II. Ángel
Jimin mantiene su atención en los apuntes desordenados, está en el tedioso proceso de pasarlos en limpio, adicional a ello, aprovecha de usar los tiralíneas que recientemente se sumaron a su colección de papelería. Seulgi ríe bajito mientras utiliza el celular prestado, su salvación durante aquella semana de aislamiento digital, apoyando la cabeza en el hombro del chico.
Su amiga le comenta acerca de los outfits geniales que ahora puede usar su novia en la universidad, en tanto ellos siguen con un poco glamuroso uniforme en tristes tonos azul marino y gris.
—En otras escuelas los uniformes son más bonitos y las faldas pueden ser un poco más cortas —se queja aún con la vista en la pantalla—. Tengo una novia tan linda, incluso con este uniforme feo ella se veía preciosa —presume sonriendo contenta.
Si Jimin ha de ser honesto, una parte de su atención la absorben sus apuntes, un segundo tercio de ella se vuelca en Seokjin, con quien estuvo hablando hasta altas horas de la noche por chat. Su hyung no dejaba de decirle que estaba impresionado con su osadía y, que como siempre, bailó increíble. El simple recuerdo de un par de halagos lo derriten, las cosquillas en el estómago aparecen de forma instantánea y muerde su labio inferior para contener la emoción que amenaza con brotar en forma de risa.
Cree que encarna a la caricatura de persona enamorada, solo que intenta disimular para no hacer el ridículo por la vida.
El tercio de atención restante se mantiene en Seulgi, quien no ha dejado de hablar y hasta ahí llega su capacidad. Por eso es que su corazón brinca violento por la sorpresa cuando un par de brazos lo rodean por la espalda, el peso ajeno lo desequilibra y una larga raya color verde atraviesa la hoja de un extremo a otro.
—¡Hoy! —Jimin salta cuando Tae habla en su oreja. Seulgi bufa incómoda tras el golpe involuntario de su amigo, apartándose del hombro que le sirvió tan bien de almohada—. Me dijo buenos días, no sé qué clase de milagro es este, pero me está saludando más seguido.
—¡No tienes que asustarme así! —protesta removiéndose sin lograr quitarse al chico de encima—. Es normal que te note si clavas tus ojos en él como diciendo "por favor, no me ignores".
—¿Tan evidente soy? —pregunta apenado, aflojando el abrazo.
—Un poco, sí —responde Seulgi, estirándose con pereza.
Es la forma sutil de plantear que cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta que está enamorado por el modo en que mira a Hoseok con ojos de cachorro. Una vez Hyejin dijo sin pelos en la lengua que a tales alturas el golden sunbae debía tenerlo claro, pero luego intentó arreglarlo añadiendo que seguramente para el chico en cuestión era natural saberse deseado por media escuela, cosa que no subió los ánimos de un avergonzado Taehyung.
—Mi crush se sentó hoy conmigo —comenta Roseanne recién llegando con las mejillas coloradas y expresión feliz, saltándose los saludos al integrarse a su grupo de amigos.
—¿Cuál? —pregunta Taehyung, repasando mentalmente las chicas que se han ganado un lugar en la parcela enorme que tiene por corazón su amiga.
—La chica de intercambio que llegó a principios de año.
El resto de la pausa de almuerzo se redujo a escuchar lo maravillada que estaba Roseanne con aquella estudiante, amable y bonita, ubicada en el pupitre contiguo. Jimin asiente, aún sin lograr calibrar su atención, menos cuando el móvil que tiene Seulgi en las manos emite un timbre destinado a los mensajes de Seokjin, extiende el brazo para quitárselo de la forma más controlada posible. No quiere traducir sus ansias de modo tan evidente, aún así su amiga de cabellos negros modula el nombre del chico sin emitir sonido. Se delata con un sonrojo, da igual, se expone todavía más cuando sonríe amplio: Jin le dice que le esperará en la cafetería habitual después de la detención.
Le habría gustado traer su nuevo suéter celeste, pero cuando le sugirió reunirse algún día después de clases, no imaginó que sería tan, tan pronto.
Y cuando ya se convence que su dosis de suerte del día se ha acabado, aparece otro mensaje de Seokjin invitándolo el próximo sábado a una obra de teatro en la que participará en uno de los roles protagónicos.
—¿Buenas noticias, Jiminnie? —pregunta Seulgi con cariño.
Jimin hace un efusivo movimiento afirmativo.
—¿Qué pasó? —Taehyung lo miró intrigado.
—Saldré con Seokjin hyung por la tarde.
Las tres personas a su alrededor sonríen y le garantizan que todo irá bien. Le gusta pensar que podría ser así, que todo esto sea un frase previa a algo más, que de a poco va conquistando al chico que le gusta.
Le gusta mucho.
Y con esa sensación cálida recorriendo su pecho continúa con su día. Está de tan buen humor que aquellas notas que solían irritarle o los gestos obscenos que hizo uno de sus compañeros en el baño no son suficiente para atraer su atención realmente. Ha tratado de convencerse que la clave es esa, no darles lo que quieren, ni siquiera mirar, pero no funciona con todos, si bien algunos se aburren otros lo intentan con más fuerza.
El año pasado un alumno de último grado tenía una especial fijación de meterse con él. Un día que pilló a Jimin con el ánimo atravesado, una burla fue suficiente para que la rabia ardiendo como lava le hiciera contestar con una pequeña sonrisa burlona que puso nervioso al otro sujeto: —¿tanto quieres mi atención? ¿Tan desesperado estás por mí?
A veces era inevitable meterse en problemas y tenía más frases en su arsenal. Una que emitió cuando el chico más alto lo empujó furioso contra los azulejos del baño sujetándolo por el cuello de la camisa: —¿Eh? ¿Te gusta duro?
No pudo seguir hablando cuando un golpe en el estómago le cortó la respiración. Se encogió momentáneamente, pero al ver que el mayor iba a continuar, la adrenalina inundó su cuerpo, pateó la pierna contraria y le escupió en la cara —un poco de pelea sucia era válida—. Entre forcejeos, golpes arrojados erráticos e insultos mutuos intentó salir del baño, al final fue un conserje quien los detuvo. Ambos acabaron en dirección, hematomas bajo la ropa, Jimin con un pómulo hinchado y el otro chico con el labio partido. Llamados de atención, charla con la orientadora y a regañadientes disculparse con una venia corta y apretón —para nada— cordial de manos, mientras se dedicaban miradas de odio descomunal.
Aunque desde ese día las burlas se redujeron en buena parte.
Algunos se aburren, otros necesitan pelea.
Jimin no está de ánimos de pelear hoy.
Y como no quiere problemas esta vez, ni nada que signifique salir minutos más tarde, busca un asiento al lado de alguien que esté ajeno a todo. Evita a los sujetos conflictivos. El puesto vacío al lado de la pared junto a Yoongi no se ve como una mala opción. Seguramente se ignoraran todo el bloque, cada uno estará en lo suyo.
A paso lento se ubica al lado del chico pálido echado sobre la mesa con expresión de constante aburrimiento. No dice nada, ni siquiera un "permiso" o un "¿está ocupado?", simplemente se sienta y saca su cuaderno de inglés. Yoongi apenas lo mira de reojo.
No es particularmente incómodo. Apenas percibe el ruido de las hojas al voltear y algún casi imperceptible, ronco "mmh" producto de la concentración. Dos chicas cuchichean a sus espaldas y se mezclan con otro par de murmullos, la profesora de turno no se molesta en exigir silencio total mientras cada quien esté concentrado en sus estudios, o al menos en apariencia.
Nota que Yoongi revisa partituras y no puede evitar sonreír. Se tienta en preguntarle si toca algún instrumento solo para iniciar una conversación y saciar la repentina curiosidad. No lo hace, vuelve a sus ejercicios y repasa los apuntes que Roseanne —la maestra del grupo si se trata de inglés— le prestó para facilitarle la existencia.
El aburrimiento está rozando ser una cosa mortal. Quizá debería hacer lo mismo que la chica que está delante de su puesto y esconder una historieta dentro del libro de biología o traer una novela de su interés y mentir diciendo que se trata de una narrativa seleccionada para elaborar el ensayo de literatura —si es que no está el profesor en cuestión a cargo de la supervisión, obviamente—.
El problema es que el aburrimiento además de sueño, le da hambre. Necesita azúcar, por lo que con mucho cuidado y procurando no ser visto, mete las manos a su estuche, guarda una barrita de caramelo que con toda su motricidad fina intenta abrir sin hacer sonar el envoltorio. Se siente como en los dibujos animados, cuando el personaje tiene que elegir el cable a cortar de una bomba. Muerde su labio al tirar despacito del papel metálico, delicadeza absoluta, una operación riesgosa, está a poco de que una gota de sudor resbale por su frente, quizá suena como una exageración, pero así lo percibe.
Igual falla su cometido. El ruido hace que Min se gire apenas en su dirección y clave los ojos primero en la barra que se asoma por su estuche y después en él. No se nota interesado en decirle palabra alguna, solo tiene esa mirada de gato curioso, pero Jimin antes que el pálido voltee, le ofrece de forma muda un pedacito.
Yoongi necesitando un poco de azúcar para sobrevivir sin dormir, asiente. El menor corta la golosina a la mitad y le ofrece disimulado la parte que sigue envuelta en papel, sorprendiéndose de ver un amago de sonrisa y "gracias" musitado con una voz que suena rasposa.
Hace un movimiento afirmativo y vuelve a su tarea pendiente, aunque no puede evitar pensar que Yoongi seguramente ha de conocer la procedencia poco honesta de aquella deliciosa barrita de caramelo bañada en chocolate. Quizá aquel esbozo de sonrisa que apenas curva sus labios se debe a eso además del agradecimiento.
Jimin sospecha que el anillo que adorna su largo y delgado dedo medio de seguro tiene un origen similar a sus lápices y caramelos. No puede evitar sonreír también.
Al terminar intercambian miradas que interpreta como una ¿despedida? Quién sabe. No le da muchas vueltas, ya que es más ansiedad que persona de solo pensar en que su hyung lo espera en la cafetería cercana.
En el camino frena para mirarse usando la cámara frontal de su móvil, aprovechando de retocar el bálsamo labial. Seulgi se lo recomendó porque tiene un ligero efecto frío que hace que los labios se vean más llenos y mojados. Fantasea con que resulten apetecibles para Seokjin.
Vuelve a reacomodar su cabello frente al reflejo del vidrio de la puerta, gesto que hace cada vez que se siente nervioso. El hormigueo permanece en su estómago y su mano quiere pasear por su pelo nuevamente.
Cuando atraviesa la entrada ve a su amigo en una mesa al fondo. La mesa habitual de los dos, si está libre suelen ir a ella como animales de costumbre. A Jimin se le hace semejante a un ritual que anticipa buenas conversaciones, risas, bebestibles y comida rica.
—Jiminnie —pronuncia con una sonrisa amable, alzando la mano en señal de saludo.
El cosquilleo interno incrementa. Por dentro es una gelatina temblando.
—Buenas tardes, Jin hyung —devuelve el saludo al momento de sentarse—. Te he echado de menos —se atreve a confesar percibiendo el calor de la sangre quemar sus mejillas rellenitas.
—También yo, extraño lo fácil que era vernos —lo dice con sus labios estirados en una sonrisa suave—. ¿Qué quieres pedir? Yo invito.
Su hyung es demasiado bueno y con cada pequeño gesto cae un poco más. Quiere uno de aquellos tecitos con leche y tapioca. Seokjin pide un frapuccino y un surtido de mochis con diferentes rellenos para ambos.
Todo pareciera coordinarse entre hablar, beber y comer, sin dejar vacíos. Jimin escucha atento al mayor comentarle acerca de su experiencia de alumno novato en la universidad y como profetiza que en poco tiempo estará sepultado en quehaceres, lo cual le entristece de antemano, ya que le restará horas de ocio. Sabe que esto último significa menos juntas frecuentes con sus amigos, él incluido, así que decide aprovechar su compañía mientras puede.
Jimin no puede evitar insinuar lo mucho que extraña alguna tarde de videojuegos con un puchero en los labios y Seokjin todavía sonriendo asiente, garantizándole que apenas tenga otro espacio libre lo invitará a su casa.
Está tan feliz y aturdido a la vez, en su cabeza se arman escenarios ideales, no conecta con su cuerpo, por inercia levanta el vaso y lo acerca a su boca, ni siquiera logra tragar bien y termina atorado con una perla de tapioca intentando toser disimuladamente. Su amigo riendo da golpecitos en su espalda.
—Minnie, eres tan torpe.
—Quiero pensar que es parte de mi encanto —bromea, todavía sonrojado y la voz ahogada.
—Sí, la verdad es que lo es, torpemente encantador.
¿Puede morir ahora? Morir con la sensación alegre llenando su pecho. ¿Acaso su hyung lo considera encantador? Siempre tiene un efecto potente los halagos viniendo de él. Podría atragantarse con otra perla de tapioca y morir contento con el último recuerdo que Seokjin lo considera torpemente encantador.
Se muerde la lengua para no ser tan explícito y decirle que él le sigue pareciendo tan atractivo y dulce, el mismo ángel salvador que le permitió escapar de un enorme problema recién llegado a Daegu.
Honestamente nunca quiso mudarse de ciudad. Le gustaba la cercanía a la playa, la brisa marina y tener un grupo de amigos estables. De hecho, le gustaba mucho uno de sus amigos.
Asumía que estaba en problemas cuando lo expulsaron de la escuela, agarrándose de la excusa de haber sido descubierto besándose con aquel amigo en el baño. Eso fue todo lo que necesitaron para deshacerse del chiquillo gay que se metía en pleitos constantemente.
Jimin estaba convencido que el beso no era razón suficiente, otros estudiantes —héteros— también habían sido descubiertos haciendo lo mismo y no se ganaban una expulsión. El director argumentaba que fue un cúmulo de situaciones, especialmente las peleas con compañeros por cosas mínimas —insultos, un poco de hostigamiento, algo mínimo— y discusiones con profesores.
Se defendió hasta el cansancio de que no lo hacía a voluntad de crear más conflicto, que no era quien le decía a otros que se metieran con él y si acaso su mayor error era defenderse.
"Oh, sí, ven a mí, que quiero que alguien me llame marica, obvio que lo pido todos los días, ¿a quién no le gusta?".
Creyó que solo iría a una nueva escuela, incluso prometió evitar conflictos y portarse bien, aunque significara morderse la lengua y tragarse la rabia. Pensó que seguiría viendo a Jungkook con frecuencia y que podría invitarle a una cita, algo que no fuera solo en plan "amigos".
Claramente se sintió furioso cuando de un momento a otro y sin preparación le avisaron que a su padre le salió una buena oferta de empleo en otra ciudad y eso era sinónimo de mudanza. Trató de apelar a quedarse a vivir donde sus abuelos y portarse como nieto ejemplar —incluso se prometió a sí mismo frenar los robos frecuentes en tiendas para reducir al mínimo la posibilidad de problemas—, chocando con un rotunda negativa. Sus padres insistían que le vendría bien cambiar de ambiente.
¿Cambiar de ambiente? Mentiras, era lo mismo, solo que en otro lugar del mapa.
Frunció el ceño cuando lo llevaron a su nueva escuela con figuras de yeso de Cristo y la Virgen María. Apretó los labios disconforme cuando recibió una mirada reprobatoria y un "la imagen pulcra es importante y tenemos un código respecto a la vestimenta y accesorios" en referencia a su cabello rubio y argollas en las orejas.
Aquel fin de semana avisó que saldría a conocer los alrededores y sus padres insistieron que llevara a su hermano menor. A regañadientes lo hizo, no era que no le gustara pasar tiempo con él, solo que sus planes involucraban una terapéutica visita al centro comercial para drenar su rabia. Nueva ciudad, necesitaba ropa nueva, pensaba.
Aprovechó que su hermano insistía en ver una película y Jimin le advirtió que lo recogería en una hora y media, intervalo de tiempo en el que iría a mirar ropa. Fue más fácil de lo que pensaba, pues al menor le daba igual tener o no compañía con tal del disfrutar del estreno reciente.
Se dedicó a explorar y observar tiendas, evaluaba cual sería un objetivo sencillo. Alguna que no fuera costosa y pequeña, de preferencia concurrida. Hacía el paseo mordiendo una dona glaseada. Se detuvo al localizar justo lo que buscaba.
Agudizó su percepción panorámica: flujo de gente, cámaras, guardias y vendedores repartidos. Las prendas tenían alarmas sencillas y la verdad era que el personal no parecía del todo atento y había un par de puntos ciegos evidentes. Seleccionó con rapidez las prendas que llevaría a probador. No pretendía quedarse demasiado tiempo dando vueltas, aprovecharía la entrada y salida de un pequeño grupo de personas.
Ambicioso se detuvo cuando un suéter cautivó su corazón, el cual escondió entre su propia chaqueta en uno de los puntos ciegos que estaba cerca luego de quitar la alarma de un tirón. Distinguió a pocos pasos a un sujeto pálido de su edad metiendo con rapidez un par de cosas a su mochila. Cruzaron miradas rápidas y parecían disponerse a salir al mismo tiempo.
Un guardia justo se paró en la entrada. Jimin tragó saliva y se dispuso a continuar con calma. Lo había hecho tantas veces, pero siempre la adrenalina se disparaba más allá del cielo. Entonces llevaba una batalla interna por equilibrarse. Mostrarse sereno y a la vez ocultar que el miedo a ser atrapado tenía a su corazón latiendo muy rápido, llenando su cuerpo de energía, sus nervios estaban sensibles a todos los estímulos.
Al parecer el sujeto de ojos gatunos tenía el mismo plan, a unos pasos de distancia a su costado, lo veía caminar tranquilo hacia la salida.
Todo fue tan repentino.
Los pasos cerraron la separación de sus cuerpos de un momento a otro, sentía la presencia sobre su espalda y el aliento tibio en la piel le hizo temblar.
—Tienen alarmas por dentro, ¿se las quitaste? —Escuchó el susurro ronco en su oído antes de que siguiera y atravesara la salida con la mochila llena y sin siquiera atraer la atención del guardia más allá de una mirada.
Joder, cómo había olvidado ese detalle. Por lo general revisaba las prendas por dentro, por eso solía llevarlas al probador a menos que supiera que en determinada tienda no pusieran alarmas pequeñas pegadas a las etiquetas cosidas. Esta vez no lo hizo.
Ni siquiera era una sola prenda que pudiera pagar con el dinero que traía en la billetera. Debajo del pantalón llevaba un skinny jeans, además de una camiseta nueva cubierta por su camisa. Sumado al suéter de último minuto. La tenida completa, faltaban zapatos. Estaba jodido. No podía devolverse al probador, tampoco podía salir sin sonar como tarjeta navideña musical barata.
La sensación de angustia empezaba a apretar su garganta imaginando las consecuencias, estaba bloqueado, mirando a su alrededor, buscando cualquier vía de escape. ¿Qué pasaría con su hermano? Sus padres no solo querrían matarlo —bueno, no un homicidio, pero si algún castigo psíquicamente tortuoso que le hiciera querer estar enterrado que vivo— por tener que ir a buscarlo a una comisaría, sino también por dejar al menor de los Park a su suerte. Estaba muy jodido.
Respiró profundo. ¿Qué tan terrible podría ser?
No sabía si era producto de su desesperación, pero un sujeto alto de ojos grandes parecía observarlo como quien sentía compasión por un pequeño animalito perdido. Vio que caminaba a pasos decididos hacia el guardia de la entrada, le hablaba y señalaba hacia uno de los extremos. Jimin escuchaba su voz de forma clara, algo sobre una prenda que estaba demasiado alta para alcanzarla y ningún vendedor disponible para ayudarle.
Entendió que era el salvavidas arrojado. Un ahora o nunca. Si no escapaba a la cuenta de "¡ya!" sería todo en vano.
Volvió a inhalar y aceleró sus pasos. Apretó la mandíbula al momento de cruzar el umbral. Sabía lo que ocurría, el estridente "pi-pi-pi" acusándolo de lo que evidentemente había hecho. Ignoró las miradas de las personas en él, sus piernas daban largas zancadas dentro lo que su anatomía le permitía, alejándose. Apenas volteó a corroborar si lo estaban siguiendo cuando se apartó varios metros. Permaneció al menos quince minutos a un par de cuadras del centro, calmando el subidón de adrenalina, secando las manos sudadas una y otra vez en el pantalón.
Debía reconocer que sus últimas jugadas se habían vuelto más osadas y más torpes. Su rabia mal canalizada lo llevaría a ser atrapado.
La próxima vez sería muchísimo más cauteloso.
Le envió un mensaje a su hermano para avisarle un pequeño cambio de planes: lo esperaría en la parada del autobús. Todavía sentía el palpitar violento retumbando en sus oídos, más cuando recibió en respuesta un "¿cuál? Ven por mí o me voy a perder". Encontró al preadolescente a medio camino y lo jaló del brazo, el chico se quejaba porque quería un helado. Jimin solo deseaba dejar atrás por un buen tiempo ese sitio.
Volver a la escena del crimen no solía ser una buena idea.
Una vez encerrado en aquella habitación que la percibía tan ajena todavía, comenzó a quitarse de a una las prendas, se aseguró de esconder sus recientes adquisiciones al fondo del clóset tras arrancar las alarmas internas. A veces su madre le preguntaba "¿y esa camiseta?" y Jimin mentía mirando a sus ojos, diciendo que la consiguió en venta de ropa usada o alguna excusa semejante.
Mientras doblaba aquel suéter a rayas, primero se fijó que el tirón brusco de la alarma había aflojado un poco la costura, pero nada que no se pudiera solucionar con una pequeña puntada de hilo; luego revisó por dentro, cortando con una tijera la etiqueta que tenía pegado el maldito sensor delator, la escondió entre la basura del tacho, dentro de un paquete de galletas vacío específicamente. Acarició la tela suave con cariño de su nuevo bebé; acompañado de unos pantalones apretados se vería muy bien.
Por dentro le agradecía a su desconocido salvador. Ya con el pulso normal y la sensación de alivio, pensaba que aquel chico era guapísimo. Muy, muy atractivo. Una especie de ángel, o algo así, justo apareciendo para librarlo del enorme problema en el que se hubiera metido.
Antes, en Busan, cuando Jungkook —su cómplice— le decía que quería algo en particular y Jimin lo conseguía para él, tenían un pequeño acuerdo: en caso de ser atrapado llamarían a su hermano mayor para que fuera quien lo recogiera en la estación de policías. Aquello no los salvaría de un regaño monumental de parte de aquel hyung, pero no de sus padres y con eso bastaba.
En Daegu no conocía a nadie.
Se había dicho a sí mismo que el día que lo descubrieran frenaría. Esperaba que aquello no pasara. Por lo mismo, esa tienda se convirtió en terreno vetado, no quería volver a ver su vitrina, pero a quien si le gustaría ver de nuevo era al chico bonito. Partiría por darle las gracias.
Y pese a lo tortuoso que resultó el cambio de escuela, ajeno y perdido, notando que ya empezaban aquellas miradas de quienes parecían tasar a sus nuevos blanco entre tanta carne nueva; algo bueno compensó el mal inicio de su primer año de instituto.
Volvió a aparecer aquel guapo chico de presencia angelical con una pequeña sonrisa que mezclaba la burla y lo amigable.
—Te recordaba rubio, pequeño ladronzuelo —dijo divertido.
Casi se atoró con saliva. Los nervios reactivaron su tic de pasarse las manos por el pelo y apretar los labios.
—Uh, respecto a eso, de verdad, muchas gracias. —Era lo mínimo que podía decir y aquello se quedaba corto con lo que sentía. Un jodido ángel, quería expresar. Y ahora que lo miraba de cerca, afirmaría que su rostro parecía tallado por dioses.
—Trata de no meterte en problemas —sugirió—. ¿Tu nombre es...?
—Jimin.
—Jimin-ssi.
Quiso preguntarle el suyo. Necesitaba saber el nombre de su ángel salvador, pero él caminaba en dirección a un grupo de persona al final del pasillo.
Lo supo después. Seokjin. Popular y atractivo, blanco de demasiada atención. Aquel tipo de personas que son tan queridas como deseadas.
Jimin le quiere y le desea en aún mayor cantidad.
El transcurrir del tiempo le hizo sumar dosis de agradecimiento hacia él, quien pasaba de las burlas y en más de alguna ocasión intercedió para defenderlo, aunque Jimin garantizaba que se podía defender solo —con todo respeto, hyung, no necesitas hacerlo— le decía con el orgullo herido y avergonzado.
Si bien Seokjin estaba en su último año y tenía su grupo de pares consolidado, siempre se hacía pausas para estar un ratito a su lado, más si lo veía solo.
En aquel entonces las personas solían rehuir de él, asumía que pensaban que serían blanco de burlas a su lado también. A Seokjin parecían resbalarles, además pocos estudiantes se atrevían a involucrarlo en los chismes, hablar mal de él sonaba como una blasfemia y Jimin no podía estar más de acuerdo.
Lo más hiriente era que se refirieran a él como una especie de obra de caridad de aquel hyung amable.
—Si busco tu compañía es porque me agradas.
Y el día que dijo eso, Jimin creyó que su corazón estaba sufriendo una falla. Una especie de arritmia que lo acompañó todo el día mezclado con alegría y cosquillas.
Aún así entendía que no podía aspirar a tener por completo la atención de Seokjin. Estaba a la espera de que fuera su turno en la agenda de aquel sunbae tan popular.
De a poco se fue armando su grupo de amigos. Se sintió como adoptado por Seulgi y Jinyoung, ambos de un grado superior al suyo. Después se fue sumando Taehyung y Roseanne, la otra chica nueva que había llegado a la escuela.
Su pequeño grupo de marginados, parecía que tuvieran un imán para atraerse. Si alguien estaba desorientado, solitario, dentro o fuera de un armario, solía llegar a ellos y siempre había lugar para uno más.
Seokjin iba y venía, además de su grupo parecía darse un tiempo para relacionarse con más de la mitad de la escuela. Parecía tan sociable, como si quisiera bendecir a todos con su compañía.
Cuando su enamoramiento fue tomando matices, fue pasando por etapas: acabado el curso de idealización, pensó que tal vez su hyung además de ser amable, llenaba su ego al sentirse tan querido y deseado. Un día Jin le confesó que era así, encogiendo los hombros y sin acomplejarse, añadiendo sin ninguna pizca de humildad el hecho de saberse atractivo, acunando su rostro con las manos.
—Mira este rostro perfecto —decía apretujando sus mejillas—. No puedo privar a la gente de deleitarse con él y mi maravillosa compañía.
Jimin estaba de de acuerdo, sintiendo ganas de tocarle la piel tersa también. Sus cachetitos lucían tan llenitos si los comprimía de esa forma.
Demasiado atractivo. Quizá seguía idealizándolo un poco —bastante—.
A veces vuelve a idealizarlo. Parte normal de estar enamorado, supone.
Aún así, sabe que es especial para ese sujeto que ríe frente a él en aquella amena cafetería. No tiene certeza de ser especial de la forma que quisiera, pero sí se siente importante en su vida. Su hyung le ha confiado una buena parte de aspectos personales en torno a miedos y expectativas, sumado a lo agotador que es ser amable buena parte de tiempo cuando muere por decirle a varias personas que son ridículas en sus caras por más grosero que sea.
Jimin aprecia ser del círculo seleccionado que conoce el lado oscuro de la luna en Seokjin.
—Recuerdo que al poco tiempo de conocernos te sugerí no meterte en problemas —dice con cariño ofreciéndole uno de los mochis con relleno de melón—. Y nunca le haces caso a tu hyung, pero está bien, le das carácter a la escuela repleta de viejos ridículos y estirados.
—Sabes que me cuesta quedarme callado.
—Está bien, te apoyo, ¿cuándo no lo he hecho?
Jimin traga saliva, nervioso y con el enamoramiento a flor de piel. Podrá no quedarse callado frente a algunas cosas, pero cuando se trata de Jin sabe censurarse. Logra contenerse de decirle lo mucho que le gusta, logra frenar el movimiento de su mano cuando quiere sujetar la de su mayor.
En algún momento quiso creer que había algo místico que ponía a Seokjin en los momentos necesarios.
Cuando se sentía perdido.
Cuando se sentía solo.
—El nuevo es todo un chico problema, ¿te gusta llevarle la contra a tu sunbae? —dijo Seokjin parado en la fila a la oficina del director—. ¿Por qué estás aquí?
Jimin sostuvo la mirada ligeramente cohibido, lo notaba por el calor en sus mejillas. Chico problema, se sentía igual a su antigua escuela, aunque el atractivo sujeto, el ángel salvador, tenía un expresión de diversión no despectiva que le hacía no subir las barreras defensivas.
—Golpeé a un compañero. —Tarde o temprano se sabría y prefería no mentir.
—Vaya, tu imagen dista con lo que escondes. Estoy seguro que escondes muchas cosas.
¿Debería tomárselo demasiado a lo personal? ¿Seokjin se quería reír de él?
Debía reconocer que su afirmación era cierta. Había mucho de él que los demás no esperarían o imaginarían. Partiendo por sus padres que no imaginaban la procedencia de más de la mitad de las prendas de ropa de su armario, mucho menos de la colección de papelería que escondía en los cajones de su escritorio y accesorios en cajas de zapatos.
—Puedo decir lo mismo —se atrevió a comentar—. No imaginé encontrarme a alguien como Seokjin sunbae camino a un sermón del director.
—Tienes una impresión demasiado buena de mí, me suelen mandar a dirección ya sea porque soy muy escandaloso al reír, por conversar en clases en voz alta, por comer en el aula, sumado a los chiste que no le hacen gracia al profesor, pero eso es porque no tiene sentido del humor —le contaba encogiendo los hombros—. Si ambos caemos en detención en la misma sala, siéntate a mi lado.
Sonríe con las memorias plasmadas como si fueran una película en su cabeza. Cuando Seokjin terminaba en detención cruzaba los dedos para quedar en el mismo salón. A veces por reír y conversar, acababan sumando días y su mayor con la mano en el pecho y gesto dramático decía: "Jimin-ah es una mala influencia para mí". Lo repetía cuando le regalaba alguna barrita de chocolate o algún lápiz bonito y riendo su hyung preguntaba de dónde lo sacó antes de aceptarlos, bromeando de tanto en tanto. "Me quieres hacer tu cómplice, pequeño criminal", "No te iré a ver a la cárcel" y frases semejantes.
Jimin todavía piensa que las bromas y chistes de su hyung son malos y algo en ese desastroso sentido del humor le causa gracia.
—Extraño tus chistes, cuéntame uno.
Y esas son como palabras mágicas, pues la sonrisa de Seokjin se extiende más.
Las cosquillas en su vientre atacan con más fuerza. Jimin se siente como en las nubes.
***
Bueno, yo aquí con mis clichés adolescentes, pero es divertido de todas formas escribirlo.
Por cierto, estimo que será una historia corta que no superará los 15-20 capítulos.
Muchas gracias por leerme! ;n; 💖
Los jueves con j de jodidoaño2020 serán el día de actualización uwu
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