13
La reunión con Couteri resultó amena. "Barravento" era un restaurante con vista al océano, muy sencillo, pero donde se comía de maravillas.
A Tobías, que le importaba siempre el buen comer, agradeció la deferencia del brasilero cuyo laboratorio, mucho más pequeño y con los minutos contados en la bolsa, estaba siendo ofrecido al mejor postor.
Con otro atuendo más formal, Fernández Heink y Aldana se reunieron con ese hombre bajo, que apenas rozaba el metro setenta, bigote y casi calvo, muy ansioso pero afable.
Por respeto a ella, que no fumaba, escogieron una mesa en el salón interno. El cielo diáfano y el mar de fondo, hacían una sola composición de celestes y turquesas en los que Dana se perdía a menudo sin dejar de escuchar a los hombres hablar de la cotización de las empresas en Wall Street o en los mercados orientales.
Al momento del almuerzo, los tres recibieron la carta de menú. Aldana la recorrió de arriba abajo pensando qué pedir. Repentinamente sintió que el aliento caliente y con un suave dejo de café matutino de su jefe se le aproximaba al oído y provocándole un cosquilleo desorbitante, le decía:
―Recordá que te obligué a que pidieras lo que quisieras. ―Ella giró la cabeza sin calcular la extrema cercanía de su perfil con el de su superior; escondidos parcialmente detrás de sendas cartulinas de menú, la intimidad bordeaba el absolutismo. Sus narices prácticamente se rozaron y las respiraciones llegaron a un mínimo de expulsión.
―Si, gracias. ―Su afirmación fue hecha con un hilo de voz.
No pudieron quitarse los ojos de encima; se devoraron visualmente y con la mente, también.
―Te sugiero el risotto de camarones. Es delicioso. Con el vino que está abierto, marida genial.
―Está bien. ―Pasó saliva por la garganta, caso contrario se ahogaría de la excitación.
Tobías se alejó en cámara lenta y fue como si de golpe, el ruido del ambiente volviera a surgir. El camarero se acercó a los diez minutos y anotó lo que cada uno deseaba; Dana optó por seguir el consejo de Tobías en tanto que él prefirió un plato de camarones con leche de coco.
Tal como advirtió Couteri, la comida era un espectáculo. Tobías nunca había ido a ese lugar y lo apuntó enseguida como uno de sus favoritos. Disfrutaron del almuerzo y brindaron: el brasilero, con la ilusión de poder deshacerse de su empresa y Tobías, esperando que esté al borde la quiebra para tomarla por un precio irrisorio.
Ya de sobremesa, mientras esperaban el café, Couteri recibió un llamado que precipitó su salida de la reunión; su esposa había tenido un accidente doméstico que requería de su ayuda. Sin dudarlo, quedaron en llamarse y concretar un encuentro en Buenos Aires.
Una vez que estuvieron a solas, Aldana y Tobías continuaron hablando de la comida.
―Salgo a fumar un segundo, ¿sí? ―avisó él.
―Dale.
La secretaria miró con disimulo el culo de su jefe; ejercitado, era redondo, duro, y se tensaba bajo sus pantalones de vestir azul noche. Se le resecó la garganta por lo cual se sirvió una copa de agua fresca para hidratarse.
Era tan masculino, incluso su rostro se alejaba del típico carilindo de Hollywood y del mundo del modelaje que ella había visto anteriormente.
Disfrutando de las vistas, de toda clase de ellas, el lugar le resultó encantador y al mirar hacia la vereda donde pitaba Tobías, no tardó en distinguir que conseguía compañera: éste le encendía un cigarrillo a una pelirroja con sonrisa de publicidad y caderas envidiables.
Tobías Fernández Heink siempre levantaría suspiros en Salvador de Bahía, en Buenos Aires, en París y en el mundo entero.
Ella apoyó el mentón sobre su mano, sin quitar la mirada de la escena exterior. La mujer exhalaba junto a su jefe a pesar de que él se apartaba echando humo para otro lado. A la colorada parecía importarle llegar a Fernández de cualquier modo y así lo hizo: de su pequeña cartera sacó una tarjeta personal que no dudó en entregarle a Tobías. Éste la leyó con esmero, dijo un tibio "gracias" que Dana supo leer y acto seguido, él la guardó en el bolsillo de sus pantalones.
La mujer tiró la colilla al piso, la aplastó con su zapato de taco alto y entró en dirección a la barra.
Tobías se mantuvo un instante más afuera del restaurante, abrió su billetera, guardó la tarjetita y se llevó algo a la nariz.
¿Le habría perfumado la cartulina la fulana esa?
Aldana corrió la mirada, diciéndose que ya había visto suficiente. Rebuscó dentro de su cartera unos reales y a punto de dejar propina bajo el plato, una fuerte mano le arrebató los billetes.
―Espero que no estés por hacer lo que creo que ibas a hacer. ―A su lado, aquello sonó a trabalenguas.
―¿Y qué pensaste que estaba por hacer?
―Dejar propina.
―¿Y acaso ese tipo de gesto a cambio de una buena atención no es algo universal?
―Ya pagué por los dos, es más, me animo a decir que pagué propina por todos los que están acá dentro. ― Dana se ruborizó, la cuenta bancaria de su jefe era escandalosa.
―Bueno, gracias.
―¿Te gustaría caminar un rato? Podemos volver a pie al hotel.
―¿No queda muy lejos?
―A una hora. De todos modos, si nos cansamos, siempre estamos a tiempo de subirnos a un taxi. ¿Qué te parece?
―Me parece bien.
Con lentitud salieron de "Barravento" satisfechos por la comida y agitando bandera blanca entre ellos por un instante. La brisa del océano les refrescaba el rostro haciendo de la caminata algo llevadero y agradable. No iniciaron una gran conversación, pero de a poco, fueron involucrándose en sus vidas, regresando al punto que quedaron en la casa de Parque Chas.
―¿Te gustan las flores?
―¿Plantarlas o recibirlas? ―Sonrieron por la mordacidad de Dana
―Ambas.
―Mi abuela tiene muchos rosales en la entrada de su casa. El clima en Madryn y su tipo de suelo no permite la plantación de flores muy delicadas pero los rosales de Frida Antur son conocidos en la ciudad. Rebalsaban de flores; eran amarillas, blancas, rojas, rosas...¡su casa explotaba de color! Eso sí, tenían unas espinas que emulaban jeringas de hospital.
Tobías la escuchaba con atención, embelesado, descubriendo que, así como la muerte de sus padres en circunstancias que él aun desconocía, le causaba una tristeza inconmensurable a su secretaria, hablar de su abuela y de sus primas, la cocina galesa y sus estudios en Buenos Aires, la llenaban de energía.
Aldana era delicadeza, sentimiento y ternura. Como también tesón, perseverancia y desafío.
Un enorme desafío, de hecho.
―¿Nunca te regalaron flores?
―No, ni flores, ni joyas, ni perfumes...ni regalos en general. No al menos de un hombre si a eso apuntás. ―aclaró y agregó con sarcasmo ―. El único hombre con el que salí era de los de tu tipo. ―Tobías supo entonces, que ella había tenido una sola pareja estable e inmediatamente, quiso bombardearla a preguntas.
―¿Vos decís que nunca se le dio la oportunidad de ser romántico?
―Quizás.
Detenidos en una esquina a causa de un semáforo en rojo, Tobías le bloqueó el avance, mirándola de frente, como solo él podía hacerlo: con hambre, con intención y ansia.
―Es imposible que alguien no quiera ser romántico con vos. Te lo aseguro. ―Le rozó el pómulo con la punta de la nariz, ella bajó los párpados, absorbiendo ese escozor intenso que hacía que su piel vibrara y se le despegara de los músculos.
El corazón de Aldana latió fuerte, desbocado. El de Tobías pareció quitarse el polvo de encima y comenzar a bombear sangre para llevarla a sus venas. Nuevamente el silencio reinó entre ambos, nada existió. No hubo transeúntes, no hubo automóviles, no hubo pájaros ni cordura.
Dana dejó escapar un gemido entre dientes, su pecho se agitó. Tobías controló el impulso por rodearle la cintura y conocer el sabor de esos labios tersos que le pedían un beso a gritos. El deseo era mutuo y palpable.
Con ella sería paciente, cauto, sabía que la recompensa valdría la pena y no estuvo dispuesto a forzarla. Se alejó adrede, generándole un extraño vacío. Los sonidos regresaron junto al ir y venir de la gente.
―Ya está en verde, tenemos que cruzar la calle. ―Le dijo el jefe, convencido de que esa pequeña demostración le hizo ganar un punto.
Aldana aceptó a regañadientes, con ardor en su vientre y algo de decepción. Se lo había ganado; a él le había pagado con la misma moneda la noche anterior. Continuaron caminando por media hora más y llegaron muy cansados, aunque de tener mil cuadras más por delante, hubieran seguido sin chistar.
Apenas pusieron un pie en el hotel, la morena del día anterior saltó a los brazos de Tobías, él se mostró sorprendido y evitando quedar en ridículo, la secretaria se escabulló en el interior del ascensor, recordando que él siempre sería el galán de América y ella una simple empleada que tenía prohibido soñar con esas historias de amor.
***
No supo qué peinado realizarse.
En ropa interior frente al espejo, con uno de los conjuntos nuevos, no solo buscaba opciones para arreglar su cabello, sino que miraba sus cicatrices en otro intento por reconciliarse con ellas. La mayoría en su espalda, las marcas habían adquirido un color que, por el paso del tiempo, eran de un nácar blanquecino. Solo una, la de su brazo, era visible para el común de la gente y bien podía ser fácilmente justificadas bajo la fachada de un "accidente". Las otras, jamás habían sido vistas por un hombre más que por su agresor, quien, encantado con marcarla, con sentirla de su propiedad, se regocijaba cada vez que tatuaba una más en su piel.
El hijo de puta de Juan José no era lo que parecía, como mucha gente.
No le sirvieron a Aldana las advertencias, ni los consejos de quienes más lo conocían: ella había confiado ciegamente en ese tipo, creyó quererlo y merecer su maltrato.
Miró al techo evitando que su maquillaje se corriera. Sus ojos delineados y párpados superiores sombreados en negro resaltaban el azul intenso de sus iris, ese color casi sin chispas que no ponía en duda su tonalidad. Su mirada adquirió una profundidad inverosímil, un dramatismo elocuente.
Se colocó los aros que le regaló Sofia y enseguida se recogió el cabello en lo alto. Improvisó una torzada que sujetó con unas horquillas y tomó una de las rosas rojas del florero. Se miró con una sonrisa satisfactoria y se la dejó puesta.
Pasó el vestido por sobre su cabeza cuidando que no se le moviera un pelo de sitio y completó su vestuario con los zapatos dorados. Lucía impactante y debía reconocer al gran trabajo de la modista.
Inspirando profundo retocó su boca con labial rojo y se colocó la estola de piel sintética blanca que también incluyó Tobías en los requerimientos a Sofía.
Agradeciendo que en el elevador iba solo ella, se miró por milésima vez buscando agradarse. Aunque para ser honesta consigo misma, solo quería agradar a su jefe y que "presumiera de su compañía".
Cuando bajó del ascensor, no hubo persona, hombre o mujer, que no la mirara y quedara impactado; ella sentía que todos volteaban a verla y sus mejillas se sonrojaron casi equiparando el color de su vestido.
Tobías y Giovanni estaban en la barra del hotel, ataviados de etiqueta. Los dos lucían trajes negros y camisa blanca, Giovanni usaba moño en tanto que Tobías, una corbata de raso negra y fina.
―¿En serio se te apareció acá la morocha de ayer? ―Giovanni levantó las cejas sin creer en las casualidades. Él había pasado el día reunido con la gente del departamento de finanzas de la sede en Salvador.
―Igual la eché a volar. Galantemente, pero le dije que estaba cansado porque venía de un almuerzo de negocios.
―¡Qué puntería la tuya!
―Si, se cortó toda la magia con la que veníamos. ―Aseguró Tobías cuando su amigo, reclinado sobre la barra del bar, se puso rígido como tabla y miró hacia la entrada del restaurante.
―Ufff, y ahora más que nunca te conviene disfrazarte de mago...
Tobías no entendió la metáfora hasta que giró y vio a Aldana esquivar las mesas para caminar en su dirección. Incapaz de respirar, él posó sus ojos en ese ángel vestido con el color del demonio.
Tragó en seco, Giovanni silbó a sus espaldas, consciente del magnetismo que esa muchacha causaba en todos.
―Hola. ―Ella saludó con la pureza de saberse linda pero no entender cómo dominar ese poder.
―Hola. ―Le respondió Tobías dejando el vaso con whisky sobre la barra.
Giovanni, fiel a su estilo, fue más efusivo.
―Nena, estás radiante. ―Le quitó una sonrisa que mejoró, como si eso fuera posible, su imagen.
Tobías no pudo conectar sus neuronas y con poca capacidad de habla solo miraba esa obra de arte de la madre naturaleza.
Salvado por la campana, la recepcionista del hotel les indicó que su taxi ya había llegado y despertando de ese sueño, él tomó la delantera mientras que los otros dos cuchicheaban a sus espaldas.
En tanto que para Aldana su jefe no podía estar más elegante, Tobías monosilabeaba como un inexperto y por miedo al ridículo, optó por mantenerse callado durante los veinte minutos que duró el trayecto hasta el centro de convenciones donde se desarrollaría el evento.
Cuando bajaron del taxi, algunas cámaras captaron el momento; no era un evento de red carpet hollywoodense pero la empresa se había encargado de que la promoción de este nuevo producto tuviera la suficiente repercusión; era un avance en materia médica y científica, una verdadera revolución en el mundo farmacológico en el que "Fármacos Heink BZL" conseguía estar a la vanguardia.
De instalar el producto en el mercado y si las ventas los acompañaban, la mitad del recorrido estaba hecho.
Los saludos, los dobles besos y las presentaciones estuvieron a la orden del día; Tobías quiso que Aldana se mantuviera pegada a él para salvarlo ante un olvido y también, para neutralizar a todo aquel que buscara propasarse con ella. Por muchos días habían hecho el ejercicio de retener caras-nombres, algo que se le daba pésimamente al empresario.
Sin embargo, esa noche todo fluía con normalidad. Él parecía recordarlo todo sin asistencia, saludaba con solvencia y no requería de ayuda, aunque saber que Aldana estaba junto a él para tenderle una mano, lo tranquilizaba.
El portugués de su secretaria era sólido, a la altura de una nativa, saludaba con una sonrisa fulgurante y causaba una estupenda impresión a los invitados. Como una gran anfitriona, todos la reconocían: ella, no obstante, no peleaba por ser el centro de atención; a pesar de haber organizado todo en una semana, de conectar perfectamente con esa sucursal en Brasil, no se daba el rédito correspondiente.
Tobías, Aldana y Giovanni tomaron asiento en la mesa principal, más cerca del escenario sobre el cual se apostaba una banda musical que tocaba algunos covers de autores reconocidos. Las luces sin dirección fija eran rosadas, violetas y azules.
Fernández Heink quiso que su secretaria tomara asiento junto a él y se lo hizo saber al señalarle la silla contigua a la suya; no habían cruzado más que palabras de cortesía y miradas sin compromiso. Junto a ellos tres se ubicaron Lerena Galides, la directora del laboratorio brasilero, Joao Ministeriale, el especialista que comandó la investigación del producto por más de cinco años y Tiana Molfese, la directora de marketing que propulsaría la comercialización.
Ésta última era quien más conversaba, sobre todo, con Aldana. Era una mujer de unos cincuenta años, muy dicharachera y maternal; ambas hicieron buenas migas de inmediato.
En las mesas restantes se acomodó la gente de prensa especializada, algunos nombres rutilantes de la industria y empleados de mayor rango que habían contribuido en el proyecto.
Los saludos entre todos continuaron, en su mayoría de parte de aquellos que se acercaban a Tobías para conocerlo, mostrarle su aceptación y agradecimiento por continuar adelante con la empresa.
No obstante, todas las mujeres lucían alborotadas con la presencia de Fernández, el heredero y actual presidente de "Fármacos Heink", ese galanazo que bien podía pasar por estrella de cine. Unas pocas se atrevieron a acercársele y entablar una conversación; otras, menos desvergonzadas, lo seducían con la mirada.
A Aldana no le resultaba indiferente esta situación, varias sobrevolaban la ubicación de su jefe, lo buscaban y él parecía ser consciente de esa atracción fatal y revolución hormonal que causaba entre las presentes.
Era como una barra de acero y los invitados, pequeños imanes que se pegaban a él.
A su pesar, Tobías reconoció que Dana también generaba pasiones: de las mujeres que la señalaban con discreción, elogiando su vestido, criticando el color – de los 150 invitados había dos mujeres de rojo únicamente – y destacando su exquisita piel nívea. Los hombres en cambio, la miraban con avidez y eso, le tensó la espina.
Esa sensación que se alejaba del caprichito de nene que lo desea todo para sí se transformó en una perversidad; no quería que ella fuera el objeto de deseo de ningún hombre, que nadie le profanara su inocencia ni mucho menos se alzara con el triunfo de ser alcanzado por palabras de agrado que ella pudiera emitir.
Hipócrita de él, admitió; solo la deseaba entre sus brazos.
Cuando las fotografías cedieron y el maestro de ceremonias así lo indicó, comenzaron los aplausos y las presentaciones de rigor: Tobías Fernández Heink pasó al frente, tomó el micrófono apostado en un atril, como si lo hiciera para dar una clase magistral.
Con un discurso aceitado, "coucheado" por su secretaria y su hermana, en menor medida cuando podían hablar sin discutir, se mostró emocionado, entusiasmado y con altas expectativas, hablando en un ágil portugués que Gio entendió a medias.
Felicitó a todos los que habían hecho posible que la firma continuara siendo una de las primeras cinco en el mercado brasileño, destacó el acompañamiento del público y la pasión con la que cada empleado ponía lo mejor de sí para continuar en alza.
Remarcó la importancia de esta nueva generación de medicamentos, su implementación y beneficios futuros.
Los aplausos tras los siete minutos de discurso se sostuvieron por un buen tiempo, eran cálidos, medidos y elocuentes. Tobías regresó a su mesa y como si necesitara aprobación, se apoyó en Aldana y su criterio.
―¿Estuve bien? ―Ella notó el chisporroteo de sus ojos negros, ansiosos por un sí.
―Por supuesto. ―Tobías se sintió conforme, agradecido por el voto de confianza.
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Cuadra: calle.
Horquillas: invisibles.
Coucheado: de coachear. Entrenar.
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