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CAPÍTULO 1 - Sebastián

—¿Alguien llegó a conquistar tu corazón?

La entrevista sobre mi última novela, en la Feria Internacional del Libro, había tomado un giro inesperado. El público me miraba, expectante a mi respuesta. El silencio había tomado un papel protagónico sobre ellos.

Tomé un poco de agua para hacer algo de tiempo, no porque no supiera que responder, sino porque me divertía generar un clima de suspenso.

Sonreí y me acerqué el micrófono.

—Todavía no —respondí.

—¿Te gustaría o sos un espíritu libre?

—La verdad es que no sé. No sé si tengo ganas de serlo, con respecto a esa parte de mi vida —. Reí—. Me gustaría conocer a alguien. Hoy en día estoy cómodo soltero. Pero... me gustaría llegar a casa y encontrar a alguien a quien abrazar.

—¿Te han roto el corazón? Es un tema bastante recurrente en tus novelas.

—Lo sé. Y sí, me rompieron el corazón un par de veces.

El público se hizo notar con un "awww".

—Ya aparecerá la persona adecuada —dijo la entrevistadora—. Y cuando menos lo esperes.

Asentí. No tenía muchas ganas de hablar sobre aquel tema. Mentí sobre sentirme cómodo siendo soltero. La verdad es que todavía estaba dolido por mi última relación ya que no había terminado bien y todavía sentía los cuernos que tuve que lijar hasta que desaparecieran. Amé mucho a Santiago durante los cuatros años en que estuvimos juntos. Teníamos mucho en común: a ambos nos gustaba ir al cine y ver películas pochocleras, hacíamos maratón de series cuando salía una que nos interesaba, íbamos al gimnasio, nos gustaba cortar la semana con una cerveza en algún bar o en el balcón del departamento que compartíamos. Teníamos un sentido del humor bastante ácido... Y el sexo era increíble...

Tal vez ser tan parecidos fue lo que nos separó. Por ahí Santi terminó aburriéndose de mí.

No me olvido más el día en que llegué temprano al departamento y lo sorprendí en la cama con otro hombre. Santi pensó que iba a tardar más en la reunión con mi editora, pero pudimos resolver varios puntos de mi última novela en cuestión de media hora.

—Ya que tenemos tiempo libre —dijo Natalia, mi editora—, ¿querés que vayamos a tomar algo?

—Gracias, pero hoy es miércoles y con Santi tenemos la costumbre de tomarnos una cervecita —respondí—. Y este clima primaveral es ideal para hacerlo.

—Que suerte que tenés de estar en pareja —dijo—. Yo ando de hombre en hombre...

—¿No era que te gustaba?

—Sí, pero igual me gustaría tener alguien estable.

—¿En serio?

—Nah, ni en pedo —contestó finalmente—. Estoy muy bien así. Salvo que mi futura pareja le guste practicar el poliamor. Ahí sí que aceptaría.

Me despedí de ella cuando llegó el Uber.

Si hubiera aceptado esa cerveza, jamás me hubiera enterado de que tenía cuernos. Santi intentó excusarse con cualquier pelotudez, pero era evidente que estaba cogiendo con otro hombre porque... encontrarlos desnudos en la cama fue bastante evidencia, ¿no?

En mi última novela, "El último vestigio del amor", descargué bastante todo el dolor que sentí al separarme de Santi.

—Sí que la pasaste mal, eh —dijo Nati, al otro lado del teléfono, luego de haber leído la escena del libro que había reescrito para poder descargarme.

No respondí porque no me sentí capaz de hacerlo. La escena la reescribí y se la mandé la misma noche en que Santi dejó el departamento.

—Ajá —fue solo lo único que pude decir luego de mantenerme en silencio por unos segundos.

—Bueno, te dejo que tengo otra reunión. ¿Querés que pase por la tarde?

—No, está bien —respondí—. Prefiero estar solo...

... para llorar, obviamente.

Pasaron varios meses y, si bien no me quería largar a llorar cada vez que pensaba en él, todavía sentía un poco de angustia al recordar los momentos hermosos que tuvimos.

—Ahora vamos a dejar al público a que te hagan un par de preguntas.

Volví a la realidad y miré en dirección a las personas. La sala donde me encontraba era la más grande de La Rural y estaba abarrotada de gente. Sonreí porque, aún al no tener suerte en el amor, trabajaba de lo que amaba: ser escritor de novelas románticas. Que irónico, ¿no? Mis novelas siempre tenían finales donde la pareja terminaba juntas, mientras que en mi vida la historia era otra.

Ojalá tuviera el poder de escribir mi propia vida.

Respondí varias preguntas del público donde tocaban temas como qué otras pasiones tenía, mi próxima novela (tema que me tenía un poco cansado porque mi editora me estaba presionando para que le entregara al menos una sinopsis), qué me gustaba hacer en los ratos en que no escribía, otra vez el tema de mis parejas, mi signo del zodíaco, cuál era mi novela favorita, entre otros temas.

—Bueno, creo que es hora de ir redondeando —dijo la entrevistadora cuando un hombre levantó la mano—. ¿Sí?

Su nombre era Oscar. Y a su lado estaba Pol. Ambos eran compañeros de mi ex laburo. ¿Qué estaban haciendo acá? Hasta donde yo sabía, no les gustaba leer libros. Al menos no del género que yo escribía. Eran más de jugar a la Playstation y el futbol, temas que a mí no me interesaban para nada.

Bueno... del futbol me interesaban los jugadores... en los vestuarios... Esos cuerpos sudados por la pasión que ponían al correr por toda la cancha...

Oscar y Pol me habían comprado mi primer libro cuando trabajaba con ellos para hacerme el aguante, pero jamás lo leyeron.

—Yo, eh... tengo una pregunta —dijo Oscar. Le acercaron el micrófono—. ¿Qué siente al escribir?

¿Por qué tan formal? Tuve que apretar fuerte los labios para ahogar una risa.

Una vez que sentí que el peligro de la risa había menguado, respondí.

—Es genial. Soy feliz cuando estoy frente a la laptop, o cuando estoy trazando la línea de mi historia en un cuaderno. Cada vez que hago eso siento que estoy haciendo lo que fui destinado a hacer.

Ahora Pol fue el que levantó la mano. Se puso de pie y Oscar le pasó el micrófono. ¿Qué estaba pasando acá? ¿Qué pretendían?

—Eh... ¿qué tal se lleva con sus amistades?

—Suelen ser bastante insoportables —respondí riendo—, pero los amo.

Otro "awww" de parte del público.

—Bueno, ya nos pasamos de la hora —dijo la entrevistadora mientras hacía una seña con la mano al sonidista para que cortara los micrófonos—. Muchas gracias por habernos brindado su tiempo. Creo que hablo por todos los que estamos aquí cuando digo que estamos enamorados de su escritura... y de usted.

Eso último lo dijo con la cara colorada y una risa nerviosa.

—Espero verlo el año próximo con una nueva novela —dijo antes de ponerse de pie—. Vamos a darle un fuerte aplauso a Sebastián Montero.

Me puse de pie y saludé al público levantando la mano e inclinando un poco la cabeza.

Cuando bajé del escenario, estuve un rato sacándome fotos con varios lectores, recibiendo elogios de mis novelas y firmando un par de copias.

—¡Ojalá tuviera una historia de amor como la de tus libros! —dijo un hombre.

—Están bastante fuertes los protagonistas masculinos —dijo una mujer.

—¿Existe alguno de tus protagonistas en la vida real? —preguntó otro hombre.

¡Hasta recibí una propuesta para salir!

Una vez que las personas se dispersaron, Oscar y Pol aparecieron.

—¿Por qué? —fue lo primero que pregunte.

—¿No pueden venir tus ex compañeros del laburo a verte? —dijo Pol.

—Sí, pero no ustedes. Ni siquiera leyeron el primer libro que escribí —respondí,

—Me siento algo herido por tus palabras, Sebas —dijo Oscar poniendo una mano sobre el pecho.

—Ay, por favor, no se hagan... ¿Qué quieren?

—Está la posibilidad de que dos mujeres estén en un bar esperándonos... —dijo Pol.

—Aja, ¿y? —pregunté. —¿Qué tiene que ver eso conmigo?

­—Les encantan tus novelas —dijo Oscar—. A ver, no son fanáticas a lo Misery, pero aman tus libros. Y cuando mencionamos que te conocíamos, todo se dio fácil y las invitamos a salir.

—Y vayan —dije.

—El tema es que les prometimos llevarles un libro tuyo... y autografiado.

—¿Me están cargando? —pregunté riendo.

Ambos negaron con la cabeza.

—¡Por favor, Sebas! —dijo Pol—. ¡Hacelo por los seis años que trabajamos juntos!

—Está bien —contesté buscando dos copias que de las pocas que habían quedado en la mesa donde estuve firmando—. Denme los nombres... ¿Cómo supieron que les gustaban mis libros?

—Te presento a Google y las maravillas de encontrar cualquier tipo de información que quieras sobre ciertas personas —respondió Oscar.

—Eso es un poco creepy —dije.

—Pero muy efectivo —respondió Pol—. ¡Como si vos no lo hubieras hecho! Igual, ¡para! Tampoco es que buscamos sin consentimiento. Las conocimos en un bar, nos conectamos en Instagram y ahí nos enteramos del amor por tus libros al ver un par de fotos.

—Sigue siendo creepy viniendo de ustedes dos —respondí dándole los libros firmados—. Antes de sus citas, ¿tienen un rato para ir a tomar algo?

—Perdón, Sebas —contestó Oscar—, pero nos encontramos en media hora.

—Ah...

—Pero si querés arreglamos para otro día —dijo Pol.

—Está bien, les mando un mensaje.

Cada uno tomó su copia y nos despedimos.

Me quedé sentado un rato y mi mente comenzó a ir hacia Santiago... hacia esa sonrisa que me conquistó desde el primer momento, su piel blanca y cuerpo tonificado, lampiño, aquellos abdominales marcados que me volvían loco cada vez que los tocaba, sus ojos claros y su pelo corto rubio ceniza que siempre le gustaba usarlo parado.

Santiago siempre se vestía muy bien. Le gustaba usar trajes muy a menudo, las camisas sin corbata porque dejaba dos botones abiertos por donde dejaba ver su piel tersa. Cada vez que lo hacía, mis ojos se disparaban hacia ahí. Podía ser una pelotudez para cualquiera, pero a mí me volvía loco ver un poco de su piel, me calentaba ver un bocado de lo que pronto tendría al finalizar la velada del momento. Me daban ganas de abrir su camisa y tocar todo su cuerpo, llevar a cabo el plan salvaje que tenía en mi mente.

¿Por qué tuvo que meterme los cuernos? ¿Por qué no fui suficiente?

No... no podía volver al pasado. Tenía que despegarme de una vez de todo lo que sentía por Santiago. ¿Por qué me era tan difícil?

Saqué el celular del bolsillo y busqué una página de escorts. No era una buena manera pero... tal vez tener sexo con alguien que no fuera Santi y sentir otro cuerpo lograra hacerme olvidar de él.

Luego de dos horas de búsqueda, chats de por medio, y tres cervezas tomadas... solo... en Plaza Serrano, encontré una aplicación llamada EscortsVip. La bajé y me hice un usuario y me contacté con un escort llamado Ramiro. Le pasé la dirección de un telo que quedaba cerca y me dijo que nos encontráramos dentro de una hora y media.

No tenía muchas ganas de esperar, pero al menos ese tiempo me daría a ponerme un poco sobrio. Así que compré una botella de agua y un par de chicles de menta para que mi aliento no oliera a alcohol.

Estaba en el kiosco cuando lo vi: Santiago caminando en dirección a mí... ¡de la mano con el tipo que me había puesto los cuernos! ¿Por qué mierda me lo tenía que cruzar? ¡Ahora no iba a poder dejar de pensar en él!

Pagué rápido la compra en el kiosco y salí a los pedos del lugar.

—¿Sebas? —. ¡Mierda! No fui lo suficientemente rápido —. ¿Qué hacés acá?

—Santi... —dije —. Ummm...

—Disculpá, ¿dónde están mis modales? —dijo—. Él es Rafa...

—Sí, lo conozco. No es tan fácil sacarse la imagen de él en mi cama de la cabeza —. Wow, jamás me hubiera animado a decir algo así sobrio.

—¿Estás solo? —preguntó Santi, intentando disipar el clima incómodo que se había instalado.

—Estoy esperando a alguien.

—Veo que no lo esperaste y ya empezaste la fiesta...

—¿Por? —pregunté.

—Porque llego a encender un fósforo frente de tu boca y explotamos todos.

Me reí de manera nerviosa. Tragame Tierra, por favor...

—Estoy un poco nervioso —dije—. Es nuestra primera cita.

—Ah... bien —dijo. ¿Sentí algo de celos por su parte o era mi imaginación?

Santi llevó una mano hacia el cuello de la camisa, la cual como siempre llevaba algo abierta, y toco su piel. No pude resistir el impulso y me mordí el labio inferior... Esa piel, esa hermosa y delicada piel... Él sonrió porque supo lo que había provocado en mí.

De pronto sentí que mi pija se paraba.

No, no, no, no... ¡No podía estar pasándome esto a mí ahora!

—Me tengo que ir —dije simulando mirar el celular—... no quiero hacerlo esperar...

—Fue un gusto haberte visto.

Santi puso una mano sobre mi mejilla y la acarició con el dedo pulgar a medida que esbozaba esa sonrisa que tanto me hacía perder. Apreté los dientes para no dejar escapar el gemido que tenía en la garganta.

¿Por qué me hacía esto? Santi siempre fue muy habilidoso para utilizar todas las herramientas que me calentaban y que no me dejaban pensar con claridad. Y en este momento, creo que mi pija estaba parada y con ganas de hacerle sentir a mi ex todo lo acumulado que tenía por dentro.

Sí, odiaba a Santi por lo que me hizo, pero a la vez me calentaba y quería hacerlo mío... Necesitaba sentir la calidez de su cuerpo cerca de mí, la suavidad de su piel rozando con la mía, quería morder y besar esos deliciosos pezones, quería oírlo gemir cada vez que le metía la pija bien fuerte como a él le gustaba.

—Lo mismo digo —. Aparté mi cara de su mano y miré a Rafa, quien pareció no haberse enterado de nada de lo que pasó. O no le importaba.

Caminé hacia cualquier lado para perderlos de vista.

Una vez que doblé en la esquina, tomé aire profundo y saqué el celular. Estuve a punto de cancelar el encuentro con Ramiro porque iba a estar pensando todo el tiempo en Santi, pero al final no lo hice.

Tenía que empezar a sacar de mi mente a mi ex de una vez por todas. Por más que me doliera verlo con otra persona, yo también tenía que rehacer mi vida.

Y esperaba poder empezar esta noche.

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