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Capítulo Nº 10: «Mortífagos» - El escape nocturno -


¡Lumos!

9:10 – 1° de Enero de 1976.

Abraxas sonrió.

El joven que tenía sentado delante de él, representaba, en ese momento, una de las revelaciones más satisfactorias que él había hecho. Sabía de las grandes cualidades que poseía Severus para realizar pociones y lo excelente alumno que era en todas las materias, por eso no dudó en ofrecerle a Eileen cambiar su vida por la iniciación del joven. Definitivamente, Lord Voldemort, apreciaría que hubiera logrado unirlo a sus filas. Era, sin dudas, la mejor adquisición.

Por supuesto, él tuvo que hacer su parte, estaba seguro de que Eileen se resistiría a entregar a Severus, por eso, la noche de fin de año, se acercó fue a su casa previendo que el jovencito sospecharía de su visita e iría a verlo.

Ahora tenía la tranquilidad de que su tarea estaba cumplida; Severus acababa de aceptar ser iniciado y eso lo enorgullecía. Para ser un Malfoy, aquello era un logro más que respetable.

—Has tomado una buena decisión, muchacho —lo felicitó—. Tu madre estará orgullosa de ti.

—Pero, ¿me promete que ella estará a salvo? —rogó Snape, preocupado.

—Yo mismo me encargaré de ello —prometió Abraxas con suficiencia—. Ahora es importante que te prepares para la iniciación. El Lord te convocará cuando las clases hayan comenzado y deberás asistir a una reunión secreta de la que no podrás hablarle jamás a nadie —Severus asintió—. Te revelaremos hechizos, secretos, recibirás órdenes explícitas y serás marcado con el sello del Lord.

—De acuerdo —aceptó Snape, resignado.

—Tienes un gran valor, muchacho, y te admiro por eso —le confesó Abraxas—, sólo espero que no defraudes nunca al Lord porque estoy seguro que si eres leal, él te recompensará por estar de su lado.

—Seré leal —aseguró.

—Bien, si quieres retirarte, ya no te retengo —musitó el hombre—. Pronto conocerás al Lord, así que espero que aprecies tal honor —Severus volvió a asentir.

Se marchó de la Mansión Malfoy y retornó a su casa en Cokeworth. Durante el viaje de vuelta, su mente estuvo por primera vez en blanco, no reaccionaba aún a lo que acababa de ocurrir, pero tenía en cuenta que su decisión cambiaría muchas cosas.

Al llegar a su casa, abrió lentamente la puerta de entrada para evitar que su madre advirtiera que se había marchado muy temprano, pero, ya era tarde.

—¡Severus! ¿Qué has hecho? —exclamó, angustiada, Eileen. El joven giró su cabeza y vio que sobre la chimenea colgaba un gran caldero de cobre y dentro de ella hervía una gran cantidad de agua, pero aquello no era lo que llamó su atención, sino que el agua tenía la forma del rostro de Abraxas.

—Él... ¿ya te lo ha dicho todo?

—Has cometido una locura, hijo —dio como respuesta su madre—. No debiste, Severus, ¡no debiste! —Le reprochaba llena de dolor—. Y tú Abraxas, eres un estúpido insensato —bramó, dirigiéndose luego al caldero—. Te dije que no quería que Severus fuera iniciado. ¡Me has traicionado!

—La decisión la tomó tu propio hijo, Eileen, deberías estarle agradecida —arguyó el hombre con frialdad.

—Por favor, Abraxas, te lo ruego, ¡te lo imploro! No dejes que lo inicien —suplicó Eileen, en un último intento de deshacer la decisión de su hijo.

—Ya no puedo hacer nada, Eileen —advirtió Malfoy—. Tú mejor que nadie debería saberlo: cuando alguien toma la decisión de ser mortífago, un lazo lo une a Lord Voldemort hasta el día de su muerte y ya nada puede deshacerlo.

—¡Pero todavía no ha sido iniciado! —protestó la mujer con desesperación—. ¡Ayúdanos!

—No puedo.

—¡Abraxas! —exclamó Eileen, indignada.

El agua dejó de bullir dentro del caldero y, el rostro acuífero del hombre, se diluyó, volviendo la misma a la calma.

—¡Maldito cobarde! —gritó ella, como si con eso se asegurara que él la escucharía.

—Mamá, cálmate, por favor —pidió Severus, acercándose a ella y abrazándola.

—No puedo, Severus. Eres todo lo que tengo, no puedo permitirte que hagas semejante sacrificio —sollozó su madre abrazándolo también—. Tenemos que huir los tres y debemos hacerlo hoy mismo.

—Pero, ¿y Hogwarts? ¿Y Lilian?

—Deberás olvidarte del colegio y también de Lilian, hijo —manifestó su madre, mirándolo a los ojos con tristeza—. No tienes idea a lo que estamos expuestos. Si él nos encuentra nos matará y acabará con todo lo que conocemos.

—Pero no puedo dejar a Lily, mamá, ¡ella es mi vida! —confesó aterrado.

Eileen, palideció de repente, aún más de lo que ya era. Observó a su único hijo y comprendió que él estaba enamorado, que tenía una vida por delante, que no podía dejar que todo eso desapareciera por ella. Decidió entonces acabar de una vez con aquella maldición que pesaba sobre su familia y de una vez por todas entregarse al Lord y a su destino de muerte.

—Está bien, Severus, entiendo —susurró con un hilo de voz—. Creo que desde el principio debí tomar esta decisión. Ya no tendrás que sacrificar nada y podrás estar con Lily. ¡Te lo prometo, hijo!

—Mamá... —comprendió Severus. Lo que él tanto había temido, ahora se hacía realidad; su madre podría morir por salvarlo y eso lo horrorizó—. ¡No lo harás! —terció.

Eileen sabía cuán seguro y fuerte podía ser su hijo cuando se lo proponía, pero de todas maneras, se negaba a permitirle cometer aquella locura. Severus adivinó los pensamientos de su madre con rapidez y, sin dudarlo, volvió a decirle:

—¡No lo harás! Ya he tomado la decisión y, como dijo Abraxas, es irrevocable —arguyó—. Estarás bien y Lily también.

—¡Eso es lo que no entiendes, muchacho obstinado! —rumió Eileen y ante la mirada interrogadora de su hijo, continuó—: ¡Lord Voldemort odia a los muggles! ¿Cuánto tiempo crees que durará viva Lilian si él decide matarla?

—¿Matarla? —repitió, con voz etérea, el propio Severus. Pronto comprendió a lo que su madre se refería: ser mortífago implicaba odiar también a los muggles y, por ende y de ser necesario, matarlos.

Toda su estabilidad se derrumbó en un instante. El rostro de la dulce Lilian se hizo presente en su mente y debió contenerse para no gritar. Estaba entre la espada y la pared, si aceptaba iniciarse finalmente, pondría más que nunca en peligro a la chica que amaba con toda su alma, pero si no lo hacía, su madre, la que tanto quería también estaría en peligro.

Sólo le quedaba una opción: renunciar a Lilian y evitar como fuera que Lord Voldemort supiera de su existencia. Tenía que protegerla, cuidarla del ensañamiento de aquel terrorífico ser y procurar que jamás ella supiera lo que él estaba haciendo.

—No vas a poder soportarlo —murmuró su madre, que acababa de entrar a su mente a través de la legeremancia y sabía hasta el más mínimo detalle del pensamiento de su hijo.

Severus sintió un dolor agudo en su cabeza, no había notado que su madre podía ver lo que pensaba, pues era tan buena bruja que no necesitaba de hechizos verbales. Ella salió de su mente y lo miró largamente, repitiendo una y otra vez: No podrás soportarlo.

—Sí, podré —dijo con una gran fuerza de voluntad—. Y jamás vuelvas a meterte en mi cabeza —le advirtió, con el ceño fruncido, a su propia madre.

—Él lo hará miles de veces para saber si le mientes — le advirtió Eileen, hablando de algo que ya conocía—. Deberás aprender oclumancia.

—Haré lo que sea necesario —farfulló el muchacho, con decisión—. Ve preparándote para huir mamá. Ya no tienes que preocuparte más por mí —le dijo con algo de frialdad y luego de rozarle uno de sus brazos a todo lo largo con una de sus largas y blanquecinas manos, se marchó a su habitación a preparar su mochila para cuando debiera retornar al colegio.

No existía poder que convenciera a Severus de retractarse de su decisión. Eileen lo sabía y, por lo tanto, estaba atada también a cumplir con su parte. Si no huía junto a Tobías, estaría siempre expuesta a una muerte segura. Su hijo era la llave que le daría libertad para irse, pero eso no evitaría que. si la encontraban a ella y a su marido muggle, tuviera que morir.

En pocos días, Severus regresaría a Hogwarts, ella esperaría a despedirse de él y luego le diría a Tobías que sus días de tranquilidad habían terminado. Aquel jovencito que ella misma había engendrado, era su mayor orgullo en la vida y, ahora, ella le debía su vida a su gran sacrificio.

—¡Eres muy valiente, hijo! —suspiró en una mezcla de dolor y orgullo.

19:50 - 5 de Enero de 1976.

El Expreso de Hogwarts, hizo sonar el silbato en la estación de Hogsmeade. Habían retornado al colegio luego de unas vacaciones de invierno que terminaron demasiado pronto para la mayoría.

Los alumnos de las diferentes casas, descendían del mismo, apretándose entre la multitud y mezclándose. Todos buscaban con prisa, llegar hasta los carruajes para ser llevados al colegio. Lilian tomó su mochila y acomodó el cuello escarlata de su impecable túnica. Miró a Severus que como siempre viajaba con ella en el mismo compartimento y frunció en entrecejo preguntándose por qué había estado tan serio durante todo el trayecto. Apenas habían cruzado un par de palabras y éstas fueron de tan poca importancia que llegó a pensar que su novio estaba perdiendo el habla.

—¿Qué sucede? —inquirió decidida como era.

—Nada.

—¿No vas a contarme? —insistió y ante la negativa del muchacho, optó por hacerle una broma—: ¿No fue lo suficientemente amargo el vinagre con el que desayunaste, verdad? ¿Por eso la cara de insatisfacción?

—¡Evans! —la reprendió él, utilizando su apellido, después de tanto tiempo.

—¿Y desde cuándo volví a ser Evans?

—¡Lo siento, Lily! Estoy preocupado porque... olvidé traer mi libro de magia avanzada —justificó torpemente.

—¡Oh! Debí imaginarlo, tenía que ser algo grave —masculló la pelirroja con sarcasmo. Luego, sin decirle nada más, se adelantó a salir del vagón para ir en busca de uno de los carruajes.

Severus retiró un largo mechón de pelo negro de su cara con brusquedad, resopló con fastidio e intentó calmarse. Llevaba ya varios días dándole vueltas a los pensamientos que estaban estancados en su cabeza. Tenía mucho por resolver y poco tiempo. Lo que más le molestaba, era no saber cómo haría para alejar a Lilian de él, en parte, porque no quería y, en parte, porque no sabía cómo le daría una razón creíble.

Esperó a que se alejara y la vio subir a uno de los últimos carruajes junto a Frank Longbottom, Alice O'brien y Sybill Trelawney. Miró en derredor y notó que algunos compañeros de su casa estaban intentando tomar uno de los últimos dos, reconoció entre ellos a Astor Avery y se apresuró a alcanzarlo. Sería mejor si se mantenía alejado de Lily unas cuantas horas.

La cena de bienvenida no se hizo esperar, apenas todos los alumnos estuvieron dispuestos y también los profesores en la mesa principal, Albus Dumbledore palmeó sus manos para que la suculenta comida apareciera sobre las largas mesas.

Lilian no dejaba de lanzarle miradas furtivas a Severus, intentaba tener contacto visual con él para llamarle la atención y así hacerle saber que deseaba hablar con él después de la cena. Pero él no se daba por aludido. Sabía perfectamente que ella quería saber qué le sucedía, pero mientras inventaba una buena excusa, la ignoraría todo lo que pudiera.

Las nueve menos cuarto llegaron y también el final del banquete. Los somnolientos alumnos sonreían y charlaban, mientras caminaban pesadamente hacia sus salas comunes, con sus barrigas repletas de nutritivos alimentos.

Astor Avery se acercó al oído de Severus y le dijo que lo esperaba cerca del salón de pociones para hablar con él; Severus intuyó que sería algo relacionado a las materias que debían rendir, pero antes de que pudiera asentar esa idea en su cabeza, él le susurró las siguientes palabras: «es por la iniciación.»

Snape, comprendió que él también estaba destinado a ser un mortífago y fue allí cuando cayó en la cuenta de que aquello era demasiado real. Se disponía a ir tras él, cuando notó que una mano lo retenía de uno de sus hombros.

—¿A dónde crees que vas, escurridizo? —indagó Lilian con tono de reproche—. Tenemos que cumplir con nuestros deberes de prefectos, ¿lo olvidaste?

En efecto, lo había olvidado. Tenía tantos nervios y ansiedad por ir tras Avery, que ni siquiera recordó que debía hacer el obligado recorrido de cada noche, junto a sus compañeros prefectos.

—Severus, ¿qué tienes? Tú nunca olvidarías algo así —se sorprendió Lily.

—No me hagas caso, Lily —le dijo, tratando de escurrirse—. Ve a buscar a Lupin que yo iré por Lestrange. ¡Hasta mañana!

—¿Hasta mañana? —musitó desconcertada la pelirroja—. Pero, Severus, ¿no vas a hacer el recorrido conmigo?

Nunca obtuvo una respuesta, antes de que terminara de hacer la pregunta, el delgado muchacho se había alejado de ella en dirección a las mazmorras, dejándola completamente atónita.

—Pero, ¿qué le pasa? —farfulló Evans, bufando. No tuvo más remedio que ir en busca de Lupin que con lo aplicado que era, seguramente estaba esperándola en el punto de reunión en el que habían acordado encontrarse unos minutos antes.

Snape bajó los escalones que dirigían a las mazmorras, con tanta velocidad, que de haber estado un poco distraído habría rodado por ellas, indefectiblemente, hasta llegar al suelo. Cuando pisó el último, Avery le salió al paso.

—He recibido instrucciones —especificó—. Quieren que nos reunamos mañana por la noche en Hogsmeade para que alguien nos lleve a nuestra iniciación.

—De acuerdo.

—No me imaginaba que te nos unirías, ¿sabes? —expresó el muchacho—. Mi padre conoció a tu madre y me dijo que es una suerte que tu hayas sido más inteligente que ella.

Severus le clavó la mirada y tensionó la mandíbula. No soportaba que hablaran así de su madre.

—Si no tienes nada más que decirme, Avery, me voy a realizar mi recorrido de prefecto —rumió, encaminándose hacia las escaleras nuevamente.

—Por ahora eso es todo —ratificó el muchacho—. Aunque, si me lo permites, quisiera aconsejarte algo...

—¿Qué?

—Aléjate de esa sangre sucia de Evans —dijo con desprecio.

Esta vez, Severus no logró contenerse. Se volvió hacia Avery con todo su enojo y lo tomó fuertemente de las solapas de su túnica, dispuesto a golpearlo, pero éste, previendo su reacción, ya había sacado su varita de la túnica y le apuntaba con aire de suficiencia.

—Así que te gusta esa muggle, ¿no es cierto? —razonó Astor—. Pues te tengo malas noticias, muy pronto va a morir junto a muchos más.

Escucharon pasos que descendían de las escaleras, Avery guardó su varita con cautela y Severus tensionó aún más sus puños sobre las solapas de Avery. Quería golpearlo, hacerlo disculparse por llamar sangre sucia a Lilian, pero no pudo hacer ni lo uno ni lo otro; Albus Dumbledore, se hizo visible apenas unos instantes después.

Snape soltó a su compañero, mirándolo con sus ojos en forma de rendija, mientras Astor se sacudía para arreglarse los pliegues de su arrugada túnica, Severus le dijo:

—Que duermas bien, Avery, aunque te aconsejo que lo hagas con un solo ojo de ahora en adelante. —La recomendación sólo encubría una amenaza.

Severus era temerario para muchos en el colegio y aún más para sus compañeros de casa. Astor Avery comprendía que había cometido un grave error al actuar así con él, ahora tendría que andarse con cuidado cada vez que se cruzara con Severus si no quería terminar en la enfermería vomitando gusanos o padeciendo los efectos de algún hechizo.

—¡Buenas noches, señor Avery! —lo saludó, amablemente, Albus, cuando éste iba yéndose a su sala común—. Qué prisa tienen estos muchachos hoy en día —observó—. Severus, ¿estás buscando al joven Lestrange?

—¿Eh...? Sí —asintió Snape, tratando de disimular frente al Director.

—¡Qué suerte entonces que sé dónde se encuentra! —se alegró el anciano—. Sube las escaleras y lo hallarás tres salones más adelante.

—¡Gracias, profesor! Buenas noches. —Se disponía a subir cuando Dumbledore le habló de nuevo:

—Has tomado una decisión difícil, Severus, pero que ha requerido de toda tu valentía y buen corazón. —El muchacho se giró y enfrentó, nuevamente, los anteojos con forma de medialuna del Director—. No puedo decirte que hayas hecho bien o mal porque cada persona es artífice de su destino, por eso, si esto marcará un rumbo en tu vida, espero que sea el indicado —culminó.

Severus, ni siquiera tuvo que preguntarle cómo era que sabía lo que estaba pasando, desde que había llegado a Hogwarts, Albus Dumbledore había demostrado que siempre iba un paso adelantado a todos ellos. Quizás fuera sabiduría o una gran intuición, pero de cualquiera manera, jamás dejaba de dar un consejo respecto a lo que sabía.

—¡Gracias, profesor!

—No tienes nada que agradecer, muchacho. Siempre podrás contar con mi apoyo —le aseguró—. Quiero que aprendas oclumancia —Lo mismo le había recomendado su madre— y de ser posible, intenta practicar tu patronus con la señorita Evans. Lo vas a necesitar —aconsejó finalmente.

Le sonrió una última vez y se marchó hacia la habitación del profesor Slughorn. Severus, quedó pensativo en medio de aquel rellano en penumbras. Parecía que sus decisiones ya habían sido vistas por el Director y, posiblemente, también algo de su futuro. Tomaría en cuenta el consejo de su madre y del mismo Albus y aprendería oclumancia lo antes posible. Algo le decía que Lord Voldemort podría estar muy interesado en sus pensamientos.

6 de Enero - Por l mañana.

Al día siguiente, la rutina no varió en absoluto respecto a la que habían tenido antes de marcharse de vacaciones. Todos los profesores parecían ávidos de enseñar y repartirles numerosas tareas. Especialmente a los de quinto año, quienes rendirían los exámenes para obtener sus matrículas de brujería en pocos meses.

Las clases de Snape, de esa mañana, apenas si coincidieron con las de Lilian. La pelirroja quería cruzárselo para poder hablarle y saber cómo estaba, pero el ajetreo era tal que la entrada y salida de alumnos de los salones hacía dificultoso el encuentro. Tendría que esperar a la cena o, en todo caso, a la ronda de prefectos de esa noche.

Lamentablemente, no tendría suerte. Apenas llegó la hora de la ronda, Severus se las ingenió para desaparecerse nuevamente; le costaba no ver a Lilian, pero él sabía que si la mantenía alejada de él podía convencer a sus futuros compañeros mortífagos de que ella no le importaba y así ninguno lo delataría frente al Lord.

La hora de escabullirse hasta Hogsmeade llegó. Astor Avery, Rabastan Lestrange y un robusto y ansioso muchacho, se aproximaron a él; apenas los tuvo cerca, notó que el tercero era León Wilkes, otro de sus compañeros de casa.

—Nos movilizaremos en grupos de a cuatro para no atraer demasiado la atención —organizó Lestrange—. Mi hermano y los demás nos estarán esperando en Hogsmeade en un punto que ya nos ha sido dado. ¡Síganme! —ordenó.

Lograron salir sigilosamente del castillo con ayuda de algunos mortífagos que los esperaban afuera, debieron caminar atravesando luego la espesa nieve que se expandía como una enorme capa por toda la superficie alrededor; las bajas temperaturas provocaban que se les helaran las manos y los pies, la brisa nocturna acentuaba todavía más la dificultad para respirar, haciéndolos sentir una opresión en el pecho a causa del congelamiento que estaban sufriendo.

No era la mejor noche para salir, pero ya estaban en camino y no habría vuelta atrás. Llegaron hasta un puesto de diarios que se hallaba cerrado por el horario, un amplio cartel rezaba: «Diario El Profeta – Resérvelo aquí». Dos personas de personas salieron de entre las sombras y se unieron a ellos. Severus logró reconocer a Rodophus Lestrange, el hermano mayor de Rabastan, y también a Lucius Malfoy, el único hijo de Abraxas, quien le llevaba apenas unos cuatro o seis años de diferencia.

—¡Vamos! —Los apresuró éste con voz siseante—. Muévanse que debemos desaparecernos antes de que nos descubran.

Se alejaron hasta un oscuro callejón, no serían más de veinte personas en ese momento, pero en la oscuridad, Snape no podía precisar que así fuera. Rodolphus pidió que todos se tomaran del brazo de su compañero más cercano y así, cuando todos estuvieron unidos, una inmensa nube de humo negro los envolvió sin darles tiempo a nada. Cuando por fin reaccionaron, estaban ya cerca de los jardines de una inmensa Mansión que se desdibujaba a unos pocos metros de ellos.

A medida que iban acercándose, Snape reconoció que se trataba del lujoso hogar de Abraxas Malfoy y familia. Allí era donde había estado una semana antes aceptando ser iniciado para salvar a su madre, allí, en donde ahora sería marcado junto a otros inexpertos jovencitos que maravillados por el poder o empujados por sus padres, cumplían con su mismo destino. Serían el nuevo grupo de acólitos del Señor Tenebroso, los que quizás, después de aquella noche, se volverían los más temidos hombres del mundo mágico.

NOX.

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