NATHAN

La alarma de incendios del parque de bomberos empezó a sonar. Era la señal inequívoca de que debían de tomar cartas en el asunto. Estaba siendo el peor verano de los más cálidos en toda California. Y las altas temperaturas no estaban ayudando mucho.

Nathan corrió en busca de su ropa ignífuga y las cosas necesarias, y tomó rumbo hasta los hangares. Había hablado con Temperance, su esposa, hacía escasos cinco minutos pues ella había tenido una mala corazonada. La había llamado exagerada. «Ella y sus corazonadas». Esta vez fue real. No había tiempo de decírselo. Nada de tiempo para perderlo. Los gritos se escuchaban en la base. Los de a pie tomaron los camiones y los aéreos empezaron a arrancar los motores. No era la primera vez que él se metía en un meollo como estos. Solo esperaba que la suerte lo acompañara.

LOGAN

—¡Cariño, baja a tomarte el desayuno! Se enfriará —gritó Ruth desde el piso de abajo, llamando a su esposo, corriendo de un lado para otro. Tenía que darse prisa y despertar a las niñas para llevarlas al colegio. Antes, solía dejar preparado el café junto al desayuno. Acto seguido se marcharía al trabajo en un supermercado de la zona centro.

Logan bajó las escaleras al galope, silbando. Llegó hasta ella y la besó en la frente, amoroso.

—¿Qué haría yo sin ti?

—¡Nada! Ya te lo digo yo.

La besó como si no hubiera un mañana. Ella tuvo que acortar el tiempo.

—Vas a llegar tarde si no te detienes —vocalizó, jadeando—. Tengo que despertar a las niñas. O todos llegaremos tarde.

Gruñó feroz.

—Sabes que no tuve suficiente, anoche —reclamó, posando sus manos en su cintura.

—¡Tú siempre tan seductor! Venga. No me entretengas más —le pidió, dándole una palmada en el trasero.

—¡Valeeee mujer! No me provoques más.

—¡Anda! ¡Tiraaa!

                                                                                  Logan

                                                                                 Nathan