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pañuelo bordado y puas de guitarra

13 palabras la puta madre, y eso que el guio conceptual ya estaba terminado, tengo los guiones conceptualeas hasta el dia de los hereos, dejen sus preguntas si quiere spoiler menores


La Tarde en el lujoso  penhouse del hotel le grand parios era tranquina, Chloe y sabrina habian hablado hasta que El mensajero había venido, dejando una imponente caja de cartón en el vestíbulo. Chloé, con su porte acostumbrado de seguridad, se había apresurado a abrirla. Sabrina estaba allí con ella, de pie a su lado, ajustándose las gafas mientras observaba con curiosidad el paquete que su amiga había encargado.

—¿Así que esta es tu guitarra nueva? —preguntó Sabrina con una pequeña sonrisa. Su voz traía esa mezcla de admiración y camaradería que siempre le dedicaba a Chloé.

—Exacto, mi guitarra —respondió la rubia, mientras sus uñas cuidadosamente pulidas retiraban la tapa de la caja. Bajo el cartón había una funda de metal brillante, justo como la había solicitado: resistente y con un aire sofisticado.

Al abrir la funda, ambas quedaron en silencio un segundo. Dentro descansaba la guitarra acústica de acabados finos, un tono de madera clara con suaves vetas y una brillantez tenue. Junto a ella, en compartimentos individuales, se veían varias cuerdas de repuesto, un paño para pulir el instrumento, un diapasón y un pequeño kit para mantenimiento.

—Vaya, es preciosa —comentó Sabrina, dando un paso adelante para contemplarla mejor. Sus ojos brillaron con sincero aprecio—. Estoy tan emocionada por ti, Chloé. Cada detalle es justamente lo que describiste.

Chloé sonrió, satisfecha. Luego miró a Sabrina, y con una inusual calidez en su voz le dijo:

—Sabes, he estado pensando en que el próximo año podría convencer a tu padre para que te inscriba en mi misma escuela. Sería genial tenerte en la misma clase. ¿No te gustaría?

Sabrina se quedó sin habla por un momento. Era como si Chloé estuviera reconociendo de forma abierta lo importantes que eran la una para la otra. La idea de compartir el día a día con su amiga más querida la llenó de alegría.

—¿De verdad harías eso por mí? ¡Sería increíble! —exclamó con un entusiasmo genuino.

—Claro que sí —asintió Chloé, con un ligero encogimiento de hombros—. Tengo cierta influencia, ya sabes. Y, además, mereces estar en el mejor lugar.

La frase, más que arrogante, sonaba protectora. Sabrina lo notó. Luego, mientras Chloé sacaba la guitarra de su funda, la castaña preguntó con curiosidad:

—Pero, Chloé... ¿por qué ahora? Quiero decir, llevas años tocando con guitarras prestadas o las del salón de música. ¿Qué cambió?

La rubia se tomó un segundo antes de responder, afinando la primera cuerda con suma delicadeza. Sabrina no era del todo ingenua; sabía que podía ver más allá de la fachada altiva de Chloé, al igual que Adrien. Por eso Chloé decidió ser honesta:

—Ayer, en el salón de música, tuve un momento extraño. Estaba... inspirándome, cantando una canción que compuse. Marinette ..... una compañera de clase—dijo el nombre con una entonación cuidadosamente neutral— escuchó y me dio su opinión. Fue algo... genuino, supongo. Por una vez no sentí que alguien tratara de complacerme o molestarme. Sólo... fue honesta.

Sabrina parpadeó, sorprendida. Conocía a Chloé bastante bien para saber que admitir algo así no era sencillo.

—¿Marinette? Suena a una persona agradable... —comentó, con una sonrisa amable. Sabrina notó un leve rubor, casi imperceptible, en las mejillas de su amiga, Chloe era muy timina con su musica el saber que la gente la escuchaba el daba cierta verguenza.

Chloé, sin quererlo, asintió con la cabeza, reconociendo su impresión. Luego quiso desviar la atención y comenzó a tocar un acorde.

—Su opinión me hizo pensar que necesito mi propio instrumento. Si voy a crear mi música, que sea de verdad mía, sin depender de nada ni nadie. —Tocó otro acorde, deslizando sus dedos con elegancia por las cuerdas nuevas—. Necesitaba... tomarlo en serio.

Sabrina ladeó la cabeza con una complicidad suave en la mirada:

—¿Y cómo suena esa canción? ¿Necesita ser más rápida, más suave...?

Chloé se detuvo para ajustar una clavija, haciendo el sonido más afinado. Probó un arpegio sencillo, dejando que las notas fluyeran.

—Creo que suave, pero con un ritmo firme. Algo que diga: "Este es el mundo, y aunque estemos rotos, seguimos avanzando". —Probó otro acorde, luego uno más, escuchando con atención.

Sabrina sonrió. Era un privilegio ver a Chloé así, tan auténtica, sin la presión de mantener la compostura del "glamour", sin ser el accesoria de su familia.

—Me gusta. Suena sincero... y tú sabes que no soy una lamebotas —bromeó con ternura—. Pero realmente me gusta.

Chloé, esta vez sin gesto altivo, devolvió una media sonrisa. Tocar la guitarra en presencia de Sabrina, con total naturalidad, confirmaba lo que llevaba dentro: su amiga estaba allí, apoyándola sin juicio, apreciando sus esfuerzos.

—Gracias —respondió, dejando sonar un último acorde que reverberó en el espacioso vestíbulo de su pensouse— Creo que esta guitarra será el comienzo de algo nuevo. Y con tu apoyo, Sabrina, sé que puedo lograrlo.

La castaña asintió, contenta. Sintió que su amistad, forjada en gran parte al amparo de las apariencias, había encontrado un resquicio para ser más real. Esa promesa de asistir a la misma escuela, esa honestidad sobre Marinette, y el sonido delicado de la guitarra recién estrenada eran pruebas de ello.

Y así, entre cuerdas recién afinadas y sonrisas cómplices, las dos amigas construyeron un momento íntimo, demostrando que su amistad podía tener capas más profundas que las apariencias dictadas por el mundo exterior.

Era un recuerdo vago, pero Chloé podía evocar con claridad los colores brillantes del patio de juegos y el aroma a hierba recién cortada de la pequeña escuela primaria que ambas habían compartido. Tenían apenas ocho años, y aquel día de primavera las risas infantiles y las voces chillonas de otros niños llenaban el aire.

Chloé, con su moño perfectamente acomodado y un vestidito de marca, se había encaramado a un pequeño murete en la esquina del patio. Entre sus manos sostenía una guitarra infantil de cuerdas mal tensadas. Pretendía impresionar a sus nuevos compañeros —aquel día había insistido en llevar el instrumento, asegurando que sabía tocarlo a la perfección— y también cantar una canción que, según ella, era de su autoría.

La expectación se formó a su alrededor. Algunos niños la miraban fascinados, otros sólo con curiosidad. Chloé, altiva, comenzó a rasguear las cuerdas y a cantar. Sin embargo, el sonido que emergió estuvo lejos de ser la virtuosa interpretación que presumía: las cuerdas, desafinadas, chirriaban, y su voz, empeñada en alcanzar notas demasiado agudas, sonaba estridente.

Cuando terminó, la mayoría de los niños aplaudió sin demasiado entusiasmo o se dispersó sin comentar nada. Nadie se atrevía a criticarla abiertamente. Nadie, excepto Sabrina.

Sabrina, con su pelo castaño rojizo recogido en una coleta y lentes grandes que le daban un aire serio y comico, se acercó a Chloé con una expresión tan tranquila que casi no parecía propia de una niña de su edad.

—No sonó muy bien —dijo con sencillez, sin burla, pero sin tapujos—. Creo que la guitarra está desafinada, y cantaste un poco fuera de tono.

La reacción de Chloé fue explosiva. Apretó los dientes, enfurruñando el ceño. ¿Cómo se atrevía aquella niña flacucha con gafas horibles a criticarla? Soltó un bufido y se fue, su orgullo herido a flor de piel. Había esperado halagos, no sinceridad descarnada.

Sin embargo, por más que intentó enojarse con Sabrina, al día siguiente la buscó de nuevo. En el fondo, algo en la sinceridad de la chica de lentes la había intrigado. Todos los demás le habían sonreído o fingido indiferencia, pero Sabrina había sido franca. Y si la honestidad podía doler, al menos era un punto de partida para mejorar.

—¿Mejor ahora? —preguntó Chloé la segunda vez, tras intentar afinar la guitarra con la ayuda de un libro. Sabrina negó con la cabeza con suavidad, indicando qué cuerdas sonaban mal y en qué parte de la canción se desafinaba la voz. Chloé se molestó otra vez, pero no se dio por vencida. Volvió un tercer día, un cuarto, y así sucesivamente.

Con el tiempo, aquellas interacciones se volvieron parte de su rutina. Las clases terminaban, y ambas se encontraban en un rincón del patio o cerca de la salida, donde Chloé volvía a intentar tocar un par de acordes y Sabrina —sin rastro de crueldad, pero con total franqueza— daba su veredicto. A veces Chloé se irritaba, pero poco a poco notaba que su afinación mejoraba, que las cuerdas chirriaban menos, que su voz encontraba un tono más agradable.

Esa dinámica, basada en la sinceridad, fue generando confianza mutua. Chloé se dio cuenta de que Sabrina no buscaba humillarla, sólo decir la verdad; no deseaba otra cosa que ser una voz honesta en un mundo de aduladores falsos. Y Sabrina descubrió en Chloé a alguien que, pese a su orgullo, apreciaba la honestidad y no la castigaba por decir las cosas como eran. Si bien sus personalidades eran distintas, el respeto creció entre ellas.

Con los meses, nació una amistad auténtica. Aquel punto de partida tan agrio —la crítica sincera a una pésima interpretación— se convirtió en el cimiento sobre el cual construir una relación donde no hacían falta máscaras. Chloé descubrió que con Sabrina podía ser ella misma, sin temer tanto a las apariencias, y Sabrina halló en Chloé a alguien que valoraba su opinión honesta, dándole la seguridad de no ser sólo una espectadora complaciente.

A sus nueve años, ambas encontraron en la otra justo lo que necesitaban: Chloé halló esa persona real, incapaz de disfrazar la verdad, y Sabrina obtuvo la amistad firme y honesta que siempre había anhelado. Y desde entonces, esa franqueza compartida fue el sello de una amistad que el tiempo sólo haría más profunda.

En el presente panaderia dupan-cheng

Esa tarde, en la quietud de su habitación, Marinette se sentía abatida al contemplar los precios de las telas en su computadora. Incluso las más baratas resultaban caras para su limitada economía de adolescente. Suspiró, apoyando el mentón en la mano. Sabía que sus padres la apoyarían en sus pasatiempos, pero no podía evitar sentir que era demasiado pronto para exigirles materiales costosos. Apenas había descubierto su gusto por el diseño, ¿cómo justificar un gasto tan grande?, no quera ser malcriada o exigente sus padres hace mucho por ella para que exiga mas.

—Necesito otra solución —murmuró, apartando la mirada de la pantalla. Sus ojos se posaron en un pañuelo de tono beige cálido que tenía guardado en un cajón. No era la tonalidad miel clara que había imaginado para la chaqueta de Chloé, pero era lo que tenía a mano.

—Tal vez... si no puedo hacer ahora la chaqueta completa, al menos puedo bordar algo inspirado en mi idea —se dijo a sí misma. Recordó las abejas que ascenderían hasta el pecho, hacia el "panal" escondido. Podría intentar bordarlas en el pañuelo. No sería lo mismo, pero sería algo personal y hecho con cariño.

Sacó su caja de hilos. Tenía hilos negros, amarillos, blancos... los colores básicos para las abejas. Podía intentar crear unas pequeñas siluetas, aunque fuera sencilla la puntada. tomo la aguja y, con cuidado, comenzó a pasar el hilo a través de la tela. Al principio le costó equilibrar la tensión, y las puntadas resultaban irregulares. Sus "abejas" no eran exactamente perfectas: alas algo torcidas, cuerpos ligeramente desproporcionados. Pero Marinette no se desanimó.

—No es perfecto, pero está hecho con mis manos y mi corazón —pensó con calidez. Y al pensar en Chloé, un calorcillo suave le llenó el pecho y un sonrojo casi invisicle le subió a las mejillas.

Era extraño. Hacía apenas cuatro días, Chloé era, para ella, la chica rica, altiva, sarcástica, capaz de destrozar con la mirada a cualquiera que se atreviera a llevarle la contraria, aunque nunca habia hablado con ella, tenia mucho miedo de ser flanco de su ira y por que no su belleza y porte llenos de seguridad la asustaban. Pero ahora, después de aquella canción en el salón de música, de las sinceras palabras de moda, y de la sutil conexión que habían compartido, Chloé se había convertido en un enigma intrigante, alguien que inspiraba ternura, respeto, curiosidad. ¿Desde cuándo sentía ella esa calidez al pensar en la rubia? Ni siquiera lo tenía claro.

La confusión era tanta que, por un momento, su concentración flaqueó. Sin darse cuenta, la aguja se clavó un poco en su dedo. Dio un respingo y soltó un "¡Ay!" suave.

—¡Auch! —se quejó, llevándose el dedo a la boca por inercia. Entonces recordó el consejo de Madame Fournier: "No te distraigas al coser o cortar tela. Puede ser peligroso." Sonrió para sí misma, divertida ante la ironía: distraída por pensamientos sobre Chloé, había sufrido una pequeña "picadura" de la aguja, casi como la de las abejas que intentaba bordar.

—Concéntrate, Marinette. —Se animó. Volvió a su tarea, más atenta esta vez.

Quizá la chaqueta tendría que esperar, pero este pañuelo, con sus abejas imperfectas, sería un primer obsequio. Algo que, esperaba, demostraría a Chloé su sinceridad, su aprecio creciente y esas emociones nuevas que aún no sabía nombrar. No era la prenda de ensueño, pero era un paso. Y a veces un gesto pequeño es el comienzo de algo mucho más grande.

Los días transcurrían arrastrando silencios y miradas evasivas. Marinette y Chloé, que habían rozado un entendimiento fugaz, parecían ahora haber retrocedido a posiciones contrarias en el tablero de la escuela. Durante aquellos días, ambas se mantenían ocupadas con sus pensamientos: Chloé, intentando resguardarse tras su caparazón, y Marinette, con el pañuelo bordado cuidadosamente guardado en su mochila, sin saber si hallaría el valor o el momento apropiado para entregarlo.

El miércoles llegó con un aire ligeramente más fresco, como si el otoño estuviera intentando imponerse. Cuando Chloé entró a la escuela, no pasó desapercibida su nueva adquisición: un estuche metálico reluciente, presumiblemente para su guitarra. Sin embargo, el aura que la rodeaba mantenía a raya la curiosidad de los demás. Sus compañeros la observaban por el rabillo del ojo, pero nadie se atrevía a preguntar. Estaba seria, con el ceño sutilmente fruncido, casi como siempre, pero tal vez un poco más pensativa.

Marinette, por su parte, notó el estuche de inmediato. Su corazón se agitó un poco. Recordó la canción de Chloé, las palabras sinceras compartidas aquella vez, los consejos sobre su chaqueta, y sintió un leve ardor en las mejillas al pensar en el pañuelo que llevaba consigo. ¿Sería hoy el día indicado para arriesgarse y dárselo?

A lo largo de las clases, Chloé apenas habló. Sus respuestas a los maestros fueron correctas pero secas; a sus compañeros les dedicó miradas breves y desinteresadas. Sin embargo, mientras el timbre que marcaba el final de la jornada académica se aproximaba, la rubia tomó una determinación. Recordó la sugerencia de Sabrina: "Intenta conectar con Marinette. Parece una persona que vale la pena." Y sí, la morena parecía sincera, honesta... pero la cautela que Chloé había desarrollado ante las intenciones de los demás no la dejaba seguir adelante con facilidad.

Cuando el timbre sonó, la mayoría de los alumnos se levantó y comenzó a guardar sus cosas. Marinette estaba distraída, colocando sus lápices en el estuche, pensando si debía intentar abordar a Chloé con alguna excusa o si debía esperar un momento más propicio. Fue entonces que notó que alguien había pasado muy cerca de su pupitre. Al alzar la vista, sólo alcanzó a ver la espalda erguida de Chloé, quien ya se dirigía hacia la puerta con su estuche de guitarra metálica en mano. En el escritorio de Marinette, justo al lado de su cuaderno, había una pequeña nota.

Sorprendida, la tomó con cuidado. Era una hoja de papel doblada en dos. La abrió con cierta aprensión y leyó las palabras escritas con una caligrafía firme:

"Ve al salón de música antes de ir a tu club de costura. Tengo algo que hablar contigo.

—Chloe Bourgeois."

Marinette sintió un pinchazo de curiosidad mezclado con nervios. ¿Chloé quería hablar con ella? ¿De qué se trataría? Su corazón latía un poco más rápido ahora, y casi sin darse cuenta, su mano se deslizó hasta la mochila, palpando el pañuelo cuidadosamente doblado. Tal vez, al fin, tendría la oportunidad de entregárselo.

Mientras Chloé se alejaba por el pasillo, su mente también daba vueltas: ¿Sería posible abrir una puerta a esa conexión que habían vislumbrado? La cautela seguía presente, pero había dado el primer paso. Ahora sólo quedaba esperar a ver si Marinette respondía a su invitación.

Cuando Marinette entró, su rostro irradiaba entusiasmo. Había imaginado este momento como la oportunidad perfecta para reconectar, para compartir algo verdadero con Chloé. Sin embargo, en cuanto pensó en la palabra "amigas", sintió un sabor amargo. ¿Por qué le desagradaba tanto la idea si era justo lo que quería, ser parte de la vida de Chloé? Algo en su pecho se revolvía con una emoción extraña.

—¿Hola? —saludó Marinette con una sonrisa luminosa.

Chloé levantó la vista, suspiró como si se liberara de un peso y le hizo un gesto con la mano para que se sentara. Notaba la energía vivaz de Marinette, pero esta vez no la repelió. Señaló la pequeña banqueta a un costado.

—Ponte cómoda. Quiero que escuches la canción completa —dijo con calma, su tono suave, libre de desprecio o dureza.

Se inclinó a por el estuche. Lo abrió con cuidado revelando la guitarra, y acto seguido comenzó a afinarla a oído, con una seguridad que prescindía de afinadores. Marinette se quedó admirándola: Chloé, tras ajustar las cuerdas, se quitó la chaqueta amarilla y la colocó sobre el respaldo de una silla. Sus brazos expuestos eran más fuertes de lo que uno imaginaba, la musculatura sutil de alguien que había practicado su instrumento con dedicación. Con un gesto confiado, desató su coleta alta, dejando que su cabello rubio como la mas fina seda cayera como una cascada sedosa sobre sus hombros, por ultimo es quito esos grandes y costosos lentes de sol que usaba como diadema y los lanzo a su bolso, como queriendo deshacerse de ellos.

—Me siento más libre así —comentó Chloé, sin ninguna explicación más, simplemente sincera.

Marinette asintió en silencio. La vio acomodar la guitarra sobre su muslo, inclinar la cabeza ligeramente y, sin más preámbulos, comenzar a cantar. La voz de Chloé se elevó clara y profunda, llena de una melancolía que encogía el pecho:

Marinette, sentada con las manos entrelazadas sobre las rodillas, observaba la guitarra metálica y reluciente. Vio cómo Chloé tanteaba las cuerdas con los dedos, comprobando la tensión adecuada. Luego, la rubia alzó la vista y comenzó a cantar con una voz firme, cálida y llena de matices tristes:

**"Niña primavera, alma de viajera

Con sus ojos tristes y una maleta ligera

Así la encontré, así la encontré

Yo tan malherida, sola y deprimida

Con mis dos bolsillos rotos

Llenos de sueños de niña

Así me encontró, así me encontró"**

Mientras Chloé cantaba, Marinette cerró los ojos. Como si la voz la hipnotizara, su mente retrocedió en el tiempo. recuerdos surgió entre las notas, recuerdos de eventos que carcomieron su felicidad y optimismo en el pesado 

[Flashback de Marinette]

Era el patio de la escuela primaria. Marinette, con su cabello azulado recogido de forma similar a como lo hacía ahora, se acercaba a un grupo de compañeros. Su sonrisa era tímida pero genuina. Intentaba entablar conversación, compartir una idea. Pero las risas que surgían no eran con ella, sino a costa de ella. Alguien señalaba su peinado, otro se burlaba del color de su mochila. Uno la empujaba ligeramente, otros simplemente reían y se marchaban. Marinette quedaba allí, con las mejillas ardiendo de vergüenza, tragándose su pena.

Al poco tiempo, había dejado de intentar acercarse a los grupos. Prefería sentarse sola y dibujar en una libreta. Con cada día, su voz se apagaba un poco más. Recordaba pasar por los pasillos repletos de alumnos, todos conversando con alguien... menos ella. Nadie se molestaba en dirigirle la palabra. Era una especie de fantasma que merodeaba en silencio, ignorada, sin importar cuántas veces sonriera con timidez. Sus intentos de ser amable chocaban contra una pared de indiferencia.

La canción continuó, devolviéndola al presente:

"Y aunque estamos desahuciadas

Con el alma hundida en fango

Y aunque ya no creemos en

Cuentos de amor

Aunque ya nos embriagamos

Intentando ahogar el llanto

Entre lágrimas y litros de alcohol

Estamos rotas y lo roto no se daña"

[Flashback de Marinette]

Años más tarde, en el colegio, Marinette intentó unirse a un grupo de estudio. Quería aportar sus ideas creativas, pero sus compañeros la tacharon de "soñadora inútil". Sus apuntes fueron rechazados sin que siquiera los miraran. Una chica en particular la miraba con desprecio, susurrando un "¿Quién cree ser ésta?" mientras le daba un codazo a su amiga. Marinette recogió sus cosas y se fue. La herida era pequeña pero aguda, sumándose a tantas otras más. Se acostumbró a ser la invisibilidad hecha persona, la que escuchaba risas a lo lejos, pero nunca la invitaban a sumarse.

En el presente, Chloé seguía cantando, su voz llenando el salón con una sinceridad desgarradora:

"Así que niña dime otra mentira

Vamos a arruinarlo todo

Dime que me amas

La vida es frágil, puede terminar

Estamos rotas y lo roto no se daña

Así que niña dime otra mentira

Vamos a arruinarlo todo

Dime que me amas

La vida es frágil, puede terminar"

Las cuerdas de la guitarra vibraban con una armonía inestable, a la vez suave y poderosa. Marinette abrió los ojos. Observaba la figura de Chloé sin el filtro del pasado. Aquella chica que creía inalcanzable, que soltaba comentarios hirientes con facilidad, ahora le mostraba una vulnerabilidad que reflejaba la suya propia.

"Recojamos los retazos

De una vida hecha pedazos

Nos besamos las heridas

Y pisamos los fracasos

Vamos a saltar

Sin mirar atrás"

[Flashback de Marinette]

En otra ocasión, Marinette se quedó de pie frente al aula vacía del club de jardineria, esperando que alguien la invitara a participar. Nadie lo hizo. Un profesor pasó y se limitó a indicarle que el club ya estaba lleno. Sintió su garganta cerrarse. No la rechazaron por sus capacidades, siquiera la habían conocido. Parecía que el destino se empeñaba en dejarla fuera de la vista. Cada rechazo era un peso más sobre sus hombros, una pequeña grieta más en su espíritu.

La voz de Chloé la sacó de ese recuerdo, arrastrándola hacia el presente con fuerza:

**"Estamos rotas y lo roto no se daña

Así que niña dime otra mentira

Vamos a arruinarlo todo

Dime que me amas

La vida es frágil, puede terminar

Estamos rotas y lo roto no se daña

Así que niña dime otra mentira

Vamos a arruinarlo todo

Dime que me amas

La vida es frágil, puede terminar

Rotas, tan rotas, muy rotas, tan rotas, las dos"**

La última nota se desvaneció en el aire y Chloé alzó la mirada hacia Marinette. Sin decir nada, sus ojos lo decían todo: ella también se sentía así, rota, con un pasado que la había endurecido. La canción no era sólo para ella misma, era un espejo en el que Marinette podía encontrar su propio reflejo, Había sido sincera, la letra hablaba por ella de ambas aunque en contextos muy diferentes. Cuando terminó, no hubo necesidad de palabras. Sus ojos azules se alzaron hacia Marinette con una pregunta muda: ¿Entiendes? ¿Ves lo que hay debajo de la fachada?

Marinette tragó saliva. Se sintió temblar por dentro. Sacó con cuidado el pañuelo beige cálido que había bordado en secreto, con sus pequeñas abejas imperfectas, resultado de su inexperiencia. No era la chaqueta soñada, no tenía los materiales ni la técnica aún. Pero sí tenía su empeño y su cariño.

—No tengo los recursos para hacer esa chaqueta que quería —dijo suavemente, su voz temblando un poco—, pero... hice esto para ti. No es perfecto, las abejas están un poco deformes, el pañuelo esta un poco desgastado —intentó reír, nerviosa—, pero está hecho con el corazón. Espero que... lo aceptes. Y... me preguntaba si... si podríamos ser amigas.

La palabra "amigas" volvió a provocar una sensación extraña en Marinette. Pero esta vez, al ver cómo Chloé tomaba el pañuelo con gentileza, pasando la yema de los dedos sobre las abejas bordadas con hilos negros, amarillos y blancos, esa sensación amarga dio paso a un calor suave.

Chloé no dijo nada al principio. Se limitó a atar el pañuelo alrededor de su cuello, haciendo un nudo Gilwell y dejándolo caer sobre su pecho. Aquel paño viejo, con esas abejas torpes, parecía brillar con un encanto propio al contrastar con su cabello dorado y la chaqueta amarilla que había dejado atrás. Al alzar la vista, esbozó algo parecido a una sonrisa, una sonrisa auténtica, cálida y pequeña, que apenas se asomaba a sus labios.

—Claro —respondió Chloé, con tranquilidad—. Seamos amigas.

Marinette se quedó sin aire un instante. El panorama ante sus ojos era tan hermoso e inusual: Chloé, con su pañuelo hecho a mano, su cabello suelto, sus brazos fuertes por la práctica de la guitarra, su sonrisa sincera, su aceptación. Una postal que se grabó en la mente de la morena, haciéndola sentir un cosquilleo en el pecho.

Por primera vez, no sólo había encontrado comprensión y sinceridad, sino una amistad real, desprovista de máscaras. Y ese fue el instante en que ambas supieron que, a pesar de las cicatrices y el dolor pasado, podían encontrar dulzura y fuerza en la conexión naciente entre ellas.

En el salón de música, el ambiente parecía más cálido. Ya no se trataba solo de la guitarra ni de las confesiones musicales. Chloé y Marinette habían hablado durante unos minutos más, con una ligereza y una honestidad que rara vez encontraban en sus vidas cotidianas.

Chloé, con la máscara deslizada, se mostraba más tranquila, más ella misma. Sus gestos habían perdido la rigidez, su voz sonaba menos contenida, y sus ojos brillaban con una chispa sincera. Marinette, por su parte, no sabía cómo describir lo que sentía. Era una mezcla de seguridad y entusiasmo, de calor suave en el pecho. Encontró la palabra: felicidad. Sí, se sentía feliz de una forma que no había experimentado en mucho tiempo.

—Me gustaria que conocieras a Sabrina es mi mejor amiga. —comentó Chloé con naturalidad, acomodándose el pañuelo beige con las abejas bordadas—. Te va a caer bien. Puedo pedirle a mi padre que organice algo, ya sabes, pasar la tarde en mi casa. Bueno, es el hotel Le Grand Paris, pero básicamente vivo allí.

Marinette sonrió, casi incrédula. La idea de visitar a Chloé en su hotel, conocer a su amiga Sabrina y pasar una tarde charlando sonaba como un sueño extraño, uno en el que las barreras sociales y las máscaras habituales se difuminaban.

—Me encantaría —respondió, con una timidez que se deshacía ante la invitación. Su voz salió más firme de lo que esperaba—. Será... divertido.

La charla no duró mucho más. El tiempo apremiaba y Marinette debía ir a su clase de costura. Ya en el umbral de la puerta del salón, Chloé la miró con una sonrisa ladeada, divertida, casi cómplice.

—Nos vemos, Nette —dijo, alzando una mano en un pequeño gesto de despedida.

—Nette —repitió Marinette, con un parpadeo sorprendido—. ¿Nette?

—Siempre les pongo apodos a mis amigos —explicó Chloé, restándole importancia—. Es una forma de sentirlos más cercanos.

Marinette sintió que el corazón se le desbocaba. "Amigos". Chloé le había llamado amiga y la había incluido en un gesto tan simple como un apodo. No había tenido una amiga como ella, ni siquiera alguien tan cercana para merecer un apelativo cariñoso. Sonrió, queriendo corresponder.

—Entonces... puedo llamarte... Chouchou —soltó, avergonzada. Era lo primero que se le venía a la cabeza, la repetición de la sílaba, algo dulce y un poco torpe.

Chloé entrecerró los ojos, divertida. No era el apodo más elegante del mundo, pero ¿qué importaba?

—Chouchou, ¿eh? Está bien, Nette —aceptó, animada por esa nueva familiaridad.

Y así, con una última mirada cómplice, se separaron. Marinette se fue a su clase de costura con una ligereza inusitada, con las mejillas cálidas y la esperanza latiendo en su corazón. Chloé, por su lado, se quedó pensativa unos instantes antes de marcharse también, preguntándose cómo era posible que aquel encuentro hubiera abierto caminos tan inesperados.

Eran amigas. Con apodos, con secretos compartidos a medias, con una vulnerabilidad que las acercaba. Y lo mejor de todo: ambas sabían que esa era solo la primera de muchas tardes compartidas.

La luz de la tarde bañaba el aula del club de costura, un espacio diáfano con grandes ventanales y mesas amplias. Marinette, con su cuaderno de apuntes en mano, estaba sentada junto a otros estudiantes, todos atendiendo a las explicaciones de Madame Fournier.

—El encaje es un tejido delicado y ornamental —explicaba la profesora, sosteniendo un muestrario contra la luz para que se apreciasen mejor los patrones—. Se obtiene a partir de hilos entrelazados, y su principal característica es la presencia de espacios abiertos, creando motivos florales, geométricos o abstractos.

Marinette inclinó la cabeza con curiosidad. Hasta entonces, había pensado en el encaje solo como un detalle bonito y clásico, pero no se había detenido a comprender su complejidad y versatilidad.

—Existen muchos tipos de encaje —continuó Madame Fournier—. Por ejemplo, el encaje de bolillos, hecho a mano con hilos entrelazados sobre almohadillas; el encaje de aguja, que se confecciona con aguja e hilo, creando intrincados diseños; o el encaje mecánico, producido con máquinas, más económico y uniforme.

La profesora colocó un paño suave con distintos fragmentos: uno de encaje de Chantilly, con su acabado ligero y delicado, de gran refinamiento; otro de encaje Guipur, más grueso y sin malla de fondo, con motivos que parecían bordados en el aire. También mostró un encaje de Valenciennes, con sus motivos pequeños y sutiles, y otro más recargado, el encaje Veneciano, rico en relieves y detalles.

Marinette tomaba notas, maravillada. Cada encaje tenía su personalidad, su propia historia, y su uso dependía de la prenda a la que se quisiera agregar.

—¿Cómo decidir cuál usar en cada prenda? —preguntó un compañero del club.

Madame Fournier sonrió, complacida por la curiosidad. —Depende de lo que quieras transmitir. El encaje de Chantilly, suave y vaporoso, es perfecto para vestidos de fiesta o piezas elegantes y etéreas. El Guipur, más robusto, puede funcionar en partes estructuradas de un vestido, o para dar carácter a chaquetas y faldas. El Valenciennes, con su sutileza, es ideal para detalles en mangas, puños o cuellos, brindando un toque romántico sin recargar.

Marinette imaginaba vestidos con faldas vaporosas y delicados apliques de encaje Chantilly, o una chaqueta con aplicaciones de Guipur en la espalda. Sus apuntes llenaban la hoja con dibujos rápidos, flechas y anotaciones. El aprendizaje práctico de cada textura y su mejor uso le parecía algo fascinante. Comprendió que el encaje podía transformar una prenda sencilla en algo sofisticado, que podía comunicar elegancia, dulzura o extravagancia según el tipo utilizado y su ubicación estratégica.

La profesora pasó a explicar cómo coser el encaje a la tela base, recomendando puntadas invisibles o hilvanes provisionales antes de la costura definitiva. Mostró técnicas para asegurar que el encaje no se tensara demasiado, deformando el diseño, y cómo combinarlo con diferentes colores de tela para resaltar sus patrones.

Marinette levantó la vista y observó el resto del club. Sus compañeros miraban con atención las muestras, maravillados como ella. En el aire flotaba un aroma a oportunidades infinitas: en cada puntada, en cada elección de material, las ideas florecían.

Cuando la lección terminó, Marinette se quedó unos instantes revisando sus apuntes. Sentía que avanzaba poco a poco, comprendiendo que la moda no era solo diseño, sino entender las propiedades de cada tela, de cada adorno, de cada detalle. Aquella tarde, entre hilos, encajes y enseñanzas, Marinette añadió un nuevo ladrillo a los cimientos de su futura pasión.

La tarde había empezado a descender sobre la ciudad, tintando las calles con colores suaves. Chloé, guitarra a la espalda en su estuche metálico, caminaba en dirección al hotel Le Grand Paris. Era un trayecto que solía hacer en limusina, pero hoy había decidido prescindir del lujo y disfrutar del aire fresco y del movimiento de sus propios pies sobre el pavimento. Llevaba su chaqueta atada a la cintura, el cabello suelto cayendo por su espalda, y la última y más preciada adquisición adornando su cuello: el pañuelo que le había regalado Marinette.

El pañuelo no era nuevo. La tela mostraba pequeños signos de desgaste, y las abejas, bordadas con hilos dorados, negros y blancos, eran algo torpes, deformes a ojos de un experto. Sin embargo, para Chloé eran perfectas. Cada puntada representaba la sinceridad, el esfuerzo y la honestidad con que Marinette había creado ese regalo. Era una prueba palpable de que alguien, más allá del aura de arrogancia que Chloé solía exhibir, se había tomado la molestia de verla tal y como era, y no como lo exigía su reputación. Por primera vez en mucho tiempo, la prenda que lucía no era un accesorio de marca ni un lujo importado, sino un símbolo de amistad auténtica.

Chloé se adentró en calles menos transitadas, respirando con libertad. Con su chaqueta atada a la cintura, su guitarra a cuestas y el pañuelo en el cuello, parecía una chica ruda, un poco roquera, más accesible. Su melena dorada, sin lazos ni moños, se mecía al ritmo de sus pasos. Al pasar, algunas personas volvían la cabeza con curiosidad, percibiendo cierto magnetismo en esa figura que mezclaba elegancia y desenfado.

—"¿Cómo es que he llegado hasta aquí?" —murmuró para sí misma, recordando la conversación en el salón de música, el sonido de su canción resonando en el silencio, la mirada honesta de Marinette. Su voz se perdió entre el zumbido lejano de los autos y el murmullo de la brisa, pero para Chloé fue un ancla a la realidad. Ahora tenía amigos con los que ser ella misma, sin necesidad de armaduras pomposas. Sabrina, su amiga de siempre, la esperaba en casa. Y Marinette... esa chica tímida y creativa, cuya sonrisa iluminaba espacios con su dulzura, acababa de introducir una nota distinta en su vida.

—"Supongo que esto es crecer un poco" —susurró. No era fácil admitirlo, pero aquella nota sincera, la nueva canción terminada, el pañuelo bordado con torpes abejas... Todo formaba parte de algo más grande: un cambio imperceptible que la hacía sentirse más humana, más conectada.

Continuó su camino, sus pies marcando el compás, la guitarra balanceándose en su espalda, su pañuelo ondeando ligeramente con cada paso. La imagen que proyectaba, entre rudeza y ternura, captaba la atención de más de uno, pero Chloé ya no buscaba impresionar a desconocidos. Caminaba para sí misma, por sí misma, dispuesta a ver adónde la llevaría la senda recién abierta hacia la amistad.

Chloé entró a su habitación sin detenerse en el vestíbulo ni en el salón principal. Apenas cruzó la puerta, soltó su bolso escolar con un ademán despreocupado en el perchero, y a continuación se deshizo de la chaqueta que llevaba atada a la cintura, dejándola colgada en el mismo lugar. Con cuidado mucho mayor al que dedicó a esas dos acciones, colocó el estuche metálico de su guitarra sobre el sofá. Acarició un instante la superficie fría del metal, como si de esa forma agradeciera a su instrumento el sostén que le brindaba.

Sin más preámbulo, se dirigió al armario. Entre abrigos de invierno pesados y ostentosos, ocultaba una caja de metal. Allí estaba, silenciosa, guardando retazos de su pasado. Sobre la caja yacía su viejo oso de peluche, el Señor Mimoso, a quien tomó con ternura para darle un abrazo.

—Gracias por cuidar mis recuerdos —murmuró, sabiendo que en la soledad de su cuarto podía permitirse hablar con su viejo confidente.

Chloé se sentó en su cama, con el oso en el regazo. Abrió la caja de metal. Dentro había fotografías antiguas: algunos retratos de ella con su madre en sus escasas visitas, desgarro esas fotos y las tiro al bote de basura, otros con Sabrina en el patio de su antigua primaria, tarjetas, notas, y pequeños objetos (basura sin valor igual que ella como diria su madre, pero que para chloe era preciados tesoros de momentos realmente felices) que le recordaban el camino andado. No buscaba nada de eso ahora; se saltó las fotos y las cartas, buscando un objeto específico.

Sus dedos hallaron una pequeña pieza brillante: una púa de guitarra. Su primera púa. Era azul tornasolada, y bajo la luz de la lámpara cambiaba el matiz, reflejando destellos dorados. Un pequeño tesoro que marcaba el inicio de su pasión por la música, cuando cada acorde era un desafío y cada nota mal sonada un paso más hacia la mejoría.

Sonrió con seriedad y afecto. Esa púa había sido el comienzo de todo, el testigo de su crecimiento. Ahora, con su nueva faceta de compositora, con el calor de una amistad sincera naciendo entre ella y Marinette, esa púa podía transformarse en algo más, en un símbolo que uniera su pasado con su presente.

—La convertiré en un collar —se dijo a sí misma. Compraría una cadena de oro púrpura (sí, ese color intenso y raro que reflejaba su carácter), y bañaría la púa en un esmalte protector especial para metal. Quería que brillara y durara, como una promesa.

"¿Un regalo para su nueva amiga?"

La sola idea hizo que las mejillas de Chloé se calentaran un poco. Era extraño pensar en Marinette así: "amiga". Y más que eso, había notado algo en su interior al recordarla sonriendo con esos ojos brillantes y dulces. ¿Hermosa? ¿De verdad había pensado en ella así?

Acarició el borde desgastado de la púa, recordando el rostro ilusionado de Marinette aceptando su invitación, su honestidad al regalarle aquel pañuelo con abejas imperfectas. Esa misma honestidad planeaba compensarla con un obsequio más duradero, una joya hecha desde el corazón. Algo que llevara la energía de aquella primera púa, su esencia musical y sus sueños.

—Marinette... —murmuró, como si el nombre fuera parte de una melodía.

No sabía hacia dónde la llevarían todos estos nuevos sentimientos, pero estaba segura de una cosa: su vida había dado un giro sorprendente, y esa pequeña púa azul tornasolada formaría parte de la nueva historia que empezaba a tejerse entre ellas.

Sonrió de nuevo, apretando al Señor Mimoso contra su pecho, mientras la luz del atardecer se colaba por la ventana, iluminando el futuro que se desplegaba ante sus ojos.

Era ya bastante tarde y la joyería de confianza había cerrado sus puertas. Chloé contemplaba la púa azul tornasolada, dándole vueltas a la idea del grabado perfecto. Necesitaba perforar un orificio para colocar una argolla y luego ensamblar una cadena de oro púrpura. Nada de eso podría hacerse esa noche, pero, al menos, podía preparar la púa. Se le ocurrió usar un pequeño taladro manual de mantenimiento que guardaban en el armario de herramientas del hotel.

Mientras medía con cuidado el lugar exacto donde hacer el agujero, se escuchó un suave golpeteo en la puerta. Sin esperar respuesta, entró su mayordomo, Armand, un hombre de mediana edad con el porte impecable y el cabello entrecano, empujando un carrito de comida. Armand había servido a la familia Bourgeois durante muchos años, pero con el tiempo había asumido un rol más paternal con Chloé. Ella, que no acostumbraba llamar a nadie con apodos cariñosos, lo había bautizado con uno muy especial: "Armi". Este pequeño gesto hablaba de la confianza y el cariño que le tenía.

—Buenas noches, señorita Chloé —saludó Armand con voz amable, dejando el carrito junto a una mesita—. Le he traído un sándwich ligero, fruta fresca y un té. Pensé que podría necesitar algo antes de descansar.

Chloé levantó la vista, dejando la púa sobre su cama junto al Señor Mimoso.

—Gracias, Armi. Llegas en el momento justo. Estoy... pensando en un regalo para una amiga. Una nueva amiga. Y necesito algunos consejos.

Armand asintió con una leve sonrisa. Se acercó sin invadir su espacio, con las manos a la espalda, el porte de un caballero discreto.

—¿Un regalo? ¿De qué se trata?

Chloé tomó la púa entre los dedos y se la mostró. La pequeña pieza relucía con destellos dorados a la luz.

—Esta es mi primera púa de guitarra. Pensaba convertirla en un collar especial. Quiero agregarle un grabado, tal vez sus iniciales, y colgarla de una cadena de oro púrpura. Algo único. ¿Qué opinas?

Armand observó la púa con atención, valorando la idea.

—Es un regalo muy significativo, señorita. Una púa no es solo un objeto: representa el inicio de su pasión por la música. Si lo convierte en un collar, le estará dando a esa persona una parte de su historia, de su esfuerzo y de su corazón.

—¿Cree que debería grabar algo más, además de sus iniciales? —preguntó Chloé, arrugando apenas el ceño, concentrada.

—Podría ser un pequeño símbolo —propuso Armand—, algo que represente la amistad, la sinceridad, o la luz que esa persona trajo a su vida. Nada muy complejo, un detalle sutil. Y en cuanto al oro púrpura, me parece una elección original. Esa tonalidad inusual reflejará que esta no es una amistad común.

Chloé sonrió, entrecerrando los ojos y sopesando las palabras. Cada consejo de Armand era un tesoro de sentido común y empatía.

—Gracias, Armi. Haré justo eso. Buscaré el símbolo adecuado. Quizá algo que recuerde a... abejas. O un panal. Algo que ya es parte de nuestra historia.

Armand no preguntó más, respetando la intimidad del asunto. Asintió, satisfecho de haber sido útil, y dio un paso atrás hacia la puerta, dispuesto a retirarse.

—Señorita Chloé, si necesita más ayuda, estaré a su disposición.

Antes de salir, con una sonrisa cómplice, hizo una ligera inclinación de cabeza hacia el osito que descansaba en la cama.

—Señor Mimoso, cuide bien de la señorita Chloé, como siempre lo hace —bromeó el mayordomo, ese todo tipico de chistas de papa que Chloe apreciaba por su cariño genuino.

Chloé rodó los ojos con un gesto de cariño, apretando con suavidad al oso de peluche contra sí.

—Buenas noches, Armi.

La puerta se cerró con un suave clic. Chloé contempló la púa y el peluche. Ahora tenía un plan más claro para el regalo: un collar único para una amiga única. Su mente volvió al recuerdo del rostro de Marinette, radiante al aceptar su amistad. No sabía muy bien por qué la palabra "hermosa" había aparecido en sus pensamientos, pero no importaba. Lo esencial era que este regalo sería un puente entre sus historias, una promesa silenciosa de que aquella amistad iba a crecer y a brillar con luz propia.

Era jueves, y Marinette se levantó con una energía inusitada que brillaba en sus ojos incluso antes de salir de la cama. Sus padres, Sabine y Tom, la observaron con sorpresa mientras su hija desayunaba con una sonrisa radiante, impacientemente moviendo las piernas bajo la mesa. Desde que entró a la primaria nunca la habían visto tan eufórica por ir a la escuela. Cuando le preguntaron el motivo, ella respondió con una frase escueta pero elocuente:

—Tengo una súper amiga muy especial, y tengo que irme para poder verla. ¡Chouchou odia la tardanza!.

Acto seguido, besó a sus padres en las mejillas y salió corriendo con el corazón ligero. Tom y Sabine se quedaron boquiabiertos, entre la alegría y la intriga. Su hija tenía una amiga a quien llamaba con un apodo cariñoso. Una amiga tan importante que la hacía saltar de entusiasmo. ¿Qué clase de relación era esa?

Al llegar al salón, Marinette se apresuró a cambiar su asiento, esperando a su compañera de escritorio. Cuando se sentó, notó que algunos alumnos ya estaban ahí, mirando su comportamiento con curiosidad. Marinette no les prestó mucha atención, su mente estaba concentrada en un punto: la puerta por la que entraría Chloé.

Y entonces apareció. Chloé cruzó el umbral del aula con una actitud calmada, casi despreocupada, pero algo en ella había cambiado. Su look era distinto: ahora llevaba el cabello recogido en una coleta baja a la altura de la nuca. La chaqueta que siempre la acompañaba había desaparecido, y en su lugar había elegido una camisa de tono miel claro. Dos líneas negras partían desde el cuello de la prenda, bajaban por su pecho y rodeaban su busto, recordando sutilmente el patrón de una abeja, hasta el final de la blusa.

Sus pantalones, de un gris claro, se veían cómodos y modernos; y en los pies lucía un par de Converse blancas. Sin embargo, el detalle más llamativo era el pañuelo que Marinette le había regalado. Chloé lo había atado sobre su brazo, justo por encima del codo, exhibiendo con orgullo las diminutas abejas bordadas. A pesar de su aparente sencillez, el pañuelo aportaba un aire auténtico, mezclando un toque rudo con una calidez inesperada, casi como el estilo de una roquera amigable.

Marinette notó que otros alumnos habían quedado pasmados. El "bicho solitario", como algunos se referían a la silenciosa y casi invisible Marinette, y la "reina del colegio" estaban a punto de entablar conversación... ¿como amigas? Ese panorama resultaba más sorprendente que el cambio de look de Chloé. Nadie entendía nada. ¿En qué momento se había forjado aquella conexión tan inverosímil?

Chloé se acercó a su nueva ubicación con paso seguro, sonriendo de lado y saludando a Marinette con un guiño.

—¿Qué tal, Nette?

—¡Chouchou! —respondió Marinette, con una felicidad tan sincera que parecía contagiar la luz del aula—. Me encanta tu nuevo estilo. El pañuelo... te queda genial.

Chloé asintió, echando un vistazo a su brazo.

—Gracias. Fue un regalo tuvo obviamente me quedaria genial, después de todo. Las abejas lucen mejor así, que guardadas en un cajón. Además, ¿no crees que hace juego con mi camisa?

Marinette rió con suavidad.

—Sí, ¡pareces una abeja rockera! —comentó, sonrojándose al notar que, en su emoción, quizás había sido demasiado entusiasta.

—¿Abeja rockera? —Chloé arqueó una ceja divertida—. Me gusta. Suena a que puedo picar a cualquiera que moleste y seguir siendo FA-BU-LO-SA.

Las dos chicas rieron, en un tono confidencial que hablaba de una intimidad naciente. Mientras tanto, los demás alumnos observaban incrédulos. No comprendían cómo era posible esta escena: la solitaria Marinette, usualmente tímida y callada, charlando con la altiva Chloé Bourgeois como si fueran viejas camaradas. Una conexión imposible, al menos a ojos de la clase. Sin embargo, allí estaban: una amistad viva, creciendo entre risas, apodos cariñosos y miradas cómplices.

La profesora entró y ordenó sentarse, pero antes de que se calmara el murmullo general, quedó claro que algo había cambiado. Marinette no era invisible, y Chloé no era la reina intocable. Eran dos personas sonrientes, compartiendo el mismo pupitre, el mismo espacio, el mismo día a día, dispuestas a descubrir que entre las diferencias podían encontrar complicidad, y entre las soledades, una nueva amistad florecía.

La hora del almuerzo transcurría con el bullicio típico en la cafetería de la escuela. Marinette y Chloé habían encontrado una pequeña mesa junto a una ventana, el lugar perfecto para disfrutar la luz de la tarde. Aunque la relación entre ambas crecía con cada día, Marinette se daba cuenta de que Chloé aún mantenía en público un leve barniz de altivez, como si no estuviera del todo lista para mostrar su auténtico rostro ante los demás. Pero aquello no la preocupaba demasiado: lo importante era que en la intimidad, la rubia se despojaba de todas sus máscaras.

Mientras hablaban en voz baja sobre las actividades del club de costura y la última canción que Chloé había estado componiendo, la atención de Marinette fue bruscamente interrumpida. Una chica llamada Arielle, una de las matonas más temidas y enigmáticas del colegio —nadie entendía cómo seguía inscrita después de tantas suspensiones—, reapareció en escena. Arielle, de mirada agresiva y modales toscos, cargaba una malteada con una ominosa sonrisa en los labios. Su última suspensión había terminado, y parecía dispuesta a retomar sus viejos hábitos.

Los ojos de Arielle se posaron en Marinette, quizás el blanco más fácil a su alrededor. Sin previo aviso, se acercó con la malteada en alto, lista para verter su contenido sobre la indefensa víctima. Marinette, al darse cuenta, quedó paralizada unos segundos, preguntándose cómo zafarse de la situación. Fue entonces que una mano femenina interceptó el brazo alzado de Arielle, deteniéndolo en seco antes de que la bebida cayera.

—¿Pero qué...? —Arielle se dio la vuelta con furia para encarar a la "entrometida". Estaba a punto de soltar un insulto brutal, llamándola "perra" o algo peor, cuando sus palabras murieron en su garganta.

Ante ella se erguía Chloé Bourgeois, con su nuevo estilo más relajado pero no menos imponente. La coleta baja y la camisa color miel claro con líneas negras resaltaban sus hombros, y el pañuelo bordado en su brazo mostraba un detalle íntimo pero resultaba un toque de rudeza en su porte. Aunque la ropa era menos formal, Chloé irradiaba una energía inquebrantable. Sus brazos, ligeramente tonificados por la práctica constante de la guitarra, lucían firmes. Los ojos azules de Chloé se clavaron en Arielle con una frialdad que estremecía.

Arielle tragó saliva. Reconocía esa mirada. No era la usual actitud altiva que Chloé mostraba al resto del alumnado, personal de la escuela o incluso a los maestros, era algo más intenso. Un tono reservado únicamente para aquellos que habían osado ganarse su desprecio absoluto. Chloé no necesitó decir nada, la tensión que emanaba era suficiente para hacerle entender a Arielle que, si seguía adelante, no saldría bien librada. La matona, con el semblante pálido, retrocedió, soltó una risa nerviosa y se alejó rápidamente, huyendo de la escena, Arielle estaba completamente aterrado y esperaba que Chloe no vertiera todo su ser en el objetivo de destruirla ya que si todos sabian algo, era que si la Bourgeois de queria en el barro, estarias varios metros enterrado en el fango mas putrefacto posible.

Marinette, que había contemplado todo sin poder reaccionar, respiró aliviada. Chloé dejó la malteada sobre la mesa con calma, y luego se acercó a Marinette con una pequeña sonrisa confiada.

—¿Estás bien, Nette? —preguntó Chloé, empleando el apodo que había adoptado con naturalidad.

—Sí, gracias, Chouchou. —Marinette la llamó con su apodo, sintiendo esa calidez familiar que ya no dudaba en expresar.

Las dos se sentaron de nuevo, ignorando las miradas atónitas de los otros estudiantes. Ver a la "reina" de la escuela defender a la "chica invisible" era ya impactante, pero que después ambas hablaran y rieran juntas, usando apodos cariñosos y compartiendo chistes, resultaba sencillamente desconcertante.

—Esa Arielle... —comentó Marinette, mirando hacia donde había desaparecido la matona—. ¡Qué susto!

—No volverá a molestarte. —Chloé se encogió de hombros. Luego, inclinándose ligeramente hacia su amiga, agregó en un susurro cómplice—: Además, ninguna malteada arruinará nuestro almuerzo. ¿Qué tal si, en cambio, nosotras tenemos una pijamada en mi penhouse? tu llevas los pastelillos Nette_Chloe bebio la malteada que el quito a Arielle.

Marinette sonrió con entusiasmo.

—Me encantaría, Chouchou.

Y así, mientras el resto del alumnado seguía sin poder creer lo que veía, Marinette y Chloé continuaron su charla, entre bromas suaves y miradas cómplices. El miedo y la intimidación de otros tiempos se desvanecían, dando paso a una amistad sincera y sorprendente que no necesitaba máscaras ni amenazas para existir.

Marinette y Chloé salieron de la escuela entre risas, cruzando las calles llenas de gente que terminaba su jornada. Era la primera vez que Chloé se dirigiría al hogar de Marinette bueno era amigas desde ayer y solo fueron conocidas por poco mas de una semana antes de eso pero detalles, para Chloe la panadería era acogedora y luminosa como su amiga la describía con tanto cariño. La rubia caminaba con los hombros relajados, su pañuelo con abejas al brazo, la camisa miel con líneas negras y sus Converse blancas, un look desenfadado que parecía irradiar una amabilidad inesperada. Marinette se sentía cómoda a su lado, casi flotando en esa nueva dinámica de amistad sincera.

Al llegar a la panadería Dupain-Cheng, un cálido aroma a pan recién horneado las envolvió. Marinette entró adelantándose un paso, con una mezcla de nervios y entusiasmo: iba a presentar a Chloé a sus padres. Sabine y Tom, que se encontraban detrás del mostrador atendiendo a los últimos clientes, se sorprendieron al ver a su hija llegar tan radiante acompañate, no reconocia a la chica, pero su look era diferente al que imaginaron al ver la alegria y cariño que su hija iradiaba esa mañana. 

—¡Mamá, papá! —llamó Marinette—. Quiero presentarles a mi amiga Chloé Bourgeois.

Chloé dio un paso al frente con una ligera inclinación de cabeza, intentando mostrar su respeto.

—Buenas tardes, señores Dupain-Cheng —dijo con una voz más suave de lo habitual, procurando sonar cortés—. Es un gusto conocerlos. Su hija me ha hablado muy bien de ustedes... y de su deliciosa panadería.

Tom y Sabine intercambiaron una mirada divertida ante el comentario. Miraron a Chloé, notando su altura (unos siete centímetros más que Marinette), sus brazos tonificados y el pañuelo bordado con abejas. No era la imagen que se habían imaginado de la famosa Chloé Bourgeois, mucha mala propaganda por parte de los opositores del alcalde y otros candidatos al puesto, hablan pintado a la chica como una malcriada y mal portada, pero la impresión al tenerla enfrente fue completamente diferente no fue negativa; al contrario, había algo genuino en su mirada.

Marinette sonrió abiertamente.

—Mamá, papá, ¿podría quedarme a dormir en casa de Chloé esta noche? —preguntó con entusiasmo—. Conoceré a su amiga Sabrina y... bueno, pasaríamos la noche en su hotel. ¡Prometo portarme bien y volver mañana a tiempo!, Puedo ir. Chloe es una amiga especial para mi, digan SIII—Marinette tenia ese tono lleno de alegria y optimismo puro, dando pequeños brincos com una niña de 5 años pidiendo un dulce con ese brillo de cariño en sus ojos.

Sabine arqueó una ceja, divertida por la efusividad de su hija.

—¿Tu amiga especial, dices? —comentó sin malicia, pero con una sonrisa cómplice, aunque recordaba historias de sus padres que describian una reaccion similar en ella cuando pedia permiso para salir con Tom durante su adolescencia.

—¡Solo amiga! —exclamó Marinette, sonrojándose—. Especial porque... porque es genial, nada más. No es especial... quiero decir, sí es especial, pero no de esa manera... —Se trabó en sus propias palabras y se mordió el labio, nerviosa. Chloé, a su lado, alzó levemente las cejas con una sonrisa divertida. Ella tampoco quería admitir nada que sonara a enamoramiento. Según ella, solo era admiración y afecto, un sentimiento cálido que no necesitaba etiquetas.

Tom, con su bondad habitual, asintió.

—Claro, hija. Sabemos que eres responsable. Y Chloé, confío en que cuidarán bien de Marinette esta noche, ¿no es así?

—Por supuesto, señor —afirmó Chloé, enderezando la espalda—. Quiero que Nette... digo, MariNette, se sienta cómoda y pase una de las mejores noches de su vida. Conocerá a Sabrina, y estoy segura de que se llevarán muy bien.

La respuesta satisfizo a los Dupain-Cheng. Sabine y Tom sonrieron con aprobación.

—Diviértanse —dijo Sabine, mientras la pareja de amigas se dirigía hacia la puerta—. Ten cuidado, Marinette.

La morena estaba por subir a su cuerto para buscar unas cosas, pero Chloé, emocionada, veo la espalda de su amiga y la rodeó de la cintura con un brazo y la levantó ligeramente del suelo con un gesto espontáneo de alegría.

—¡Prepárate, Nette! Esta noche será inolvidable —exclamó con una risa contagiosa.

Marinette se rió y pataleó en el aire, sorprendida por la fuerza y la facilidad con que Chloé la elevó.

—¡Chouchou, suéltame! ¡Qué vergüenza! —bromeó, aunque la sonrisa en su rostro lo decía todo.

Cuando marinette estuvo lista, Las Amigas salieron de la panadería y subió a la limusina que aguardaba fuera. El vehículo partió suave y silencioso, dejando atrás la cálida luz de la panadería.

Dentro del establecimiento, Tom y Sabine intercambiaron una mirada cómplice. Sabine arrugó la nariz con dulzura.

—Querido, ¿te has dado cuenta? Creo que esas dos están sintiendo algo más que simple amistad. Esa forma en que se miran, la emoción que desprenden... no es una simple amistad, es amor.

Tom se encogió de hombros con una sonrisa paternal.

—Nuestra Marinette ha heredado un poco de nuestra torpeza cuando se trata de amor, ¿recuerdas? Nos costó dos años darnos cuenta de lo que sentíamos el uno por el otro. No sé mucho de Chloé, pero algo me dice que también le llevará su tiempo asimilarlo. De momento, dejemos que disfruten de su "amistad especial".

Sabine asintió, con esa ternura que solo una madre puede tener.

—Paciencia, entonces. Tenemos frente a nosotros el principio de una bella historia. Solo necesitan tiempo para comprender lo que realmente sienten.

Tom y Sabine volvieron a sus tareas, satisfechos y con el corazón cálido, sabiendo que su hija había encontrado a alguien que la hacía sonreír como nunca antes, y que el tiempo, paciente y sabio, se encargaría del resto.

En la limusina, mientras las luces nocturnas de la ciudad se deslizaban tras las ventanas, Chloé mostró su faceta más cariñosa, esa que solo reservaba para sus verdaderos amigos. Con su brazo derecho rodeó los hombros de Marinette, manteniéndola cerca, mientras charlaban con entusiasmo sobre todo lo que habían traído para la noche: pijamas cómodas, algunas películas, algo de música y, por capricho de Marinette, un par de cintas de Stephen Chow. Al mencionar la película del "Alien" CJ7, Chloé admitió con un deje de vergüenza que esa historia siempre la hacía llorar, una confesión que arrancó una risa cómplice a Marinette.

—¿Trajiste todo lo que necesitamos? —preguntó Chloé, revisando su mochila.

—Sí, traje pijamas cómodas, algunas películas de Stephen Chow que pensé que les podrían gustar, y algunos snacks —respondió Marinette, con una sonrisa radiante.

Chloé suspiró ligeramente, recordando su propia conexión con la música.

—Siempre me hace llorar la película de "Alien" —comentó—. Tiene algo que toca el alma, ¿no crees?

Marinette asintió, comprendiendo la profundidad detrás de las palabras de Chloé. Fue entonces cuando llegaron al hotel Le Grand Paris, el hogar de Chloé. Al entrar, Sabrina las recibió con una sonrisa cálida y genuina.

—¡Hola, Marinette! ¡Bienvenida! —exclamó Sabrina, acercándose rápidamente—. Chloé me ha hablado mucho de ti.

Marinette sintió un alivio instantáneo al ver la amabilidad en los ojos de Sabrina. La chica de lentes y sonrisa fácil parecía ser la amiga perfecta para Chloé.

—¿Pueden ser amigas? —preguntó Sabrina, dirigiéndose a ambas chicas.

Marinette y Chloé se miraron, intercambiando una sonrisa de complicidad. Sin dudarlo, Marinette asintió.

—¡Claro que sí!

Un abrazo triple se formó, solidificando una amistad que prometía ser duradera y sincera. Luego, las tres se dirigieron al cuarto de Chloé.

El cuarto de Chloé era una combinación perfecta entre la elegancia de un hotel de lujo y el toque personal de una joven creativa. Las paredes tenían un tono crema suave, decoradas con marcos metálicos en forma de abejas estilizadas (las abejas era de por si el escudo familiar de los bourgeois curiosa concidencia), recordando el tema que Chloé había adoptado recientemente. Cerca de una ventana amplia que daba al balcón, una guitarra descansaba en un soporte, acompañada de una estantería llena de cuadernos de partituras y bocetos de moda. Un rincón acogedor con cojines de terciopelo dorado y una manta suave invitaba a sentarse y relajarse. El balcón disponía de una pequeña piscina personal iluminada con luces tenues bajo el agua, creando reflejos turquesas que daban una sensación casi mágica al ambiente.

—Primero, pijamas —dijo Chloé, abriendo el armario y mostrando varias opciones—. Luego, podemos hacer lo que quieran: ver películas, usar la piscina del balcón o simplemente charlar hasta tarde.

Las tres se acomodaron en el rincón de los cojines, compartiendo risas y chistes. Sabrina resultó ser muy comprensiva y divertida, mientras que Marinette y Chloé compartían anécdotas sobre sus días en la escuela. La noche avanzó entre confidencias, bromas y planes para futuras salidas juntas. Chloé, con su nueva actitud relajada, se integró con naturalidad en la dinámica del grupo, dejando atrás las máscaras que solía usar en público.

La noche continuó con risas, música y una sensación de pertenencia que ninguna de las tres había experimentado antes, Sabrina veia a Chloe y Marinette reir, noto ese brillo unico en los ojos de ambas, son sonrio sin duda, Su mejor amiga encontro a alguien especial, las horas pasaron Mientras las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse por las ventanas del hotel, las amigas sabían que habían iniciado una relación que las fortalecería y las acompañaría en los desafíos futuros.

Eran las 6 AM y Chloé llevó a Marinette a su casa después de la pijamada. La emoción del momento hizo que Marinette olvidara llevar su mochila consigo. Por suerte, Sabrina no la olvidó y la dejó cuidadosamente en la escuela camino a la casa de Marinette. Al llegar, Marinette fue recibida con una amplia sonrisa por sus padres. Sabine y Tom Dupain-Cheng estaban encantados de ver a su hija tan feliz.

—Mamá, papá —saludó Marinette con entusiasmo—. ¡Tuve una pijamada increíble con Chouchou y Brina!

Chloé saludó a los padres de Marinette con amabilidad, mostrando una calidez genuina que contrastaba con su habitual actitud reservada anterior, no era como su los Dupain-Cheng tubiera un punto de comparacion real, conocieron a Chloe ayer como una chica alegre que queria mucho a su hija.

—Buenos días, señorita Dupain-Cheng —dijo Chloé, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Gracias por recibirnos.

Marinette y Chloé se despidieron de los padres de la morena, quienes observaron con curiosidad la inusual cercanía entre ambas chicas. Juntas, salieron hacia la escuela, caminando lado a lado por las calles arboladas del vecindario.

Al llegar al salón de clases, todos los ojos se volvieron hacia ellas. La amistad entre la reina del colegio y la anteriormente ignorada Marinette , la chica invisible o bicho solitario era algo que muchos consideraban imposible. Sin embargo, ese día era evidente que habían encontrado un vínculo especial.

Marinette, habiendo comenzado a cambiar su estilo de ropa, Hoy lucía más colorida y llamativa. Había incorporado tonos pastel y accesorios únicos que resaltaban su creatividad sin parecer infantil o ridículo. Su cabello, siempre bien peinado, ahora tenía pequeños mechones teñidos de azul que reflejaban su personalidad vibrante.

Chloé, por otro lado, mantenía su presencia dominante. Su cabello rubio, ahora atado en una coleta baja, resaltaba sus ojos azules y su sonrisa más relajada, sin maquillaje su rostro era incluso mas hermoso sin nada para ocultar su belleza real, La camisa de tono miel claro con dos líneas negras que recorrían su busto y el pañuelo bordado con abejas en su brazo añadían un toque de autenticidad a su look "chica ruda y roquera amable".

—¡Bueno, Nette! Parece que somos el centro del universo en este momento—Declaro Chloé con una sonrisa al notar las miradas de todo el alumnado—. ¿Lista para otro día genial?

—¡Claro que sí, Chouchou! —respondió Marinette, devolviendo el apodo con una sonrisa tímida pero sincera.

Los demás alumnos observaban con asombro cómo la dinámica entre la reina del colegio y la "chica invisible" había cambiado radicalmente. Donde antes había distancia y desdén, ahora había complicidad y amistad genuina.

Durante el camino, notaron cómo la dinámica entre ellas había cambiado las percepciones de sus compañeros. Marinette, inspirada por la confianza y el estilo de Chloé, había comenzado a experimentar con su propio estilo de vestir. Ahora llevaba ropa con más color y detalles más llamativos, aunque siempre equilibrando la madurez con la moda sin caer en lo infantil o ridículo. Su cabello, usualmente sencillo, ahora tenía pequeños toques de estilo que resaltaban su rostro y expresaban su creciente confianza (Chloe la ayudo con esos pequeños cambios durante su pijamada de ayer)

Al llegar al salón, la presencia de Chloé capturó de inmediato la atención de todos. Era conocida por su carisma y elegancia, características que no había perdido, pero ahora irradiaba una calidez más accesible, gracias en parte a su nueva amistad con Marinette. Marinette, a su vez, aunque históricamente había sido ignorada, empezaba a compartir el reflector con Chloé. Esto no solo cambiaba cómo la veían los demás, sino también cómo se veía a sí misma.

Juntas se sentaron y la clase comenzó, pero no sin susurros y miradas curiosas de sus compañeros, preguntándose cómo dos personas tan diferentes habían formado un vínculo tan fuerte. Chloé, sintiendo las miradas, simplemente sonrió y guiñó un ojo a Marinette, quien respondió con una risa tímida.

—Nette, parece que estamos revolucionando el colegio —susurró Chloé, inclinándose para hablar más de cerca con Marinette.

—Solo muestra que no deberían subestimarnos, ¿verdad? —respondió Marinette con una sonrisa más confiada, aprendiendo a aceptar el nuevo interés que suscitaba.

A medida que la jornada escolar continuaba, la interacción entre Chloé y Marinette se hacía más fluida y abierta. Hablaban y se reían juntas, compartiendo libros y notas, y ocasionalmente intercambiando bocadillos durante el recreo. Esta nueva dinámica no solo era una fuente de curiosidad para sus compañeros, sino también de inspiración para algunos, que empezaban a ver que las amistades podían surgir y florecer en los lugares más inesperados.

La transformación en la relación de Chloé y Marinette demostraba que, más allá de las percepciones previas y las barreras sociales, lo que realmente importaba eran la autenticidad y el apoyo mutuo, un mensaje que gradualmente comenzaba a resonar en todo el colegio.

En un tranquilo día escolar, Chloé llevaba consigo una pequeña caja en su bolso que contenía algo muy especial. Durante las últimas semanas, había trabajado en un regalo significativo para Marinette, un collar que simbolizaba su profunda amistad y gratitud. Después de considerar varios diseños y símbolos, Chloé decidió incorporar una mariquita grabada en oro rosa sobre la púa de guitarra. Este insecto no solo era estéticamente atractivo, sino que también tenía un simbolismo profundo que resonaba con lo que Chloé veía en Marinette.

La mariquita, conocida por su simbolismo de buena suerte, protección, y el poder de convertir los sueños en realidad, reflejaba perfectamente las cualidades que Chloé logro ver y admirar en Marinette: su naturaleza cariñosa, su capacidad para traer alegría a quienes la rodeaban, y su tenacidad para enfrentar desafíos, similar a cómo una mariquita combate las plagas en un jardín.

Al final del día escolar, con el ajetreo de las clases ya calmado, Chloé invitó a Marinette al salón de música, un lugar que había sido escenario de muchos de sus momentos compartidos y revelaciones personales. Allí, en la intimidad del salón vacío, Chloé pidió a Marinette que cerrara los ojos.

Marinette, con los ojos cerrados y el corazón latiendo con fuerza, sintió la respiración de Chloé cerca de sus labios. Por un instante, su mente se inundó de anticipación y un ligero temblor de emoción, pensando, quizás, que Chloé podría besarla. La idea la sorprendió, pero también la llenó de una inexplicable emoción. Sin embargo, en lugar de un beso, sintió algo frío y delicado alrededor de su cuello.

—Puedes abrir los ojos ahora —susurró Chloé con suavidad.

Al abrir los ojos, Marinette encontró un collar con una cadena de oro púrpura colgando de su cuello. La púa de guitarra, que cambiaba de color con la luz, llevaba grabada una mariquita en oro rosa, el insecto estaba no estaba centrado y el grabado no era perfecto pero La sorpresa y la belleza del regalo la abrumaron.

—Elegí la mariquita porque representa muchas de las cosas que veo en ti, Marinette —explicó Chloé con una sonrisa tímida—. Tu amabilidad, tu capacidad para traer luz a la vida de las personas, y cómo siempre te esfuerzas por hacer realidad tus sueños, como cuando diseñas. Quiero que sepas cuánto valoro nuestra amistad, yo misma hice el gravado queria que sea personal como el pañuelo que me hiciste—al terminar acaricio el pañuelo bordado con abejas que el regalo su amiga, en un gesto de apreciacion.

Las palabras de Chloé y el significado detrás del regalo conmovieron profundamente a Marinette. Lágrimas de felicidad brotaron de sus ojos, y sin poder contenerse, abrazó a Chloé con ternura.

—Chouchou, no sé qué decir... esto significa mucho para mí. Gracias, de verdad —murmuró Marinette entre sollozos de alegría.

Ambas se abrazaron, compartiendo un momento de pura emoción y cariño. Lo que ambas consideraban una profunda amistad estaba comenzando a teñirse con matices de algo más, aunque ninguna de las dos parecía completamente consciente de ello aún. El vínculo que compartían era especial y único, y este regalo solo reforzaba su conexión, dejando un espacio para preguntarse si lo que sentían podría ser algo más que amistad.

En ese abrazo cargado de emoción y agradecimiento, ambas chicas se dieron cuenta, aunque no del todo, de cuánto significaban la una para la otra. Mientras el sol se ponía fuera del salón de música, el inicio de algo nuevo y emocionante se perfilaba en el horizonte de sus vidas.

Marinette tomo la pua de guitarra de su nuevo collar en la palma de su mano y vio el gravado de una maquitita en oro rosa, todavía sintiendo el frescor del metal contra su piel, miró profundamente a Chloé, quien parecía casi tan emocionada como ella por revelar el regalo. La habitación, habitualmente llena de notas musicales y risas durante sus encuentros, se llenó de un silencio cargado de emoción y significado. Marinette tocó suavemente la púa colgante, admirando el detalle del grabado de la mariquita.

—Chloé, es hermoso. Realmente hermoso —dijo Marinette, su voz temblorosa por la emoción—. No solo el collar, sino todo lo que significa. No creo que nadie haya entendido jamás lo que siento como tú lo haces.

Chloé sonrió, su expresión suave y llena de afecto. —NEtte, desde que nos hemos hecho amigas, he visto muchas cosas en ti que quizás otros no vean. Tu pasión, tu creatividad, tu determinación... quería que tuvieras algo que te recordara cuán valiosa eres cada vez que lo mires.

Marinette asintió, las lágrimas brillando en sus ojos. —Y lo hará, cada día. Gracias, Chloé, por ser tan increíble.

El momento parecía suspendido fuera del tiempo, con cada pequeño detalle, desde la luz filtrándose suavemente a través de las ventanas hasta el eco suave de la sala de música, contribuyendo a la magia. Chloé se acercó un poco más, su mirada llena de un cariño y una complicidad que solo se encuentra en las amistades más profundas.

—¿Sabes? —continuó Chloé—, hacer esto me ha dado una razón para pensar en nosotros, en todo lo que hemos compartido hasta ahora y en todo lo que aún podemos explorar juntas. Me hace feliz saber que tengo a alguien como tú en mi vida, eres una amiga muy especial marinette.

El comentario de Chloé hizo que el corazón de Marinette latiera aún más fuerte. Aunque ambas chicas habían estado navegando en las tranquilas aguas de la amistad, palabras como esas sugerían la posibilidad de algo más profundo. Marinette se encontró cuestionándose sus propios sentimientos, dándose cuenta de que la emoción que sentía en presencia de Chloé iba más allá de la simple amistad.

—Chloé, yo... —empezó Marinette, luchando por encontrar las palabras correctas. Hizo una pausa, inhalando profundamente—. También estoy muy agradecida por tenerte. Creo que... creo que esta amistad está cambiando mi vida.

Ambas se abrazaron nuevamente, esta vez con una intensidad que hablaba de promesas no dichas y sentimientos apenas reconocidos. Era un abrazo que decía mucho sin necesidad de palabras, un abrazo que podría ser el preludio de algo más.

Mientras se separaban, Chloé miró a Marinette con una sonrisa que no lograba ocultar su nerviosismo. —Bueno, ¿qué te parece si practican un poco de música? Siento que hoy podría ser un buen día para componer algo nuevo, Algo mas alegre

Marinette, aún abrumada por la oleada de emociones, asintió con entusiasmo. —Me encantaría eso, Chloé.

Horas mas tarde

Ambas chicas estaban es sus hogares, cada una reflejando su nueva realidad y alegria en su respectivas artes, la musica y el diseño, ambas concetadas como pocas personas podrian estarlo.

Sentada en el suelo del balcon de su penhouse estaba la rubia que saco su guitarra de su estuche metalico y la afino a oido, en poco minutos Las notas de la guitarra de Chloé comenzaron a llenar el espacio, La música, una vez más, se convirtió en su lenguaje para expresar lo que habita en su mente, una forma de explorar sus recuerdos dejandolos fluir como acordes, que tocaba sin pensar, ahora celebraba la conexión que claramente estaba evolucionando entre ella y marinette. Juntas, en ese salón de música su primer encuentro, donde resicio su pañuelo borado de parte de marinette, donde el regalo su primera Pua de guitarra convertida en collar a la morena, no solo hacían melodías; también tejían un nuevo capítulo de su historia, uno que podría llevarlas a descubrir la profundidad real de su afecto mutuo.

En la tranquila soledad de su Balcon, iluminada únicamente por la suave luz de la luna que se filtraba a través de la pocas nubes otoñales, Chloé se encontraba sentada con su guitarra en el regazo. Las cuerdas vibraban bajo sus dedos diestros, produciendo melodías que reflejaban un renovado sentido de alegría y esperanza. Mientras tocaba, sus pensamientos se centraban en Marinette, la amiga que había cambiado su mundo de maneras que nunca había anticipado.

Con una sonrisa suave, Chloé acariciaba el pañuelo que Marinette le había regalado, todavía atado a su brazo. Era un recordatorio constante del vínculo especial que habían formado. Cada nota que tocaba parecía estar impregnada de los recuerdos de los momentos que habían compartido juntas, especialmente aquel día, hace dos meses, cuando Marinette la escuchó tocar y cantar por primera vez en la sala de música. Esa experiencia había sido un punto de inflexión para ambas.

—Es increíble pensar cómo algo tan simple como la música puede acercarnos tanto, una musica que esperaba nadia mas escuchara —murmuró Chloé a la silenciosa balcon, su voz cargada de emoción—. Marinette, gracias por escucharme, por realmente escuchar mi corazón.

Mientras tanto, en un escenario paralelo, Marinette se encontraba en su habitacion en su propio mundo de creatividad, sentada en su escritorio rodeada de lápices y papeles. Estaba dibujando un nuevo diseño, inspirada por la fuerza y la elegancia que veía en Chloé. El collar con la púa con la mariquita gravada por la propia Chloé y que el habia regalado  hace casi 2 meses, colgaba cerca, colocado cuidadosamente sobre el maniquí para servir de inspiración.

Hablando en voz alta mientras dibujaba, Marinette expresaba sus pensamientos y emociones:

—Chloé me ha mostrado que es posible cambiar y ser mejor. Me inspira a ser valiente, a enfrentar mis miedos. Quién hubiera pensado que acercarme a ella aquel día en la sala de música abriría tantas puertas para ambas.

El diseño que Marinette esbozaba llevaba los elementos de fuerza y delicadeza, reflejando la compleja personalidad de Chloé. Cada línea era un tributo a la confianza que Chloé irradiaba, y cada color elegido tenía el propósito de capturar la calidez y la accesibilidad que ahora definían a su amiga.

Ambas, en sus respectivos espacios, encontraban en su arte y música medios para expresar y celebrar la conexión que habían descubierto. La música de Chloé y los diseños de Marinette no eran solo manifestaciones de su talento individual, sino también expresiones de su gratitud mutua y de la transformación personal que habían experimentado gracias a su amistad.

En esencia, tanto Chloé como Marinette habían descubierto que compartir sus verdaderas pasiones no solo fortalecía su relación, sino que también les permitía explorar nuevas dimensiones de sí mismas. A través de sus artes, no solo se comunicaban con el mundo, sino que también se comunicaban profundamente entre sí, construyendo un puente de entendimiento y aprecio que las llevaba a apreciar aún más la profundidad de su amistad.

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