Capítulo 2 «Tránsito»
TEMPERANCE
Era un día lluvioso. El cielo se había puesto de acuerdo con Temperance. Lamentablemente, las lágrimas se mezclaban con la humedad, escondida debajo de su paraguas azul. Escuchó de lejos las palabras del pastor. Su cabeza estaba en otra parte. El pequeño Jayden estaba apoyado en ella, con las manitas agarradas a su vestido negro.
—Mamá, ¿y papá? No lo veo. ¿Adónde se fue?
No pudo contestarle. Solo pudo dejar salir el golpe de llanto que estaba golpeándola como a un boxeador.
—No llores, mami —le pidió.
Era imposible no llorar en momentos como esos. Los que estaban a su alrededor; toda su familia, incluida su hermana Olivia, sollozaron al escuchar al pequeño. Al ver el estado de ánimos afligido de Temperance. Cuando el pastor pidió de su atención, se adelantó para tomar un puñado de tierra y echarlo sobre el ataúd que iba descendiendo, deslizándose por entre unas cuerdas. Sería la última vez que el amor de su vida estaría cerca de ella. No tan cerca como quisiera, y no con su corazón latiendo a mil como cuando la retaba para que lo amara. Necesitaba regresar atrás en el tiempo, advertirle nuevamente de su grave error por meterse en los peores follones. Le había pedido en demasiadas ocasiones cambiar de trabajo, sin éxito alguno. Ya era demasiado tarde. Y ahora lo estaba pagando. El condenado cabezota la había dejado sola, con un niño de cuatro años al cargo, privándola de un amor que lo era todo para ella.
RUTH
De pie, estática, observaba a su marido, el cual parecía que fuera a dejar de respirar en cualquier momento. Eso la angustiaba. Los pitidos de la máquina que controlaba sus latidos estaba ralentizada. Eso no era bueno. Respiraba a través de un tubo. Se negaba a regresar a la vida. Cada hueso roto estaba enyesado. Ya le habían dicho que había sido un milagro. Un toldo había suavizado la caída, que no, evitado. Su pronóstico era reservado. Inequívocamente complicado. Entró una enfermera: una mujer de veintipocos, rubia, y unos expresivos ojos azules que la observaron.
—Buenos días —saludó, amable y cantarina—. ¿Cómo lo lleva el señor Sanders? —Ruth no pudo más que negar. La joven resopló—. Pues tengo que decirle que, o despierta, o se llevará consigo a su mujer, de un disgusto —dijo, dirigiéndose al hombre que ni tan siquiera iba a responderle, empezando a realizarle su chequeo diario. La chica lo había hecho para subir los ánimos, pero solo los bajaba más. Los dejaba a ras del suelo. Fue minuciosa. Cuando terminó, sonrió al paciente, sonrió a Ruth y se despidió. Ruth suspiró, cansada, sentándose en el butacón. La familia de Logan no tardaría en llegar. Esperarían fuera. En cuidados intensivos, las visitas eran breves. Y de uno en uno. A Ruth la dejaron quedarse por ser la esposa aunque la cosa era distinta. Había unos horarios y un protocolo que constaban para cumplir.
Al recordar la visita de los familiares de su esposo a quienes tendría que atender en la sala de espera, y explicar el diagnóstico y la resolución del paciente, se le quitaron las ganas de salir de la pequeña habitación. No podía hablar de su marido sin llorar. ¿Por qué tenían que meter el dedo en la herida constantemente? Necesitaban información. ¡Era verdad! Pero ella no se sentía preparada para darla. En su bajo estado de ánimo desde luego que no. Llamó a la enfermera y le pidió que fuera ella quien les atendiera. Que ella misma no tenía fuerzas para hablar de ello. Aceptó de buen grado. Acarició su brazo para regalarle un gesto tierno que la animase un poco. Era complicado animar a la gente cuando se sentía así de mal.
Ruth regresó al lado de su esposo. Se sentó en el butacón que tenía al lado. Le cogió la mano, apretándola, para que notase su presencia.
—Te quiero, cariño. Por favor, no te mueras. Te lo suplico.
No hubo respuesta. Mientras su mensaje le llegara, esperaría con paciencia esa respuesta.
LOGAN
Se encontraba dentro de un círculo de fuego dentro de la negrura. Al principio sintió miedo. Luego se percató de que dicho fuego no le quemaba. Era simplemente de una calidez soportable. Buscaba retenerlo allí, adentro, como si deseara mantenerlo prisionero. Miró hacia arriba. Había árboles cuyas copas seguían verdes. ¿Por qué? ¡Si todo estaba ardiendo! Escuchó el sonido de un remolino de aire fresco. Descendió hasta donde estaba él, succionándolo como el tubo de una aspiradora. La espiral se movía con rapidez, pero él se mantenía quieto en medio de ella. Lo sujetaba en alto. Al poco, llegó la luz cegadora. ¡Tenía que ser un mal sueño por lo abstracto de sus escenas! Solo tenía que esperar a que su cuerpo reaccionara y lo sacase de semejante martirio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro