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Punta Coral

Yo ho...

Yo ho...

Sólo se dejó escuchar eso, de pronto.

Yo ho...

Yo ho...

Y era como si fuera el anuncio de lo que vendría, después. Todos sabían lo que un Yo ho significaba; todos sabían lo que con un Yo ho vendría. La cosa es que, aun sabiéndolo, nadie quería aceptar la situación. Como si la demencia fuera mil veces mejor que la terrible realidad.

Hacían ya dos días que algo los acechaba desde la niebla, desde la espesa y gélida niebla.

El clima era extraño en su totalidad.

El bergantín inglés yacía casi inmóvil por las aguas; casi estático.

El viento, hace tiempo, había dejado de arreciar.

Estáticos.

Simplemente, ellos, en la embarcación, parecían estar inmóviles.

A veces ellos se movían por una ligera corriente marina, a veces.

A veces ellos eran impulsados desde las velas por alguna pequeña brisa polar, a veces.

El bergantín inglés Mary of the Seas era comandado por el Capitán James I. Garlumb. Un hombre fuerte de carácter y fuerte de espíritu. Alto. De cabello castaño y piel quemada por el sol. Era de esas personas que se mantenían con entereza ante el peligro. No se reía del peligro, no; pero no se doblegaba ante él.

—¡Cobardes! —les gritaba a sus tripulantes— ¡No teman! No teman. Aún no sabemos qué es lo que pasa.

Todos sabían lo que un Yo ho significaba; todos sabían lo que con un yo ho vendría. La cosa es que, aún sabiéndolo, aún, nadie quería aceptar la situación.

Días.

Días llevaban en esa insidiosa niebla que les cegaba casi por completo. Siendo acechados, acosados, por quién sabe qué mal de los mares.

Todos sospechaban, pero nadie quería aceptarlo.

Una sombra pasaba de pronto, fantasmal, alrededor de ellos. Una sombra, tan sólo. Luego, nada. Después, detrás ahora, la sombra de nuevo; estallando entre la blanca neblina.

Yo ho... yo ho...

Un bergantín inglés vamos a atacar

y a todos asesinar.

Yo ho... yo ho...

Escuchaban todos esto; pero, como no podían avanzar, como estaban completamente atrapados por la carencia de viento, preferían vivir una calma ideada; tanto así, tanta locura salvadora en ellos, que, al escuchar ese maldito canto que venía jugando con sus espíritus calmos las últimas horas, se hacían creer que no lo escuchaban de verdad. Lo ignoraban, por instantes. Sin embargo, paralizados todos por el pánico, se limitaban a esperar.

—¡HOMBRE AL AGUA! —el grumete Robin Thomas se había arrojado a la mar.

—Es imposible rescatarlo —dijo el Capitán Garlumb—. Imposible. Con esta neblina es imposible.

Se asomó por la borda y, como si sus ojos pudieran atravesar la espesa, la helada neblina, puso una mirada de extrema consternación; como si él, el Capitán James I. Garlumb, viera al agonizante joven sumergirse bajo las aguas calmas.

—Pobre diablo —exclamó uno de los marineros —será comida para los tiburones.

—¿Tiburones?, ¡hay decenas de cosas bajo estas aguas peores que los tiburones! —dijo otro.

—¡Callen! —Exclamó el capitán, furioso, mientras se alejaba a su alcázar.

—Están, por ejemplo —susurraba necio el marinero-, las sir/

Yo ho... yo ho...

El silencio ahogó, de pronto, todo tras el canto. Solo se escuchaba, muy en el interior de las mentes de los marineros, ese golpeteo leve de las olas oceánicas contra el casco de los dos navíos.

<<Al diablo, todo se irá al diablo.>> Pensaba el capitán del Mary of the Seas.

Dos días más pasaron.

Nada, la mar sólo era una gran masa de nada; como la niebla.

Pronto, como desde lejos, desde lontananza, llego un frío olor a muerte y sangre. A muerte húmeda y sangre vieja.

Un estruendo...

Un estruendo que en realidad era un relámpago que lo alumbró todo, TODO. Sólo uno, de entre todos los marineros, logró ver una gran sombra, una gran forma espeluznante; un gran barco pirata. Pronto, los marineros giraron sobresaltados y pronto, también, el capitán volvió la vista hacia arriba, hacia donde el vigía gritaba sin cesar, desgarrándose la garganta en alaridos que decían: <<¡PIRATAS!, ¡PIRATAS A/>> Un disparo se escuchó. Un disparo, que en realidad era una muerte consumada, como promesa del alma para los demás, para el Mary of the Seas. El vigía cayó a cubierta; muerto.

—¡Harper, mira dónde tiene la bala y recuérdame hacia dónde miraba el vigía! Dime por dónde vienen —ordenó el Capitán Garlumb.

Viento; por fin.

Una tormenta fue escupida desde los cielos, azotándolo todo, abajo.

Los vientos, iracundos, desgarraban las velas del bergantín.

<<Una posibilidad, con esta tormenta tenemos una posibilidad de escapar, de vencerlos.>> Pensaba James I. Garlumb.

—Capitán, a estribor —gritó el primero al mando, Harper.

El capitán flanqueó su mirada, con pistola en mano, preparado a disparar a lo que fuera, A LO QUE FUERA. Mientras gritaba, con todas sus fuerzas:

—¡Cargad los cañones de estribor! Pero ahí estaba ella, ahí estaba Mary Jane Garlumb, la hija del capitán...

El Capitán Garlumb, había perdido a su hija años atrás. Una pequeña de tan sólo ocho años. Bellísima, entonces; hermosa, ahora. La perdió en una tragedia que se volvió leyenda, recorriendo, de boca en boca, todas las tierras inglesas; todos los barcos del mundo. Desde ese entonces, el Capitán James Garlumb sólo vivía en y para la mar; gastándose su dolor en las aguas saladas.

El barco pirata español Pesadilla Oscura había estado al acecho los últimos días, sólo que ahora, con la tormenta que se desplomaba, había podido aprovechar el viento y se lanzó directamente, y sin reparar en daños, contra el Mary of the Seas. El barco pirata español Pesadilla Oscura era una gran embarcación con salvajes tripulantes que sólo seguían viviendo, tras muchos, muchísimos años de existencia, porque el odio que traían dentro, y las ansias por beber la sangre de sus prisioneros, les robaba la sequedad de sus vidas. Como si estuvieran muertos; pero frescos, húmedos y conscientes. No desfallecían por estas razones, por la sangre de sus prisioneros y por el inmenso odio que les carcomía la inexistencia. El Pesadilla Oscura era un barco de madera verdosa, húmeda siempre por todos lados; y al frente, alzándose desde la proa, nacía la figura hermosa de una niña triste de mirada solitaria. Una niña triste tallada en esa madera verdosa, vestida, al parecer, con un camisón tan sólo. Una niña triste que alzaba los brazos hacia el frente como queriendo abrazar los siete mares; ahora, como queriéndolo abrazar a él, al Capitán del bergantín inglés.

—¡Disparen! —Harper dio la voz ante el detenimiento del capitán, tomando el mando del bergantín.

Garlumb no era ningún cobarde; sin embargo, quién puede librar batalla alguna contra su propia hija, quién.

El capitán, inmóvil.

Una niña se acerca para abrazarle.

Un choque que rompe un casco.

Un capitán inerte; ausente.

—¡Disparen! —Grita Harper.

Sólo un cañón obedeció; los demás, los de estribor, ya no existen.

De entre la neblina, la lluvia de la tormenta y el frío, entre los destellos lumínicos que los relámpagos arrojan sobre ese momento infame, se ven desparramarse desde las cuerdas de las velas, color vino al parecer, sombras de demonios que atraviesan los aires para caer en la cubierta del Mary of the Seas. Otros, simplemente, cruzaban desde la proa, caminando por entre los escombros de las roturas del casco del bergantín inglés.

Disparos...

Todo en la cubierta eran disparos, después, poco después, la salvaje guerra por el tesoro inglés. Sables, espadas y bayonetas incrustándose en las carnes febriles de los muertos que respiran; y de esos ingleses que ya no tienen remedio.

El capitán, inmóvil todavía.

Los piratas pasaban a su lado como si él no estuviera.

Lo ignoraban.

Él, simplemente, contemplaba la belleza enmohecida de esa hermosa figura de madera que se le acercaba, como rompiendo el tiempo después de tantos años, como queriéndolo abrazar; como queriéndolo de nuevo.

Los piratas acabaron por destrozarlo todo. Acabaron por matarlos a todos; a todos menos al capitán. A todos menos al capitán.

—Déjenlo a merced de las aguas —sentenció el Capitán Joco Socosangrante.

Hombre rudo; de aspecto y maneras finas; educado, se podría decir. De ropas elegantes y mirada perdida en el olvido.

Al tiempo, aquella pequeña niña verdosa, se dejó alejar con tan sólo un canto para el capitán que la observaba...

Yo ho... yo ho...

El bergantín inglés Mary of the Seas se va hundiendo, poco a poco. Destrozado.

El Capitán, James I. Garlumb , sin poderla ver más —de nuevo—, se dirijo al alcázar esperando que la mar se lo tragara junto con su navío.

Se sentó y esperó...

La neblina y la corriente caribeña habían llevado a las embarcaciones hacia la playa de una isla olvidada ya. La isla, no se sabe su nombre; la playa, Punta Coral. Mágica. Peligrosa. El bergantín inglés se hundió, pero no totalmente. Desde el alcázar un capitán inglés, desolado y triste, está hasta el cuello de agua.

De agua de mar...

Salada y majestuosa...

Oscura y mística...

La neblina, junto con la mar, ha entrado hasta donde el Capitán Garlumb llora una ausencia.

Sed.

Sed de redención.

El capitán no morirá.

¿El capitán no morirá?

Bastarán algunas horas, quizás un par de días, para que sea rescatado por la Flota Real. Varios barcos lo han visto por estos mares.

De entre el agua, escucha un sonido; él piensa, avergonzado, tras algunos chapoteos, que son marinos ingleses que vienen por él para decirle que no se preocupe, que no se avergüence. Sin embargo, ve que aparecen, dentro del alcázar y desde la mar, dos mujeres infinitamente hermosas. A lo lejos, un chillido como de delfines; o como de ballenas, no se sabría con exactitud. Después, un canto. El capitán, viendo a las hermosas sirenas, se levanta de su silla y se apresta a caminar hacia ellas. Una lo toma de la mano derecha y la otra, de la izquierda. Se va con ellas.

Dos cantos...

Dos hermosas melodías impronunciables, irrepetibles...

El capitán se va sumergiendo poco a poco con ellas hasta la totalidad. Pero no lo bastante...

Después de unos minutos, casi asfixiado, el capitán las mira: ESTÁN HORROROSAS. GRITAN MENTIRAS Y BLASFEMIAS CON CANTOS INEXISTENTES.

MONSTRUOS.

SON MONSTRUOS DE LOS MARES...

Las sirenas abren sus bocas atestadas de filosísimos dientes, como las fauces de un demonio.

Muere.

Yo ho... Yo ho...

Sólo se dejó escuchar eso, de pronto.

Yo ho... Yo ho...

Y era como si fuera el anuncio de lo que vendría después...


FIN.

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