Tómalo y déjalo
Denise apareció en un lugar totalmente diferente. Notó enfrente suyo una gran pared, tanto que no podía ver el fin. Y nada más a su alrededor.
Era una gigante habitación vacía.
Un sonido repentino la alertó, dos portales aparecieron.
Denise se preparó para atacar.
—¿Ahora te divides en dos, Izumi? —soltó, adornando con mofa su tono—. No uses conmigo el mismo truco.
—No qué quién seas. Pero no soy Izumi —dijo una rubia de ojos violeta.
—Hemos sido traídas aquí por el mismo desafío —agregó la otra. Una pelinegra que, a kilómetros, podría descifrar como licántropa.
—¿Estaban en el bosque de la Luna? —cuestionó Denise desconfiada.
Ambas asintieron.
—¿Y acaban de llegar a "su desafío"? —prosiguió con su interrogatorio.
—Hace menos de una hora escuchamos el discursillo de la hechicera y nos metimos por los portales —explicó la chica lobo—. ¿No estabas ahí?
—Por supuesto —afirmó Denise.
«¿Decidiste darme un trato especial, Izumi?», pensó, usando la ironía como regulador de su molestia.
—Bienvenidas, queridas —la voz de la hechicera resonó por todo el lugar, pero solo eso—. He decidido juntarlas para este desafío por sus capacidades. Asumí que guerreras tan buenas podrían superarlo sin mucho problema, ¿cierto? —dijo, riendo levemente al final.
—Solo dinos qué hay que hacer. —La vampiresa bufó.
—Siempre tan enérgica, Denise —ironizó la hechicera—. Encuentren la puerta al final del laberinto.
—¿Y a dónde nos lleva? —inquirió la rubia.
—Una cosa a la vez, Kristal —respondió Izumi—. Por ahora, esto. Y tengan en cuenta que, cada segundo que pasa, las acerca más a la detonación de una sorpresa.
—¿Qué significa eso? —soltó la licántropa, apuntando hacia arriba con la lanza que traía.
—¡Qué comience el juego! —Y fue lo último que le escucharon decir antes de que la gran pared se abriera, dejando ver un pasillo.
La primera en acercarse fue la pelinegra.
—No deberías ir con tanta prisa, lobita—le advirtió Denise.
—Sea lo que sea que nos tenga preparado, no me quedaré aquí esperándolo —planteó—. Y mi nombre es Leyla, chupasangre.
—Como quieras. —La vampiresa se limitó a observar como Leyla entraba, seguida de la tal Kristal.
Pero esta primera en entrar se llevó una sorpresa. Y fue un fuerte golpe en la cabeza al intentar atravesar el pasillo corriendo.
—Te lo dije, querida —Denise imitó la voz de Izumi y pasó junto a ella.
—¿Laberinto de ilusiones? —La de ojos violeta arrugó el entrecejo.
—No confíen en sus ojos —agregó la pelirroja—. Tenemos otros buenos sentidos... —observó a Kristal, dudosa—. al menos la lobita y yo.
—Soy una semielfa —le aclaró—. También tengo.
—Con razón el aroma a humano —pensó Denise, en voz alta.
—Ni se te ocurra probarme —advirtió, sacando su ballesta.
—¡Está bien! —Levantó ambos brazos en son de paz.
Decidieron continuar.
***
Las tres deambularon por el laberinto. Se toparon con puertas falsas y más pasillos engañosos, incluso anduvieron en círculos por unas horas. Irritadas y cansadas, pararon para descansar; sentándose en el suelo.
—Esto es imposible —soltó Kristal, masajeando sus piernas.
—No descansaré hasta que tenga esas gotas —habló Leyla, volviéndose a parar.
—Calma, lobita —espetó Denise—. No resolverás nada impacientándote.
—Le llevaré esas gotas a mi líder y obtendré un alto rango en la manada —habló testaruda— No espero que una chupasangre y una impura lo comprendan.
—¿Cuál es tu problema? —saltó Kristal, indignada.
—Si tengo que pasar sobre ustedes... —Leyla empuñó su lanza—. Eso haré.
La tensión era palpable. La semielfa tenía una mano sobre su ballesta y la vampiresa —aunque desarmada— estaba preparada para un combate cuerpo a cuerpo en cualquier segundo.
Justo antes de que pensaran en abalanzarse una sobre otra, Denise notó cierto detalle.
—Esperen —pidió la vampiresa, con la mirada en otro lado—. Hay algo brillando por allá.
Leyla y Kristal voltearon. Se percataron del resplandor casi invisible que daba en la pared de uno de los pasillos que las rodeaban.
Habían encontrado un cuarto lleno de tesoros.
—¡Increíble! —expresó Kristal, fascinada con la cantidad de oro a su alrededor.
—Cuidado donde tocan —alertó Denise, antes de ponerse a recorrer la habitación.
Vieron un mensaje inscrito en la pared del fondo: "Todo lo que puedan llevar".
Qué tentador, ¿no?
Leyla agarró un cofre, repleto hasta el tope de doblones, y lo cargó consigo. Kristal tampoco perdió oportunidad y llenó sus bolsillos.
Denise, en cambio, halló dos dagas entre todas las monedas. Fue lo único que llevó consigo.
Luego de abandonar el lugar, decidieron proseguir con su caminata a ciegas por otro rato más.
***
—No deberíamos seguir —planteó la pelirroja, después de toparse con la tercera ilusión.
—¿Y qué pretendes? —preguntó Leyla jadeante, más cansada por soportar el peso del cofre en su hombro.
—"Cuando estés por un camino engañoso, deja una marca". —Denise citó las palabras de su padre, una de las tantas lecciones en que el general Levine le había instruido.
—¿Marca? —repitió Kristal, tratando de captarlo.
—Dame las monedas que traes —le ordenó la pelirroja.
—¿Qué? —La rubia dudó, pero finalmente accedió.
En menos de dos horas se acabaron las monedas. La vampiresa y la semielfa por fin coincidieron en una cosa.
—No se las daré —gruñó Leyla.
—¿Quieres morir en un laberinto por unas estúpidas monedas? —soltó Denise, desesperándose.
—Entiendo lo que sientes —intervino Kristal—. pero no nos queda de otra.
Arisca a la idea, Leyla fue dejando parte de su oro por el camino. La última moneda cayó frente a una puerta.
—¿Es real? —cuestionó Kristal esperanzada.
—Solo hay una manera de saberlo. —Denise acercó su mano y...¡no se desvaneció!
Un alivio la invadió por dentro.
—¿A dónde vas, Leyla?
La pelirroja volteó al escuchar a la semielfa.
La pelinegra echaba doblón tras doblón de vuelta al cofre. Tan concentrada en recuperar el oro que ni siquiera se inmutó cuando la nombraron.
—Leyla, vuelve aquí —demandó Denise.
Un terremoto sacudió todo el lugar de pronto. Y, la tierra detrás de Kristal y Denise, se abrió completamente.
Ambas observaron horrorizadas cómo la pelinegra se perdía en el oscuro abismo.
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