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Capítulo 4 "Lo duro de la lucha"

El tiempo de curación, junto a la rehabilitación, se le hizo a Logan eterno; cuesta arriba. Lo que peor llevaba era que no podía recordar a sus propios padres. Ni siquiera al que decía ser su hermano. Fue un golpe muy duro para todos. Más, para las niñas. Abigail lo encontraba extraño. Le daba incluso miedo su nuevo padre. Peyton no dejaba de parlotear, abrazándolo como si no hubiera un mañana, haciéndolo sentir extraño. Escenas inauditas que ni él mismo podía encajar con algún recuerdo anterior.

Los fogonazos seguían luchando en su cabeza mientras que sus piernas se esforzaban por funcionar adecuadamente. Ruth le dedicaba toda la paciencia del mundo y todo su amor por intentar que regresase a la normalidad, a pesar de sentirse como al lado de un extraño. No hacía un mínimo esfuerzo por piropearla, ni se le escapaba ninguna caricia... Era como si nuevamente regresaran al tiempo en que eran dos extraños. ¡Ni siquiera entonces solía actuar así!

—Vas a conseguirlo —rezaba ella, ayudándole a realizar la tabla de rehabilitación que el fisioterapeuta le había mandado como deberes para casa.

—Estoy cansado. ¿Puedes acercarme hasta esa silla?

—¿Ya te diste por vencido? El Logan que yo conocía nunca se daba por vencido.

—¿No te das cuenta de que mis brazos siguen débiles como mis piernas? Además, ya no soy el que conociste. De hecho, ni te conozco.

Volvía a doler su olvido.

—De acuerdo. Te acercaré hasta la silla —masculló, notando que su corazón se encogía por instantes. Era duro vivir con su propio marido y que la tratara como si no significara nada para él—. Tu madre vendrá esta tarde a verte. Insiste en que quiere recuperar tu tiempo de olvido. Refrescar tu memoria.

—Dile a mi madre que no es necesario. Con ello, me bloquea todavía más.

—La pondrás triste.

Clavó su mirada en ella, con dureza.

—No podéis forzarme. O terminaré por empeorar.

Se lo pensó un poco. Acabó cediendo.

—Se lo diré.

—¿Puedes dejarme solo?

—Claro. Si me necesitas...

— ...Te llamaré. Lo sé.

—Genial.


Las niñas estaban en el colegio. Prefería que lo estuvieran porque la pequeña no dejaba de engancharse a él como un monito y eso lo agobiaba más. La mayor seguía teniéndole respeto. Ya le había dicho en un par de ocasiones a Ruth que era como si no fuera su padre quien estuviera actuando por él. Como si algo lo hubiera poseído. Su madre ya le había explicado que tenían que tener paciencia a la espera de que la amnesia fuera desapareciendo. Era incómodo actuar con normalidad delante de él, incluso para la misma Ruth.

Miró a su alrededor. No recordaba nada de su hogar. Como si nunca hubiera estado allí. Otro fogonazo lo invadió, dándole un fuerte dolor de cabeza. Se la agarró, desesperado.

—¡Jayden!

Llamó a Ruth. Ella llegó a toda prisa, jadeando, pensando que podría haberse caído al suelo o hubiera tenido cualquier percance, por su torpeza.

—¿Qué pasa? —preguntó, secándose las manos, asustada.

—¿Quién es Jayden?

—¿Jayden? No conozco a ningún Jayden.

—¿Tenemos algún familiar que se llame así?

—No.

—Tuve otro de esos recuerdos que me atizan con saña. Y escuché ese nombre.

Empezaba a volverla loca incluso a ella misma.

—Me estás asustando de verdad, Logan.

—¿Así es como me llamo?

Ruth se puso a llorar.

—¡Juro que no puedo con esto! No puedo ayudarte y... Y te echo de menos.

Eso sonó tan triste que incluso le dolió a él.

—¡Es que no puedo recordarte!

—Haz como si me recordases. Actúa, al menos. Hecho de menos tus tonterías. Tus intentos por seducirme en cualquier estancia de la casa incluso con los niños cerca, teniendo que reñirte. Echo de menos tu cercanía. Te quiero, amor mío. Y juro que no puedo con esto.

Se levantó como pudo, anclándose a sus muletas, resistiéndose a cualquier dolor o molestia. Ella había dejado aparcado su trabajo. Ruth atendía a las niñas cuando podía pues sus hermanos todavía la ayudaban con ellos para llevarles al colegio, o cuando tenía que atenderle a él, y no podía atenderlas. Se estaba sacrificando por él. Y él seguía sin reconocerla. Tenía que ser alguien especial para ella cuando se dejaba la piel tantas horas seguidas para proporcionarle un bienestar que costaba en llegar.

—¿Qué haces? Espera que te ayude. Te vas a caer.

—Puedo solo. No te preocupes.

—No puedes...

—¡Sí puedo! ¡No soy un minusválido! —gritó, fuera de sí, dejándola paralizada. Se dio cuenta del error. La mirada de Ruth iba empañándose—. Lo siento. Solo quería... —No podía recordar nada de su vida pasada antes del accidente. Pero tampoco podía martirizar de aquel modo a alguien que lo amaba hasta límites insospechables—. Solo quería darte un abrazo —agregó, bajando varios tonos su volumen a otro más calmado y una pizca meloso.

—Logan...

Poco se lo pensó ella. Lo abrazó y lloró tan a gusto en su pecho que pensaba que él había regresado por fin a su hogar. Nada parecido a la realidad pues Logan continuaba estando estancado. Y los fogonazos en su memoria no le ayudaban en nada.

—Tengo... Tengo momentos de lucidez en los que veo cosas que me son familiares. Y tú me dices que nunca pasaron, que esa gente no existe en nuestras vidas. ¿Crees que me estoy volviendo loco? ¿Que me recuperaré algún día?

Ruth tardó en contestar. Eso poco ayudaba a que se recompusiera.

—Necesitamos tiempo —dijo, entre sollozos, pegada a él, con miedo a soltarle—. No te agobies, porque de lo contrario yo empeoro. Y las niñas empeoran con nosotros.

—Peyton es un amor de criatura.

—Eso lo dices siempre. Al menos dices algo razonable.

—Pero Abigail... Ella es otro mundo. Ella me conecta con mi parte confusa. Creo que me comprende y que por eso le doy miedo.

—Abigail también te echa de menos. No lo dudes. —Lo abrazó un poco más fuerte, con cuidado de que no se resintiera su dañado cuerpo—. Te quiero. Y mucho. Y te echo de menos —insistió.

La apartó para mirarla a los ojos. Se atrevió a acariciar su mejilla, despacio, y todavía confuso. Ella no dudó en besarlo y este le correspondió. Seguía sin reconocer aquellos labios que lo besaban. Sin embargo, tanto amor lograba que conectase con ella.

—Si no estuvieras así de grave te haría el amor —confesó, excitada.

Hacer el amor con una desconocida, hasta donde él recordaba —que era nada de nada—, solo lo hizo una vez y algo en él le decía que no era, para nada, una desconocida, sino alguien muy importante. Al instante, sus recuerdos, los que iban y venían a capricho, desaparecieron. No podría complacerla en aquel estado tan lamentable.

—Quizá en otro momento. Llevo todas las de perder —se excusó, reconociendo que no podría darle lo que pedía, haciendo un gesto con la mirada para que se fijase en él. No estaba ni siquiera a un treinta por cien.

Ruth aceptó con desgana. Tal vez sí que fuera pronto para esto. Pero tenía ganas de reconectar con el amor de su vida fuera como fuese.

https://youtu.be/ZAYZmIfHEiU

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