10🕷️
Hola, espero que estén bien. Este capítulo tiene errores ortográficos y sobre todo contiene escenas de sexo explícito con situaciones cuestionables.
⚠️Esto es más oscuro que el universo de bajo la misma corteza, en psicosis podrás encontrar una que otra situación turbia. Si te sienten incomod@ con la sangre y sexo crudo por favor no sigas ya que de aquí en adelante será sangre y sexo enfermo. ⚠️
Para las veteranas.
¿Qué les ha parecido este especial?
Encantadora
🕷️
Trato de moverme, mis muñecas arden de alguna manera, mi piel arde, mi coño tiembla. Gimo cuando algo me succiona, algo cálido y húmedo se desliza por mi centro, mi cuerpo se contrae.
Mi pelvis se eleva y un gruñido me saca de la ensoñación. Parpadeo pero un mordisco me hace gritar de placer. No puedo moverme pero me concentro en lo que recorre mi piel.
Y, cuando mis probador reaccionan hasta allí; con su mirada sobre mi cuerpo, su mano en mi teta que rebota al ser embestida por su lengua, su cabello húmedo se mueve como los árboles de otoño, cayendo por su frente. Mis manos pican por tocarlo sentirlo.
Abre la boca y sonríe contra mi coño rosáceo de excitación. Mi cabeza da vueltas y vueltas. Mis manos están atadas así como mis pies pero estoy completamente desnuda para él y eso pone mi cuerpo a arderá
—Me encanta como sabes —susurra contra mi clitoris, sube sus manos venosas sobre mis muslos y estruja haciéndome gemir—. Gimes muy bonito, pero ahora necesito que me digas que recuerdas.
Se levanta como si nada, lamiéndose la brillante excitación de los labios. La sien aún me palpita pero ahora no sé cómo concentrarme. Creo que esto es real, y está frente a mí después de chuparme y con la verga que es muy visible a través de la tela.
—Déjame ir —grito entre dientes—, sabes que vendrán por mí.
Niega soltando un suspiro.
—Eres mía —dice sin más—. Sólo necesitas ver que somos iguales, y estaremos juntos. Podrás ir a tu fiesta de Halloween, tus amigos inútiles están organizándola para tu bienvenida.
—¡No somos iguales!
Se carcajea, trato de cerrar las piernas pero aún tengo un orgasmo pendiente, quiero que me torture y lo arranqué de mi coño.
—Tú eres un monstruo y asesino —espeto, y escupo a sus pies.
Suspira, se va a una mesa de la esquina, la habitación parece más bien un sótano y por lo que veo la única salida es la puerta de metal a su espalda.
Algo hace un sonido de zis parecido a un cuchillo o daga. El pánico se apodera de mi cuerpo, pero no puedo gritar.
Ladeo la cabeza, aún duele, no sé si es el golpe o me drogó, o estoy soñando...
El cuerpo se me congela al ver que alza una daga como si fuese un maldito loco.
—Te daré a escoger —levanta la daga, y del otro lado levanta una fusta—. Te preguntaré y si respondes bien te daré placer y dolor, si respondes mal, también.
—¡Jodete!
Un grito ahogado sale de mi garganta al sentir el ardor de pecho que llega cuando azota mi pezon con el cuero de la fusta. Mi coño se contrae, mi pezon se pone duro como roca.
Abro los ojos, gimiendo muerdo mi labio y regreso a él con mirada asesina.
—¡Ni siquiera dijiste nad...!
Otro azote y mi sexo comienza a remojar la silla de metal. Cierro las piernas, el cabello se me pega a la cara.
Me acuclilla a mí, escanea mi vagina que ahora es una cuenca de fluidos.
—¿Qué hiciste el día que llegaste a la casa de la abuela muerta? —inquiere, su aliento cae a mi coño y gimo con fuerza al sentir su lengua jugar con mi clitoris y aprieto los dientes hasta que truenan.
—¡Asqueroso!
—Esa no es la respuesta.
Levanta la daga y empuja la punta en mi abdomen sacándome un grito de ardor.
—¡Basta! —las lágrimas me quieren traspasar, el desespero me toma cuando se concentra haciendo líneas—. ¡Lo diré!
Se detiene, el ardor me marea, me tumba en la silla y mi sexo arde de placer.
—Me dormí —jadeo, lo veo a los ojos...
Su fusta cae a la zona cortada y las piernas me tiemblan así como el sollozo. Niego, trago amargo y me ahogo con las lágrimas de rabia.
—Vamos a refrescarte la mente, bebé —se pasea a mi alrededor y desliza la fusta por mi boca cuando echo la cabeza hacia atrás—. Tuviste un sueño muy caliente, tan caliente que te levantaste. Casi no podía aguantar, pero necesitaba esperar.
—¡No!
La fusta cae en mi barbilla y grito de rabia, pateo, mi coño se aprieta. No sé qué quiere que diga.
—Justo cuando me iba —comienza, se pone delante de mí y aparto la mirada cuando el miembro se me marca por la pierna— la mujer de la cocina llegó, tú bajaste al escucharla, tuve que ocultarme debajo del hueco de las escaleras que jamás lo vi tan pequeño.
Imagines impactan contra mi mente.
—¿Durmió bien, señorita? —veo a la mujer pero niego y grito.
—¡Estas poniéndolo en mi cabeza!
—Aún seguías adormitada o quizá sonámbula —susurra contra mi oído, todo me da vueltas.
Las imágenes vuelven, y grito de nuevo me toma del cabello para lamer mis lágrimas.
—Sólo dijo algo —chupa mi cuello y gimo, tratando de buscar fricción en la silla—. Dime qué dijo, dime qué fue el detonante.
Niego, aprieto los labios, mis gemidos me atragantan, besa mi boca con su lengua resbaladiza.
—Recuerda, amor —abro los ojos, rodea la silla y se pone frente a mí—. Dímelo y te haré el amor sobre la cama de un manicomio...
—Lárgate —sollozo.
La daga me saca un aullido cuando clava la punta en mi hombro, la sangre se desliza, pero él lo cura con su lengua.
Aprieto los dientes, y chupa mis labios con sabor a metal.
—Dime que fue lo que detonó tu muerte...
Un dolor agudo me hace gritar al negar porque golpea la herida con la fusta, mi mente se oscurece y sólo la veo a ella.
Bajo las escaleras al oír algo, tallo mis ojos y me encuentro con Odelia que sonríe preguntándome si podía dormir o tenía pesadillas.
—Sólo una pesadilla —sonrío mientras veo que pone las bolsas de verduras
Muevo la cabeza con las lágrimas rodando por mis mejillas, toma mi rostro y sus labios, sus labios son lo único que veo, jadeo, no puedo moverme, mi mente está en un bucle, sus dedos en mi rostro y...
—¿Qué te hizo perder el control, pequeña desquiciada? —susurra contra mi boca.
«Es un sueño», me repito una y otra vez.
—Su madre dijo que debía estar encerrada y no hacer fiestas —ruedo los ojos y no respondo—. Supongo que ya la está preparando para ese monstruo.
Me detengo cuando voy al refrigerador y resoplo.
—¿Por qué, Odelia? —replico los dedos.
Me escanea y se encoge de hombros con su cara de estúpida.
—Supongo que su madre ya le dijo —acomoda las verduras. Me acomodo la isla observando lo que dice—, no debería angustiarse. Su madre protege a su hermana pero a usted también la ama, aunque la haya entregado a ese monstruo.
El corazón se me encoge, y parpadeo confundida.
—¿Cómo? —mi voz apenas se escucha.
La mujer de ojos claros de tez bronceada gira horrorizada por lo que probablemente acaba de decir.
—Oh, lo siento... —comienza a temblar así como a mí la nube roja se me enfoca—. Su madre no me dijo nada, había planeado traerla cuando decidiera entregársela.
Habla cosas que no entiendo, cada parte de mi cuerpo grita, duele. La vista se me nubla.
—¿De qué hablas, Ode? —la primer lagrima se me desliza.
Niega, tiembla y se escabulle del otro lado, mi mirada se dirige a los cuchillos y al parecer ella lo nota.
—¡Cobtesta!
—No fue un accidente —suelta—. Ella la vendió a la mafia, y el hombre que debía matarla no lo hizo.
Mis pies no se sostienen, y respiro entrecortada, aún sigo en ropa corta, recordando que soñé con él, pero quizá estaba aquí porque ella... ella sabía que esto iba a suceder, por eso me dejó.
—¿Me vendió? —sollozo—. ¿Tú lo sabías?
Retrocede chocando contra un sofá.
—No podía decir nada, señorita —su voz me cae como un rayo—. Su madre dijo que le diría antes de que él saliera, y fuese más fácil para usted convivir con ese monstruo.
«Monstruo»
—¡Cállate! —grito, cubro mis oídos, el suelo se tambalea.
«Así es», una voz se escucha a lo lejos.
Grito y grito.
—¡Lo siento, señorita! —ella solloza y dejo de moverme, las lágrimas han dejado de caer, sólo existe una rabia, ganas de matar a Miranda—. Pero ese monstruo debería morir, sin importar lo que sucedió.
—No le digas así —espeto, limpio mi mocos, deslizándome hacia ella—, ella me vendió. Ella me vendió y él. ¡Él tuvo más corazón para no matarme!
—¿Qué hace, señorita? —Odelia retrocede mirando mi mano, y dirijo mi la vista al cuchillo que no sé cuándo tome.
—Shh —la calmo—. Las voces en mi cabeza gritan que es un monstruo, y lo es. ¡Pero tú!
—¡No podía decirlo!
—¡Me viste crecer! —grito—. Me alimentas y acobijaste cuando lloraba. Tú sabías —aprieto los dientes al ver su cara de horror—. Traes comida como un cerdo que va al matadero, maldita...
Un cojín cae a mi casa y cuando la veo dirigirse hacia la puerta salto, sólo veo mentiras, engaños. La tomo de los cabello, la mujer cae y chilla.
—¡Lo sabías! —grito, trata de levantarse pero la rabia me consume, y en cuchillo baja al momento en que dejo ir otro grito—. ¡Lo sabías!
Ella patalea, se gira y me subo sobre su cuerpo, sólo veo la sangre salpicar, mi mano se muevo una y otra vez empujando hacia su cuerpo, sus manos se atraviesan y también las corto, atravesando el tendón que desprende los gritos de agonía.
Su sangre tibia me calienta cada célula, grito y grito.
—¡Eras mi nana! —sigo enterrando el cuchillo y se traba en un hueso, lucho contra él—. Todos son unos monstruos, todos lo son... lo sabías, lo sabías.
El llanto me parte, echo la cabeza hacia atrás y jadeo horrorizada al ver a un hombre de sonrisa mordaz. Retrocedo cayendo de culo entre el charco de sangre.
—Shhh —se acerca, acuclillándose frente a mí, toma mi rostro y lo reconozco—. Todo está bien, estoy aquí. Nadie te hará daño.
«Todo estará bien», recuerdo su voz cuando trataban de tocarme. «Yo te mantendré a salvo»
Niego, sus manos acuna mi rostro, es un monstruo, uno que me salvó. ¿Cómo me hace sentir eso?
—Lo sabía —le cuento y asiente—. No les importaba.
—A mí me importas —susurra, junta su frente contra la mía—, jodidamente los mataría por ti, mataría a todos por ti.
Asiento, me tiemblan las manos, y dejo que me atraiga a su pecho. Mi madre me vendió, no fue un accidente que tuvo que aceptar, me cambio por ella. La ama más a ella.
Vuelve a mirarme a los ojos, y aprecio los suyos, son de un verde dorado precioso, su ojo izquierdo tiene una brecha azul y el derecho un punto negro que combina con la pupila.
—¿Tú me cuidarás? —inquiero, y sonríe.
—Siempre, mocosa —y me besa.
La sangre se adhiere a su rostro cuando lo acaricio.
—Arreglare esto primero, nena —me dice y asiento...
Una voz a lo lejos me saca del bucle, levanto la vista y estoy temblando contra un cuerpo. Todo es caliente, y aunque quiera correr no puedo.
—Así es —toma mi rostro y allí está, ya no estoy atada, estoy libre—. Ahora lo sabes.
—Lo sé —escanea mis labios y yo los suyos.
—¿Qué?
Me ahogo con la respiración, sus labios contra los míos.
—Somos monstruos —digo, y antes de que diga algo más me besa.
Jadeo, mi cuerpo está lleno de azotes, sangre, pero no me importa, temblando me levantando cuando él me atrapa en sus brazos. Gimo contra su garganta al abrir la boca y me aprieta hacia él, mostrándome la erección que se maltrata contra los pantalones.
Acaricio su cabello lleno de sudor y jadea al sentirme cerca, la luz de la habitación parpadea y me carga con una mano debajo de mi trasero, gruñe al sentir mi humedad y desliza un dedo que me obliga a morder su labio inferior.
Caemos a la cama del manicomio y gimo, le rasgó el un firmo y él hace pedazos la tela. Su pecho desnudo brilla, acaricio mi nombre en su pecho, y me embiste sacándome un gemido, mi coño empapa la tela del pantalón, muerde mi cuello, entierro las uñas en su cabello, dirigiéndolo a mi tetas.
—¡Oh, Dios! —muerde y jala el pezon, juega con su lengua y gruñe cuando lo empujo más abajo—. Chúpame, Tay...
No espera y hunde su boca en mi necesitado coño. Le rodeo la cabeza con las piernas, su lengua vibra, se desliza dentro y fuera de mi, aprieta mi teta, jalo y cabello.
—¡Llámame por mi nombre! —exige mordiendo mi clitoris.
—Hazme tuya, Tayler —suplico—. Por favor.
Las luces parpadean. Gimo con fuerza y pierde el control. Se levanta como un animal hambriento de la cama, quedo pequeña a su lado, el pantalón se hace pedazos, la verga gigante le salta. El tatuaje de serpiente está en su cadera como un símbolo de dominio.
Sonrío y hace lo mismo masajeándola, la gota de presemen cae en mi coño, juro que podría correrme al sentirlo deslizarse en mi entrada.
—Quiero hacerte de todo pero ahora —dice mientras se acerca a mi entrada, y yo comienzo a desmayarme porque no sé si estoy respirando—; ahora quiero romperte, y sentir como me aprietas.
Asiento pérdida en sus ojos, el cabello le cae como un castigo infernal de la lujurio por la frente, ahueca su boca en mi cuello, chupando algo que seguro dejará marca.
Se acomoda en mi entrada y gimo como loca, es resbaladizo, duele y arde.
—Grita —ordena—, grita porque nadie podrá escucharte, y cuando la tenga llena de sangre te vas a correr.
Toma mi mandíbula, me abre la boca, y deja ir un hilo de saliva, que me hace gemir al tragarla, es tan erótico, aprieto su punta, gruñe y se desliza dentro de mí, es grande. Muy grande. Trato de empujar un poco su cuerpo.
—¡Duele! —grito, y sonríe, sale de mí un poco y vuelve a empujar—. ¡Duele mucho!
—Justo así —jadea, acomoda sus manos en mis caderas y de un embate me llena.
Mi espalda se arquea, el dolor se extiende por todos mis huesos, tiemblo debajo de él pero al sentir su boca contra mi pezon y deslizarse hasta mi boca sólo puedo sentir calor, ganas, muchas. Quiero sangrar, mucho más, las heridas de la fusta arden pero él las besa.
Comienza a follarme, sus golpes son duros y fuertes, pero me masajea el clitoris, aún así prefiero que sea rudo, me gusta fuerte, me gusta sucio, me gusta como entra y sale tan fuerte, y es tan grande.
Me arde muchísimo, pero la luz parpadea convirtiéndolo en lo mejor que he visto. Un hombre, uno de verdad, no un niño, me toma como le gusta, me doma y penetra hasta que frunce las cejas, sus tatuajes son tan lindos, sus brazos llenos de venas, excitado por verme debajo de él.
Cada dedo deja una sensación de placer en mi cadera cuando me embiste tan duro que la cama cruje debajo de nosotros.
Me jala el cabello y sale de mí para darme la vuelta y ponerme en cuatro, deja caer su mano contra mi trasero antes de volverme a penetrar, y no lo hace menos doloroso, ahogo el gemido en la almohada, su mano bajo a mi vientre, aprieta mi clitoris con sus dedos.
—¿Estás lista para bañarme, encantadora? —gime y el azote de su pelvis en mi perineo es tan excitante que me ahogo, asiento como loca, la saliva se me riega en la camilla—. Bien, porque te voy a llenar hasta que no haya espacio para mi semilla en ti.
—¡Oh, por favor! —suplico, empujándome.
Aguanto el ardor y dolor que tengo entre los muslos.
—Mierda, mierda —gimoteo—. Estás tan estrecha, tan condenadamente caliente, reservándome esto —embiste—. Esto para mí, ¿es eso verdad?
No sé qué decir pero sólo asiento al sentir que me está llegando a lugares que no sabía podían sentirse.
Besa mi hombro, muerde mi cuello. Me da la vuelta y pierdo las fuerzas, me sienta sobre su regazo para deslizarme por el monstruo que tiene como miembro.
Sólo lo atraigo a mi boca, saboreo mi coño en sus labios suaves, las luces se apagan con un corto de electricidad pero ni cuando las chispas caen a nuestro al rededor dejamos de colisionar nuestras caderas.
Me sujeta la nuca, bebiendo de mi aliento, mis tetas rebotan, él las aplasta y lleva a su boca para regresar a nuestro beso que se vuelve agonía cuando una calor me causa un choque eléctrico de placer.
—Oh, Tay...
—Así, Love —gime, y besa mi cuello, mi epicentro se aferra a su miembro, la vista se me nubla—. Oh, sí, sí, sí. Joder.
Sus gemidos se escuchan a lo lejos, pero sólo ayudan porque es lo mejor que he oído, un retumbar me tumba contra su boca, grito su nombre contra nuestro beso, mi epicentro hierve, da mil vuelcos para marearme y...
Se rompe, gime y azota más, con fuerza, loco, frenético, jadeante, y ardiente cada que gime mi nombre, la vista se me nubla, reviento, y comienzo a palpitar... todo se detiene y comienzo a palpitar de nuevo al rededor de su tronco.
—Oh, Love —gime a lo lejos, veo su rostro a la distancia—. Los vamos a matar.
Asiento pérdida en la euforia, no me recompongo, aún no puedo ver pero duele, y siento cómo se expende mi coño al sentirlo llenarme tanto que se resbala dentro de mí.
—Ahora mira —dice, parpadeo, me levanta un poco sin salirse dentro mí, inclina mi cabeza hacia abajo y veo cómo su pelvis, abdomen, y mis piernas tienen sangre—. Sangras tan bien.
Me besa, y respondo, moviéndome con el dolor desgarrador y delicioso que me hace arquearme.
No todo es sangre, es sudor que se convirtió en la sangre que lo baño, pero eso no quita que sea lo mejor que haya visto.
—Te encantará tu nuevo hogar, estaré todo el día encajado en ti —escucho su voz pero no veo más—, pero antes... vamos a jugar.
«Vamos a jugar»
Nota:
Últimos capítulos.❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro