Puerta.
Escucha en soledad la melodiosa voz de Nakahara al otro lado de la puerta. Risueño y bailarín recorriendo la habitación, tomando objetos y doblando ropas para el interior de un armario lleno de prendas cálidas, amontonadas con destreza y de colores de su misma naturaleza.
No se ha dado cuenta que está allí.
No se ha dado cuenta que se tambaleó hasta allí.
Canta como un pajarillo que no sabe que le apuntan desde la distancia.
El retumbe constante de tambores en su corazón se calma con prontitud.
Lleva su frente a la madera de la puerta, con los codos a las muñecas sangrantes, recarga su peso contra la misma. En la desolación del pasillo solo escucha la alegre entonación francesa que su compañero canta con fuerza.
Sus ojos arenosos se cierran poco a poco.
—Lo hiciste de nuevo.
El canto deja de colmar sus nervios y arrullarle. La ronca voz de Chuuya le llama, tan cerca que puede sentir su calor al otro lado de la puerta. Sonreiría pero el otro no puede verlo. Entonces Dazai lo sabe por su voz que no sale, por las palabras que no pronuncia y por la mano en el pomo que no es girado. Abrir significa salvarle.
La fría sangre gotea.
En su habitación los colores tintos se iluminan con el amanecer del ventanal. En el pasillo la oscuridad opaca las fúnebres luces artificiales. Uno al otro lado del otro.
Un quejido recorre sus cuerdas y un suave golpe choca contra la superficie. Las pelirrojas hebras se sacuden acariciando la madera iluminada.
Tan acostumbrados a las despedidas y saludos a la muerte es por lo que dudan.
Se da cuenta que está muriendo.
Se da cuenta que puede dejarlo morir.
La primera vez el pelirrojo corrió a su auxilio. La segunda el castaño bromeo risueño. En ambas y muchas más la gente les rodeaba. Nakahara lo entendió rápidamente. Comprendió la ligereza de su instinto. La necesidad de su cinismo infantil frente a todos.
Y le dio rabia.
Bufo y gruño... hasta que ocurrió:
La verdadera primera vez.
El no rio ni bromeo, no palmeo su hombro y se burlo de su preocupación. Se mantuvo en inmortal silencio. Su cuerpo peso al mirar esos ojos que lo evitaron y mordio su labio por no ver derramar ni una sola lagrima.
Ahora su cuerpo también pesaba.
Seco las lágrimas raspando sus mejillas con el dorso de su mano y abrió.
Se dio cuenta que no podía.
Callo de rodillas y el pelirrojo hizo lo mismo para sostenerle. Osamu se dejó hacer y las manos de Chuuya removieron sus cabellos. Con el rostro escondido en su hombro la taquicardia que su voz había calmado antes fue reemplazada por su aroma.
—Dazai...
Sin darse cuenta ambos cierran los ojos.
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