Capítulo Nº 9: «En compañía del miedo» - La marca tenebrosa -
¡Lumos!
9:00 – 29 de Diciembre.
Severus traspasó la puerta de su casa con su varita en alto. Buscaba a su padre. Había acompañado a Lily hasta su casa y no podía soportar el recuerdo de sus lágrimas. Tenía que hacer algo.
—¿Dónde estás? —gritó con la voz tan llena de amargura como de rabia.
—¿A quién buscas, hijo? —quiso saber su madre que salía de la cocina con algunos paquetes en sus manos. Su rostro se veía alarmado, pues nunca había oído a Severus elevar la voz más de lo necesario.
—¡Al infeliz de mi padre! —exclamó el joven, abriendo las puertas de cada habitación que tenía aquella humilde casa—. ¿Dónde te escondes, cobarde?
—Severus, ¿qué ha pasado, hijo? ¿Qué ha hecho tu padre esta vez?
—Ese miserable le ha quitado la vida sin motivo a una pequeña cervatilla que Lily y yo estábamos cuidando —contó el muchacho con los dientes apretados y la rabia creciéndole en su interior.
—Pero, ¿cómo es eso posible? —se preguntó incrédula Eileen.
Un grueso mechón de cabello negro cayó sobre el rostro crispado de Severus cuando abrió la puerta que daba al pequeño patio de la casa. Allí estaba Tobías, sentado en un descascarado y viejo pedazo de tronco, lustrando su escopeta con una gamuza harapienta.
El muchacho aceleró su paso con decisión, y sin siquiera decirle nada, le lanzó un hechizo para quitarle el arma de las manos. De inmediato, le lanzó un «desmaio» que lo expulsó contra el tapial lleno de escombros que lindaba con el terreno de al lado.
—¡Severus! —gimió su madre detrás. Lentamente se acercó a su hijo para evitar que cometiera un error más grave que el que ya había cometido. Acababa de utilizar dos hechizos que no le estaban permitidos, pues aún no contaba con la edad necesaria para hacer conjuros fuera del colegio y, seguramente, el Ministerio de magia estaría siendo al tanto de ello—. Hijo, por favor, déjalo.
—No, él es un asesino y debe pagar —masculló apretadamente Snape, dispuesto a lanzar un tercer hechizo.
—Hazle caso a tu querida madre, Severus. No querrás ser expulsado de tu preciado colegio, ¿verdad? —Tobías disfrutaba ufanarse de la situación a pesar de estar en el suelo, desarmado y con una herida profunda en su cabeza a causa del golpe.
Severus miró su varita y pensó que con ella podría lastimar aún más seriamente a su padre si se lo propusiera, pero sabía que tanto él como su madre tenían razón. Si volvía a pronunciar otro hechizo sería expulsado. La bajó lentamente y la guardó en su túnica, tornando nuevamente sus entornados ojos hacia Tobías.
—Quizás no pueda hacer nada más ahora, pero algún día sí podré. Exactamente dentro de dos años —musitó, lentamente, el joven—. Y ese día, padre, te juro que nada me detendrá.
El joven Snape volvió sobre sus pasos e ingresó nuevamente a la casa; Eileen lo miró con tristeza, sabía que aquel dolor mantendría firme aquella promesa y temía no sólo por la vida de Tobías, sino por el daño que Severus tenía en su corazón.
—No te preocupes, Eileen, tu hijito adorado no es más que un cobarde —rumió su esposo, levantándose del suelo y limpiándose el polvo de su ropa.
—¡No lo llames cobarde, Tobías! —enfatizó Eileen—. Recuerda que tiene una madre que es una bruja y sí puede lanzar conjuros.
La mujer siguió los pasos de su hijo al interior de la casa y dejó a un pálido Tobías parado con un gran nudo en la garganta. Él sabía que Eileen nunca se había atrevido a hacerle daño por el gran amor que le tenía, pero ahora dudaba seriamente de que siguiera respetándolo.
23:56 - 31 de Diciembre.
Cuatro minutos de tiempo restaban transcurrir para darle la bienvenida a un nuevo año.
En la casa de Lilian, sus padres y abuelos descorchaban botellas y abrían paquetes de confituras para festejar con un gran brindis la llegada del mismo. Petunia se balanceaba junto a la ventana con una copa del típico ponche familiar hecho con cogñac y frutas rojas. Se hallaba contenta por haberse deshecho de la mascota de su hermana y su novio, pero aún así sentía una leve molestia por no haber podido también deshacerse de él. Tenía por eso un extraño rictus de amargura en su sonrisa que la hacía verse poco natural.
Unos pasos más alejada, estaba Lily, sentada en una alargada banqueta de madera y fieltro rojo, con los ojos vidriosos de tanto llorar los días anteriores y sin ánimos de festejar nada.
—Lilian, querida, acércate a la mesa, ya van a dar las doce y vamos a brindar —le pidió su madre, acariciándole el cabello y luego ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse.
—No me siento bien, mamá. Extraño mucho a Almendra —manifestó la joven—. ¿Crees que papá y los abuelos se molestarán si subo a mi habitación ahora?
—Está bien, cariño, sube. Les diré que estás algo descompuesta por el exceso de confituras —asintió la señora Evans—. Acuéstate y descansa, luego iré a verte.
Lilian se escabulló hacia su habitación sin ser vista por nadie más que su madre y por Petunia que se daba cuenta, en ese instante, de la gran tristeza que le había causado a su hermana menor.
Minutos más tarde, el cielo se iluminó con las luces imponentes de miles de fuegos artificiales. La algarabía de la gente se notaba en las calles y en las exclamaciones. Aquel concierto de cálidos destellos que se proyectaban en el cielo, duró al menos una hora y fue menguando a medida que también la gente lo hacía con sus festejos y se iba guardando en sus hogares para continuar su alegría en la intimidad.
Estaban ya llegando su fin los centellantes fuegos de artificio y las risas, cuando se escuchó un estruendo que sacudió varias cuadras. Luego de éste, varios minutos después se oyó otro con igual magnitud y después todo se iluminó de color verde y varias luces del mismo color se elevaron al cielo dándole al ambiente un aspecto macabro.
Lo que sucedió después, fue inexplicablemente aterrador. Una imagen conformada por una calavera y una serpiente enroscándose a su alrededor y saliendo luego pro su boca, se materializó en el firmamento opacando las estrellas y volviéndolo todo más oscuro.
Sin dar tiempo siquiera a entender qué significaba aquello, unos desconocidos encapuchados y con máscaras metálicas que denotaban ser de oro y plata, se aparecieron desde distintas direcciones y comenzaron a aterrorizar a todo aquél que se hallara en la calle.
La alegría se volvió repentinamente una confusa obra de terror, algo que los muggles jamás podrían explicar, pues no podían discernir si se trataba de una broma de mal gusto de algunas desagradables personas o era algo sobre natural a lo que debían temerle como le estaban temiendo.
Lilian se asomó a la ventana de su habitación y observó con horror la situación. Tomó rápidamente su varita y levantó la ventana guillotina que daba al techo de tejas.
—Lilian... —la llamó una voz susurrante a unos pocos pasos apenas asomó su roja cabellera—. No te muevas, quédate dónde estás. Es peligroso.
Severus se hallaba oculto en uno de los árboles frondosos que daban justo a la ventana de la muchacha.
—Sev, ¿qué está sucediendo?
—No estoy muy seguro, pero no es nada bueno —aseveró el muchacho—. Será mejor que esperes adentro.
—Lo haré si tú también vienes —propuso Lily casi en un ruego.
El joven Snape apretó sus finos labios y muy despacio descendió de la gruesa rama hacia el techo de la casa, luego ingresó al cuarto de Lilian donde ambos se sentaron a esperar el siguiente suceso de aquella situación.
—¿Crees que esto tenga algo que ver con ese mago tenebroso que una vez oímos nombrar cuando éramos más pequeños? —indagó la muchacha, apretando fuertemente la mano de su novio.
—Es posible —contestó él mirándola a los ojos—. Pero no temas, Lily, no dejaré que nada te suceda a ti o a tu familia.
La dulzura y sinceridad de aquellas palabras, llevó a la joven a darle un beso en los labios a Severus. Él le correspondió tímidamente, pero consciente de que, en ese instante, no existía regalo más hermoso que besar al amor de su vida mientras afuera el cielo parecía un infierno de llamas verdes.
Una oscuridad repentina los alertó que algo había cambiado. Se separaron y observaron al mismo tiempo la ventana por la que antes se divisaban luces relampagueantes y una inmensa marca en el cielo.
Severus fue el primero en levantarse y sacar su delgado rostro al exterior.
—Ha cesado. Todos los enmascarados han desaparecido al igual que esa rara marca —comentó extrañado.
Lilian lo imitó y también asomó su cabeza para ver con sus propios ojos como la calma se restablecía y la oscuridad allanaba nuevamente las calles tranquilas de Cokeworth.
—Espero que sólo haya sido una broma de mal gusto de algunos tontos —indicó la pelirroja.
—Esperemos que sí... —murmuró Severus, frunciendo el ceño preocupado. No quería alarmar a su novia con sus pensamientos, pero él estaba convencido que aquello iba más allá de una simple broma de fin de año.
El pequeño y redondo reloj, apostado en la mesa de noche que Lily, marcaba la una y media de la madrugada. Aquello no había durado mucho, pero sí lo suficiente como para que todo el vecindario acallara sus exclamaciones de alegría y se encerrada atemorizada en la seguridad de sus hogares.
—¡Lily, hija! ¿Estás bien? —inquirió una voz angustiada que subía por las escaleras.
—¡Es mi madre! —reconoció la muchacha, girándose rápidamente.
Severus encontró refugio detrás de un alto armario que había cerca de la ventana y que, gracias a la oscuridad, lograba ocultar mejor la figura del muchacho.
La madre de Lilian abrió la puerta y abrazó a su hija asustada. La joven la abrazó también e intentó tranquilizarla. Luego de unos minutos, en que la mujer consiguió recuperar la calma, besó a su hija menor en la frente y se marchó deseándole una buena noche.
—Quisiera algún día ser tan buena madre como ella —suspiró la pelirroja. Severus salió de atrás del armario y apoyó ambas manos en los hombros de la muchacha.
—Lo serás —le prometió con una leve, pero cálida sonrisa.
Aquella había sido una semana muy larga y terminó bastante triste y extraña; Severus pensó que ya había sido suficiente y era mejor descansar de todo aquello. Ya estaban en 1976 y en pocos días tendrían que regresar a las tareas del colegio.
Acompañó a Lily, recostado a su lado en la cama, hasta que ésta quedó profundamente dormida entre sus brazos. Apoyó la cabeza de la joven en la almohada y le dio un suave beso en la frente antes de marcharse.
Volvía caminando con paso cansino hacia su casa, cuando vio parado en la puerta de la misma una figura alta y robusta que parecía hacer ademanes muy sofisticados para ser alguien que viviera allí.
Al ir acercándose un poco más, reconoció por su larga y sedosa cabellera rubia, al mismísimo Abraxas Malfoy. Estaba hablando con su madre y ésta parecía tan asustada como contrariada.
Se cobijó en la sombra que le propinaba una de las casas cercanas para poder escuchar lo que hablaban:
—Te lo repito por última vez, Eileen: no agotes la paciencia del Lord —siseaba Abraxas—. Hoy nos ha enviado a mí y a un grupo de novatos a buscarte. Ya no puedo seguir intercediendo por ti, ¡tienes que tomar una decisión!
—Lo sé, Abraxas, pero no puedo —admitía con gran angustia la mujer—. Prometiste que me darías tiempo hasta dentro de seis meses.
—Lo intenté, créeme que lo intenté —aseveraba Malfoy—, pero está completamente decidido a venir él mismo si es necesario. Y tú sabes que no podré detenerlo.
—Tienes razón, de nada sirve tener una prórroga cuando el final va a ser el mismo... —se lamentó Eileen, bajando su cabeza y echándose a llorar con tanto dolor que el rostro de Abraxas transmutó en un gesto de lástima.
—Debo irme, Eileen —murmuró él apoyando una de sus delicadas y grandes manos en uno de los huesudos hombros de ella—. Sólo vine a advertirte. Ya no estarás a salvo —advirtió—. Toma una decisión.
En cuestión de segundos, Abraxas desapareció en un suave remolino de humo gris.
Eileen cayó devastada al suelo y allí continuó llorando abrazada a sí misma como si tuviera frío y nada pudiera abrigarla.
Severus salió de dónde estaba y caminó presuroso hacia ella, se arrodilló a su lado y sin decirle una palabra, la abrazó con fuerza.
—Hijo...
—Todo va a estar bien, mamá —le prometió.
—Sí, claro que lo estará —mintió ella, sollozando.
—Entremos, será mejor que te abrigues un poco, está helando —advirtió el joven, ayudándola a levantarse.
Una vez que ambos hubieron entrado a la casa, Severus puso a calentar una gran tetera con agua sobre la hornalla. Sacó dos bolsitas de té de la alacena y una vez que el agua hirvió, preparó las infusiones para ambos.
—Aquí tienes, mamá —ofreció una de las tazas a su progenitora que se había concentrado en el fuego de la chimenea. Aún tiritaba de frío, pero Severus sospechó que sus temblores se debían más a la conversación que había tenido con Abraxas.
Apoyó su taza de té en la mesa, y tomándola de las manos, la animó a mirarlo a los ojos.
—¿De qué hablaban con Abraxas, mamá?
Eileen empalideció como la nieve cuando escuchó la pregunta de su hijo. ¡Los había visto! Posiblemente también los había escuchado, pero, ¿cuánto había oído?
—Nada de lo que debas preocuparte —respondió con cierta tensión en la voz.
—Mamá, escuché suficiente como para preocuparme —musitó—. Confía en mí y dime cuál es esa decisión que debes tomar.
—Hoy ha sido un día largo, Severus. Quiero que te vayas a dormir —manifestó Eileen, levantándose de la silla y así omitiendo por completo la pregunta de su hijo.
Severus la miró con gran intriga en su interior; ¿qué le ocultaba su madre? Sabía que no conseguiría hacerla hablar, por eso sería mejor fingir que había entendido que era mejor marcharse a dormir que seguir insistiendo.
Se levantó de su silla y le dio a su madre un suave beso en la frente. Era unos cuantos centímetros más alto que ella y por eso ella tenía que levantar su rostro para mirarlo a los ojos. Así pudo ver como los de su madre estaban cargados aún de lágrimas y con un profundo dolor en sus pupilas.
—¡Que descanses, mamá! —dijo.
Dio media vuelta lentamente y se encaminó a su habitación, al pasar por el cuarto de sus padres escuchó los ronquidos aislados de Tobías que como siempre estaba ausente y no le importaba.
07:15 – 1º de Enero de 1976
El resto de la noche fue de bastante corta. Severus concilió el sueño a las tres y media de la madrugada. Por la mañana bien temprano, se escabulló de su casa tras un frugal desayuno y sin pasar a ver primero a Lilian, como hacía cada día desde que habían vuelto a Cokeworth, se dirigió hacia una parada de autobuses que lo llevara a Yorkshire.
Una hora más tarde, estaba en la zona oeste de Yorkshire, precisamente a un par de pasos de la Residencia de Abraxas Malfoy y su familia. Caminó lo que le restaba para llegar hasta allí y, sin titubeos, golpeó tres veces la aldaba con forma de águila que colgaba en el frente de la enorme puerta de roble.
Segundos después, fue recibido por un elfo doméstico con nariz redonda y grandes ojos color café. Éste lo hizo esperar en la entrada de la sala principal y fue en busca de su amo.
El propio Abraxas apareció unos minutos después con un gesto de satisfacción y sorpresa en su rostro.
—Severus Snape, qué gran sorpresa tenerte en mi casa, muchacho —exclamó extendiéndole una de sus blanquecinas manos, la misma que la noche anterior había apoyado en el hombro de su madre—. Sígueme.
Entraron a un enorme y lujoso despacho en donde tomaron asiento. Abraxas era inteligente y no se nadaba con vueltas. Sabía que Severus no estaba allí por una simple visita o mera casualidad. Él estaba allí porque Abraxas era el único que podía responder a sus preguntas.
—Bien, te escucho, Severus —lo animó, aún sabiendo lo que éste iba a preguntarle.
—Quiero que me cuente toda la verdad —inició Severus—. Quiero saber qué decisión debe tomar mi madre, por qué y quién la está obligando a tomarla.
Tal y como Abraxas imaginaba, Severus era extraordinariamente inteligente, despierto, suspicaz e intuitivo para su corta edad. No se había equivocado cuando pensó que realmente él sería un muy preciado mortífago para el Señor Oscuro.
Por eso no dudó el contarle toda la historia de su madre, ni del por qué ella estaba condenada a morir y cuáles eran sus únicas opciones.
Sabía que Severus la amaba y que no existirían obstáculos al momento de sacrificarse por ella. Así como Eileen ofrecería su vida sin dudarlo por él y por Tobías, el mismo Severus lo haría incondicionalmente por su madre.
Pero nadie le pedía que entregara su vida, por el contrario, el interés residía en sus maravillosas cualidades como hacedor de pociones y hechicero. El Lord había escuchado que era excelente, uno de los mejores magos de su generación, y posiblemente, uno de los más excepcionales.
—Y bien, Severus, eso es todo lo que puedo decirte —culminó Abraxas con la mirada llena de satisfacción—. Ahora que sabes todo y que comprendes el peligro que corre tu querida madre de morir en estos días, la decisión queda en tus manos: o la salvas uniéndote al Lord o la convences de entregarse y morir para que tu y... el muggle de tu padre, continúen su patética existencia.
Una inmensa oleada de pensamientos y sentimientos inundó el cuerpo y la mente de Severus. De la decisión que tomara dependía su destino y también la felicidad de las dos mujeres que más amaba.
Si elegía salvar a su madre y ser un mortífago, ya no podría continuar estando al lado de Lilian, pues la podría en gran peligro y eso sería insoportable para él. Sin embargo, si permitía que mataran a su madre, la perdería para siempre y, a pesar de continuar con Lilian, nunca se perdonaría no haber hecho nada por Eileen.
Cerró sus negros ojos y se recluyó en la oscuridad que le proporcionaba el silencio que había en su interior. La imagen de Lily se moldeó en su mente; ella le sonreía y le estiraba una mano para que él la tomara. Sólo tenía que acercarse y tomarla, quedarse con ella y caminar hacia adelante, tenerla para siempre.
Respiró profundamente, tal como hubiera respirado si ese fuera su último minuto de vida. Abrió lentamente los ojos y enfrentó la mirada atenta de Abraxas:
—Dígale al Lord... —hizo una breve pausa—, que estoy listo para mi iniciación.
NOX.
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