
№3 - Cuando la gota colma el vaso ✓
Editado: 13/12/22
each of your bullet that enters
my heart really hurts so bad
it hurts so bad
https://youtu.be/g2X2LdJAIpU
Elisa
Me encantaba empezar el día con esa intuición que me decía que todo iba a salir genial. Mentira, sabía que iba a ser otro día horrible. Para empezar la alarma no sonó. Básicamente olvidé de ponerla la noche anterior. Desperté y sobresaltada cogí el móvil y me di cuenta de que iba a llegar tarde al trabajo si no me apuraba. Salí disparada de la cama maldiciendo en voz baja e intentando organizar los pocos minutos que tenía para prepararme.
No desayuné, aparte de no tener tiempo, sentía el cuerpo del revés y si intentaba comer algo seguramente terminaría devolviéndolo. Me vestí velozmente seguramente abotonándome mal los botones de la camisa blanca. Seguidamente me metí en el baño y mirándome en el espejo observé esas ojeras largas y oscuras presentes en mi cara. Rápidamente las intenté ocultar con un poco de maquillaje. También tenía los labios rotos y con algunas pequeñas heridas en el labio inferior por culpa de los nervios que sentía durante el día. Tenía un aspecto horrible. Mirándome me llegué a preguntar "¿Cuánto tiempo voy a estar así?" "¿Cuánto tiempo tardaré en aguantar todo esto?" Yo sabía que desde hace mucho tiempo algo en mí no iba bien.
Que no era feliz.
Me sentía inútil e incapaz de tomar las riendas de mi vida. Lo peor es que ya me había acostumbrado de que toda mi vida fuera así. Han sido años y años aguantando las críticas de mi familia por no tener la ''vida perfecta'' que ellos dicen tener. He crecido en un entorno toxico, escuchando miles de opiniones sobre mí que han destrozado la poca autoestima que podía llegar a tener. El miedo de quedarme sola me ha tenido en silencio durante muchos años, nunca he podido opinar ni decir lo que pienso. Y si alguna vez lo hice, terminé siendo ignorada.
Ya estaba muy cansada.
Me daba miedo la soledad y aún así siempre me sentía sola. Desde bien pequeña siempre estuve en soledad, era tímida e introvertida. Me costaba hacer amigos por mi desconfianza y cuando por fin conseguía tener un amigo siempre estaba mi madre detrás de mí diciéndome que no era buena compañía. Al principio no lo entendía, era muy pequeña y en esos momentos piensas que tu madre siempre tiene razón.
A estas alturas de mi vida, les culpo de casi todo a mis padres. Por otro lado, jamás había tenido la suerte de conocer a alguien que valiese la pena y de los pocos amigos que tuve durante la secundaria y universidad terminamos perdiendo el contacto por cosas de la vida. Algunos ya estaban casados y esperando hijos.
¿Y yo?
Yo estaba perdida en esta vida.
Mirándome en el espejo ese día se me pasó la idea de que quizás todo esto me lo merecía. Quizás tenía que conformarme con esta vida, aguantar ese trabajo, aguantar esta relación de 5 años que ya estaba más que muerta.
Creía pensar que podría soportarlo.
Total, era lo de cada día.
Salí del cuarto nerviosa y me paré a analizar el salón. Minho se encontraba en el sofá durmiendo y a su lado había un cuenco con algunas palomitas que le habían sobrado y la mesa llena de latas vacías de un refresco. En el televisor se podía ver el mensaje que Netflix te salta cuando llevas muchos capítulos seguidos viendo. Tuve que hacer un par de respiraciones para no perder la paciencia en ese momento.
No aguantaba más esta situación. ¿De verdad me merecía esto? Quería abandonarlo todo. Miré la hora «Mierda, voy a llegar tarde» Tenía que salir ya pero antes recordé que tenía que comentarle una cosa.
Le di un par de toques en el hombro, este ni siquiera estaba tumbado. Gruñó un poco y abrió lentamente los ojos.
— ¿Qué pasa? —preguntó con una voz ronca.
— Esta noche mis padres organizan una cena ¿vendrías conmigo? —intenté sonar calmada. Hacía mucho que no me acompañaba a una reunión familiar. No es que me hiciera mucha ilusión, pero había tomado la decisión de asistir. Supongo que la presión de mi madre me pudo, como siempre.
— ¿Ehh? ¿En serio? Tú sabes que no me llevo bien con ellos...
— Sí, ya lo sé... pero me gustaría que me acompañaras —escuché como bufaba y se levantó del sofá sin ni siquiera mirarme a los ojos. No reconocía a la persona de la que me enamoré hace 5 años.
— No sé, me lo pensaré. Ahora me voy a la cama a seguir durmiendo.
— Ah... —me quedé estática viendo cómo se encaminaba al cuarto sin dirigirme una palabra más—. Adiós.
Dejé el piso y me encaminé al coche. No quería pensar más en Minho pues esa actitud me hacía mucho daño. Al menos tuve suerte y el coche arrancó a la quinta vez. Conduciendo, Minho venía a mi mente y con él, muchos recuerdos de cuando empezamos a ser pareja.
Segundo año de carrera. Una carrera de Administración de Empresas de la que jamás me llegó a gustar. Ni siquiera tuve el derecho de decidir qué estudiar, todo por la presión de mis padres me metí ahí.
¿Lo mejor de todo? Que ni siquiera terminé la carrera.
Aquello causó un gran desconcierto por parte de mi familia. La hija menor no había sido capaz de terminar por vaguería, qué vergüenza para la familia. Y realmente, no pude terminarlo porque no podía más con mi vida. Trabajaba explotada como camarera donde muchas veces me pagaban en negro y hacia horas de más que nunca llegaron a pagarme todo para;
▪ Pagarme la universidad. Increíble lo excesivamente caro que es.
▪ Por aún vivir en casa de mis padres les tenía que ayudar económicamente a pagar las facturas.
Y el último y para mí, el más importante...
▪ Para salir de esa casa lo antes posible.
Si es cierto que seguía pensando que podía haber dado más de mí en ese momento para sacarme la carrera, pero no. De verdad que no pude. Tomé la decisión de dejarla y de hecho estuve una temporada fingiendo que aun iba hasta que sentí que tenía que sincerarme.
Nadie logró ponerse en mi piel y empatizar con lo que estaba viviendo. Por lo tanto, yo quedé, una vez más, como la fracasada de la familia.
Pero bueno, hablando de Minho, sí, lo conocí en la universidad. La diferencia es que él no estaba estudiando, sino que, trabajaba ahí, en la cantina de la universidad.
— ¿Por qué lo miras tanto? —me preguntó Mei, una de mis compañeras mientras estábamos haciendo cola para pedir un día de mi segundo año de carrera. Mei fue una de las mejores compañeras que tuve durante esa época, pero perdimos el contacto cuando se fue a vivir a otro país—. ¿Qué? ¿Te mola? —me dijo dándome un leve codazo.
— ¿Eh? —contesté al momento y sentí como la sangre me subía a las mejillas—. ¿Qué dices?
— Es guapillo, eh —vi sus cejas moverse de arriba bajo. La verdad es que no podía negarlo. Tenía el pelo recogido en una pequeña coleta ya que lo llevaba un poco largo, era alto y se le veía en forma. Había captado totalmente mi atención. Además, me transmitía mucha ternura porque era su primer día y se veía un poco perdido preparando las comandas.
—Venga, avanza —Mei me sacó de mis pensamientos y me hizo caminar.
— Hola, chicas —saludó aquel chico y nuestras miradas se encontraron.
— Hola —saludó Mei con una sonrisa—. ¿Me pones un café? —seguidamente me miró al ver que no decía nada, pero es que los ojos de ese chico haciendo contacto con los míos me dejó atontada.
— ¿Y tú? ¿Qué quieres? —preguntó él esperando que pidiese.
— P-pues... —me quería morir de vergüenza en ese momento, estaba hasta tartamudeando—. Otro café, por favor. —intenté sonar normal, pero Mei sabía que estaba a punto de salir huyendo y por eso no podía aguantarse la risa.
— Marchando otro café...
En seguida colocó nuestro pedido en una bandeja y nos sirvió al final de la barra. Mei me indicó que yo llevara la bandeja hasta la mesa donde nos sentaríamos.
— Gracias... —agradecí por lo bajo teniendo a aquel chico delante de mí. Su respuesta fue un guiño de ojos y se dio la vuelta para atender a los que iban detrás de nosotras.
Junto con mi compañera me fui a sentar sintiendo como el calor me ponía la cara roja.
— Yo creo que le has gustado también —me susurró Mei mientras bebía de su café—. No para de mirar hacia aquí.
— ¿En serio? —giré la cabeza e hice contacto visual con él. De inmediato volví a girarme muerta de la vergüenza.
— Madre mía, no sabes disimular —se río fuertemente mi compañera.
Fue Mei la que dejó mi número de teléfono a Minho, sin ni siquiera yo saberlo. Yo ni loca me habría atrevido a darle mi número a alguien que acababa de ver solo porque me parecía mono. Pero, en fin, la cosa es que un día me llegó un mensaje suyo, pasamos meses hablando y conociéndonos. Ambos nos sentíamos a gusto cuando quedábamos y llegó un día en el que él tomó la iniciativa y me besó. A partir de ese momento empezamos a salir juntos y la verdad que con él sentí que podía ser yo, me sentía como en una nube. Luego conoció a mi familia, hubo malos rollos e incomodidades y con el paso del tiempo sentía que él se había vuelto más frío y de nuevo volví a sentirme insegura.
Recordando esos momentos me doy cuenta lo rápido que pasa el tiempo y como hemos cambiado. Durante el trayecto a la oficina realmente me replanteé si valía la pena luchar por nuestra relación. Aunque habíamos pasado muy buenos momentos juntos hacía tiempo que ya nada era lo mismo y me gustaría saber qué ocurrió.
Al llegar a la oficina me pregunté por qué dejé de tomar mis pastillas de la ansiedad. Todo iba de mal en peor. Si el día de ayer fue una locura, lo de hoy me va a dejar encerrada en un cuarto blanco y con una camisa de fuerza.
— Elisa —ni siquiera había llegado a mi escritorio que mi estimada compañera ya me estaba reclamando. Dejé mi bolso en la mesa y la miré a los ojos cansada. Esta se había puesto de pie, estaba enfrente de mí y con los brazos en jarra. Se veía molesta—. ¿Por qué no hiciste lo que te mandé ayer?
— Primero que todo, buenos días —contesté sarcástica y mostrándole una sonrisa sabiendo que eso le causaría mucha rabia.
— Ni buenos días, ni nada —me chilló y mi sonrisa se esfumó de mi cara al momento—. Contéstame.
Se veía tan intimidante. Como respuesta simplemente me encogí de hombros. En realidad, no los hice porque además de tener mucho trabajo, no tenía ganas de hacer los trabajos de los demás.
— ¿Me estás vacilando? A mí no me vaciles —sonaba histérica y de hecho estaba llamando la atención a los demás compañeros, pero obviamente nadie iba a defender a la nueva y menos meterse con la loca de mi compañera. Tampoco era la primera vez que me hablaba así—. A mí me tienes que respetar, llevo más tiempo que tú y si te digo que tienes que hacer una cosa, la haces ¿ENTENDIDO? —Su dedo me empujaba el hombro. Me estaba empezando a tocar mucho la moral y seguramente lo podía notar por la mirada que le estaba echando. Al ver que no reaccionaba aún con sus amenazas desistió—. ¡Argh! Esto no va a quedar así...
Se marchó haciendo exageradamente ruido con sus tacones de marca mientras me insultaba por lo bajo. Me giré hacia la pantalla y coloqué mis manos en el teclado para comprobar como me temblaban. Creo que estaba a punto de sufrir un ataque de ansiedad.
Hice un par de respiraciones para calmarme y empecé a hacer mis tareas diarias, aún tenía mucho trabajo atrasado, pero si no hubiera más contratiempos seguramente lo terminaría a tiempo.
La mañana trascurrió sin ningún contratiempo más, aprendí a ignorar los comentarios de mi compañera y me concentré en sacar el trabajo.
— Elisa —la voz de mi jefe hizo que dejara de teclear en el ordenador—. A mi despacho, por favor —sonaba serio y sentí una corazonada de que lo que iba a pasar ahí dentro no me iba a gustar. Los demás compañeros dejaron de hablar de repente y desviaron su mirada hacia mí cuando me levanté de mi silla. Incluso logré escuchar un murmullo por lo fondo diciendo que me iban a echar.
Cuando entré en el despacho de mi jefe y me encontré a mi compañera de pie y con cara seria no pude evitar rodar los ojos.
— A ver... Elisa... Elisa... Elisa... —habló el jefe primero y tomó asiento en su silla. Vi que entrelazaba las manos y las colocaba encima de su escritorio—. Misuk me ha contado lo ha pasado.
— ¿Y..? —solté, es que ya me parecía ridículo todo.
— Siempre está igual —habló aún histérica—. Le pido una cosa y jamás las hace. A parte de contestar mal a sus compañeros y crear mal ambiente en la oficina...
— ¿Cómo? —pregunté ya sintiendo que nada tenía sentido. Vi a mi jefe asentir con la cabeza con las palabras de la tiparraca. Encima con mentiras—. Eso no es cierto, es ella la que siempre me está pasando su trabajo y me acosa cada maldito día —me interrumpió el jefe.
— Ay Elisa... Esto no puede ser, no puedo permitir que haya malos rollos en la oficina...
¿Qué?
— Por favor, te pido que no vuelva a ocurrir esto ¿De acuerdo?
— ¿Qué? —no podía creerme que esto estaba pasando de verdad. Los miraba con cara de no entender nada, ni siquiera me dejaban hablar. Escuché a Misuk chasquear con la lengua y suspirar.
— Entiéndelo ya, niña. Si te dicen que tienes que hacer algo, lo haces sin rechistar. —me soltó y como respuesta cerré los puños conteniendo la rabia. Uff...
— Mirad, para que todo quede bien entre vosotras, hoy Elisa podrías quedarte a hacer horas extras y terminar aquello que te pidió tu compañera. Ella ya te dijo que tenía otras cosas que hacer, no te importará hacer su tarea.
Yo estaba flipando, lo que me faltaba por escuchar. Qué injusticia.
— Exacto —habló ella con el cuerpo bien firme y escondiendo una sonrisa burlesca. Aquí todos me estaban vacilando.
— ¿De acuerdo? —preguntó mi jefe esperando mi respuesta.
¿Iba a decir que sí y que encima se salieran con la suya? Yo ya estaba harta de estas tonterías. Me he pasado la vida siendo la burla de todos, la gente aprovechándose de mí, manipulándome fácilmente. Yo ya no podía permitir todo esto.
El jefe insistió y volvió a preguntar si todo lo había entendido, pero es que el calor que estaba sintiendo en ese momento podía hacer hervir un océano entero. Noté como me costaba cada vez respirar y las uñas me estaban haciendo daño en la palma de la mano. Fue entonces, cuando sentí un clic en mi cabeza, como que algo estaba a punto de salir de mí y que, ya no podría detenerlo más.
Fue la gota que colmó el vaso.
Había llegado a mi límite.
— ¿Elisa? —insistió el jefe al ver que no pronunciaba ninguna palabra.
— Sí, claro que lo entendí —les mostré una sonrisa falsa que estos creyeron, pero seguí hablando—. Y os podéis ir todos a la mismísima mierda —Misuk se escandalizó y a partir de ahí, solo recuerdo perder la cabeza.
Eso sí, jamás me arrepentiría de la que formé ese día y como jodidamente disfruté de cada segundo del estropicio que provoqué por toda la oficina. Informes, archivos y algunos periféricos salieron volando del escritorio de mi jefe mientras los gritos desesperados de las personas que estaban ahí quedaban en segundo plano, de fondo, muy a lo lejos. Grité, insulté y pateé montañas de papeles mientras andaba encima de los escritorios bajo las miradas incrédulas de mis compañeros.
— ¡Está loca! —chillaba mi jefe realmente asustado. Algunas compañeras salían corriendo, pidiendo auxilio. Yo la verdad es que me reía, puede ser que fuese una risa un poco histérica y que... diese miedo, pero me lo estaba pasando como hacía tiempo que no me lo pasaba.
Habría perdido totalmente la cabeza, pero una cosa estaba clara; que yo no dejaría pasar ni una más.
...☾...
espero que después de esto no la metan en un cuarto blanco acolchado y atada
tan solo diré que muchas veces me hubiese gustado actuar así y al final solo callamos ante injusticias y nos mordemos la lengua
todo eso que callamos se acumula y tarde o temprano explota con cualquier cosa
¡espero que os haya gustado este capitulo!
nos vemos pronto
💕
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