Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Punición divina

El cielo se tornó negro y la tierra tembló violentamente, en un terremoto sin fin y el advenimiento de una tormenta que se anunciaba como inacabable.

Al principio, fue difícil comprender la razón de los cambios que sumieron a aquella civilización en una profunda oscuridad que pretendía engullir la propia vida y la misma muerte, pero, con el tiempo, todo cobró sentido para aquellos humanos desesperados por volver a ver a Ra, oculto ahora tras densas y tétricas nubes que no cesaban de descargar el dolor que todo el reino sentía, con una intensidad y furia desmedidas.

Nut se hundió en la depresión y la sed de venganza, llevando con ella la negrura. Sus lágrimas caían sin cesar sobre Egipto, en una lluvia infinita, mientras que sus gritos resonaban cruzando el cielo en un concierto de luces y sonidos descorazonadores. Simultáneamente, Geb tembló llevado por la ira y todo se desmoronó bajo los pies de los hombres, agrietándose el suelo en grandes aberturas por las cuales caían quienes apoyaban al traidor y de donde brotaba lava tan roja como las llamas del infierno. A aquellas alturas, ya no sabían si era peor el inframundo o las tierras sobre las que Ra ya no podía iluminar, pues Nut se lo impedía. Tenían cuentas pendientes y ella no pensaba permitirle brillar para nadie hasta que la venganza fuese completada: Seth debía morir como punición por el delito que cometió contra Osiris.

No solamente Nut y Geb sufrían y se lamentaban, también lo hacían Isis, Neftis y aquellos ahora apocados humanos que adoraban al Dios de la agricultura que tanto había hecho por ellos. No sabían qué hacer, pues querían recuperar a Osiris, pero Seth, un ser dominado por la maldad y la envidia, no estaba solo y sus respaldos eran, cuanto menos, demasiado poderosos como para no sentir miedo.

«No temáis, yo estaré de vuestro lado», anunció Nut. «Tampoco estoy sola; Geb, Hep, Isis, Neftis, Anubis y muchos más lucharemos hasta vengar el asesinato y la profanación al cuerpo de Osiris. Si estáis con nosotros, no debéis temer», sentenció con su voz resonando sobre la humanidad atemorizada.

A pesar de cómo acontecían las cosas, fueron indulgentes con quienes no quisieron apoyarles, comprendiendo que aquella era lucha de dioses y no de simples humanos.

Isis lideró la búsqueda de cada uno de los fragmentos pertenecientes al cuerpo de Osiris, confiando únicamente en Neftis y Anubis para ayudarla en aquella secreta misión. Su dirección era un secreto; si un mínimo de información salía a la luz, era más que seguro que los apoyos de Seth y el ejército organizado por Ra desde las sombras a las que Nut lo tenía relegado se interpondrían en su tarea y las cosas empeorarían.

Seth, sediento y cegado por su afán de tenerlo todo, había hecho lo imposible por eliminar cualquier vestigio del que una vez fue su hermano. Aquel que todo había tenido; un buen título, buena posición, la adoración de la muchedumbre, un lugar para vivir próspero y enriquecido, y a Isis. ¡Oh, cuánto había envidiado a aquel primogénito! Solamente por eso, lo tenía todo. Y él, ¡nada! No lo adoraban, no le rezaban ni agradecían, nadie le esperaba y su esposa le detestaba, aunque eso le diese igual pues él, desde el primer instante, quiso a la otra de sus hermanas. ¡Pero fue para el detestable Osiris! Aquel endemoniado tenía lo que debía ser suyo y no dudó en arrebatárselo, matándolo y destruyéndolo después para asegurarse el trono.

Isis, conocedora de aquello, siguió en su abnegada búsqueda, dispuesta a tener de regreso a Osiris e impedir que Seth mantuviese en su poder lo que había usurpado. Nut, desde lo más alto, buscaba cada mínima señal que pudiese guiarles en su aventura, mientras Isis empleaba sus poderes y aparecía en cada lugar con un aspecto distinto, para que no quedasen recuerdos de su visita. Cuando un pedazo llegaba a sus manos, lo dejaba en custodia en un pequeño templo, bajo absoluto secretismo. Neftis, como Señora del Recinto, la ayudaba en aquella tarea mientras Anubis se encargaba de otros menesteres. Allá por donde pasaban, la tormenta y los temblores cesaban momentáneamente, dándoles tregua a ellos y a los ciudadanos de Egipto. Tras ellos, Seth y su séquito pretendían alcanzarlos, siendo algo imposible pues Nut y Geb no cesaban en la batalla que se traían con él.

Mientras Seth trataba de combatir empleando tormentas de arena y bestias del desierto a las cuales manipuló, aquellos que una vez le dieron la vida le enfrentaban a base de rayos cayendo sobre él y sus seguidores y con el suelo quebrándose por doquier. Paralelamente, Isis y su compañía habiendo logrado reunir todos los pedazos excepto uno que había sido devorado por un pez del Nilo —hecho que las obligó a emplear sus poderes para solventar aquella falta—, iniciaron el proceso para devolverle la vida a Osiris en un escondrijo procurado por sacerdotes que le eran devotos.

Neftis purificaba el cuerpo despiezado, Isis recitaba palabras mágicas inmersa en una letanía. Finalizado el ritual, Isis se deshizo en lágrimas que caían sobre el rostro de su amado, ya con su cuerpo reconstruido pero permaneciendo inconsciente. Neftis, entre los brazos de Anubis, sollozaba compungida y decepcionada por su fracaso. Él la llevó al exterior para que le diera el aire y dejarle así también a Isis un poco de espacio para dar rienda suelta a su duelo. Aquello parecía el final de su empeño en resucitarlo, pues no había surtido efecto por mucho que hubiesen invertido parte de sus propias almas en ello.

Mientras Anubis apoyaba a Neftis, Isis acariciaba con cariño y melancolía el rostro de su esposo, despidiéndose de él. Sus pensamientos danzaban en un sinfín de asuntos, tales como hallar el lugar perfecto para darle sepultura digna de la deidad que había sido en vida.

— Te querré siempre, mi Osiris —murmuró ella, dispuesta a abandonar el lugar—. Me parte el alma despedirme de ti, pero así lo ha dictado el destino.

Saladas gotas cayeron sobre las mejillas del muerto cuando ella depositó un casto ósculo en sus labios, alargando una caricia en su pecho mientras cerraba los ojos con fuerza.

— El destino es débil ante una persistente diosa como tú, mi Isis.

Atónita, quedó viéndolo con los ojos abiertos de par en par y la boca cubierta por sus temblorosas manos. Inconscientemente, dio un pequeño paso atrás cuando él se incorporó dispuesto a acercársele. Osiris estiró un brazo, sintiendo un pequeño tirón en el hombro allá donde restaba una cicatriz, y la sujetó de una muñeca atrayéndola hacia él. Nada más estrellarla contra su pecho, unió sus bocas en un profundo beso en el que ella liberó el miedo y la necesidad que la había atenazado durante el tiempo en que no habían estado juntos.

En la intimidad del templo, aunque sabiendo que cualquier acto sería visto por los Dioses de la Creación, se entregaron uno al otro sin pudor ni reparos. Fuera, Neftis sintió la presencia de su hermano nuevamente y se lo comentó a Anubis, pero, creyendo prudente aguardar por si alguien se acercaba, esperaron allí hasta que la pareja gustó de salir. Entonces, todo sucedió muy rápidamente, tomándolos por sorpresa.

Osiris salió despedido hacia atrás, arrastrando consigo a Isis, a quien llevaba tomada de la mano. Cayeron ambos contra el frío y duro suelo del templo inmersos en tamaña confusión por lo acontecido. Ella se frotó la cabeza y él corrió a comprobar su estado.

Minutos después, una voz resonó entre las paredes y columnas del templo.

— Oh, gran Osiris, tú no puedes salir —anunció—. Ya no eres más un ser de este mundo, pues, aunque hayas recuperado la vida, éste ya no es tu lugar. A partir de ahora, debes ocupar tu lugar como Rey del más allá y residir en la Duat.

Isis contuvo el llanto, aunque en su semblante era evidente el dolor que sentía ya que tanto esfuerzo no había servido para volver a estar junto a él. Osiris se despidió de aquellos tres seres que tanto habían hecho por él, su familia, y regresó al interior del templo, que resultó ser el único lugar en el que podría aparecer en el mundo terrenal. Solamente en templos podrían verse, una vez cada tanto.

***

El tiempo transcurrió rápido, entre batallas y peleas que azotaban todo Egipto sin descanso. Cada vez eran menos los humanos, así como también habían menguado las fuerzas de los combatientes, fuesen dioses o simples mortales. Seth gobernaba sin saber hacerlo, conllevando muerte de cultivos y campos, hambruna en animales y pobreza en los ciudadanos. En aquel entonces, Osiris visitaba tres veces al año el mundo terrenal, encontrándose con Isis en un templo a escondidas de cualquier curioso y posible informador de Seth.

Isis había dado la vida a Horus, fruto del encuentro entre ella y Osiris cuando él resucitó, y en aquellas visitas del Dios de la resurrección lo llevaba con ella para que pudiesen formar lazos. Pronto Osiris la instó a ponerlo en custodia, lejos del alcance de Seth, temeroso de que pudiese hacerle daño. Decidieron enviarlo con Thot, uno de los pocos seres en quien confiaban, para que él lo criase y educase como alguien valioso para el mundo y lo instruyese en el arte de la guerra. Thot le enseñó eso y más; valores, caza, supervivencia, bondad y a ser seguro y determinado.

Osiris le visitaba de tanto en tanto, reforzando las enseñanzas de Thot y dándole conocimientos extra para la batalla con intenciones de que vengase lo sucedido hasta ese momento. Isis había malvivido, Egipto estaba pereciendo y él no podía estar con su hijo y su amada. Sin duda, todo aquello requería de una contundente punición.

Cuando Egipto parecía estar al borde del colapso bajo el reinado de Seth, Horus batalló con él para recuperar el trono, resultando en la pérdida de un ojo y que lograse reinar en el bajo Egipto, recuperando así una parte de lo usurpado. Horus llevó la bonanza a su sector, por lo que los ciudadanos se alzaron a su favor, sin dudar en apoyarle y acompañarlo a donde fuese necesario.

Llegado el momento, el aguerrido hijo de Isis que había formado un ejército con aquellos valientes y la reina Aso, se dirigió a la que, esperaba, fuese la última batalla. Cuando alcanzaron Elefantina, Horus solicitó a Nut y Geb que no interfiriesen o, de lo contrario, él mismo no podría tener control sobre la situación. Debido a ello, no hubo tormenta ni terremotos y fueron los combatientes los únicos protagonistas de aquella lucha.

Seth, convertido en un grandioso hipopótamo rojo atacó a Horus. Envalentonado y haciendo uso de poderes que había ido adquiriendo con el tiempo y gracias a artimañas, lanzó una maldición sobre Horus e Isis: «Desátese una tempestad y diluvio poderoso contra mis enemigos».

Dicho y hecho, la tormenta atacó las barcas del hijo de Osiris, quien se transformó en un hombre de cuatro metros de altura y sujetó las barcas, impidiendo su hundimiento. Seth quiso devorar a Horus, pero él le lanzó el enorme arpón que blandía y atravesó su cabeza animal provocándole la muerte. El traidor, castigado, se hundió en el Nilo cerca de Edfú y la tormenta terminó, permitiendo que la gente del lugar saliese al exterior mostrando su apoyo y agradecimiento a Horus cantando en su honor.

«(...) ¡Horus, el gran dios, el señor del cielo, ha matado al enemigo de su padre! (...) ¡Gloria a Horus el poderoso, el valiente, el único hijo de Osiris! ¡Horus de Edfú, Horus el Vengador!»

Así, Horus logró recuperar lo usurpado y devolver el esplendor a Egipto con ayuda de los dioses, excepto de Ra, quien molesto por la derrota del mediocre de Seth, se mantuvo impasible con el resto de dioses y bañó de luz el mundo terrenal tres horas menos de lo que lo había hecho antes de que Osiris fuese asesinado y toda aquella casi interminable revuelta iniciase. 

                                                                                             

<><><><><>

Reto Deidades en guerra: 1999 palabras.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro