Hoy no habías tenido tiempo para siquiera escribir una miserable carta sin sentido como las que solías darle a tu tiburón favorito. Te sentiste algo apenada respecto a eso pero al menos podrías ir a saludarlo en tu forma canina.

—Oye tú. —llamaste al pelirrojo.

—¿Quién yo? —Se apuntó asimismo.

—Si tú, guapetón —escalaste a duras penas al chico quien terminó tomándote en brazos cuando caíste de espalda.

—¿Te duele? —preguntó preocupado.

—No idiota, solo casi me parto la columna pero estoy saludable —gruñiste.

—Estas de mal humor, ¿Verdad? —No respondiste—. ¡Pero si una cosita tan linda no debe estar de mal humor! eres lo más lindo, ¡tan masculina! —Te dejaste mimar. 

Estabas satisfecha, fingir mal humor valió la pena.