Aldana.

***

Fue la primera en llegar a la oficina y las preguntas con respecto a la presentación del nuevo fármaco en Brasil no se hicieron esperar. Sus compañeros sabían que ella era muy reservada y que solo obtendrían un "muy lindo todo" con sacacorchos, pero se exponían a tu tímida respuesta.

Dejó sus cosas, encendió su PC y abrió su cartera para sacar la agenda que llevaba consigo a todos lados. Se preparó su café y cuando a lo lejos ya escuchó un "Brasil, decime qué se sienteeee...", ese cántico que la barra del equipo argentino de fútbol cantó en el mundial que tuvo a Brasil como anfitrión, supo que era Analía.

Se abrazaron como si no se hubieran visto por meses y sin desprenderse de sus pertenencias, la más petiza de las dos se sentó en el escritorio de su amiga.

―Tomá, te traje esto para vos. ―Aldana le hizo entrega del obsequio.

―¡Sos tan linda! Te vas a trabajar y me comprás algo. ¡Por eso te quiero tanto! ―Comenzó a saltar como una niña en navidad.

―¡Si serás interesada, che! Dale, abrílo y fíjáte si te gustan, yo me compré unas igual. ―Analía rompió el envoltorio de papel y quedó extasiada con sus sandalias.

―¡Waw!

―¿Qué te parecen?

―¡Me encantan! Mmm...con un equipito sugerente de gladiadora romana esto va como piña para una noche de sexo.

―Shhh...Ana...

A la media hora continuaban chusmeando; con frecuencia Aldana miraba su reloj discretamente, esperando por la aparición de su jefe. Tobías todavía no había llegado. Como por arte de magia, lo trajo con la mente: recibió un mensaje en el celular de trabajo.

"Llego en un rato. ¿Dormiste bien?", preguntó él.

"Perfecto. Gracias", respondió Dana con dedos nerviosos.

Tobías recibió ese breve mensaje con una sonrisa. Era la secretaria eficiente y apocada que había conocido casi dos meses atrás. Sentado en la isla de la cocina de su casa familiar, estaba desayunando un café cuando apareció Mercedes, muy emperifollada.

―Hola, hoy voy con vos a la empresa.

―¿Qué?¿Para qué?

―Porque tengo que ver unas cosas con la gente de marketing y terminar con los papeles de una nueva patente.

―¿Es necesario que vengas conmigo?

―¿Siempre tenés que ser tan grosero?

―Perdonáme, tenés razón. Ahora me cambio y en quince salimos.

Ella asintió de brazos cruzados, indignada por la poca atención que su hermano le brindaba. Hermano, esa palabra le causaba una terrible indigestión.

***

Media hora más tarde del mensaje de Tobías, llamaron al teléfono de la oficina. Miguel, de control de acceso en planta baja, le informó a Aldana que tenían un presente para ella.

―¿A mi nombre?

―Dice: para entregar a Aldana Antur. Hasta donde sé, sos vos. ―El recepcionista bromeó al teléfono.

―Sí, soy yo. Pero no sé qué puede ser. Bueno, decíle al chico que suba. ―El joven de la planta baja le tomó los datos al muchacho del encargo y se sonrió. Al parecer la chica bonita de ojos azules estaba de amoríos con alguien, lo que lo dejaba fuera de juego.

Al cabo de cinco minutos el hombre de la diligencia, vestido de amarillo y rojo, apareció con una docena de rosas blancas y una roja, estratégicamente ubicada en el centro.

No faltaron los silbidos ni los aplausos exagerados. Las mejillas de la secretaria se pusieron del color del tomate. Firmó el remito dándole el recibido y de inmediato fue rodeada por Analía, Rosa, Marilú y Belén. Abrió la tarjeta que acompañaba el ramo celosamente guardada en un sobre dorado.

La leyó para sí: "Para mi dama de rojo, que tengas buena semana".

― ¿Quién te las manda? ―preguntó su amiga, tan curiosa como las otras.

―No firma nadie.

―Pero algo debe decir para que pongas esa cara de tontuela.

―Es...la estrofa de una canción. ―Mintió.

―¿Canción de quién?¿Qué dice? ―Ana fue al hueso, como un detective del FBI.

―No sé, no la conozco... ―dijo y la volvió a guardar.

Operativa, se hizo paso ante la queja de sus compañeras por su hermetismo y buscó el jarrón que guardaba en un armario. Lo llenó de agua, le puso una aspirina dentro para que durasen más y con esmero reacomodó el ramo para que se lucieran todas las flores por igual.

―Dana, dale. Ahora estamos solas ―Analía la interceptó en la cocina del piso ―, ¿a quién cautivaste en Brasil?

―A nadie. ―La miró de lado, sin soltar prenda.

―¿Me vas a tener a pan y agua?

―Ya te vas a dar cuenta solita quién las mandó. ―Susurró cruzando un dedo sobre su boca, como las enfermeras de hospital.

Analía no entendió hasta que vio entrar a su jefe en la oficina con esa prestancia que sólo él era capaz de llevar. Sus rasgos duros, varoniles, tan masculinos, levantaban suspiros hasta de los teléfonos; él se detuvo frente a las dos chicas, las saludó como siempre, siendo amable y manteniendo la distancia profesional correspondiente. Pasándose por un metro de la línea del escritorio de su secretaria, observó el ramo de flores. Enarcó una ceja, con altanería.

―¿Un admirador secreto? ― Aldana intuyó que era parte de la actuación que deberían componer de ahora en más. ¿O él se había olvidado de todo?

«No, tonta, si no ni te hubiera mandado flores», pero ¿serían de él?

―Así parece. ―respondió, solemne ―. ¿Vas a querer el café?

―No, desayuné en casa, pero veníte a la oficina que tengo que comentarte algo que surgió en estos últimos minutos. ―Calzándose el traje de jefe, dijo. Ella rodeó su escritorio y lo siguió al despacho.

De pie en mitad de esa sala, se mantuvo con la agenda aferrada a su pecho. Esa mañana se había esmerado mucho en vestirse y esperó que él lo notara; una falda tubo negra, los zapatos nuevos que aún le molestaban en el talón por estar sin amoldar y una camisa de manga larga blanca con un lazo de cierre en su cuello y volados en los puños, la hacían lucir ejecutiva y profesional.

Tobías recostó su trasero en el escritorio y extendió su mano.

Aldana no supo cómo reaccionar.

―Acercáte que no te voy a morder. ¿No te lo dejé en claro el día de ayer? ―Sostuvo su brazo en el aire con la mano desplegada; con lentitud ella apoyó sus dedos sobre la palma masculina y se aproximó a pasos cortos ―. Estás increíble. ―La elogió y se contuvo de besarla, conformándose con emborracharse a causa de su perfume.

―Gracias. Pensé que no te darías cuenta. ―A veinte centímetros de separación, murmuró.

―¿Cómo no podría darme cuenta? No hago otra cosa más que mirarte apenas pongo un pie acá.

―¡A cuántas le dirás lo mismo! ―Se mordió el labio, sabiendo que la respuesta era "a millones".

―Voy a tener que remarla mucho ¿no? Digo, para que creas que puedo ser digno de vos.

―¿Digno de mí? Ni que estuviéramos en el medioevo.

―Creéme que siento que no te merezco. Sos muy buena, noble...pura.

―Yo, sin embargo, creo que no estoy a la altura de ninguna de las mujeres que podrías tener.

―No vuelvas a decir esa aberración, por favor. ―Él le quito la agenda de las manos e imitaron la posición en la que bailaron "Lady in red" ―. ¿Te gustaron las flores?

―Sí, son preciosas. Gracias.

―Sé que no serán como las de la casa de tu abuela, pero quería impresionarte. ―Que recordara ese pequeño detalle le tocó la fibra íntima.

―Gracias, lo lograste. Por no ser romántico, sabes bien qué es lo que hay que hacer para impresionar a todas las mujeres de la oficina. ―Pluralizó.

―También te dije que ningún hombre en su sano juicio podría dejar de ser romántico con vos. Permitímelo y te aseguro que no te vas a arrepentir.

La proximidad les quemaba el cuerpo, la ropa era inflamable; Tobías le tocó el lóbulo de la oreja derecha con la punta de la nariz y ella, instintivamente, echó la cabeza de lado, permitiéndole un beso atrevido y sensual que la paralizó.

―Mi dama de rojo... ―expresó él en tono grave.

―Esto es una locura. ―Suspiró ella.

―Claro que sí. Y me gusta que así sea.

El golpe sobre la puerta mató el momento, provocando su alejamiento repentino. En tanto Tobías regresó a su silla, ella tomó su agenda del escritorio y se mantuvo de pie, acalorada.

―Adelante. ―Él simuló tranquilidad. Era Mercedes.

―Buenos días ―con displicencia, avanzó ―. Hola Aldana.

―Hola señorita Mercedes, ¿cómo se encuentra?

―Bien, poniendo un poco de orden. Una semana que no vengo y el sector de investigaciones es un desastre. ―Se echó en la silla frente a la de Tobías, se cruzó de piernas y por sobre su hombro, se dirigió hacia la secretaria de su medio hermano ―. ¿Me dejarías a solas con él por favor?

―Sí, cómo no.

―Ah y reprogramále la agenda de las doce en adelante.

―¿Qué decís? ―Tobías frunció el ceño.

―Quiero salir a almorzar con vos. ¿Tanto te cuesta creer que quiero pasar tiempo con mi hermanito lindo? ―Inclinando el torso sobre el escritorio le pellizcó los cachetes, recibiendo un gruñido. Tobías no deseaba almorzar con ella sino utilizar la excusa del viaje a Brasil para salir con Aldana y continuar con el coqueteo.

―Por supuesto, señorita.

―Ahora volvé a tu escritorio. Gracias, querida. ―Agitó la mano, deshaciéndose de ella con desdén.

Una vez afuera, Analía la abordó, con la respuesta al enigma en la punta de su lengua.

―No hace falta que des nombres. Solo decime sí o no. ¿De acuerdo? ― Dana puso los ojos en blanco y liberó el aire contenido en sus cachetes ―. ¿El que te mandó ese ramo está ocupando actualmente ese despacho? ―Poco disimuladamente señaló la oficina de Tobías con una inclinación de cabeza.

―Si. ―afirmó, era un caso perdido negarlo.

―¡Yo sabía que el potrazo ese te tenía ganas! Pero por algún motivo te las mandó, ¿hay algo que me tengas que contar de lo que pasó en Salvador?

―Ana...lo que pasó en Brasil, queda en Brasil. ―Riendo y prometiéndole detalles más tarde, quedaron en almorzar juntas.

*******************

Va como piña: que va en la dirección correcta. 

Emperifollada: vestida elegante.

Soltar prenda: no decir ni una palabra.

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