encuentro
una noche azul
Cuando cae el sol y las hojas se mecen entre la brisa y el suelo, Jennie camina por las tardes hacia su parque preferido. Ella, ostentosa y pacífica, carga su libreta favorita y aquel tocadisco de música ochentera. Tararea al compás de la sonata, acomodando las cosas bajo su sicomoro favorito. Entonces dibuja. Dibuja hasta que sus manos queden negras de grafito, a los rostros más peculiares que encuentra hoy.
Es su último verano aquí en Daegu, pero desde ya siente la nostalgia por volver. Aunque no sea ni pronto ni necesario.
Suspira. En su inconsciencia, las horas han transcurrido como pequeñas migas de arena, pero sabe que ya es tarde cuando la luna ha obstruido esa luz que necesita al dibujar. Así que se pone de pie, y solo toma el camino a casa.
Cuando abre la puerta, es su prima, Yurim, quien se acerca a abrazarla, y a escondidas, se encierran juntas en la cocina de la abuela.
—Dijiste que hoy me ayudarías. —recuerda la menor, Yurim. Sus ojitos se abren como dos pupilas de cachorrito, y Jennie solo puede suspirar en resignación.
A veces, se cuestiona por qué es tan fácil de convencer. Pero sabe que, internamente, ella también quiere salir de casa una vez más. Quizás, para seguir reteniendo sus fotos mentales, del Daegu que tanto había detestado cuando más pequeña era, pero que ahora se arrepiente por no haber apreciado lo suficiente. Más aún, cuando es su último verano aquí, y el futuro que le espera es tan aterrador como emocionante.
—Ya. Pero volvemos a la medianoche, ¿de acuerdo? —Yurim es quien asiente eufórica, y no tarda en abrazar a su unnie por lo comprensiva que es. Jennie deja hacerse, haciendo una mueca solo para molestarle.
—Tenemos que ponernos bien guapas, unnie.
—Tú dirás, porque yo no necesito impresionar a nadie.
—Ah, tonterías. Igual te voy a arreglar.
Así, suben en silencio por las gradas, y comienzan con su preparación nocturna. Ya después de que las manecillas del reloj señalan las ocho, ambas primas salen a escondidas para el tan ansioso bar. Yurim, con cierta emoción en su pecho creciendo por ver a su novio, y Jennie, con la complicidad de ser la tercera rueda en aquel par de enamorados.
Es el humo y el olor a cerveza los que provocan que Jennie arrugue su nariz. Aun así, entra, y una coqueta melodía de saxofón se escucha desde algún rincón del bar. Yurim inmediatamente corre para abrazar a su novio, quien está detrás de la barra sirviendo los tragos. La castaña suspira, tomando asiento en la pequeña mesa cerca a la barra, pero comienza a arrepentirse poco a poco. Pues, ver a su primita besarse intensamente con aquel chico que no había dejado de mencionar desde las últimas semanas, le resulta un tanto agobiante. Sobre todo, envidiable.
Porque así como Jennie gustaba de dibujar bajo su sicomoro en silencio, hacía lo mismo cuando intentaba al amor encontrar, fallando estrepitosamente. Buscaba retratar a su tipo ideal, idealizándolo demasiado quizás.
Por eso terminaba con las expectativas por los cielos y la realidad por los suelos.
A decir verdad, nadie nunca había tocado su corazón de tal manera que ella quisiera plasmarlo con su grafito y tinta. Dudaba mucho que alguien lo hiciera alguna vez. El hombre de sus sueños, para Jennie, era aquel que apareciera en un momento inesperado pero destinado.
Sus dedos tamborileaban sobre la mesa de madera, junto a la pequeña botella de soju que se había pedido para mantenerse un tanto distraída. Había estado desde hace rato siguiendo el ritmo de aquel dulce saxofón que coloreaba al bar. Pero el ritmo cesó, y los dedos de la castaña también. Se puso de pie un rato, solo para darle un chequeo a su prima, y cuando no la encontró en la barra ni a su novio, inmediatamente comenzó a caminar en dirección del baño.
—Yurim sal de ahí. —sentenció Jennie, después de haber tocado repetidas veces la puerta. Pero no hay respuesta alguna, y todas las esperanzas de que Yurim estuviera encerrada en el baño con su novio, iban disminuyendo. Su pánico aumentando— ¿Yurim?
Camina por todo el pasillo, forcejea con la puerta y da vueltas alrededor del bar. Lleva la mano a su frente, anticipando las ganas de llorar por la frustración. Pero es el leve toque en su hombre el que la saca de sí misma. Jennie voltea, y son unos ojos cafés los que acaparan su campo de vista.
—Uhm, disculpa, ¿estás buscando a una chica cierto?
La castaña asiente sin pensarlo.
—Ah... La vi salir hace un rato con Eunsik, fueron a comprar hamburguesas. —resulta extraño que su voz, curiosamente grave, contraste totalmente con la calma en la que suelta aquello. Jennie frunce el ceño, confundida.
—¿Y cómo sabes eso?
—Porque yo le encargué a Eunsik que me comprara una hamburguesa, o sino no volvía a tocar aquí gratis.
El apuesto joven se rasca la cabeza, quizás, avergonzado al darse cuenta de su infantil confesión. Y no es que busque evitar la mirada de la bonita chica frente suyo, pero de alguna manera, no se siente capaz de mirarle a los ojos. Ella, por su parte, comienza a asentir, un poco más tranquila.
—Ah... entonces la esperaré, supongo. No puedo creer que me haya dejado sola. —dice aquello último más para sí misma, pero su voz sale de tal manera que pudo ser percatada por el castaño, y la curiosa sonrisa que forma consigo.
—Yo puedo acompañarte, si es que quieres, claro. —un pequeño carmesí tiñe las mejillas del joven que, sin pensarlo, había soltado la excusa más pobre que se le pudo ocurrir en aquel momento— De todas formas iba a esperar a que me traigan la hamburguesa.
Jennie se queda mirándolo, sopesando internamente su respuesta. Una pequeña compañía no le haría daño a nadie ¿cierto?
—Claro, no hay problema.
Ambos comienzan a caminar, sus manos rozando por un leve segundo cuando las apartan rápidamente; como dos llamas intensas a punto de desatar un caos predestinado. El castaño, amablemente, agarra la silla e invita a Jennie a sentarse. Ella evita mirarlo pero obedece, un poco cohibida. Pareciera que la amabilidad es una cualidad innata en él, porque cuando toma asiento su costado, respeta cierta distancia, dejando su obscuro maletín encima de la mesa. Jennie mira el objeto y entonces recuerda la suave melodía, y casi en su inconsciencia, le resulta imposible no mencionar:
—Tocas muy bonito. Es elegante y dulce a la vez, jamás había escuchado una melodía así en vivo. —otra sonrisa peculiar adornan sus rojizas mejillas. Jennie encuentra sus ojos y se acomoda un mechón de cabello, pretendiendo no mostrar arrepentimiento de su inesperada confesión. Incluso si quiere morirse por dentro.
—Gracias. Por el momento me dedico a tocar en bares o restaurantes, donde sea que me llamen en realidad.
—¿Tocas desde hace mucho?
—Uhm, creo que desde que tengo memoria. —suelta una pequeña sonrisa, sus ojos empezando a brillar de solo tocar el tema que más le apasiona— Va a sonar un poco tonto, pero estoy ahorrando para entrar a la Universidad Nacional de Artes.
La Universidad de Bellas Artes. Esa sola palabra trae adrenalina al corazón de Jennie, sus latidos comenzando a aumentar pero los sentimientos a encogerse. Quiere disimularlo pero falla estrepitosamente. Y es que, probablemente, sus ojos también brillaron antes de darse cuenta, y la sonrisa fue borrándose por la aflicción que pensar en ello le trae.
Y él reconoce ese mismo brillo porque también lo siente.
—¿A ti qué te gusta? —le pregunta entonces, un poco precavido.
—Dibujar. —confiesa sin pensarlo. Ella lo mira de reojo, un poco torpe, y después posa la mirada en sus manos— Siempre he dibujado, es casi como mi lugar seguro. Me amparo en mi grafito y podría pasarme horas dibujando rostros y colgarlo en mi pared, pero... es solo un pasatiempo.
El castaño sonríe, pero esta vez es diferente. Lo hace casi con nostalgia.
—¿Segura que es solo un pasatiempo? Te escucho tan apasionada al respecto que me resulta difícil de creer.
Jennie suelta una pequeña risa, cómplice de su frustrado sueño, del que jamás podría cumplir pero que se ve en la necesidad de confesar.
—Bueno, en eso tienes razón. Me gustaría estudiar allí también, pero el futuro tiene otros planes para mí. —en realidad, con futuro se refería a sus padres, pero calló— Por cierto... hasta ahora no me dices tu nombre.
—Ah, cierto, tampoco sé el tuyo. —el castaño rasca su barbilla ligeramente, con cierto tono de desdén, solo para provocarla.
—Me llamo Jennie.
—Me llamo Taehyung, Kim Taehyung.
Y como si el solo nombre hubiera despertado un recordatorio, de pronto, un voz lejana dentro del bar grita por él. Ambos voltean a observar al dueño del local,
—Bueno tengo que seguir o no hay hamburguesa.
Jennie se ríe cantarina, y el castaño no puede evitar pensar que su sonrisa es una de las más preciosas que haya presenciado.
En realidad, piensa que toda ella es un tesoro perdido del que ha tenido la lotería de encontrar. Y quizá sí suena muy cursi, pero, ¿a quién trata de engañar?
Desde que la vio quedó pasmado, y aunque torpe, se propone con afán ver más sonrisas de ella en un futuro. Mejor aún, de ser él quien las provoca.
Finalmente Taehyung agarra su saxofón y camina lentamente al estrado, tratando de lucir lo más galante posible para aquella mujer de ojos felinos y cabello caramelo.
Se observan un rato. Manos sacudiéndose con cierta timidez.
No saben que el destino pronto los pondría en la misma sintonía, pero ambos corazones se despiden con un fervor evidente. Como dos chispas predecibles, que se convertirían en una llama azulina y fugaz.
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