Capítulo N°14: «Los mortífagos y La orden del Fénix» - La habitación -
¡Lumos!
Principios de 1979
Lilian, James, Sirius, Remus y Peter ingresaron a la Orden del Fénix incentivados por Albus Dumbledore. A excepción de Peter que siempre fue el menos destacado del grupo, los demás eran muy apreciados dentro de la Orden por sus grandes dotes en hechicería y habilidades mágicas. Por eso se convirtieron en los más respetados y valientes aurores del Ministerio de Magia.
James y Lilian se habían casado. Se los veía felices y muy unidos, en especial en las batallas que libraban junto a sus compañeros de la Orden. Para ese entonces ya llevaban dos grandes enfrentamientos contra Lord Voldemort y sus implacables mortífagos. Habían tenido muchas bajas de ambos bandos pero, aun así, nada los enervaba lo suficiente para rendirse.
21:20 – 25 de Junio de 1979
Esa noche era la tercera vez que Lilian y James se enfrentaban a Lord Voldemort desde que estaban en la Orden del Fénix. Sin saberlo, esa noche marcaría para ellos una profecía que los destinaría a un final cruel e inesperado, donde la traición y el dolor no cesarían durante años.
Pero antes de que esa profecía fuera revelada, ellos iniciaron junto a sus compañeros uno de los encuentros más impiadosos contra el Señor Oscuro y sus insidiosos seguidores.
Las bajas de ambos bandos eran bastante parejas, los destellos de luz verde y roja propasaban todos los límites de la infinidad. Tal era la mezcla entre mortios y aurores que apenas si se distinguían unos de otros.
Bellatrix Lestange se apareció imprevistamente detrás de la joven Lilian Evans, quien luchaba furiosamente contra dos mortífagos a quienes venció con honores. Al girarse, se cruzó con la morena quien sonreía socarronamente al darse cuenta que había puesto a la pelirroja en desventaja pues estaba a sólo un avada de caer muerta a sus pies.
Lilian respiró tan lento que, mientras sus pulmones su llenaban del frío aire de la noche y Bellatrix pronunciaba el maleficio, una espesa nube de humo negro la envolvió y la hizo enceguecerse por un instante. Estaba desapareciéndose, pero no era ella quien lo hacía posible, sino alguien más.
Cuando sus pies se apoyaron nuevamente en suelo firme, logró notar que estaba siendo sostenida de la cintura por unas manos de dedos alargados y blanquecinos. Al levantar su mirada, chocó sus verdes ojos contra una reluciente máscara de metal dorada que estaba enmarcada en la capucha de una túnica negra. Nada podía saberse de la identidad de aquel motífago. Ni su rostro, ni su cabello lo delataban, podía ser cualquiera y, sin embargo, ella presintió que conocía aquellas manos y que detrás de aquella máscara se hallaba alguien conocido.
Intentó infructuosamente quitarle la máscara, el mortífago se negó al principio, pues estaban en una calle que desembocaba en un callejón y podía aparecer alguien en cualquier instante.
—No me moveré de aquí hasta que no te reveles —musitó la joven con tono firme. El mortio la había tomado de la mano e intentaba sacarla de allí pero, en efecto, ella se negaba a moverse. Él se giró y con lentitud llevó una de sus manos hacia la máscara, se la quitó y dejó al descubierto su rostro—. ¡Severus...!
Lilian sintió como sus piernas se aflojaban por el asombro de verlo. Su corazón latía más que nunca en muchos años y su mente se volvía una gelatina de pensamientos de los cuales no era consciente ni los controlaba.
—¡Sígueme, Evans! —le exigió, tomándole otra vez con firmeza su mano y llevándosela de allí.
—¿¡El Caldero Chorreante!? —gimió la pelirroja al notar hacia dónde se dirigían.
Severus pidió una habitación y subió hasta ella junto a Lilian, apenas la puerta estuvo cerrada, él se giró y la enfrentó.
—Entonces, ¿eres uno de ellos? —Él asintió—. ¿Desde cuándo?
—Desde que tengo quince años.
—¿Por qué? —Lilian no conseguía comprender cómo alguien tan valiente, inteligente y preparado como Severus había acabado en el bando contrario con el que ella luchaba.
Él aspiró un poco de aire, haciendo que las narinas se le abrieran y cerraran como dos pequeñas alas en su rostro. La miró una vez más, después de tanto tiempo, y dejó que su voz saliera de su garganta para contarle al fin por qué estaba haciendo todo ese sacrificio. Al cabo de algunos minutos, Lilian Evans lloraba como si le hubieran arrancado una parte de su vida con aquel relato y se desplomó en el suelo de rodillas ante Severus.
—¿Por qué no confiaste en mí? ¿Por qué no me lo contaste? —le reprochó. Él se arrodilló a su lado, le tomó las manos y se las besó.
—No podía, Lilian —exhaló—. Alejarme de ti era imprescindible para protegerte. Debí hacerlo —justificó.
—Pero podías haber confiado en mi, como ahora —refutó la muchacha, haciendo que el dolor que sentía apresurara la salida de las lágrimas en sus ojos.
—Podía, pero si lo hacía, quizás ya estarías muerta —murmuró él, cerrando sus ojos.
Lilian tomó el rostro de Severus y ese dulce contacto de sus manos en su rostro lo obligó a abrir sus ojos y mirarla. Las verdes esferas de Lilian aún estaba vidriosas por las lágrimas y su cara estaba contraída en un gesto de dolor. No pudo soportarlo, lo último que deseaba ver era a la mujer que tanto amaba sufriendo por su culpa. La tomó él también de las mejillas y la besó con toda esa pasión que llevaba acumulando desde hacía tantos años.
Todavía se amaban, ese beso se los confirmó a ambos; Lilian no podía despegarse de los labios que tanto había soñado volver a besar desde que tenía quince años, por eso, cuando él la levantó del suelo, sin dejar de besarla y la empujó suavemente hacia atrás, nada hizo que se detuviera.
El destino de ambos, en ese momento, era una cama con dosel en medio de una habitación de madera, con una ventana que desembocaba a un conjunto de calles que convergían en Charing Cross. Allí, en ese lugar en el que alguna vez supieron dormirse como dos adolescentes viviendo una aventura, harían el amor por primera vez.
La túnica de Severus cayó al suelo siendo seguida por la de Lilian. Un motífago y una aurora mezclándose con afán como el agua y el aceite, fundiéndose y olvidándose de todas las diferencias que los deberían hacer enemigos. En ese instante, eran dos enamorados devolviéndose el amor que los años y el destino les habían arrebatado.
El peso de Severus cayó suavemente sobre el cuerpo desnudo de Lilian, ambos se tomaron de las manos y sus labios siguieron recordándose; poco a poco, él fue adentrándose en ella y haciéndola suya. Cada suspiro, gemido o exhalación que de ambos surgía, no hacía más que confirmar cuánto se habían necesitado. Durante cuarenta minutos fueron uno del otro con toda sinceridad y entrega, luego la calma devino en placer y silencio.
Se quedaron abrazados allí, en el silencio de la noche, ajenos a lo que pudiera estar sucediendo en la batalla que libraban los mortífagos y los aurores en alguna parte de Londres. Cerraron sus ojos y se dedicaron a consumirse mutuamente en cada respiración y en cada latido de sus cuerpos.
La mañana los sorprendió en la misma posición, se despertaron casi al mismo tiempo, sus manos seguían aferradas unas a las otras y sus miradas se reencontraron con un brillo que llevaba tiempo intentando salir de sus miradas.
—Tendrás que volver... —le susurró él, apartándole del rostro un mechón de sus rojos cabellos.
—Lo sé —asintió ella, cerrando los ojos—. ¿Nos volveremos a ver?
—Es lo que más deseo... Pero no lo sé —susurró él—. Debo procurar que estés a salvo y verte sólo empeoraría las cosas.
—Te esperaré —le dijo ella, sonriendo y dándole un corto besos en los labios.
Ambos se levantaron y volvieron a vestirse. Severus le ayudó a ponerse la túnica y ella le alcanzó la máscara que yacía abandonada en un rincón de la habitación. Lo miró con tristeza y se abrazó a él como una niña temerosa.
—¡No dejaré que nadie te haga daño, Lilian! ¡Te lo prometo!
—No le temo a la muerte ni al dolor, Severus, sólo a no volver a verte —le confesó ella, alejándose un poco para mirarlo a los ojos.
—Todo va a estar bien —le prometió y la aferró a su pecho, aspirando el dulce perfume que emanaban sus cabellos rojizos.
Volvieron al callejón en donde se habían aparecido la noche anterior, ambos se desaparecerían en direcciones distintas y justificarían su ausencia con alguna excusa lo bastante creíble como para que nadie pudiera jamás sospechar de aquel encuentro. Antes de que Lilian desapareciera, Severus le habló para atraer su atención.
—Quiero mostrarte algo, para que cuando lo vuelvas a ver sepas que estoy cerca de ti. —La pelirroja sonrió y esperó, apenas con un movimiento de su varita y unas palabras, Severus dio a conocer algo que maravilló a Lilian—. ¡Expecto Patronum! —De la punta de la varita, surgió una potente luz azulada que envolvió a la pelirroja y pronto se convirtió en una hermosa cervatilla igual a la que ella había dado forma años atrás.
—¡También te has inspirado en Almendra!
—No, Lily, sólo me he inspirado en ti... —La joven corrió hacia él y lo besó por última vez en toda su vida.
Luego de que se desaparecieron, jamás quiso la suerte y el destino que volvieran a encontrarse. Severus intentaba hallarla y sólo podía conformarse con alguna que otra imagen de ella a lo lejos. Nunca más sus cuerpos fueron suyos ni sus labios se tocaron como aquella vez. Quizás sólo les restaban los recuerdos y un deseo en la distancia de estar juntos para siempre.
NOX.
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