Capítulo Nº 2: "Al final del verano" - Su mejor amiga -
¡Lumos!
17:40 - 29 de Agosto de 1975
Algunos años habían transcurrido desde aquél triste recuerdo; su convivencia familiar no había variado desde entonces, pero sí su propia vida.
Ahora tenía una amiga; la persona más sincera, bondadosa y amable que él había conocido. Con ella pasaba largas horas a solas conversando, dando largos paseos, y desde que la carta de Hogwarts les llegó a los dos, también ocupaban su tiempo estudiando juntos. Porque ella también tenía magia en su ser y Severus fue quien la descubrió unos seis años atrás...
La conoció una tarde de abril, mientras caminaba torpemente por un parque cercano a su casa. Vestía ropa muggle —es decir, de personas que no son mágicas como él— pero su aspecto no era como el de ellos. Ni él ni su madre sabían bien cómo combinar las prendas, es por eso que al verlo, daba la impresión de que estaba disfrazado. En ésa ocasión llevaba puestos unos pantalones cortos de color oscuro, con una camisa grisácea a rayas azules, algo desteñida y un saco oscuro varias tallas más grandes. En sus pies, calzaba unas botitas negras acordonadas que estaban algo rotas en los costados.
Sus pasos lo fueron llevando hacia unos arbustos que guardaban detrás un arenero y un par de hamacas. Justo detrás de éste, había dos niñas hablando, una de ella con voz muy suave y la otra con una actitud reprobatoria y gruñona.
Severus se asomó y descubrió una abultada melena de color rojo oscuro, muy larga y muy espesa. Ésta pertenecía a una de las niñas, la que le daba la espalda en ese momento. La otra, quien tenía una mueca de enojo constante en su cara, era rubia, muy delgada y su rostro se asimilaba al de un caballo por lo alargado y enjuto.
La pelirroja se dio vuelta de repente al notar la cara de asombro de su hermana, fue allí cuando sus preciosos ojos verde esmeralda, chocaron por primera vez con los de Severus.
Ellas eran Lilian y Petunia Evans, respectivamente. Y así como las descubrió también supo en poco tiempo que, una era de fiar y sería su mejor amiga, y la otra, todo lo contrario.
Lilian se hizo amiga de Severus casi de inmediato. Él fue quién le reveló que ella era una bruja y que algún día al igual que él también recibiría la carta de Hogwarts.
Y el día llegó. Ambos llegaron a Hogwarts en el mítico expreso, fueron seleccionados para sus respectivas casas y separados por primera vez. Pues Lilian fue enviada a Gryffindor, la casa de los valientes y Severus a Slytherin, la casa de las sangres puras y los determinados.
Pero aún así, su amistad seguía siendo fuerte.
Ahora, años después de aquellos días, a finales de un caluroso agosto, estaban nadando en el río cercano a la casa de Severus; lo hacían todos los veranos justo antes de que empezara Septiembre y tuvieran que regresar a Hogwarts.
Severus había salido del agua hacía apenas unos momentos; se hallaba sentado bajo la frondosa copa de un ombú cuyas raíces se extendían por encima de la tierra hasta hundirse en los extremos bajo ésta.
Ella llevaba más de diez minutos bajo el agua de aquél río; el calor era abrasivo por lo que no deseaba salir a la superficie, pues el aire que le proporcionaba el encantamiento del casco burbuja, podía mantenerla allí abajo por tiempo indeterminado.
Severus observaba de vez en cuando el agua aquietada desde su lugar y luego volvía a posar su vista en un libro de magia avanzada que ahora sostenía con una de sus largas manos.
Lily, en tanto, movía sus manos bajo el agua imaginando por un instante sentir aquella suavidad etérea. Sin querer, de tanto pensar en aquella sensación, se desconcentró y rompió el encantamiento del casco bajo el agua. Soltó el poco aire que había contenido en sus pulmones sin tener tiempo de reaccionar y comenzó a dejarse llevar al fondo del río como si fuera un cuerpo inerte.
Nunca había pensado con tanto temor en la muerte hasta ese momento. Cerró sus hermosos ojos verdes tan intensos como dos esmeraldas y comenzó a soltar el resto del aire.
Sentía cómo se hundía en la profundidad y en ese absoluto silencio que le proporcionaba el agua en sus oídos, pudo notar la presión en su pecho y el desvanecimiento de todo a su alrededor. Un jalón la elevó de golpe, fue sacada a la superficie con violencia haciéndola reaccionar nuevamente.
—¡Estás loca, Evans! —le espetó furioso un muchacho de cabellos negros y ojos profundamente oscuros como túneles.
—¡Severus! —murmuró ésta, estupefacta, quitándose un mechón rojizo de su blanco rostro. Él la llamaba por su apellido cuando estaba enojado o avergonzado; sin dudas esta vez era lo primero—. ¡Lo siento! ¿Te asusté? —inquirió la jovencita, tosiendo y mirando a su vez como su amigo bufaba enfurecido todavía.
—¿Y tú qué crees? Llevo unos tres minutos esperando verte salir y, ¿cómo se te ocurre romper el encantamiento? Creí que te ahogarías.
—¡Lo lamento! Me desconcentré y se rompió... —explicó avergonzada la pelirroja.
—¡Pues prueba concentrarte mejor, Evans! —gruñó él, jalándola hacia la orilla.
Severus Snape corrió su cortinado cabello hacia atrás y lo estrujó con sus manos. Tenía el torso desnudo y por eso Lily podía ver su delgadez algo extrema y su piel tan blanca como la cera.
—¿Tenías miedo de que algo me sucediera? —inquirió Lilian, tomando su vestido y poniéndoselo, luego comenzó a secar su rojo y largo cabello con una toalla que tomó de su bolso.
—Sabes perfectamente lo peligroso que es ese río, Lily. Eres mi... amiga, debo cuidarte —respondió, escuetamente, el muchacho, tomando una remera oscura y comenzando a ponérsela.
Lilian estaba detrás de él, muy cerca, llevaba puesto su vestido, pero éste, al estar húmedo, lograba traslucir las dos piezas que conformaban su ropa interior. Estaba acostumbrado a verla así todos los veranos, pero de todas maneras, su timidez le impedía enfrentarla y verla de frente. Eso era un gesto que Lilian consideraba de caballeros.
Ella, por el contrario, no dejaba de lanzarle furtivas miradas a su amigo. Siempre se bañaba con un pantalón corto y sin nada arriba. Su largo cabello negro, se volvía más lacio de lo que ya era y caía sobre su rostro y hombros, pegándose a éstos como el césped a la tierra.
A Evans le encantaba observar cada nuevo detalle que descubría de él. Como sus huesudos hombros, sus largas y blanquecinas manos de largos dedos flacos; o su nariz ganchuda que le daba a su rostro un aspecto enjuto por lo hundido de sus mejillas.
No era un Adonis, mucho menos un posible ganador de un concurso de belleza, pero para Lily era un chico especial y se sentía extrañamente atraída hacia él. Por supuesto, se contenía de aceptarlo pues todavía no comprendía el sentimiento que despertaba dentro de ella cuando lo tenía cerca.
—¿Sólo soy eso? —pensó en voz alta la pelirroja.
—¿A qué te refieres? —farfulló el joven Snape, apretando los labios y yendo en dirección a sus zapatos que se hallaban cerca del árbol.
—¿Eh? ¡A nada! —respondió prontamente ella, reaccionado que sus palabras casi la habían delatado—. ¿Todavía estás enojado por lo que sucedió recién? Severus, no pensaba ahogarme. Sólo... sólo me desconcentré —sostuvo la muchacha, dejando caer bruscamente ambos brazos a los costados de su cuerpo en señal de enojo.
Snape la miró de soslayo e improvisó una mueca con sus labios. Seguía enojado, eso era evidente. Por eso reaccionaba así, bufando e ignorándola.
—¡Muy bien! La próxima quizás no debas salvarme, así te ahorras mis estúpidas preguntas —espetó Lily, sentándose en el suelo y luego dejándose caer hacia atrás en el mullido colchón de césped.
Su cabello rojo oscuro, se desparramó desordenadamente entre su cara y el césped, tenía los ojos cerrados y una mueca de enojo que solía divertir a Severus desde que la había visto hacerla por primera a sus nueve años.
El muchacho se giró y la vio allí, frunció el ceño y con resignación caminó hasta ella con paso cansino.
—Lily... —la llamó, pero la pelirroja no respondió. Se arrodilló a su lado y apoyó uno de sus brazos al costado de la cabeza de la chica—. ¿Ahora ya no me vas a hablar? —inquirió y ella hizo una mueca con sus labios como aprobando lo dicho por él. Severus se pasó una mano por su largo cabello todavía húmedo y luego se acostó boca abajo junto a ella.
—Estoy enojado, es verdad, pero porque no quiero que nada te suceda, ¿entiendes? —susurró sin mirarla.
Lilian abrió los ojos y miró al ancho cielo de colores anaranjados que ahora se extendía sobre ella; volteó su cabeza hacia donde se hallaba Severus y descorrió un largo mechón de sus cabellos para poder verle el rostro. Él no la miró, pero por la forma en que movió su nariz al sentir aquel contacto de sus manos en su pelo, ella pudo adivinar que se sentía avergonzado.
Quizás, ella y su madre, habían sido las únicas dos personas en su vida que lo habían tocado así.
—¡Gracias! —musitó la pelirroja en un murmullo. Snape giró levemente su cara hacia ella y la miró de soslayo—. En serio, eres un gran amigo, Sev.
Él sintió las caricias de aquellas palabras en sus oídos, siempre le era agradable escucharla decir eso; sin embargo, él sentía algo más profundo que amistad hacía Lily.
Estaba enamorado de ella desde el primer instante en que la conoció. Pero ése era su mayor secreto, su timidez le impedía decírselo y presentía que también era su mayor error.
Giró sobre sí mismo, hasta quedar de espaldas sobre el suelo, al igual que ella. Cruzó ambos brazos sobre su abdomen y respiró profundamente.
Lily sonrió y se acercó un poco más a él, ahora su cabellera pelirroja se mezclaba con la de él, dando un contraste llamativo al paisaje.
—¿Severus?
—¿Sí?
—¿Me acompañarías mañana al callejón Diagon a comprar mis libros?
El muchacho hizo un breve silencio y sonrió antes de responderle:
—¿Todavía no hiciste tus compras? Creí que era el único. Está bien, Lily. Te acompañaré —asintió cerrando sus negros ojos.
La pelirroja sonrió y cerró también los suyos para luego apoyar su cabeza con la de él. Ambos quedaron allí de cara al cielo, en silencio, esperando que la tarde desapareciera con sus últimos degradés; dejando que nada ni nadie acabara con su paz de aquél final de verano.
Cuando ya marcaban las ocho y veinte y el anochecer se había vuelto una capa oscura y titilante de estrellas sobre sus cabezas, ambos abandonaron aquella tranquilidad y se separaron cada uno hacia su hogar.
Severus entró en su casa y notó como siempre el silencio circundante. Su madre debía estar haciendo alguna diligencia y su padre seguiría en el mismo estado en que lo había dejado cuando se marchó con Lilian: sentado en un sillón, con una botella de whisky en una de sus manos y su maldito hedor a alcohol saliéndole por cada poro.
—¿Eileen? ¿Eres... tú? —preguntó, dificultosamente, Tobías apenas oyó unos pasos.
—No, padre. Soy yo, Severus —avisó el joven, deteniendo su paso.
—¿Y tú de donde vienes, mocoso? —profirió levantándose a duras penas del sillón.
—Estuve en el río... con Lily.
—¿Qué tanto haces con esa Lily, eh? —inquirió luego, acercándose un poco más a su hijo y apoyándole una mano sobre uno de sus huesudos hombros—. ¿Es tu novia?
—No, papá. Ella es mi amiga —corrigió algo avergonzado Severus sin poder siquiera mirar a su padre a los ojos al decírselo.
—Eres un imbécil, ¿lo sabías? Yo a tu edad ya tenía dos novias. Ya era un hombre y sabía qué hacer con ellas —se jactó Tobías con una mórbida sonrisa. El aliento de Tobías Snape invadía el aire alrededor de Severus. Era repugnante oler aquello, pero él nunca dijo nada—. Tú no has hecho nada con esa Lily, ¿verdad?
Severus negó con la cabeza sin levantar la vista.
—Lo dicho: eres un imbécil —repitió Tobías, presionando aún más su hombro.
—Mañana me ausentaré temprano. Iré con ella al callejón Diagon a comprar unos libros —avisó el joven, cambiando de tema.
—A mí no me cuentes esas estupideces. Sabes que odio todo lo que tenga que ver con tu mundo de magia. Vete adonde quieras y si puedes no vuelvas. Sería bueno que ya desaparecieras de mi vista, tú y tu estúpida madre... —musitó con ácidas palabras, Tobías.
—Si tanto te molestamos mi madre y yo, ¿por qué no te vas tú? —escupió Severus, mirándolo por primera vez en ese rato con una notable rabia en sus ojos.
Tobías lo miró algo confundido, quizás por el alcohol en su sangre que no lo dejaba reaccionar con rapidez. Pero apenas unos segundos después, su rostro de repugnancia alertó a Severus de que había comprendido lo dicho y sin tiempo a nada, recibió una dura bofetada en su rostro.
—¡Mocoso mal agradecido! Deberías respetarme más, soy tu padre. Esta noche no cenarás. ¡Vete a dormir!
Tres horas más tarde, Severus dormía en su habitación cuando fue despertado cautelosamente por su madre.
—Hijo, aquí te traje algo de comer. Tu padre acaba de dormirse —susurró Eileen pasándole un plato con un sándwich de algún embutido que el muchacho no consiguió reconocer en la penumbra hasta que dio el primer bocado.
—¡Gracias, mamá!
—Debo irme, si se despierta descubrirá que te he traído algo de comer y estaremos en problemas. Descansa, hijo —murmuró la mujer con voz cansada.
—¡Está bien! Em... mañana iré con Lily al Callejón Diagón a realizar unas compras.
—Me parece bien, hijo. Cuídense mucho. Aquí te dejo unos galleones que he sacado hoy del banco. Llévalos, te harán falta. —Severus los tomó y agradeció a su madre. Luego esta se retiró y cerró lentamente la puerta para no hacer ningún ruido.
Suspiró en la oscuridad y volvió a recostarse sobre el respaldo de su avejentada cama. Deseaba tanto que él y su madre pudieran irse lejos de Tobías, pero eso era tan difícil como quitarle el corazón a ella para que no sintiera.
«¿Cómo puede amar a alguien así?» Se preguntó. Quizás todavía no comprendía el grado en que una persona es capaz de sentir cuando todos sus sentidos están puestos en una persona. Quizás su alma todavía no estaba lo suficientemente corrompida ni malsana como para perderse por completo como lo había hecho su madre.
Terminó su sándwich y luego se volvió a quedar dormido.
8:40 - 30 de Agosto.
Por la mañana bien temprano, se visitó y tomó una raída mochila de gruesa tela color gris; colocó dentro algunos de sus libros, su varita, su única túnica —muy diferente a la que le había regalado su madre a sus nueve años— y por último los galleons que su madre le había dado la noche anterior.
Salió de su casa en los albores de la mañana; caminó arrebujándose su saco —el único muggle que tenía— llegó hasta el final de la calle La Hilandera y dobló la última esquina para dirigirse hacia una calle aledaña en donde se encontraría con Lilian.
Unos pocos metros más adelante, estaba ella parada con una mochila color rojo oscuro como su cabello y ataviada con un impermeable color verde claro.
—Parece que va a llover. Se ha despertado fría la mañana y a lo lejos se ven unos nubarrones violáceos: eso es lluvia —comentó Lily apenas él estuvo más cerca.
—¿Cómo sabes esas cosas, Lily? —se asombró él.
—Mi madre... Todavía no sé porqué sigo creyendo en todo lo que me dice. —Severus sonrió de lado y apartó su cortinado cabello al saludarla con un beso en la mejilla—. Tienes el cabello bastante largo.
—Me gusta así —profirió el muchacho con un dejo de molestia, ante el comentario de su amiga.
—A mí también me gusta así, Sev. No te estaba criticando, me gusta mucho tu cabello...
El joven Snape la miró extrañado. Lilian era dulce y amable con todos, pero con él a veces parecía serlo en demasía.
Continuaron su caminata juntos y llegaron hasta una parada de autobuses. Tomaron uno de ellos y se sentaron lado a lado, durante todo el viaje, hasta que llegaron cerca de Charing Cross y descendieron de él. En esa calle se hallaba la posada de «El Caldero Chorreante»; entraron en ella y siguieron camino hasta la parte posterior del lugar en donde pasarían directamente al Callejón Diagon.
Lily elevó su varita frente a una amplia pared de ladrillos y tocó con ella cinco de estos. Pronto ésta comenzó a separarse y a darles paso hacia el patio cerrado que se hallaba detrás.
—Hay bastante gente, creí que seríamos los únicos en hacer compras a último momento —comentó Lilian.
Fueron entrando a cada uno de los negocios y comprando lo necesario. Incluso Severus compró algunos libros extras sobre magia avanzada y artes oscuras. Lily lo notó y no comprendía cómo le podían interesar tanto las artes oscuras, pero intentaba no realizar ningún gesto reprobatorio. No le parecía correcto juzgar a su amigo.
Cerca del mediodía, terminaron de realizar todas las compras. Caminaban por una de las callecitas paralelas a la avenida principal, cargados de bolsas y objetos, cuando el estómago de Severus emitió un gracioso sonido. El silencio que los rodeaba hizo aún más vergonzoso aquél momento para el muchacho, lo cual intentó disimular con un carraspeo y una pregunta trivial sobre el clima.
—Seguramente lloverá antes de que regresemos al Caldero Chorreante —arriesgó Evans respecto a la pregunta de Severus—. ¡Me muero de hambre! Apresuremos el paso, quiero llegar antes de que cierren la cocina —manifestó luego, evitando así que Severus sintiera más vergüenza.
Tal y como había pronosticado Lily, la lluvia se desató prontamente y justo antes de que ambos llegaran a la posada. Los muchachos corrían acompañados por un grupo de transeúntes que también intentaban huir de los goterones que caían sobre ellos. Apenas atravesaron la pared, Lily y Severus se sacudieron un poco las ropas y avanzaron hacia el mostrador; detrás de éste se hallaba Tom, el tabernero, quien les sonrió complaciente y les preguntó qué deseaban.
—Pues, para empezar, algo caliente para comer —se apresuró a responder Lilian.
—De acuerdo, tengo una sopa de verduras recién hecha y algo de pan casero. Acomódense en alguna de las mesas que en unos minutos se las alcanzaré.
Así lo hicieron. A los pocos minutos tal y como había prometido Tom, estaban degustando una deliciosa y caliente sopa de verduras con un esponjoso y tibio pan casero.
—Aquí les dejo unas cervezas de manteca. Oh, no, no; es cortesía de la casa —musitó el hombre cuando Severus sacó una bolsita con galleons para pagárselas.
—¡Esto está riquísimo! —manifestó Lilian, llevándose a la boca otra cucharada. Severus asintió y la imitó. Media hora después, ambos estaban llenos y satisfechos—. No ha parado de llover y el cielo está cada vez más oscuro —observó la pelirroja, mirando hacia una de las ventanas que mostraban levemente un pedazo de cielo con nubarrones negruzcos de los cuales vertían infinidad de gotas.
—¿Eso qué significa? Digo, tú eres la experta en el clima —sostuvo el joven con una media sonrisa.
—No soy una experta —lo corrigió ella—. Pero si quieres saber, significa que va a llover todo el día y que no podremos llegar temprano a nuestros hogares.
—A mí no me preocupa —manifestó Severus en lo que pareció apenas un murmullo.
—A mí tampoco —reconoció para sorpresa de éste la propia Lilian—. No me mires así. No estoy diciendo que no quiera regresar a mi casa, es sólo que... bueno, mis padres salieron de viaje hoy y se llevaron a Petunia; no volverán hasta las fiestas. Estaré sola y... no quiero estarlo.
—Y, ¿qué vas a hacer? —indagó preocupado Severus.
—¿Te quedarías conmigo aquí en la posada hasta el primero de septiembre? —respondió con otra pregunta ella. El joven Snape quedó estupefacto ante aquella pregunta, pues fue por demás inesperada.
—Sí, claro... —contestó luego de unos segundos—. Voy a preguntar cuánto nos cuestan dos habitaciones—. Rápidamente se levantó y se encaminó hasta el mostrador, intercambió un par de palabras con Tom y luego de unos instantes, se giró con el rostro completamente sonrojado. Volvió hasta donde se hallaba Lily y se sentó en su sitio.
—¿Por qué tienes esa cara? ¿Qué, no hay habitaciones?
—Sí, sí la hay. Ése es el problema —tragó un poco de saliva—, hay una sola.
—¿Tienes miedo de compartir una habitación conmigo, Sev? —cuestionó la joven, riendo—. Descuida, no muerdo. Además, eres mi mejor amigo y confío en tí. No estamos en Hogwarts, podemos compartir una habitación durante dos días.
Luego de decirle esto, se levantó y ella misma hizo la reserva. Apenas Tom le entregó las llaves, le hizo señas a Severus y ambos subieron al cuarto.
Ascendieron por una quejumbrosa escalera de madera, atravesaron el pasillo de parqué y llegaron hasta la habitación número quince.
—Aquí es —avisó Lily y echó llave a la cerradura de la puerta para abrirla.
Al entrar, un olor a asfalto mojado se coló por una de las ventanas abiertas. Algunas gotas de lluvia atravesaban el marco de éstas y caían sutilmente sobre el suelo alfombrado. Severus se apresuró a cerrarlas para que dicha alfombra no se empapara aún más y luego hubiera más humedad en la habitación que en la propia calle.
«¡Luces terrible!» Profirió una voz a sus espaldas; ambos jovencitos se giraron y buscaron a una persona, pero nadie había en la habitación a excepción de ellos dos. Se miraron extrañados y volvieron a girarse. Lily acomodaba su mochila sobre una silla y sus paquetes con las compras; Severus hacía lo propio con los suyos sobre el suelo.
«¡Te ves demasiado pálido!» Exclamó nuevamente aquella voz que se asimilaba bastante a la de alguien encerrado dentro de una caja de metal.
—¡Ya fue suficiente! ¿Quién es el gracioso? —masculló Snape, sacando su varita y apuntando a toda la habitación esperando que alguien apareciera de algún sitio de ésta.
—Severus, no seas tan dramático, sólo es...
—¡Shhh! ¡Silencio, Evans! —la acalló él, caminando lentamente por el cuarto, haciendo crujir las maderas debajo de la alfombra.
«Te crees muy valiente con esa varita, ¿eh?», se burló la voz y fue entonces cuando el joven Snape se volteó y vio frente a él un gran espejo ovalado sobre un mueble de madera con tres cajones.
—¡Sólo eres un estúpido espejo! —espetó con desprecio el muchacho.
«Sí, y tú deberías mirarte más seguido en uno como yo a juzgar por tu aspecto», rebatió el objeto.
—¡Guárdate tus opiniones! —siseó molesto Severus y le lanzó una manta encima para taparlo.
«No puedo verte, pero estoy seguro que sigues luciendo terrible», manifestó el espejo, con una voz más ahogada esta vez, a causa de la manta.
Severus bufó y se echó una parte de su cortinado cabello hacia atrás, Lilian reía divertida desde un rincón; nunca había imaginado que sería tan gracioso ver a su mejor amigo discutir con un espejo parlante.
—Yo no le veo la gracia, Evans —rumió él al mirarla.
—Pues yo sí. No te enojes tanto, Severus. Es sólo un espejo y además tu no te ves tan mal... —Severus se sonrojó por el comentario y sonrió levemente.
«No le mientas», intervino el espejo por debajo de la manta. Un notable gruñido de Snape hizo que el espejo guardara silencio el resto de la tarde.
—Esa comida me ha hecho dar sueño. Dormiré una siesta —avisó una somnolienta Lilian entre bostezos.
Mientras ella se recostaba sobre la cama, Severus volvía hacia la ventana a mirar la lluvia caer. De repente tuvo la necesidad de preguntarle a su amiga si en verdad ella creía que él no se vía tan mal, pero apenas giró para hablarle, notó que ella ya estaba dormida.
Se acercó muy despacio y se sentó lentamente sobre la cama a su lado. Observó su blanco rostro y su rojo cabello oscuro; sus dulces labios que eran de un rojo claro y resaltaban en su cara como un botón de rosa. Acercó los suyos a los de ella y cerró sus ojos pensando en lo maravilloso que sería probarlos en un beso. Un suspiro de la chica lo hizo detenerse y retroceder. Se quedó mirándola largo rato recostado en uno de sus lados, con una mano apoyada en su cabeza. Cuando comenzó a quedarse dormido él también, se levantó y se sentó del lado de Lilian en un sillón de pana color azul oscuro que había allí. No consideraba correcto dormir con ella por más que lo deseara.
Pronto el sueño lo venció a él también y se quedó dormido. Lilian se giró sobre sí misma y una de sus manos cayó encima de una de las que Severus tenía extendida sobre el sillón. Ambas manos se tocaban y permanecían unidas por aquél inocente roce. Tan inocente como ellos dos y sus almas...
NOX.
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