Capitulo N°7: «La sorpresa peligrosa» - El sauce boxeador -
¡Lumos!
05:00 – 8 de Noviembre de 1975
El amanecer comenzaba a despejarse con un anaranjado sol que surgía desde el horizonte. Era muy temprano aún, nadie había despertado realmente a excepción de algún distraído madrugador que volvería a caer entre las sábanas apenas sintiera el frescor que se propagaba afuera y la humedad que el naciente otoño traía consigo.
James, fue el primero en asomar su despeinada cabeza por el agujero que se hundía en el sauce boxeador y por el cual, la noche anterior, se había escabullido junto a sus tres inseparables amigos creyendo no ser vistos.
Bostezó ampliamente y se restregó los ojos con ambas manos luego se giró y le hizo señas a sus compañeros para que salieran también.
—Siento como si tuviera todos los huesos molidos —comentó Sirius apenas sacó su cuerpo al exterior—. Cada vez se pone peor. Deberíamos investigar si existe alguna poción o algo que evite que se transforme.
—De hecho, existe —confirmó Remus detrás de él. Su aspecto era deplorable, su túnica estaba sucia y algo rasgada en uno de sus costados; presentaba unas acentuadas ojeras violáceas bajo sus dulces ojos y su cabello parecía más opaco y lacio que de costumbre. —He pasado horas en la biblioteca buscando una solución a mi problema y, créeme, Sirius, nadie más interesado que yo en que esto no me suceda —afirmó.
James apoyó una de sus manos en uno de los hombros de su amigo, y con aire de preocupación, le dijo:
—Remus, sea lo que sea que haya que hacer para ayudarte, cuenta con nosotros. Que te conviertas en hombre lobo con cada luna llena, suena fantástico desde el punto de vista de un idiota. Nosotros somos tus amigos y, como tales, jamás te vamos a abandonar.
Sirius asintió y le guiñó un ojo.
Peter, apareció detrás de Remus con los ojos hinchados y la tez más pálida de lo normal. Tenía su rubio cabello hacia atrás y parecía haberse vuelto más ralo que de costumbre.
—Hey, Peter, deberías hacer algo para dominar tu cabello, ¿te sientes bien? —musitó Sirius apenas lo vio.
—Sí... sí, de hecho creo... que sí —respondió dubitativamente el muchacho.
—Estábamos hablando de la posibilidad de hallar algo que ayudara a Remus más que nosotros. Está bien que no nos molesta, pero lo mejor sería que pudiera controlarlo —manifestó James.
—Sí, sí, eso sería fabuloso —acordó Pettigrew—. Sería en verdad fabuloso...
—No imaginan cuánto siento causarles tantas molestias, muchachos —musitó Remus de repente—. Daría lo que fuera para que no tuvieran que...
—¿Transformarnos? —interrumpió Sirius— ¿Y perdernos toda la diversión? ¡Olvídalo Lupin! No tienes por qué sentirte culpable. Desde el día que nos enteramos que eras un hombre lobo, los tres hicimos un pacto de no dejarte nunca solo.
—Así es —añadió James—, y fue por eso también que tomamos la decisión de ser animagos para ayudarte, aún a riesgo de ser descubiertos, pero, ¡qué diantres!, es lo mejor que nos ha pasado, ¿o no?
Sirius y Peter asintieron enérgicamente.
—¡Gracias a los tres! En serio —sonrió Lupin.
—Bien, ahora cambia esa cara de muerto y ven con nosotros al castillo. Tenemos que dormir unas horas.
Los cuatro comenzaron a caminar rumbo al castillo; eran inseparables y como bien habían dicho Sirius y James, tenían un pacto. Ya no eran simples magos adolescentes, en ese momento de sus vidas, ocultaban el secreto más peligroso y especial de todos.
Cuando James y Sirius descubrieron que Remus desaparecía con cada luna llena, decidieron seguirlo y así averiguaron que se convertía en hombre lobo. Con los años fueron perfeccionando maneras de ayudarlo hasta que convinieron ser animagos junto a Pettigrew.
Los hombres lobo son más inofensivos con los animales, por eso cada día se esmeraban más y más en conseguir transformarse cada uno en un animal diferente para así acompañar a su amigo y correr el menor riesgo posible.
Desde hacía un año ya, lo habían conseguido: James podía convertirse en un perfecto ciervo de grandes astas y pelaje oscuro bastante suave; Sirius mutaba a un perro de gran tamaño y negro pelaje. Mientras tanto, Peter había sido el menos afortunado en su elección, sólo lograba transformarse en una rata de gran tamaño color gris oscuro y tan miedosa y escurridiza como todo él.
Gracias a ello, también habían adoptado unos apodos que los identificaban. Remus por transformarse en hombre lobo, había sido nombrado como «Lunático»; Peter era «Colagusano», Sirius «Canuto» y James «Cornamenta».
Nadie podía adivinar el por qué de aquellos nombres tan extraños, pero ése también era uno de los secretos mejor guardados de éstos cuatro jovencitos.
El retrato de la dama gorda estaba apostado al frente de la sala común de Gryffindor. La redonda y llamativa mujer que aparecía en primer plano, dormitaba con la cabeza sobre su pecho, emitiendo suaves ronquidos.
—Vela de Babilonia —susurró Remus apenas estuvo frente a ésta acompañado de Peter, pero la mujer no pareció escuchar, por tanto, el joven decidió repetir la contraseña—: Vela de Bab...
Imprevistamente, la puerta se abrió bruscamente y detrás de ésta apareció la menuda, pero firme figura de Lilian Evans. En ese instante, terminaban de subir las escaleras James y Sirius.
—¡Una hora, dijeron una hora! —farfulló la pelirroja con un marcado gesto de enojo y de no haber dormido en casi toda la noche.
—Lo siento, Lily, no creímos que nos estarías esperando —se disculpó Remus.
—Me extraña tu actitud, Remus. Te hacía más responsable. De ellos —dijo señalando a James y a Sirius—, me esperaría cualquier cosa, pero ¿de ti? Estoy verdaderamente desilusionada.
—Escucha, preciosa, sé que te dijimos una hora, pero... se nos complicaron algunas cosas y...
—No digas nada, James. Entren y váyanse a dormir, más tarde hablaremos. Tienen un aspecto deplorable —lo interrumpió la joven, haciéndose a un costado para darles paso.
Apenas los cuatro atravesaron la puerta y se encaminaron hacia sus habitaciones, Lilian respiró profundamente y luego con un gesto de repugnancia se dirigió directamente a Sirius:
—Hazme un favor, Black, por el bien de la comunidad mágica, báñate. Hueles a perro.
James, Remus y Peter rieron apretadamente mientras que Sirius le lanzó una mirada poco amigable a Evans, y desanudándose la corbata, se adelantó a todos y subió las escaleras tan aprisa como sus pies se lo permitieron.
—Perdónalo, heriste su lado animal —bromeó James, siguiéndolo.
Por la tarde, las cosas no variaron mucho del día anterior. Clases, comidas y estudio fueron como de costumbre las insorteables actividades.
14:03 - 15 de Diciembre
Después de aquél incidente, tanto Severus como Lilian, se mantuvieron más atentos que nunca a los merodeadores. Cada uno de una forma diferente, observó cada movimiento, mirada y posible próxima aventura que estos cuatro jovencitos pudiera planear.
Mientras Lilian los vigilaba con el afán de evitarles ser sorprendidos y castigados, Severus lo hacía de manera inversa.
Aquel día de diciembre, posteriormente a un tardío almuerzo, los merodeadores partieron sigilosamente hacia la biblioteca. Entraron cuidadosos de hacer ruido, pues conocían la mañosa inquietud de Madame Pince ante cada sonido que estorbara su plácida duermevela.
—Vengan, es por aquí —avisó Remus, dirigiendo al resto de sus compañeros hacia la Sección prohibida —. Este es el libro que les comenté anoche —sacó un polvoriento tomo de desteñidas tapas color ocre y se los enseñó—, y la poción a la que me refería tiene que estar... aquí.
—«Poción matalobos» —leyó susurrante Sirius.
—Se ve bastante complicada —observó James algo preocupado.
—Lo es —confirmó Remus.
—Y... y si es tan com... complicada, ¿co... cómo vamos a hacer para realizarla? —manifestó tartamudeante un sudoroso Peter.
—No lo sé —dijo Lupin, torciendo su boca en un gesto de resignación.
Mientras los cuatro se preguntaban cómo iban a poder hacer la única poción que podría ayudar a Remus a no convertirse en hombre lobo, alguien estaba del otro lado de aquella sección escuchando atentamente, y como podía, cada palabra que pronunciaban.
«¿Para qué quieren saber preparar la poción matalobos?»
La pregunta se la hacía nada menos que Lilian. Los había seguido hasta la biblioteca y luego de escuchar aquella breve conversación entre los merodeadores, había quedado algo confundida al respecto.
¿Debería preguntarles? Sería lo más lógico, pero para eso debería también confesar que los estaba espiando.
Una idea rozó su mente un instante: Uno de ellos es un hombre lobo.
—Lilian, deja de pensar tonterías. Ninguno de estos cuatro tontos puede ser un hombre lobo. No habría entrado a Hogwarts para empezar —se reprochó a sí misma sacudiendo la cabeza. Pero una luz de duda siguió latiendo en su interior. —¿Y si uno lo fuera y nadie lo supiera?
—¿Evans? ¿Qué haces aquí? —La profunda voz de James la sorprendió y la sacó de sus cavilaciones.
—¡Potter! ¿Qué tal? Eh... Estaba viendo si encontraba el libro de Conjuros y Hechizos que nos pidió Flitwick.
—Estás en la sección equivocada, linda. Eso lo encontrarás mucho más adelante. Ven, te acompaño si quieres —se ofreció amablemente el joven, pero rápida y sigilosa, Lilian se escabulló con la excusa de que había recordado encontrarse con Alice.
—Esta chica me desconcierta cada día más —manifestó James, levantando una ceja.
Lily caminaba con paso apresurado hacia el primer pasillo que la desapareciera de la vista de James, miraba hacia atrás para asegurarse que Potter no la estaba siguiendo cuando chocó imprevistamente contra otro cuerpo.
—¡Auch! Lily, mira hacia adelante, por favor —protestó nada menos que su novio. Severus llevaba ya un buen rato buscándola por todo el colegio cuando dio con ella en aquel recodo.
—Sev, lo lamento. ¿Te hice daño? —inquirió la joven, pasando cariñosamente su mano izquierda por el pecho del joven.
—No, estoy bien, pero, ¿por qué corrías?
—No corría. Es que... te estaba buscando y... me pareció verte, por eso me apresuré un poco... —la mentira era notable en las sonrojadas mejillas de Lilian, pero Snape decidió que ya averiguaría qué sucedía realmente.
—Está bien. Ya nos encontramos. ¿Qué opinas de que vayamos a practicar nuestros patronus?
—Es una excelente idea.
Ambos se encaminaron cuidadosamente hacia las escaleras que llevaban hacia los pisos superiores. Iban tomados de las manos y dándose tímidos besos en cada rellano.
Al llegar al cuarto piso, Lilian sintió la necesidad de compartir su inquietud con Severus.
—Sev... ¿tú crees que es posible que magos de nuestra edad y con nuestros conocimientos pudieran preparar correctamente una poción matalobos?
A Severus le sorprendió aquella pregunta, pero antes de realizar cualquier razonamiento o juicio, decidió pensar en una respuesta. La misma fue tan certera como todas las que él tenía siempre.
—Sí, es posible —afirmó—. Claro, sólo si fuéramos tú o yo. No creo que nadie más esté capacitado para hacerla.
—Entiendo. Y, ¿alguna vez intentaste hacerla?
—No, pero si tuviera que realizarla sabría cómo. No es nada fácil, pero sin equivocarme, puedo decirte que soy uno de los pocos que sería capaz de hacerla sin dudarlo. —Era cierto. No muchos tenían la capacidad de Severus para realizar pociones perfectas. Incluso Lilian dudó seriamente de que ella pudiera realizarla y sabía que la duda no era un buen ingrediente para el que quisiera llamarse «hacedor de pociones».
La joven bajó su mirada y se preguntó qué sucedería si dependiera de Severus hacer la única poción que podría salvar a uno de sus cuatro compañeros.
Ella sabía de la aversión que sentía su novio por los merodeadores y viceversa.
«No sería una buena solución...», pensó.
—¿En qué piensas, Lily? ¿Por qué te preocupa tanto esa poción? —indagó Snape, levantándole el rostro por el mentón.
—No te preocupes. Sólo pensaba, Sev. Sólo pensaba —sonrió la muchacha y trató de que no se le notara la inquietud en los ojos—. Sigamos subiendo que se nos hace tarde y a las cuatro de la tarde tenemos que ir a nuestras próximas clases.
Snape no era tonto. De aquella breve conversación había deducido mucho más de lo que esperaba. Lilian estaba preocupada. Los merodeadores tenían algo que ver con esa preocupación y era posible que todo tuviera que ver con esa bendita poción.
«No sé qué tiene que ver esa poción en todo esto, pero voy a averiguarlo y ya sé dónde tengo la respuesta».
Ese mismo día – Cerca de las 21:45
Severus continuaba bastante intrigado con lo que Lilian le había preguntado durante la tarde. Él sabía perfectamente que algo sucedía y lo descubriría sólo siguiendo a los merodeadores.
Aquella noche, luego de terminar su ronda, se despidió de Lilian fingiendo que se dirigía hacia su sala común, cuando en realidad se preparaba para seguir al grupo de los cuatro escurridizos alumnos que solían merodear por el castillo cuando todos dormían.
Se escudó de la vista detrás de una armadura. Pasaron apenas unos cinco minutos de su paciente espera y por un recodo aparecieron los cuatro muchachos como él suponía.
Los dos primeros eran Remus y James. Lupin, como en los últimos meses se veía demacrado, pero en esta ocasión, su rostro sudado y su exagerada palidez llamó poderosamente la atención de Snape.
Potter lo sostenía por un brazo y Sirius se adelantó para sostenerlo del otro, por detrás y muy temeroso los seguía Pettigrew mirando en derredor y caminando casi en puntillas de pies.
Los cuatro pasaron por delante de la armadura donde se hallaba oculto Severus y James logró percatarse de que alguien estaba allí.
—Sirius —susurró— no estoy seguro, pero creo que alguien nos está vigilando detrás de esa armadura.
Black volteó a ver con disimulo y logró ver una larga cabellera negra asomarse. Dedujo que sin dudas se trataba de Snape y sonrió con cierta malicia.
—Es Quejicus —masculló—. Déjamelo a mí. Yo lo distraeré. Ocúpense de Remus.
Apenas los otros tres se adelantaron, Sirius se detuvo a mitad del pasillo como fingiendo que buscaba algo en su túnica. Snape no sabía si descubrirse o no, pero no podía quedarse allí toda la noche, así que pensó rápidamente y resolvió que usaría su poder de prefecto para reprender a Black por estar fuera de su sala común a esas horas de la noche y quizás luego podría averiguar a dónde habían ido los demás.
—¡Black! —carraspeó secamente— ¿Se puede saber qué haces a estas horas por aquí? ¿Estás buscando que tu casa pierda más puntos?
—Quejicus, ¿haciendo horas extras? ¿Al menos te las pagan? —bromeó el moreno con una media sonrisa. Severus torció su mirada en un gesto de desprecio y luego infló su pecho antes de responderle.
—Black, ¿tengo que recordarte que tú y tus compañeritos de aventuras pueden ser seriamente amonestados por haber sido descubiertos en una de sus salidas?
—¡Oh, no! Claro que no, Quejicus —aceptó Black moviendo la cabeza enérgicamente—. Verás... sé que estamos en un serio problema, pero nuestro amigo Remus tiene un pequeño problemita de salud y necesitaríamos que «dejaras pasar» este inconveniente sólo por esta vez. En verdad te estaríamos muy agradecidos.
—¿Y crees que soy tan estúpido? —vociferó Snape—. Si Lupin tiene un problema de salud que vaya a la enfermería y ustedes tres podrían ir preparándose para ser expulsados.
—Está bien... —suspiró Sirius, fingiendo estar resignado—. Voy a decirte la verdad, Snape. Remus no está... enfermo completamente. Su problemita es algo más grave y sería mejor que no insistieras en averiguar de qué se trata.
Snape lo miró de soslayo e intuyó que algo se traía entre manos aquel astuto jovencito. Pero como no podía siquiera adivinar de qué se trataba, decidió seguirle la corriente.
—Ve al grano, Black. ¿De qué se trata todo esto?
—Vas a tener que averiguarlo por ti mismo, Snape —sugirió el joven con cierta malicia—. Sígueme, iremos hasta el sauce boxeador.
Severus no era tonto, pero si deseaba develar el gran misterio debía arriesgarse. Caminó junto a Black hasta que salieron al patio, continuaron en silencio hasta llegar al sauce y cuando estuvieron a unos pocos metros de él, Sirius lo miró con el rostro comprimido de seriedad y le dijo:
—¿Ves aquel nudo por encima de esa gran raíz? Debes tocarlo con tu varita y el sauce te dejará entrar.
Snape no comprendía cuál era el motivo por el que debía entrar al sauce, pero recordaba que algunas noches atrás, había visto a los merodeadores ingresar allí. Si quería saber qué hacían, tenía que entrar él también.
Decidido y valiente como pocos, se encaminó con paso firme hacia el árbol. Elevó su varita con cautela y de un salto llegó hasta la gran raíz y sin siquiera dudarlo, tocó el nudo que Black le había señalado.
Unos segundos después, el sauce detuvo su incesante movimiento y dejó la descubierto una pequeña entrada entre sus raíces.
—¡Lumus! —exclamó Snape y antes de entrar le echó una mirada desconfiada a Sirius. Su figura alargada y oscura, se perdió en aquel hueco.
Sirius esperó unos minutos y luego comenzó a reír jocosamente por haber logrado convencer a Severus de entrar al sauce sabiendo del peligro que lo esperaba adentro.
—Sirius —lo llamó a su espalda la voz de James—. ¿Dónde estabas? Corrí al castillo a buscarte por si tenías problemas con Quejicus.
—Tranquilo, James, Quejicus ya no nos molestará por largo tiempo —aseveró el muchacho entre risas—. Acabo de hacerlo entrar al sauce y cuando vea a Remus transformado, el mismo susto lo paralizará lo suficiente como para dejar de ser tan comedido.
—¿Qué hiciste, qué? —gritó James con los ojos desorbitados—. ¡Estás demente, Sirius! Snape no tiene ni idea con qué se va a encontrar ahí adentro. Remus transformado es muy peligroso y lo sabes —la represalia de Potter fue suficiente para borrarle la sonrisa a Sirius en un segundo.
—Tienes razón, pero... creí que sería divertido.
—Sabes que no tengo problemas en hacerle lo que sea a Quejicus para fastidiarlo, pero esto es demasiado, Sirius —gruñó el muchacho de cabello despeinado—. ¡Vamos! Debemos apresurarnos y ayudarlo. Pettigrew está ahí solo y sin nosotros no podrá controlarlo.
Ambos jovencitos entraron al sauce y corrieron por el quejumbroso pasillo de tierra que llevaba nada menos que hasta la casa de los gritos.
Al llegar ingresaron justo a tiempo para ver cómo Remus terminaba de transformarse en hombre lobo y Severus intentaba defenderse de aquella bestia que se ceñía sobre él para atacarlo.
De un momento, a otro tanto James como Sirius adoptaron sus formas animales y se interpusieron entre Severus y el licántropo.
Snape cayó de espaldas contra una de las rotosas paredes de madera de la casa y quedó allí como observador involuntario de la sorpresa más peligrosa que jamás había creído tener en su corta vida.
Veía con gran asombro como Sirius y James, transformados en un ciervo y un enorme perro negro, luchaban con dificultad para contener a un poderoso hombre lobo que aullaba y los atacaba con feroces mordiscones al aire.
Ahora todo tenía un sentido para el rompecabezas que se había formado en la mente de Severus. Ya sabía por qué se escapaban los merodeadores, por qué, Lily le había hablado de una poción matalobos y cuál era el verdadero secreto de la casa de los gritos.
Esa noche supo más de lo que quería averiguar, pero suficiente como para entender que algunos peligros están escondidos en la noche por una razón y que a veces es mejor no averiguar.
Dos horas y media habían transcurrido. Severus continuaba en el suelo paralizado por la sorpresa. James y Sirius continuaban luchando incansablemente por contener a Lupin y parecía que aquello no tendría fin.
Un correteo alertó a Severus de que un animal muy pequeño se acercaba por el pasillo y con él también avanzaban los pasos de una persona.
Efectivamente, unos instantes después, vio aparecer por una puerta derruida una pequeña rata que luego se transformó en Pettigrew y detrás de él ingresó la imponente figura del profesor Albus Dumbledore.
—Severus, ven conmigo —lo instó.
El asustado muchacho se levantó como pudo y sumamente tembloroso salió junto a Albus por el pasillo hacia el exterior del árbol.
Al llegar nuevamente al aire libre, Snape cayó de rodilla aún temblando y más pálido que de costumbre. Sirius había logrado lo que tanto quería, poner a Severus en un estado de shock lo suficientemente grande como para que no pudiera reaccionar por largo rato.
—Severus, muchacho, necesito hablarte —le pidió Dumbledore apoyando una mano en uno de sus hombros para tranquilizarlo y al mismo tiempo obtener su atención.
—¿Usted... usted sabía de esto, profesor? —inquirió el muchacho tembloroso.
—Sí, yo sé todo lo que sucede dentro de estos muros, Severus —manifestó el anciano—. Y ahora tú también sabrás muchas cosas.
Severus lo miró extrañado y poniéndose de pie como pudo se sacudió la túnica y guardó respetuoso silencio para escuchar a Dumbledore en todo lo que iba a contarle.
—Lo que voy a decirte tendrás que llevarlo contigo como un secreto... para siempre. ¿Entiendes? —Snape asintió con la cabeza—. Bien, lo que acabas de ver, yo lo sabía desde siempre. Por eso hice poner ese sauce en el colegio, para que esos cuatro muchachos pudieran descubrir que había un hueco debajo de ese árbol que los llevaba a la casa de los gritos. Yo sabía que Remus iba a transformarse y que si no tenía una forma de salir del castillo, el resultado de su transformación sería muy peligrosa para el resto de los alumnos.
—Pero, profesor, ¿usted también sabía que los merodeadores eran animagos?
—Sí, eso también lo sabía —afirmó con bondad el anciano—. Apenas James y Sirius descubrieron que su amigo era un licántropo, decidieron ser animagos para ayudarlo. Y yo los encubrí porque sé que lo hacen por una buena causa.
—Pero, pero...
—Pero nada, Severus —lo interrumpió Albus—. Sé que a la vista del mundo mágico todo esto está mal, pero no puedo permitir que se lleven a Remus ni que castiguen a James, a Sirius y Peter por ayudarlo. Y tú también debes guardar el secreto. Debes protegerlos.
Snape apretó fuertemente los dientes y gruñó. Lo último que esperaba esa noche era tener que hacer un pacto para proteger a las personas que más daño le habían hecho en Hogwarts.
—Severus, promete que no revelarás lo que esta noche has descubierto. ¡Promételo!
—Lo prometo —respondió el muchacho a regañadientes.
—Bien. Eres más generoso de lo que la gente se pueda imaginar —lo elogió con sinceridad Dumbledore—. Sé que no te llevas muy bien con estos muchachos, pero ahora tanto tú como ellos están en deuda.
—¿En deuda?
—Sí, Severus. Ellos te deben que tú les guardes el secreto y tú les debes que te hayan salvado la vida. Especialmente a Potter que fue quién corrió para evitar que Lupin te lastimara.
Snape volvió a gruñir. No soportaba tener ninguna deuda con los merodeadores y menos que menos con Potter.
—¡Yo no les debo nada! —escupió de repente—. Ese imbécil de Black me hizo entrar para reírse de mi y estoy seguro de que Potter también estaba confabulado con él para hacerme esta broma de mal gusto, profesor.
—¡Ay, ay, Severus! Eres demasiado rencoroso, muchacho. Es verdad que Black te jugó la broma pesada, pero fue James quién se compadeció de tu suerte y corrió a salvarte —le explicó el anciano—. El joven Pettigrew me lo contó todo y por eso vine a hablar contigo para que entendieras todo lo que estaba sucediendo.
—No me importa lo que le haya contado Pettigrew —farfulló Snape fuera de sí—. Yo jamás aceptaré que Potter se haya querido hacer el héroe. Yo sé bien que no fue así.
—Piensa lo que quieras, Severus, pero aquí hay una sola verdad y no puedes cambiarla a tu antojo —le dijo sabiamente Albus—. Ahora te recomiendo que vayas a descansar. Mañana te espera un largo día.
Sin protestar más, Severus bajó la cabeza y razonó que en verdad se encontraba muy agotado. Por lo tanto decidió irse a dormir y así por la mañana quizás todo estaría más claro en su revolucionada mente.
—Por cierto, Severus, mañana a las ocho quisiera que vayas a mi despacho. Necesito pedirte otro favor. ¡Buenas noches!
Dumbledore se marchó nuevamente hacia el sauce boxeador y Severus, todavía confundido, se encaminó hacia el castillo con la imagen imborrable de aquella bestial sorpresa que había tenido y que de ahora en adelante sería uno de sus más grandes secretos.
NOX.
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