Recuerdos de un pasado olvidado (Cumple Coshoku)
Hace miles, incluso millones de años, cuando las galaxias empezaban a formarse, hubo unas criaturas que, agraciadas con el poder de utilizar la energía Caos a su antojo, compartieron con todas las criaturas que pudieron esa bendición, otorgando mayor prosperidad a sus planetas y favoreciendo la creación de más y diversa vida, proporcionando también ayuda en el desarrollo de la tecnología, siendo así unos seres venerados en muchas mitologías a lo largo y ancho del Universo.
Sin embargo, después de una violenta guerra en el que aquella energía se vió perturbada, la gran mayoría de planetas bendecidos con esta por esa raza sufreron crisis de todo tipo, algunos con cambios climaticos inesperados, otros con perdida de biodiversidad, y otros con enfermedades, siendo pocos los que lograron no verse afectados por aquella catástrofe.
Por suerte, con el tiempo esa energía se fue estabilizando, y si bien ya no podían contar con la ayuda de aquella raza benevolente para recuperarse, con esfuerzo todos los planetas lograron prosperar de nuevo, al punto en que ya casi nadie recuerda aquella gran catástrofe, menos aún la existencia de aquella raza que desde un inicio los ayudó.
Si bien los planetas se recuperaron, hubo unos pocos que, aunque en un escaso porcentaje, aún podían sufrir las consecuencias de la catástrofe.
Eso ocurría en donde centraremos la vista, un planeta próspero con abundante agua, clima templado en prácticamente toda su superficie y donde su gente era muy apegada al mar.
Para ellos, la catástrofe los afectó con una fuerte epidemia a la que llamaron "poulinia", una enfermedad en sus inicios cutánea, que poco a poco se va extendiendo por todo el cuerpo del paciente, necrosando este a medida que avanzaba, provocando la muerte a temprana edad debido a fallos orgánicos causados por la "muerte" de algún órgano vital.
Si bien lograron salvarse muy pocos, estos pudieron continuar sus vidas tras la epidemia, o al menos la gran mayoría, pues lo que no sabían es que todos tenían podían transmitir la poulinia a su descendencia, siendo que, si el bebé nacía con alguna parte de su cuerpo completamente negra o con algún granito oscuro, ese bebé estaba infectado.
Para cuando se dieron cuenta, se decidió que, para ahorrar sufrimiento a los padres y a la criatura recien nacida, se dormiría al bebé para poder ofrecerlo al mar, de tal forma que así este no tendría que pasar por los intensos picores que la necrosis producía, así como no corría el riesgo de acelerar aun mas su propia muerte al reventarle alguno de los granos que se formaba en su piel necrosada ni se veía decaer hasta finalmente morir en un dolor constante.
Sin embargo, a pesar de esta ya larga tradición, hubo una pareja de lobos que ansiaba con todas sus fuerzas tener un hijo, pero debido a que tuvieron muchas dificultades para engendrarlo, cuando por fin supieron que serían padres, la felicidad fue enorme, preparando todo lo necesario para la llegada de su pequeño.
Cuando llegó el gran día, tras un algo largo parto, el llanto de un pequeño lobito cobrizo se hizo presente, llanto que solo en el calor de los brazos de su madre se fue calmando mientras tomaba su primera comida.
-Felicidades chicos, ¿cómo se va a llamar? -pregunta la matrona que había estado allí ayudando en el parto.
Ambos padres se miraron mientras observaban a su pequeño, y tras sonreir, finalmente el padre contesta -Cole... Se va a llamar Cole.
-Gran nombre, de seguro tendrá una vida pros... Oh... -la alegría en el rostro de la matrona se fue al fijarse en la planta del pie del recién nacido, donde tenía una manchita negra que, si bien era pequeña, contrastaba demasiado con su color cobrizo, suspirando mientras bajaba las orejas al tener que arruinar la felicidad -Lo siento chicos... tiene poulinia...
El rostro de ambos padres también cambió por completo al escuchar que su mayor temor se volvió realidad, pero en cuanto la matrona trata de agarrar al niño, su madre lo aparta de ella echando sus orejas hacia atrás -Ni se te ocurra tocar a mi pequeño... N-no está infectado... Solo es una marca de nacimiento, no es poulinia... -ella se quería aferrar a eso, llevaba toda la vida deseando ser madre, y ahora que lo era, no permitiría que le quitaran a su hijo, iba a encontrar la cura, estaba segura.
-Maggie, por favor... -empieza a decirle la matrona -Sé que les ha costado siquiera embarazarse... Y de verdad que me gustaría que estuviera sano... Pero la poulinia lo va a matar, quizás antes de que hable siquiera, puede que antes de caminar... O puede durarle más y causarle solo sufrimiento... Y a vosotros también... -empieza a decirles para que entendieran lo que había -¿Van a dejar que su hijo sufra toda su vida?
-Va a estar bien... Cole no va a sufrir, va a estar perfectamente y tendrá una vida normal, como los demás niños -replica ahora el padre acariciando la cabeza del pequeño, que no entendía que pasaba, simplemente se acurruca en los brazos de su madre para dormir.
A pesar de insistir, los padres fueron aún más tercos en que el niño iba a vivir, y así fue.
Ya que la enfermedad había empezado en la planta de su pie derecho, desde siempre lo acostumbraron a andar en muletas para que, cuando su pierna quedara inútil, pudiera seguir desplazándose sin demasiada dificultad.
Sin embargo, a sus cinco años el pequeño quiso salir de su casa a jugar con otros niños, y si bien sus padres aceptaron, no fue muy bien que digamos.
-¿Puedo jugar? -pregunta el pequeño lobito moviendo su cola mientras se acercaba a otros niños.
-Chi, pero po qué usas eso? -le pregunta uno de los niños curioso al ver la muleta.
-Mami y papi dicen que la nesesito para andar -le responde manteniendo el peso de su cuerpo en la muleta y su pierna izquierda.
-¿A ver? -movido por su curiosidad, uno de los niños termina quitándole la muleta en toda su inocencia, haciendo que el lobito tenga que apoyar su pierna derecha en el suelo.
-Ey, ¡dámela! -le reclama bajando las orejas yendo tras él cuando empieza a correr con la muleta, al menos hasta que se tropieza al no estar acostumbrado al correr con sus dos piernas.
Al verlo en el suelo, los demás se acercan para regañar a quien le quitó la muleta y ayudarlo, pero al ver que toda la planta de su pie era negra, tenía sangre y algo de pus por los granos que explotaron al correr, gritan asustados alejándose todos corriendo.
Debido a esto, el lobito se termina sentando en el suelo con sus orejas bajas, empezando a picarle su pie y, mientras se lo rascaba con cierto desespero por el picor, empieza a llorar con fuerza llamando a sus padres, que al escucharlo, van rápidamente hacia él y se lo llevan de regreso a la casa para prepararle un baño con agua templada, pues descubrieron que eso "calmaba" la enfermedad y relajaba al pequeño, aunque esta vez seguía llorando desconsolado por el mal rato pasado.
Así pasaron varios incidentes en la infancia del lobito, donde en un inicio los niños sentían curiosidad por sus muletas, pues debido a aquella primera vez que corrió, el pus de sus granos entró en contacto con su otra pierna, volviéndose estas cada vez más y más negras, pero debido a la curiosidad de los niños, terminaban huyendo despavoridos por la sangre que terminaba saliendo de los granos reventados de sus piernas, lo cual provocaba que este se rascara más llorando de dolor y miedo mientras llamaba a sus padres, regresando así a la bañera para calmar el picor.
Así siguió pasando el tiempo hasta que quedó anclado a una silla de ruedas, pues ya a los 10 años sus piernas eran complétamente inútiles, y ya parte de sus brazos y pecho también debido al pus cuando se rascaba, siendo ya esos picores más frecuentes.
Sin embargo, sus padres siempre estaban allí para él, volcaban casi todo el tiempo en el cuidado de su pequeño, y este cada vez se sentía más una carga, sobre todo cuando ya nadie se acercaba a él porque ya era más que evidente su poulinia, provocándole las miradas y los murmullos una ansiedad que solo incrementaba la "fuerza" de sus picores, volviéndolos insoportables y rascandose como buenamente podía entre lágrimas de dolor, ignorando la sangre y el pus que terminaba brotando de su piel al ir reventándose los granos al rascarse.
Todo esto fue a peor hasta que, a sus 12 años, gran parte de su pecho, una de sus mejillas, parte de su cuello, sus antebrazos y sus piernas al completo estaban necrosadas, y por suerte o por desgracia, la enfermedad aun no afectaba a sus órganos, pero obligado a pasar el tiempo en una cama al ser imposible el moverse.
O al menos eso fue durante un año, pues poco antes de su cumpleaños empezaba a costarle respirar, y si bien seguía respirabdo bien y por su cuenta, si había momentos en los que le costaba, siendo un indicio de que la necrosis empezaba a atacar a sus pulmones, y debido a la ansiedad que esto le causaba, de la cama pasó a estar casi por completo a remojo en una bañera, para que el dolor no fuera demasiado y pudiera estar tranquilo y relajado en el agua, respirando sin demasiados problemas.
Fue un día en el que su madre estaba cambiando el agua de la bañera con él medio sentado a su lado que lo nota decaído -¿Que pasó cariño? ¿Te pica algo? -le pregunta sosteniendolo con cuidado y poniéndolo en el agua de nuevo.
-Mamá... ¿S-soy una carga?... -le pregunta bajando sus orejas.
-¿Qué? Claro que no mi vida... -responde acariciando su cabeza, concretamente en una de sus orejas buscando que sonriera, cosa que no pasó.
-P-papá y tú discutís mucho... Y n-no quiero que s-sigan peleando... -continúa el más pequeño con ganas de llorar, y es que escuchaba perfectamente como sus padres discutían acerca de su vida, siendo que el padre no podía seguir viendo a su hijo sufrir así y quería que acabara, por su bien y el de ellos, mientras que la madre insistía en que su hijo viviría y sería feliz, que solo era una mala racha y que pronto encontrarían la cura para salvarlo del dolor.
Al saber esto, su madre suspira algo pesado -Cole, no te preocupes, si? Mamá va a encontrar una cura para ti, ya lo verás -le dice dejando un beso en su frente.
Pero el niño ya no quería vivir, no así, estaba cansado de estar atrapado en esa bañera, de no poder salir del agua, de sentir la intensa necesidad de rascarse sus piernas y brazos a sabiendas de que sus granos reventarían y empeoraría todo aún más, pero ya no le importaba, solo quería liberarse del dolor, y de paso a sus padres.
Fue así como siguió sobreviviendo a lo largo de los meses, hasta que una enorme nave llega a los cielos y un zorro de gran altura baja de esta para observar a su alrededor, y como había bajado cerca de la casa del lobito, pudo notar perfectamente que estaba enfermo, poniendo así esa excusa ante los lugareños que se mostraban a la defensiva amenazandolo con lanzas y arcos, exponiendo que era un médico capaz de curar cualquier enfermedad, incluida la poulinia.
Ante esto, aunque desconfiaban algunos, terminaron aceptando su presencia, y fue la madre de Cole quien le pidió que sanara a su hijo, diciendole que tenía poulinia y bastante avanzada.
-En ese caso -comienza a responderle -Tendré que llevármelo conmigo, la cura es frágil y solo esta en mi planeta natal, y estamos demasiado lejos como para asegurar que llegue intacta. Pero no se preocupe, yo llevo a su hijo a mi hogar, allí sanará, y lo traeré de vuelta.
Y así fue, en un par de días, los padres se despieron de su pequeño, asegurándole que se iba a poner bien y que viviría por mucho mas tiempo del que creía, sin saber que aquella iba a ser la última vez que verían a su hijo.
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Pasado un largo tiempo, una cápsula se abre en aquella misteriosa nave, y aquel zorro miraba orgulloso al ser que salía de esta.
-El prorotipo ha sido todo un éxito. Bienvenido de vuelta, Coshoku.
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