Capítulo 12
—Te van a descubrir —repite la sombra, con las manos aferradas al alféizar de la ventana. Tu hermano traga saliva y se esconde debajo de las sábanas; así es como inicia el día, a las siete de la mañana, cuando podría haberlo iniciado a las once o incluso más tarde, si tan solo hubiera sido un día normal.
Pero él ya ha perdido por completo la esperanza de tener días normales, así que solamente intenta volverse a dormir como si fuera un día cualquiera. Al fin y al cabo, estos son sus nuevos "días cualquiera"; gracias a ello, está empezando a acostumbrarse al cambio, a la tensión que parece permanente, a la sensación de estar siendo observado en todo momento. También a la de realmente estar siendo observado por una sombra en su ventana que a veces parece un rostro claro; el rostro de alguien que lo dañó una vez y que aprovecharía cualquier oportunidad de dañarlo de nuevo, porque eso la había hecho sentir viva.
Logra volver a dormir, y su cabeza forma lo único que conoce en este momento: una pesadilla todavía peor que la que está viviendo. En su sueño, volvía a despertar, y la sombra ya no estaba allí; ya nadie le hablaba, y ya no se sentía observado. Era él despertando completamente solo y completamente tranquilo, como todas las mañanas. Sus días normales habían vuelto prácticamente de la nada, y él sonrió, mucho, porque a pesar de que fuera un día normal en un sueño, todavía tenía el recuerdo de todo lo que ocurría en sus despertares de la vida real.
Se levantó de la cama, y saltó; tenía una sensación de victoria a pesar de no haber hecho ni una sola cosa para que sus días volvieran a ser buenos; él simplemente estaba satisfecho con haber sobrevivido, por haberlo soportado todo: La persecución, la culpa, la paranoia. Todo eso se había ido por completo, y ahora solo le quedaban dos sensaciones: Gozo y ligereza; ambas le invadían el cuerpo; ambas tomaron control de él.
Salió del cuarto y notó que olía a tocino; solamente sonrió más, con el corazón lleno de alegría; sonrió tanto que le dolió, y aún así no se detuvo. Dió los buenos días a todos; ya no había nada que lo distrajera de ser una persona amable, de ser la persona que siempre había sido. Tú le regresaste los buenos días, porque ya también te sentías mejor. Era como si nada hubiera ocurrido.
Miró a la mesa y ya había un plato servido para él, con panqueques, huevos y tocino. Empezó a comer, y en su cabeza hizo planes para el resto del día; podía intentar salir con sus pocos amigos, o hacer una videollamada con ellos mientras jugaba a algún videojuego, o quizá seguir leyendo esa noveleta de misterio que había empezado a escribir hace unas cuantas semanas. Había mucho para hacer en un día tranquilo y brillante.
Y de pronto tuvieron que encender las luces del comedor porque una nube había bloqueado el sol; ya no había ni un rayito entrando por la ventana.
Y la sombra apareció, pero no miraba a Marco; sentía terror, pero sabía algo: El punto no era que él tuviera miedo. La amenaza era solamente para tí; esos ojos marrones te miraban solamente a tí, y te miraban con odio. Te amenazaban.
Entonces tocaron la puerta.
Tu madre se vió... aterrada; como si supiera que algo malo estaba a punto de ocurrir. Aún así, se levantó de la mesa, ante la mirada atenta de tu padre, tu hermano e incluso de tí misma. Abrió la puerta, con la mano temblando, sin verse muy convencida de aferrarla al pomo y de girarlo. Pero lo hizo.
Una vez que la puerta estaba abierta, pudo notar lo que había en frente: Un hoyo profundo en el suelo del cual salían brazos pálidos que parecían no tener dueños. Los brazos se extendieron y te tomaron, fuerte, no podías ni siquiera moverte; luego te enterraron junto a ellos y el hueco se cerró; solo quedaba la acera que tú y tu familia conocían tan bien.
Todos se acercaron, y todos empezaron a llorar, aún sin comprender qué te había ocurrido. Tu hermano sintió un dolor en el corazón, uno tan intenso...
Y luego despierta con un mal presentimiento.
Él lo sabe, su sueño es solamente un sueño; cosas como esas no podrían ocurrir en la vida real, pero pueden ocurrir muchas similares; pueden apartarlo de tí de cualquier manera, y probablemente, si llega a ocurrir, será culpa del crimen, de la chica que está todavía posada en esa mesa blanca, y que al mismo tiempo está allí, en su ventana, bloqueando el sol, siendo solo una sombra en la alfombra del cuarto, y al mismo tiempo una amenaza nada fácil de ignorar.
Sale del cuarto sin querer hacerlo, pero sabiendo que lo único que no se verá raro es justamente hacerlo; abandonar el cuarto, abandonar lo único que le da una sensación de seguridad, y que al mismo tiempo lo hace sentir muy desprotegido.
Desde afuera de la habitación, mira hacia adentro de ésta, y de inmediato se arrepiente de haberla dejado. Al mismo tiempo, quiere escapar de allí, del rostro en su ventana. Cierra la puerta, y se dirige hacia el comedor, tal como en su sueño, y tal como en su sueño, en la mesa hay panqueques con huevos y tocino, bien serviditos.
—¡A desayunar! —Tu madre emite un grito largo, con la boca bien abierta, y luego se fija en la presencia de tu hermano—. Ah, ya estás aquí —dice, hasta cierto punto sonando avergonzada—. ¿Podrías hablarle a Marti y a tu padre para que vengan, por favor?
Él asiente; luego se adentra al oscuro pasillo de la casa y ve cómo su padre sale de su cuarto, por lo cual solamente te busca a tí. Toca tu puerta levemente y escucha tu grito de hartazgo; ese "ahí voy" por el cual seguro su madre te hubiera golpeado; luego te mira salir también, y va hacia el comedor, caminando justo a un lado tuyo, manteniéndose cerca, porque no se siente del todo seguro.
El desayuno pasa de manera normal, y eso lo alivia; de repente se vuelve consciente de que su sueño fue solamente eso, y se siente... ligero, realmente distinto. Todos los rincones de la casa se sienten seguros ahora, así que vuelve a su habitación con una sonrisa en el rostro. Le sonríe a la sombra de Victoria en el suelo y a su rostro en la ventana; lo dice sin palabras, ya no le tiene miedo.
O al menos por ahora no lo hace. Por ahora no tiene razón alguna para hacerlo.
Pero cuando está sentado frente al ordenador, leyendo el capítulo que recién le enviaste, de repente algo empieza a sentirse tenso; y él lo sabe, no es porque tu obra le aterre —por más que tu propósito fuera ese—, es porque hay algo en la vida real que anda mal.
Se escucha el timbre en la puerta, tal como en su sueño, y él solamente puede temblar.
—Te van a descubrir —dice Victoria desde la ventana, con las palmas pegadas al vidrio, y con los ojos bien fijos en tu hermano—. Este es el fin —continúa, con una amplia sonrisa en el rostro.
El estómago se le revuelve; su boca de repente se llena de saliva. Lo único que desea es vomitar, pero se traga todo lo que tiene en la boca y se acuesta en un intento de sentirse mejor así. El timbre suena de nuevo; a él le extraña que nadie en la familia haya abierto la puerta ya. Traga saliva mientras se pregunta si sería correcto que él lo haga.
Siente pánico; tiene miedo de lo que pueda encontrar detrás de la madera.
Aún así, abre la puerta de su habitación y se adentra en el pasillo lleno de sombras, entre las cuales casi no se aprecia la pintura rosa de las paredes, ni las pinturas colgadas en éstas. Se detiene frente a la puerta y, una vez que extiende la mano hacia el pomo, tu madre llega junto a él y le toma la mano.
—Abriré yo —Le dice, y él se siente protegido. Si hay una amenaza, se enfrentará primero a la mujer, y la alta estima que le tiene dice que ella es invencible; el peligro se irá apenas la vea a los ojos.
Sonríe, tranquilo, pero incluso esa tranquilidad se siente tensa. Siente como si lo estuvieran tomando de los hombros, y escucha la respiración de Victoria justo detrás de sus orejas, golpeando sus mejillas y su cuello de una forma casi violenta. Busca que se sienta culpable, y conforme pasan los segundos, lo va logrando.
La mano de tu madre toma el pomo, fuerte, con una decisión que cualquiera envidiaría. Luego abre la puerta, revelando que detrás se encontraba una oficial de policía, con los brazos cruzados y una expresión seria. El chico traga saliva de nuevo y parece escuchar de nuevo la frase en sus oídos, haciendo eco: "este es el final".
—¿Está aquí Marco González? —pregunta la mujer, sus labios rojos moviéndose muy poco, sus palabras siendo más un murmullo, que a pesar de todo, resultaba lo suficientemente aterrador.
—¿Para qué...? —empieza a preguntar tu madre, pero tu hermano se desespera y la interrumpe, con lágrimas perlando sus ojos.
—¡Mierda, sí, yo lo hice todo! ¡Yo maté a Victoria, yo maté a Ramón, soy el culpable, todo es obra mía! —grita cuando colapsa, y luego cae de rodillas; sus piernas no pueden soportar el peso de su propia culpa; se siente humillante y realmente molesto.
Tu madre derrama una lágrima que tanto tu hermano como la policía interpretan como decepción pura. Abre la boca como si quisiera decir algo, pero la cierra inmediatamente después, viéndose arrepentida; entonces solamente mira a Marco llorar, tal como tu padre y tú hacen también una vez que deciden salir al pasillo, impulsados por los gritos de dolor que el chico libera, abrazándose a sí mismo, tirado en el suelo.
Luego miran cómo la oficial trata de levantar a tu hermano, pero él se resiste. Ustedes miran a tu madre como reclamando el hecho de que no hiciera nada.
Pero, ¿acaso hay algo para hacer?
Claro que hay algo para hacer, y la mujer lo sabe perfectamente, pero lo omite por completo; prefiere salvarse a sí misma. Así, terminan viendo cómo se llevan a un miembro de su familia, arrastrándolo en la alfombra marrón hasta que cruza la puerta. Él alza la mirada y lo único que ven en sus ojos son lágrimas. Luego vuelve a gritar, de una forma desgarradora.
Tu madre cierra la puerta.
Todos suspiran, y hay un abrazo grupal; entonces la falta es todavía más notoria, y las lágrimas brotan con más frecuencia; se deslizan más rápido, todavía más pesadas. No hay confort.
Al mismo tiempo, se siente una paz extraña llenando el ambiente; en serio es el fin. Después de un largo tiempo, el infierno ha terminado.
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