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5🗡️

Anónimo


Escaneo su cuerpo tirado en el suelo, es tan hermosa que podría hacerle un altar. Se tomó la pastilla que puse en sus medicinas así que está lo suficientemente drogada como para olvidar que estuve aquí.

Yo las hago, y todo el mundo las consume. Pierden la mente, los vuelve locos y adictos como ella a mí.

Levanto su cuerpo y la acuesto en la cama, me es imposible no detallarla desnuda, húmeda, golpeada cuando rodó por la cima. Aparto el cabello de su rostro y suspira.

Voy al botiquín, saco lo que necesito y me pongo a su lado, tomo su pequeña mano con uñas carmesí, tiene pequeñas arañas allí como adorno. Ella huele a cereza, me gusta su sabor.

Limpio la herida, pongo pomada y la vendo para darle un beso.

—No vuelvas a hacer algo así de estúpido —la regaño—. Te vi esta noche, estabas tan fuera de lugar. Deseando verme, ¿por qué huyes cuando lo haces? ¿Me odias?

No responde, me gusta cuando duerme, sólo así no huye de mí, quiero tenerla conmigo para siempre, pero, ¿qué hago?

Me acuesto a su lado, y no puedo contenerme, su piel se eriza al sentirme cerca. Aprieto su muslo y gime, su sexo está perfectamente depilado, me arrodillo entre sus piernas y la escaneo. El cabello rojizo se extiende en la almohada, su perfil pequeño me hace ver sus dientes de coneja.

Tiene los pezones erizados, no son grandes pero si lo suficiente para caber en mi mano, sus puntos rosas están como rocas, su vientre plano me da una vista gratificante.

Jadea, eleva la rodilla y gruño al verle el coño húmedo. Mis dedos se dirigen hacían ella, acaricio los labios cremosos, los abro, deslizando de arriba abajo.

Me inclino y subo su pierna en mi hombro para apreciarla, inhalo su aroma cuando pongo la nariz en su pelvis. Huele delicioso. No sé si ha hecho algo pero me gusta mucho verla.

Gime cuando introduzco un dedo, aún no va por la mitad, se tensa y aprieta. Parece que le duele así que lo saco para chupar el néctar. Entierro mi nariz y aspiro la delicia, la verga se me hincha hasta golpear el cierre.

Saco mi lengua y limpio su entrada. Sabe a gloria. Su pelvis se eleva, aprieta mi lengua, tomo sus muslos para apretarlos, manteniéndola quieta.

—Oh... Dios —susurra entresueños.

Me encanta que gima, me gusta así que le saco muchos más mientras me entierro como un loco enfermizo, estoy enfermo y estoy loco. Me la trago, como y muerdo su clitoris, lloriquea, sus manos se entierran en mi cabello, su tacto me quema y paraliza pero sigo chupando, succionando.

Sus piernas tiemblan, mi polla también, estoy perdido en ella, aprieta y arquea su espalda en el colchón, mi mano se desliza a apretar su teta, la otra la uso para meter los dedos en su boca, aplastando su lengua, al momento en que su entrada aprieta mi lengua, avienta el néctar que chupo, trago y vuelvo a succionar en lo que sigue palpitando.

Su cuerpo cae y me subo arriba de ella, sus ojos están entrecerrados, me escanea y sonríe.

—¿Estás asustada, mocosa? —inquiero y saco mi verga.

La acaricio y escupo, usando también su saliva y mi humedad, están tan conectados.

Sus manos acarician mi cinturón, deslizan mis pantalones hacia abajo, el cabello se me pega a la frente así como respiro entrecortado por lo excitado que estoy.

Jamás había sentado tanto desde que maté a mi madre.

—No —responde, jala mi pantalón, me inclina hacia ella.

Me acomodo en su entrada, un agudo gemido se me escapa, no puedo controlarme así, toma mi miembro con su mano en lo que dejo caer mi frente en su pecho, veo cómo lo desliza de su clitoris a su entrada y hoyo, gime, se retuerce, aprieto los ojos. Lamo su cuello y me atrae hacia ella.

Su boca queda contra la mía, el deseo me traspasa y empujo un poco la cabeza dentro de ella, es como si mil bombas de calor me reventaran en la cara, no puedo respirar, su cara se contrae, sus piernas temblorosas me rodean la cadera.

—Sólo es un sueño —susurra, cierra los ojos y se eleva hacia mí, aprieta los labios de dolor—. Un asqueroso sueño.

Me congelo, la sangre me hierve, y mi dulce mocosa acaba de cometer un error. Me huye, corre, y odia despierta, pero en sueños; en sueños me desea, donde nadie la juzga, allí me quiere, pero no está dormida, sólo tiene un tranquilizante.

Me levanto de golpe y tiembla escaneándome. Hay presemen en mi punta, le jalo el cabello y grita, la tomo de la mandíbula.

—Trágalo —no se niega, los ojos le brillan—. Esto será asqueroso.

Y de una estocada le abro la boca, sus dientes me raspan la verga, pero se hincha dentro de ella, la rabia me atrapa, gime y chupa pero sólo golpeo con rabia, salgo de ella y la arrojo a la cama. Extraño su lengua contra mi piel pero estoy harto de que me niegue, que no grite que soy yo lo que quiere.

Trata de levantarse pero está mareada así que con la furia en las venas salgo de su habitación antes de que sepa que no es un sueño. Corro escaleras abajo, rodeo la biblioteca y abro el congelador de carne, pateo a la sirvienta muerta y saco mi cuchillo.

Necesito matar a alguien antes de que comencemos a jugar. Saco mi teléfono tomo una fotografía de la cara estrangulada de la mujer acuchillada hasta la muerte y se la envío a mi encantadora para que cuando despierte tenga algo asqueroso que ver.

Yo:
Espero que te guste la carne. Se que te encantan los desayunos.

El mensaje se eliminará pero la fotografía no.

Cierro el congelador para después poner el código.

Acaricio el filo del cuchillo, y lo meto en mi cinturón de dagas.

Nota:

Ups. ¿Habrá más regalos de Halloween?

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