I
-Ese lugar es peligroso, Melisa.-advirtió el Sheriff.
-Hay algo raro ahí, tío. Los niños, la gente empieza a desaparecer. ¿Cuántos van este mes? ¿15, 20, 25? Ya he perdido la cuenta.-contestó ella.
En una cafetería de San Elías se hallaban reunidos el sheriff: Roy Alfonso, un hombre de casi 40 años, comiendo sus papas fritas y hamburguesa como almuerzo. Frente a él, en la misma mesa, se hallaba su sobrina: Melisa, una joven encantadora y elegante, que aspiraba “demasiado” a seguir los pasos de su tío. Estaba comiendo un batido de chocolate y bizcochos.
-Entiendo que quieras hacer algo por ellos, pero esta no es la manera…-siguió Roy.
-¿Y qué se supone que haga?-interrumpió ella.- ¿Seguir llenando los postes con panfletos?
-Melisa, el Laboratorio de Ciencias y Farmacéutica de San Elías tiene demasiada seguridad. Me dices que te quieres infiltrar. Bien, supongamos que lo haces. Luego, ¿qué? Si te atrapan los guardias o te ocurre algo peor, ¿qué harás?
-Emm…
-Hago esto por tu bien, Melisa. Sé que quieres ayudar, descubrir qué ocurre aquí. Créeme, yo también quiero.
-No lo entiendes.
-Melisa…
Melisa se largó de ahí. Estaba frustrada, principalmente porque ni su tío ni nadie podían ver su potencial. Podía hacer más, quería hacer más. Todo lo que necesitaba para probarlo, era descubrir qué sucedía en el Laboratorio de Ciencias, llamado así abreviadamente.
El lugar pertenecía al General Ahab Flint, un veterano de la Guerra entre San Elías-Santa Fe y que poseía, a sabiendas, un poder político casi inimaginable. El mismo era tan inteligente que sabía no aparentarlo. De cualquier manera, la cantidad de niños que han desaparecido en el pueblo crecía cada vez. Muchos lo relacionaron con las misteriosas investigaciones que rodeaban el Laboratorio, de las cuales salían rumores muy perturbadores. Se decía que trabajan con todo tipo de armas, desde ántrax hasta una bomba de cobalto, y que experimentaban con ADN humano y animal, poseían tecnología extraterrestre. Todos eran rumores sin confirmar. El más reciente, confesado por un doctor aterrador al Padre de la iglesia, era que los niños estaban siendo parte de estos experimentos.
La joven decidió poner en marcha su plan. Ese mismo día, sin previo aviso, descubriría finalmente qué ocurría ahí. Volvió hasta su casa, una caravana parqueada casi a las afueras del pueblo. Melisa vivía sola, sus padres estaban de vacaciones y ella se quedaba temporalmente en la caravana que una vez perteneció a su abuela. Ignorando que había un poco de desorden, recogió la credencial falsa que ella misma había hecho para pasar por seguridad. Luego agarró una bata, linterna y un pequeño “kit de CSI” que confeccionó para hacer sus investigaciones, ya que era muy fan de la serie CSI. Entonces, se marchó mientras se arreglaba un poco el pelo. Iba a demostrarle al mundo la verdad de lo que ocurría allí.
No muy lejos de allí, un hombre vigilaba sigilosamente el laboratorio. Llevaba una chaqueta amarilla y agarraba con una mano una máscara antigás. A su lado, traía consigo una gran mochila. El contenido de esta eran varias armas: AK47, AKM, un fusil de asalto INSAS, granadas de humo, explosivos, pistolas semiautomáticas Glock, Heckler y Koch, y sus respectivos cargadores. Incluso tenía escondido por el pueblo un lanzacohetes panzerschreck. Se dispuso a ponerse la máscara. Enseguida, partió rumbo al laboratorio.
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