Sed de primeriza
«Está perdida entre la espesa niebla. Se desespera buscando una salida. De pronto, siente unos pasos rápidos, cada vez más cercanos. Pero no sabe de quién. Entonces, un dolor increíblemente abrumador atraviesa su abdomen y suelta un alarido. La sangre comienza a brotar a borbotones y... »
—¡¡Ah!! —Kristal despertó.
Ver su torso vendado con un pedazo de su propio vestido —manchado de sangre— le indicó que no había sido un simple sueño. Observó a su alrededor confundida, intentando descifrar dónde se encontraba.
—Estamos en una villa —respondió una voz conocida. Y allí, en el rincón más oscuro de aquel supuesto callejón, encontró a la vampiresa pelirroja.
—¿Villa? —Kristal frunció el ceño—. ¿Cuándo pasamos por la puerta? Y sobre todo: ¡¿me apuñalaste?! ¡¿por qué no me duele?!
—Con calma, rubita. —Denise se encaminó hacia ella—. Fue culpa mía. Te confundí con otro y... en fin, me descontrolé. Lo siento.
—Irónico, un vampiro dejándose llevar por sus emociones. —La pelirroja enarcó una ceja ante ese comentario.
—Solo espera y verás cuánto podemos llegar a sentir los vampiros.
Y aunque extrañada por aquellas palabras, Kristal se levantó dispuesta a salir. Mas cuando el sol rozó sus dedos, sintió un ardor insoportable, como si hubiera puesto su mano en el mismísimo fuego.
—¡¡Arg!! —gruñó adolorida. La chica retrocedió sosteniendo su palma y miró su compañera, quien no se mostraba nada sorprendida al respecto—. ¡¿Es algún truco de la maldita puerta?!
—Me temo que no. Esto solo significa que tu transformación está casi completada.
—¿T-Transformación? —La semielfa, asustada, dejó caer su espalda contra el muro y se agarró el pecho. Las piezas comenzaban a encajar.
—Escúchame, Kristal —Denise atrajo su atención con una suavidad peculiar—. Mi sangre no funcionó, transformarte fue la única manera de mantenerte con vida.
—¿Vida? ¡¿Lo vampiros están vivos?! ¡¡Ahora me he convertido en un...!! —Calló abruptamente cuando sintió una fuerte punzada en su estómago.
—Lo sé, lo sé. Pero ahora tu cuerpo quiere alimentarse y no le interesa tu opinión al respecto. —Denise se devolvió a la esquina y regresó con una prenda negra entre manos—. Ponte esto y vámonos.
Kristal se colocó aquella capucha —que le quedaba un poco grande— y caminó lentamente detrás de la pelirroja.
—No pasa nada —la pelirroja intentó calmarla—. Solo mantén tus brazos cubiertos.
Ambas chicas andaron silenciosas entre casas y callejones. A Kristal le extrañó que no hubieran casi personas —por no decir que no había visto ni un alma en el lugar.
—Celebran un torneo. La gente está reunida viendo las justas —expuso Denise al notar su ceño fruncido.
La rubia procuraba mantenerse cubierta, pero no pudo evitar preguntarse por qué la vampiresa frente a ella iba libremente sin más tapadera que su ropa.
—¿No te quemas con el Sol?
—Mi padre me llevó con una vieja bruja que me hizo inmune a sus rayos—replicó, mientras levantaba la manga larga de su camisa para mostrarle el tatuaje en su hombro. Era una palabra en algún idioma antiguo que no alcanzaba a identificar—. Significa "sombra".
—Entiendo —la rubia asintió. Y antes de que pudiera seguirla interrogando, se detuvieron. O más bien, Denise se detuvo.
—Oye, Kristal. —La pelirroja se removió inquieta antes de proseguir—: Tu transformación... creó un vínculo entre nosotras. Siento tu sed. Y me está costando un montón controlarme, con el tiempo que llevo sin comer—. Mientras le explicaba, la rubia pudo notar que sus ojos alternaban entre ese gris característico y un ocre brillante. El mismo que brillaba en su propia mirada sin haberse percatado.
—¿Qué haremos? —cuestionó Kristal.
—Podríamos cazar animales o escabullirnos en el castillo.
—¡¿A por humanos?! —Abrió la boca estupefacta—. ¡Estás loca si crees que aceptaré!
—Bien, al bosque será. —finalizó la pelirroja y retomaron rumbo hacia allá.
El hambre de Kristal seguía punzante en su estómago, como si tuviera un vacío abismal allí.
Denise, entre tanto, se contenía, enfocando todos sus sentidos en conseguir algo. En un pestañeo, atrapó a una liebre detrás de unos arbustos.
—¿Necesito hacerlo? —Kristal miró al animal que mantenía inmovilizado, repugnada con la idea—. Esto va completamente en contra de la ética élfica.
—Eres una semielfa y una recién transformada. Solo cierra los ojos e hinca tus colmillos.
Kristal, aunque reacia, siguió las indicaciones de su compañera. Para su sorpresa, resultó más fácil de lo que esperaba. La sangre —que categorizaba como ni buena ni mala— recorrió su garganta seca, apaciguándola. Pero necesitaba más, mucho más.
Sus ojos violetas habían desaparecido. Orbes ocre brillaban ahora, ansiosos. Olfateaba el olor a humano. Oía palpitar sus corazones. Incluso, percibía el olor de la sangre que desprendían algunos rasguños de los caballeros heridos durante los combates.
Todo parecía totalmente apetecible.
—Kristal... —llamó Denise. Pero la rubia se apresuró hacia el castillo y no pudo hacer más que seguirla.
Finalmente, paró frente a una pareja que deambulaba por los alrededores del castillo y los acorraló.
—¿Vas a hacerlo? —inquirió la pelirroja.
Sin embargo, Kristal estaba fuera de sí. Arremetió contra el muchacho y comenzó a beber como animal salvaje.
Denise seguía sintiéndolo, toda esa sed de primeriza recaía sobre ella con el mismo peso. Entonces, tenía que menguarla, aunque fuera con esa pobre chica asustada enfrente de ella.
Ambas vampiresas comenzaron a alimentarse frenéticamente. Las personas que dejaron la ciudadela o se quedaron merodeando afuera, fueron víctimas de su hambre voraz.
Kristal los secaba. Denise los soltaba antes de que pudiera matarlos.
Casi diez personas después, la pelirroja se sintió más fuerte, capaz de lidiar con la bestia junto a ella. Entonces, se abalanzó sobre Kristal antes de que acabara con su víctima número dieciocho y comenzaron a forcejear.
Entre vueltas y puñetazos, Denise pudo notar la puerta que había aparecido frente a ellas. Así que mordió su muñeca y se la pegó en la boca a la rubia descontrolada que tenía agarrada en una llave. Aprovechó que se había concentrado en tomar su sangre para arrastrarla hasta allí.
Y cuando lograron cruzar... comenzaron a caer. ¿A dónde habrían llegado exactamente?
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