Capítulo Nº 3: «Antes del retorno» - Los merodeadores -
¡Lumos!
15:40 – 30 de Agosto de 1975
Lily abrió sus párpados con pesadez. Un bostezo quedó reprimido en sus labios cuando vio a Severus sentado a su lado en un sillón. Dormía serenamente; su respiración hacía que su pecho se elevara y descendiera suavemente dándole a su aspecto la imagen de un niño desprotegido. Podía mirarlo dormir todo el resto de la tarde si lo deseara, pero sabía que él despertaría y aquella dulce imagen desaparecería.
Se movió despacio para intentar levantarse y fue allí cuando descubrió que tenía una de sus manos sobre la de él. La retiró lentamente prodigándole una caricia; se sentó sobre la cama y lo miró una vez más. Suspiró.
Afuera, el silencio sólo era interrumpido por una tenue brisa veraniega. Lily se levantó de la cama y caminó hasta la ventana más cercana, la abrió un poco y respiró el fresco aire que se colaba. Ya no llovía.
Severus despertó y se sobresaltó al notar que Lily no estaba en la cama.
—¿Lily? —murmuró, poniéndose de pie algo desorientado.
—¡Sev, aquí estoy! —avisó ella dándose vuelta y sonriéndole.
—Creí... creí que te habías marchado.
—Estuve tentada de dejarte sólo en compañía de tu nuevo amigo el espejo parlante, pero luego desistí —bromeó la pelirroja riendo. El joven hizo una mueca de fastidio, lanzándole una mirada al sitio en donde se hallaba el espejo aún cubierto por la manta. —Esta noche te toca dormir en la cama. Yo dormiré en el sillón —manifestó luego.
—¡Olvídalo, Lilian! Tú dormirás en la cama y yo en el sillón —aseguró Snape.
—¿Y desde cuándo tú eres el dueño del sillón? Me resisto a hacer ese trato. Ya dormí en la cama. Es tu turno —porfió la pelirroja, cruzándose de brazos.
—¡Evans! —Masculló Severus mirándola seriamente y frunciendo sus labios —Si no duermes en la cama yo no dormiré.
—Si tú no duermes, entonces yo tampoco dormiré —sostuvo decidida Lilian, descruzándose de brazos y dando unos pasos hacia adelante.
—¡Esto es ridículo! —refunfuñó el joven —. ¿Por qué estamos discutiendo sobre esto?
—¡No lo sé! —reconoció ella —. Quizás... quizás podríamos dormir juntos. La cama es espaciosa, Severus. No tienes que dormir toda la noche en ese sillón. Snape bajó la cabeza y meditó un instante la proposición de Lilian. Le echó una rápida mirada a la cama, era cierto, se veía espaciosa.
—¡De acuerdo, Evans! ¡Tú ganas! —contestó después. Ella sonrió complacida. Sabía que su amigo era un caballero, pero también bastante tímido como para aceptar que hubiera querido dormir en la cama. Él había sacrificado su descanso de la tarde para que ella durmiera en ésta, pero no era justo que durante la noche durmiera nuevamente en ese desvencijado sillón.
—¿Quieres bajar conmigo a buscar algo para merendar? —propuso la muchacha, yendo hacia su mochila para buscar unos galleons.
—Sí, sería bueno —asintió Snape —. Voy a preguntarle al tabernero si puede prestarme una lechuza, deseo enviarle un mensaje a mi madre para que no se preocupe. Sabe que estoy contigo, pero no imagina que no volveré a casa en estos días.
—Me parece bien, Severus. Yo avisaré también a mis padres que no regresaré a casa. Pero no les enviaré una lechuza, Petunia moriría de un síncope si ve llegar una a la casa de nuestros abuelos —comentó la pelirroja y ambos rieron. Sabían de la aversión que tenía Petunia —la hermana mayor de Lilian— a todo lo relacionado con la magia; sobre todo desde que ella y Severus se conocieron.
—¿Qué vas a hacer? Si no les envías una lechuza, no imagino cómo les llegará el mensaje —se interesó el joven.
—Los llamaré por teléfono —musitó ella, girándose para sacar de uno de los bolsillos de su mochila, unas monedas muggles —. Con esto —le mostró. Snape la miró extrañado a ella y a las monedas. Lily sonrió y comprendió que Severus nunca había realizado una llamada telefónica. Quizás aquello era demasiado muggle para él. —Ven, bajemos para que le envíes el mensaje a tu madre, merendaremos y luego me acompañarás a realizar la llamada.
—De acuerdo —aceptó el muchacho —. ¿Sabes? Ayer leí en uno de mis libros de magia avanzada que con un patronus puedes enviar un mensaje. Sería extraordinario saber hacer uno —comentó emocionado, tomando su mochila.
—Sí, lo sería pero, Severus, eso es magia demasiado avanzada para nosotros. Nos llevaría bastante tiempo aprender a realizar un patronus —admitió la pelirroja y emprendió camino hacia fuera de la habitación. Severus bufó un poco y se echó la mochila al hombro para seguirla.
—Reconozco que es difícil, pero no imposible —insistió el joven sobre la charla —. ¿Imaginas lo increíble que sería que fuéramos los únicos de quinto año en saber convocarlo?
—¿Estás proponiéndome que intentemos aprender a realizar un patronus? —se maravilló Lilian, mientras descendían la quejosa escalera. El asintió y avanzó un poco más rápido que ella; al llegar al final de la escalera, tomó su mochila y la abrió para extraer un libro de cubierta nueva de color rojo oscuro y letras doradas. Buscó una página con rapidez y luego con un dedo índice señaló un párrafo de esta.
—Mira, no es tan complejo. Requiere esfuerzo y gran concentración, pero podríamos lograrlo —manifestó con gran convicción. Lily leyó el párrafo señalado y observó las ilustraciones que mostraban cómo actuaba un patronus.
—Ahora comprendo por qué te entusiasma tanto leer estos libros. Son en verdad interesantes —reconoció Evans —. Me gustaría intentar lo del patronus; nos llevará tiempo aprenderlo, pero quizás antes de fin de año logremos hacer uno decente. Severus sonrió; tenía una cómplice perfecta para su nueva aventura.
—Lo practicaremos en nuestros ratos libres en el colegio, ¿te parece? —propuso el joven.
—Está bien. Después de todo, según leí, sólo necesitamos tener un recuerdo feliz para empezar. Es una buena forma de aprender algo, ¿no crees? —remarcó la pelirroja con una amplia sonrisa, terminando de bajar las escaleras y caminado hacia donde se hallaba Tom, el tabernero.
Severus, en cambio, borró la que se le había dibujado en los labios minutos antes. Un recuerdo feliz. Ahora que lo pensaba no sería tan sencillo.
Siguió a Lily hasta el sitio en que se encontraba el hombre, le pidieron algo para merendar y Severus lo abordó directamente para solicitarle le prestara una de sus lechuzas.
—Te prestaré a Naury, es mi mejor lechuza y la más rápida —resaltó el tabernero, mostrando toda su torcida dentadura al sonreír —. ¡Ven, acércate al mostrador! Te daré un pergamino y una pluma también. Así lo hizo Severus, caminó detrás de Tom y tomó la pluma para redactar sobre el pergamino una concisa nota para su madre. Sabía que con pocas palabras ella entendería que se hallaba bien y que estaría en la estación King Cross para el primero de Septiembre.
Minutos más tarde, Tom apareció con una lechuza mediana de color marrón claro con pecas marrones en el lomo y un pecho tan blanco como la nieve. Sus ojos ambarinos verdosos miraban al muchacho con recelo. Tom la posó sobre el mostrador para que Severus pusiera la nota en una de sus patas y le indicara luego la dirección. El ave miraba con insistencia a Severus, parecía estar impaciente de que el joven le atara el pergamino y le diera las indicaciones. En tanto, el joven Snape terminaba de redactar las últimas palabras, eso provocó que la lechuza se acercara a su cabeza y le diera un par de picotazos.
—¡Auch! —se quejó el muchacho, masajeándose la zona picoteada.
—Mejor termina la nota, Sev —recomendó Lily conteniendo una risita.
Así lo hizo. Colocó luego el pergamino en una de las patas del animal y le indicó la dirección. Sin perder tiempo, el ave salió a toda prisa por una ventana trasera que Tom había abierto previamente. Momentos más tarde, se sentaron a merendar.
Ya marcaban las cinco y unos minutos cuando salieron en busca de una caseta telefónica para que Lilian realizara la llamada a sus padres. La hallaron un par de cuadras más adelante sobre la calle Whitehall. Una vez que la pelirroja hubo realizado la llamada, continuaron paseando por las callecitas cercanas, conversando y observando como el cielo se iba despejando lentamente de las negras nubes que antes lo poblaban.
—¡Oh, mira, Sev! Una cabina de fotos instantáneas —señaló Lilian, arrastrando a su amigo hacia ella —. Entremos, quiero que nos saquemos algunas fotos juntos.
—Lilian, no me parece... —intentó rezongar Severus, pero no pudo expresar más que eso, pues la muchacha echó un par de monedas dentro de una ranura y pronto ambos estaba frente a una lente fotográfica que lanzaba imperceptibles fogonazos, captando cada uno de sus gestos. —¡Vamos, Sev, sonríe! Ahí viene la última —avisó Lily sonriente.
Unos segundos más tarde, ambos salieron de la cabina y retiraron una tira que contenía cuatro fotos y que había sido expulsada por un hueco de la misma.
—¡Me encantan estas dos! —mostró la pelirroja. Las fotos que tanto le habían gustado eran justamente en las que ella y Severus salían con las cabezas unidas y mirando hacia el frente. Ella sonreía en todas; él, sin embargo, había variado un poco sus gestos en cada una.
—No se mueven —resaltó Severus, observándolas.
—Así es —confirmó Lilian —. En el mundo muggle las fotos no se mueven como las del mundo mágico, Sev —explicó la joven. Luego ambos se dedicaron a mirarlas con detenimiento.
En la primera, Severus había sido sorprendido por el primer flash, lo cual hizo que su cara fuera de asombro; en la segunda se lo veía con su gesto habitual: serio y retraído. El la tercera sus ojos se desviaban un poco hacia Lily y finalmente en la última, todo su rostro estaba dirigido hacia ella.
Lilian eligió quedarse con la primera y con la última, las otras dos se las cedió a su amigo, el cual las aceptó algo avergonzado y las guardó en su mochila.
El resto de la tarde se pasó rápidamente; deambularon por las plazas compartiendo algún helado o golosina entre las charlas y la caminata.
Al anochecer, regresaron a la posada y subieron nuevamente hasta su habitación. Tal y como habían acordado, ambos durmieron en la misma cama.
Severus se acostó casi al borde de la cama, pero apenas el sueño lo venció un poco, rodó inconcientemente hasta quedar más cerca de Lilian. Abrió sus ojos y se halló frente a la imagen ya dormida de la joven; puso una de sus manos bajo su propia cabeza y se dedicó a mirarla con atención.
—¿Sabes algo, Lily? Te quiero —. Sus palabras surgieron como susurros, mientras observaba descansar a Lilian a su lado.
—¿Dijiste algo? —preguntó la joven entre dormida.
—No... sólo ¡buenas noches! —respondió él algo amilanado.
—¡Buenas noches, Sev! —musitó ella, sonriendo y cubriéndose mejor con la manta que tenía encima.
Severus sacó la mano que tenía bajo su cabeza y se acomodó más cómodamente en la cama. Respiró suavemente, le echó una última mirada a Lilian y luego dejó caer sus párpados, que ya le pesaban, y se durmió.
A la mañana siguiente, ambos estaban tan cerca que podían rozar sus narices.
El 31 de Agosto despertaron casi al mismo tiempo; Lily sonrió al tenerlo tan cerca y lo saludó con un beso en la nariz.
—¡Buenos días! —dijo luego y se levantó para dirigirse al baño. Severus se quedó un rato más bajo las sábanas; tocó con dos de sus largos dedos, el lugar en donde la pelirroja lo había besado y sonrió.
Aquél día no fue muy diferente al anterior. Volvieron a salir de paseo y aprovecharon al máximo su tiempo libre, pues al día siguiente deberían regresar a Hogwarts.
La única diferencia que hubo fue que Naury regresó con un pergamino en el que la madre de Severus le avisaba que había recibido la nota y que al día siguiente iría a despedirlo al andén de 9 y ¾.
8:10 - 1º de Septiembre.
Así fue que al día siguiente, el anden 9 ¾ estaba poblado, como cada año, por padres, niños que ingresarían al colegio en su primer año y los alumnos que volvían.
Lily y Severus, arribaron al andén desde temprano con sus mochilas al hombro. Desde lejos, el joven reconoció a su madre que se hallaba conversando con un hombre alto, elegante y de notable cabellera rubia platinada. Se trataba de Abraxas Malfoy, uno de los magos más reconocidos en el mundo mágico por sus riquezas y su sangre pura; también era el padre de uno de sus compañeros de Slytherin: Lucius Malfoy. Esto le llamó la atención, pues si bien sabía que su madre había asistido a Hogwarts y que ese hombre había sido un compañero suyo, no comprendía qué hacía hablándole después de tantos años.
Adelantó su paso al de Lily para acercarse primero a su madre.
—¡Buenos días, mamá! Ya llegamos —avisó apenas estuvo junto a ella. Miró con recelo a aquél hombre y lo saludó con un gesto de su cabeza.
—¡Oh, hijo! ¡Qué bueno que ya estén aquí! Me he encargado de traerte tu baúl y algo más de dinero por si lo necesitas —manifestó la mujer, pasándole una pequeña bolsita de terciopelo verde oscura.
En ese momento, Lilian llegó hasta ellos y los saludó también. Eileen respondió al saludo, pero Abraxas la observó con desprecio.
—Será mejor que suban, ya están por partir —los apremió la mujer al notar la incomodidad que presentaba su acompañante ante la presencia de la joven.
Ambos asintieron y luego subieron al expreso para acomodarse en los compartimentos.
—No puedo creer que permitas que una «sangre sucia» se mezcle con tu hijo —enfatizó Abraxas, dirigiéndole una mirada de repugnancia a Lily, mientras esta le daba la espalda para subir al expreso.
—Es su mejor amiga y es una buena muchacha, Abraxas —justificó la mujer sin miramientos. Malfoy la miró azorado e intentó contenerse de decirle lo que pensaba, sin mucho resultado, puesto que sus pensamientos era el principal motivo por el cual se había detenido a conversar con ella.
—Haré de cuenta que no oí eso —arguyó. —Por lo que veo, el haber estado tantos años casada con un «muggle apestoso», te ha hecho olvidar tus prioridades de sangre pura, Eileen. Pero sería bueno que las recordaras puesto que nuestro señor, Lord Voldemort, le ha puesto precio a tu cabeza y... a la de tus preciados tesoros.
—¿A qué te refieres? —se preocupó la mujer, haciendo que su temor ensombreciera su mirada.
—Eres una traidora a la sangre, Eileen. Desde que te casaste con ese muggle, has despertado ira y molestia en el Lord y, por supuesto, también en todos nosotros —afirmó.
—Sé que he traicionado la pureza de la sangre, pero yo hace tiempo que decidí hacerme a un costado, Abraxas. Todos lo sabían, incluso el Lord. Ya no soy parte de ustedes ni soy parte de él tampoco. Ya no —aseveró la mujer, enroscando un pañuelo nerviosamente, entre los dedos de sus manos.
—Lamento tener que contradecirte, pero el señor oscuro contaba con que te unirías a él. Estaba esperando tu iniciación desde que salimos del colegio, Eileen. Cuando decidiste unirte a ese bueno para nada de tu marido, lo único que hiciste fue agravar las cosas —sostuvo Abraxas —. Debiste haber elegido ser una mortífaga —susurró finalmente cuidando de que nadie más oyera la última palabra.
—Mi decisión ya fue tomada, Abraxas. No creo que tenga nada de qué arrepentirme respecto a ello.
—Pues, deberías. Como te dije, Lord Voldemort está muy decepcionado con tu traición, Eileen. Me ha dicho, en confianza, que tiene preparada una propuesta para ti y, si yo fuera tú, definitivamente la aceptaría —concretó el hombre.
—¿Qué propuesta es esa?
—Como eres una traidora, él sólo puede tener para ti el único castigo posible, —Eileen abrió grandes sus ojos negros —, un avada. No dudes que te matará apenas tenga la oportunidad y no sólo a ti, sino también a tu marido muggle y a tu hijo.
—No... no puede... —se angustió la mujer, mirando en dirección al expreso y buscando a Severus con ojos llenos de temor.
—Tú sabes que él todo lo puede, a menos que... bueno, de que aceptes la propuesta que él tiene para ti.
—¡Di de una maldita vez cuál es esa propuesta! —farfulló la mujer, volviendo a mirarlo con una mezcla de odio y miedo.
—Que entregues a tu hijo en tu reemplazo. —El rostro de Eileen se desfiguró en una mueca de horror. El sólo hecho de pensar en Severus, uniéndose a las filas del señor oscuro como un mortífago, la devastó completamente. Él era apenas un adolescente; tenía un futuro por delante y sería un gran mago en unos años. ¿Cómo sería ella capaz de convencerlo de entregarse a semejante horror?
—No, eso no será posible —manifestó Eileen apenas recuperó el aliento.
—Entonces empieza a despedirte de él y de tu marido porque éste será el último año de vida que les quede a los tres —infirió Abraxas con una sonrisa socarrona —. Por si acaso te arrepientes y lo piensas mejor, tienes hasta después del invierno para retractarte de tus palabras. Es todo el tiempo que puedo darte para que razones.
Abraxas Malfoy improvisó un saludo casi imperceptible y dando media vuelta se encaminó hacia el expreso con la intención de ver a su hijo Lucius antes de que partiera. Eileen había quedado parada en el andén tan estática como pálida. Sin mirar nada ni a nadie, caminó en sentido contrario al de el señor Malfoy y desapareció entre la multitud.
Severus observó a su madre, desde una de las ventanillas, hasta que ésta se esfumó entre el gentío. No dejaba de lanzarle miradas inquisitivas a Abraxas y se preguntaba qué era lo que había estado hablando con su madre.
Transitó por el estrecho pasillo donde se hallaba en busca de Lily. Año tras año, realizaba el mismo recorrido junto a otros tantos estudiantes. Los vagones parecían estar todos ocupados y en los pocos que estaban casi vacíos, había alumnos que no parecían muy contentos de que él entrase y compartiera el viaje a su lado. Llevaba ya un buen rato buscando a su amiga, quien se suponía estaba buscando un compartimiento, pero ésta no aparecía. Nadie parecía muy dispuesto a dejarlo entrar.
No es que Severus fuera muy amigable, pero en los años que ya llevaba en el colegio, se había ganado la fama de «peligroso y poco confiable».
El hecho de pertenecer a la casa de Slytherin lo hacía uno de los más temidos estudiantes y él que menos simpatías despertaba entre los demás estudiantes del colegio.
Además, Severus había aprendido ya desde muy pequeño, unos cuantos hechizos para defenderse de quienes lo molestaban y la voz comenzó a correr:
«No molestes a Snape o te lanzará un maleficio imperdonable».
Por supuesto no era cierto, pero a él lo tranquilizaba que lo miraran con esa mezcla de respeto y miedo. De esa manera se aseguraba que no lo molestarían. Para cualquiera resultaría incómodo ser ignorado, pero para él era prácticamente un alivio.
La única que no lo ignoraba, para su suerte, era su mejor amiga.
—Severus, aquí encontré uno —dijo ésta asomando su larga y espesa cabellera rojiza. Él levantó la vista y la fijó en el rostro de la muchacha. —¡Rápido, Sev! No querrás que aparezca alguien más y nos quite el sitio, ¿verdad? —lo apremiaba la joven, sacudiendo una de sus delicadas manos. Al fin el muchacho de pálida figura llegó hasta el compartimiento y entró. Cerró con delicadeza la puerta corrediza y se sentó frente a Lily.
—Este año volvemos a tener pociones con Slughorn, ¿lo sabías? —siseó Severus luego de que habían partido y transcurrido algunos minutos. Acababa de leer a lista de profesores del año siguiente y no había podido pasar por alto aquél detalle. Lilian, que hasta ese entonces estaba metida de cabeza dentro del nuevo libro de encantamientos, levantó su mirada por encima de este y la posó en los ojos de Severus.
—¡Sí, lo sabía! Me lo dijo el año pasado. Al principio pensó en retirarse, pero decidió que podía quedarse un tiempo más —resaltó con orgullo la joven, respecto de uno de sus profesores predilectos.
—Imagino que te pone contenta porque este año podrás unirte a su selecto «Club de las eminencias» —musitó Snape con pesadez.
—Tu también puedes pertenecer a él —remarcó la pelirroja, abandonando el libro sobre el asiento a su derecha.
—Yo no soy lo que él llama «redituable» —sostuvo Severus con gesto arrogante.
—¿A qué te refieres con eso?
—Lily, eres inteligente, no me digas que no te has dado cuenta. Slughorn sólo incluye alumnos a su club si puede proporcionarle algo a cambio. Ya sea fama, dinero, algún hecho que lo catapulte aún más hacia la gloria.
—Hablas con desprecio hacia él, ¿estás molesto porque nunca te incluyó? —se interesó en saber la muchacha.
—¡Por favor, Lilian! Yo no estoy molesto por ese estúpido club y además si no me incluyó no es porque yo no sea bueno en pociones, sino porque me considera demasiado superior a él como para aceptar que puedo vencerlo en cualquiera de sus tontas clases —sostuvo el joven echando hacia atrás un mechón de sus cabellos.
—Mira quién habla de arrogancia. Ya sabemos que eres excelente en pociones, pero si no te ha incluido en el club, es porque tienes mala fama. Y también por las compañías que tienes desde el último año —remarcó Lilian frunciendo el ceño.
—¿Qué tienes que decir de ellos? —indagó Severus.
—Lo que te vengo diciendo desde hace dos años: que no me gustan y que no te hace bien estar con ellos. No son buenos elementos, Severus. Tú eres un excelente alumno y puedes superar a cualquiera de esos amiguitos tuyos. No entiendo por qué insistes tanto en ser de su bando —le reprochó con dureza la pelirroja.
—No lo comprenderías... —soslayó Snape bajando la mirada.
—Tampoco te veo muy preocupado por que lo entienda —afirmó la muchacha, clavándole su mirada.
—Lilian, no deseo discutir al respecto. Yo no te digo nada respecto de «tus amistades...»
—¿Y qué tienen de malo mis amistades? ¿Quién te cae tan mal para que me lo eches en cara? —inquirió Lily sorprendida del tono que había empleado su amigo para hablarle.
La respuesta se dio por sí sola cuando las puertas del vagón se abrieron de par en par y detrás de éstas apareció James Potter acompañado de tres amigos más.
Él era el capitán del equipo de Quidditch de Gryffindor y desde que habían comenzado Hogwarts había pretendido a Lilian como novia, sólo que ésta lo había rechazado hasta el hartazgo debido a que el jovencito era por demás presumido y arrogante.
Acomodó sus lentes de aumento sobre su alargada y recta nariz y pasó su mano por su cabello despeinándolo aún más de lo que ya estaba.
El primer muchacho que lo secundaba era su mejor amigo Sirius Black; éste tenía un porte por demás elegante, sus brillantes ojos gris claro, resaltaban en su blanco rostro conjuntamente con su negro y prolijo cabello largo.
El más tímido y de aspecto desgarbado que lo seguía, era Remus Lupin. Tenía el cabello rubio como las espigas al sol y los ojos de un color miel profundo.
Por último, el más insignificante de los cuatro era Peter Pettigrew. Un muchacho regordete y bajito de dientes prominentes, ojos pequeños y maliciosos con el cabello rubio pajizo.
Los cuatro eran mejor conocidos en el colegio como los merodeadores.
—¡Hola Evans! Mira quién llegó.
—¡Fascinante, Potter! Tu efecto sorpresa en cada vez más apabullante —comentó con un notable sarcasmo Snape.
James evitó mirar a Severus, sabía que siempre terminaban discutiendo o lanzándose un maleficio; ambos eran de caracteres diferentes, pero igualmente decididos y nunca sus encuentros terminaban bien. Pasó por alto el comentario y luego dirigiendo por completo sus ojos a Lilian continuó:
—No te vi en el andén. Creí que habías perdido el expreso. Me preocupé, ¿sabes?
—Te lo agradezco James, pero estoy en perfectas condiciones. Nunca en estos cinco años he perdido el expreso, así que puedes dormir tranquilo —aseguró Lilian, posando sus ojos en el muchacho unos instantes.
—Este año tenemos las MHB, imagino que no te intimidan, ¿verdad? —continuó con la charla el jovencito, descontando el hecho de que Lilian ya no lo miraba y que se había compenetrado nuevamente en las páginas de su libro de encantamientos.
—En absoluto —respondió esta sin levantar la vista.
James se acercó un poco más a ella dando largas zancadas y posando uno de sus dedos índices sobre la parte superior del libro, lo bajó un poco de la vista de la muchacha para que lo mirara.
—¿Te molesta si me siento a tu lado?
Severus le lanzó una mirada fulminante a Potter y luego puso toda su atención en la respuesta de Lily:
—Lo siento, James, pero el compartimiento está repleto —respondió la jovencita, mirándolo apenada.
—Pero si yo no veo a nadie más aquí, bueno... a excepción de «Quejicus». —Severus frunció el entrecejo y sus ojos se volvieron rápidamente dos rendijas. No había nada que lo incordiara más que oír aquella expresión en la que James y sus amigos se dirigían a él. —¡Vamos, deja que mis amigos y yo entremos!
—Lo lamento, pero no. Tendrán que buscarse otro vagón. Este está ocupado — rebatió Evans.
—¿Por quién? —quiso saber Potter.
En ese instante, se escucharon unas voces desde atrás de los tres amigos de James.
—¡Disculpen! ¿Nos dejarían pasar?
Dos muchachos de la misma edad de ellos, se abrían paso entre los merodeadores. Estos eran Arthur Weasley, un jovencito de sonrisa amable y notable cabellera pelirroja muy similar a la de Lilian, pero de color más anaranjado; el otro, Xenophilius Lovegood, un muchacho de cabello platinado y desordenado con varios colgantes en su cuello de diferentes clases que iban desde un corcho y un rabanito, hasta un extraño símbolo en forma de triángulo con un círculo en el centro y una fina línea cruzándolo.
—Severus, olvidé comentarte que les ofrecí a Xen y a Arthur compartir nuestro vagón, espero no te moleste —hizo evidente la pelirroja, mirando a su amigo.
—Para nada, Lily —confirmó Severus sonriendo con satisfacción al ver la cara de desilusión que presentaba James al descubrir que debía marcharse.
Apenas James cruzó las puertas del compartimiento, se giró y saludó con su mano a la hermosa pelirroja. Luego desapareció junto a sus amigos por el pasillo.
—Bueno, parece que saldrá el sol —comentó Arthur luego de acomodar su baúl sobre un costado y afirmar el puente de sus anteojos sobre su nariz.
El viaje de regreso había sido emprendido; con él quizás hubiera algo más que nuevas asignaturas y exámenes. El sol nacía lentamente dándole nuevos colores al paisaje, sus rayos chocaban con las ventanillas del expreso y hacían más claros los ojos de Lilian.
Severus observó ese hermoso detalle, y agradeció internamente al sol, por aquél dulce regalo.
NOX.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro