
022| Hospital.
Acechar en la oscuridad provocando el miedo de tus enemigos parece tener cierto atractivo primitivo —Iron Man.
Los oídos me pitaban con un zumbido continuo y veía borroso. Cada músculo me ardía por el esfuerzo físico y el cuerpo me dolía tanto que amenazaba con desmayarme, pero, no era tiempo de perder la consciencia.
Tomé aire, cerciorándome lo difícil y molesto que era respirar. Probablemente la metralla se había introducido en mis pulmones y se encontraban tan abrasados como cada centímetro de mi piel. Las garras me sangraban con abundancia por las grandes heridas abiertas que me separaron del suelo.
Me encontraba aferrada a la pared con todas mis fuerzas, tras haber clavado las uñas en el cemento reforzado, extrañando aquella que me fui extirpada como llave de la última caja. A través de la oscura niebla que me oscurecía la visión logré divisar una ventana. A duras penas logré arrastrarme hasta ella, golpeando el cristal con los talones, clavándome algunos fragmentos, pero cayendo en el interior.
No... no podía desmayarme... no... no debía... yo... no podía desmayarme.
Traté de incorporarme, profundizando los cortes. El mundo basculó como agitado por un terremoto devastador frente a mis ojos y caí de rodillas al suelo. La habitación estaba a oscuras, vacía, cerrada.
Mis pensamientos fueron perdiendo coherencia, desvaneciéndose sin llegar a completarse del todo.
No podía desmayarme... no era una opción... por muy complicado que me resultase mantenerme despierta, debía encontrar a Paul, a Tom y a Sarah. Nadie podía descubrirme así... no, no podía desmayarme.
Gateé hacia la puerta, dejando un reguero de sangre fresca sobre las baldosas blancas y mi mano se elevó para tomar el pomo. Vi la propia imagen de mis dedos quemados, con las uñas rotas, alzarse muy despacio pero nunca llegó al picaporte, se desplomó al igual que el resto de mi cuerpo cuando, simplemente, alcancé mi límite.
La negrura me envolvió y me golpeó la cabeza contra el suelo.
Después, nada.
No sé cuanto tiempo permanecí en ese estado de inconsciencia, pero, poco a poco, mis sentidos, uno a uno, fueron despertando. Percibí la presencia de otros seres humanos, voces difusas, manos que me toqueteaban el cuerpo, un potente olor a productos químicos.
El pánico cundió en mí como una corriente de ponzoña que me empujó a levantar las manos, queriendo apartar a aquellas personas.
—Chloe, tranquila, cielo —la voz me llegó tan distorsiona que no la reconocía, lo que no contribuyó especialmente a reducir mi pavor—. Estás a salvo, estás bien, ¿de acuerdo? Pero debes descansar... duerme.
Un líquido entró en mi torrente sanguíneo y me hundí de nuevo en la oscuridad.
La siguiente vez que me desperté, el dolor era casi inexistente. Ya no había pitido, solo una profusa sensación de cansancio, acompañado de unos breves instantes de desorientación. Abrí los ojos con dificultad, la luz me hirió las pupilas y tuve que pestañear numerosas veces hasta habituarme a la intensidad lumínica de la habitación.
Estaba tumbada y a juzgar por el techo que registré, seguía en el hospital. Giré el rostro, encontrándome con unas cuantas máquinas que se encargaban de medir mis constantes. Una vía ensartaba mi brazo y me la arranqué de mala gana. La herida se cerró casi de inmediato, sin apenas sangrar.
Me miré las manos, aún un poco destrozadas, pero con un aspecto mucho mejor. Las quemaduras habían desaparecido casi por completo, pero la piel seguía algo rosácea y sensible. Mis tímpanos se fueron despertando también y entonces escuché un par de latidos familiares.
En el otro extremo del diminuto cuartucho estaban los Hopper. Tom dormía en un sofá demasiado pequeño para su gran trasero en una postura que le acarrearía un reacio dolor muscular en cuanto abriese los ojos. A su lado, en el suelo, estaba Paul, también bajo el influjo de Morfeo. Parecía encontrase bien, a excepción de un corte en la ceja que ya había sido limpiado y curado. El pelo rubio le relucía debido a la luz mortecina.
La puerta se abrió con un chirrido desagradable y Sarah apareció en el umbral. Unas amoratadas ojeras bordeaban sus expresivos ojos, ahora agotados. Se llevó una mano al pecho al verme.
—¡Dios mío, pequeña! ¡Me has dado un susto terrible! Las enfermeras me han notificado que había una irregularidad en tus constantes... —su mirada se posó en mi brazo—. Debía haber supuesto que tú misma la habías ocasionado.
La contemplé, aún sin terminar de tramitar la solución.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —mi voz sonó más ronca de lo usual, por el efecto del humo.
—Unas diez horas. Uno de mis compañeros te encontró inconsciente. Fue complicado que me asignaran como tu médico, pero como ya os comenté, aquí se me deben favores. Así que te traje aquí. Estabas... —se le quebró la voz y tuvo que carraspear—. Paul vino a buscarnos después de la explosión y nos explicó lo mejor que pudo lo ocurrido. Andaba algo conmocionado, como es lógico, pero de una pieza. ¿Cómo... cómo lograste llegar hasta ahí?
Me encogí de hombros, con indiferencia.
—Me aferré a la fachada con las garras. Podría haber sobrevivido a la caída, pero las lesiones medulares tardan de dos a cinco días en sanar. Así que... solo me encaramé, usando mis garras. Se me han roto, pero ya crecerán otras.
Sarah tragó saliva, impresionada. Dio un paso hacia el interior, asegurándose de que la puerta estuviera bien cerrada y tomó asiento en una esquinita de la cama. Mantenía entre sus dedos una carpeta que aferraba nerviosamente.
Quizás debía mostrar un poco más de tacto.
—Cuando te encontré... estabas en coma, con quemaduras de tercer grado, cortes, la retina abrasada y los tímpanos estallados. Parecías la víctima de un terrible accidente y... ahora... estás... —me miró, parpadeando, como si no terminase de fiarse de la imagen que le mostraban sus ojos.
—Si entré en coma fue para acelerar la curación —expliqué—. Tanto da. Eso ahora no es importante. Ya estoy bien, por lo que podemos centrarnos en lo verdaderamente acuciante; la bomba. Alguien la puso ahí y también la activó. Lo hizo a distancia, pero viendo el objetivo, ¿por satélite? ¿En otra azotea? ¿En un helicóptero?
—Sin duda parece grave, pero, que yo sepa, no han hecho nada más. Dejaron al hospital sin luz unas cinco horas, lo que fue un gran inconveniente. Está claro que no tiene límites marcados a la hora de alcanzar sus objetivos —suspiró—. Iré a por tu alta, mi turno está a punto de acabar.
Asentí, agradecida.
Sarah salió, después de echarme una última ojeada, para afianzar su imagen de mi nuevo estado mucho más decente que el anterior.
Volví a tumbarme, pensando en el incidente. Estaba claro que el que había activado la bomba lo hizo justo en el momento preciso. Todo el tiempo que estuve sola, comprobando el contenido de la caja, esperó, pero cuando Paul puso un pie fuera...
¿Era otra prueba? ¿Ver como reaccionaría? ¿Si lo iba a dejar morir? ¿O salvarlo?
¿Qué supondría aquello a partir de ahora? Lo había puesto en un peligro evidente, ¿también irían a por Tom?
Un nudo se aposentó en la boca de mi estómago, un nudo emocional y confuso que inició una extraña respuesta emocional que no comprendí en ese momento.
—Chloe...
Levanté la vista, pero el murmuro había sido parte de la ensoñación de Paul, cuyo rostro estaba más tensionado. Su ceño se frunció y pareció debatirse hasta que su cabeza se resbaló por sus hombros, despertándose por el latigazo en el cuello.
—¿Qué? —su voz pastosa y adormilada se perdió en el silencio. Se frotó los ojos, acostumbrándose a la luz y entonces me vio—. ¡Chloe!
Chisté, colocándome el índice sobre los labios, amonestándole por su salida de tono. Tom emitió un gruñido gutural pero no se despertó. Paul se incorporó con torpeza, por sus movimientos era más que evidente que se le habían agarrotado los músculos por dormir sentado en el suelo.
Se detuvo al filo de la camilla y soltó un suspiro.
—Estás bien... menos mal. No... no recuerdo mucho los momentos posteriores ni previos a la explosión, pero sé que me salvaste —se rascó la nuca—. Me has salvado la vida.
Refunfuñé.
—No lo repitas más o empezaré a arrepentirme de haberlo hecho —mascullé.
Paul me dedicó una sonrisa exhausta.
—Me alegra ver que sigues tan borde como siempre. Eso es sinónimo de que estás recuperando las fuerzas. Tumbada ahí parecías... parecías... —no dispuso del valor suficiente como para terminar la frase—. ¿Sabes qué?
Lo miré, con los ojos entrecerrados. Expedí un aire de decisión y madurez novedoso. Al parecer una experiencia próxima a la muerte le había espabilado un poco. Me fijé que, además del corte en la ceja, tenía un moratón violáceo en la barbilla.
—Sé muchas cosas —resolví, agarrando las sábanas frías entre las manos—. Pero, sorpréndeme.
—Tenías razón. Antes —concretó— en casa de Sarah. Me estaba comportando como el niñato egoísta y soberbio que todo el mundo se piensa que soy. Y quizás lo sea, en cierta medida. La llamada... me trajo muchos recuerdos, hizo resurgir inseguridades y conflictos que creía tener aplacados. Aunque me equivoqué, para no romper las buenas tradiciones.
Esbozó una mueca jocosa que fracasó en su intento de rebajar la gravedad de sus palabras, por el contrario, las otorgó una dimensión nueva.
—La cuestión es que... la vida puede ser demasiado corta y acabar cuando menos lo esperes. Sé lo peligroso que es estar contigo, pero jamás me había sentido tan vivo... tan yo como cuando estás a mi lado —se llevó una mano al rostro, prorrumpiendo un ruidito con la garganta—. Joder... es tan vergonzoso.
Ladeé el rostro, genuinamente interesada en ese breve instante de iluminación que estaba teniendo. Los humanos eran más complejos de lo que jamás imaginé, y Paul Hopper no era una excepción.
—Por eso no dejaré que el pasado me impida vivir el presente y soñar con el futuro —chasqueó la lengua y bajó la voz, hablando para sí mismo— ¿por qué tiene que sonar tan cursi? —resopló, con un revelador rubor ascendiendo hasta su rostro—. El caso; me disculpo por mi comportamiento. No volverá a pasar.
—¿Qué te dije acerca de disculparte? —interpelé, elevando las cejas en una expresión recriminatoria—. De acuerdo. No me hagas arrepentirme de mi decisión de salvar tu patético trasero.
El rubio soltó una breve carcajada. Un sonido grave y varonil teñido de una sinceridad desgarradora que me erizó el vello de los brazos, en una respuesta corporal carente de sentido.
—¿Patético? —repitió y se dio la vuelta, posando una mano en sus glúteos—. Pero sí es estupendo. Duro, compacto... estoy bastante orgulloso, ¿ves? —sus dedos se engancharon con mucha suavidad en mi muñeca. Mi piel aún andaba sensible después de haberse regenerado tras la quemadura y sentí cada punto donde me rozó. Me condujo hasta que mis propios dedos se apoyaron sobre su culo—. ¿Qué opinas?
Que estaban trabajados.
Pero no respondí, mis yemas recorrieron una trayectoria ascendente hasta alcanzar su espalda. Paul se estremeció de dolor en cuanto me acerqué al enorme hematoma que tenía, como resultado de haberlo lanzado contra una pared.
—¿Lo ha visto Sarah?
Por algún motivo mis dedos no se separaron de su piel y él no hizo ningún movimiento para evitarlo, solo agachó la cabeza, como un niño siendo descubierto en un comportamiento indecente.
—Sí... me ha dado unos fármacos para remitir el dolor, pero...
Dejó de hablar repentinamente, lo que acrecentó mis dudas.
—¿Pero?
Paul tomó aire por las fosas nasales y su pecho se hinchó, elevándose bajo la tela de su camiseta. La tensión se apoderó de sus puños, los cuales tuvo que cerrar, enmascarando el temblor de nerviosismo que los acució. En cuanto alzó la barbilla, la chispa en su mirada casi estaba extinta y se mordía el labio inferior con una evidente expresión sombría.
—Me da miedo —confesó—. Hace un par de años yo... tuve un problema con las pastillas que me recetaron. Conseguían que me dejara de dolor el pecho y que parase de pensar en ella y se me fue la mano. Desde entonces, evito cualquier medicamente fuerte en ese sentido.
Mis inexistentes dotes sociales me obligaron a tragar saliva.
—Lo siento.
Paul negó con la cabeza, ahuyentando ese matiz sombrío.
—¿Por qué te disculpas tú ahora? Pensaba que odiabas las disculpas.
—Yo... —fruncí el ceño confundida—. No lo sé, me ha salido solo.
—¿Ves? —me guiñó el ojo, juguetón—. Es una manía peligrosa. Ten cuidado o se quedará toda la vida a tu lado y te disculparás solo por respirar —se dejó caer sobre el estrecho colchón y bostezó ampliamente, mostrándome su campanilla. Sus dientes eran perfectos, pero empezaban a amarillearse por la nicotina—. No te recomiendo el suelo como cama. Ni una estrella le doy a estas baldosas, ¿Sarah se ha pasado por aquí?
Asentí.
—Ha ido a tramitar mi alta médica para que podamos irnos. No puedo hacer nada con el rastreador, así que habrá que salir para Nueva York como estaba previsto.
—El taller llamó a Tom hace un par de horas. La avería es más grave de lo que parecía a primera vista —se despeinó, contrariado—. Nos tendremos que quedar aquí dos días.
—¡¿DOS DÍAS?!
Paul expandió los ojos con horro ante mi grito y en un acto fruto de la imprevisión y la falta de meditación, posó una de sus manos en mi boca, apretándome los labios para evitar un nuevo bocinazo.
Parpadeé, estupefacta.
Ambos miramos a Tom, pero tampoco pareció inquietarse estaba vez, su sueño era pesado y entraba casi en el calificativo de comatoso. Se rascó la tripa con parsimonia y roncó más fuerte, pero nada más.
Hundí las cejas en un ceño de cabreo absoluto. Dos días era un retraso considerable y peligroso, dadas las circunstancias, pero, por supuesto, es lo que habían buscado desde el inicio.
Estúpidos lunáticos con complejo de dios.
Empezaban a resultar del todo agotadores.
Cerré los dedos entorno a la muñeca de la mano que me taponaba la boca para apartarla, ya que Paul parecía haberse quedado fulminado por... ¿¡y yo qué sabía?! La cuestión es que no reaccionaba. El aire se tornó más denso y el ambiente se saturó de esa electricidad desconcertante que reducía puntos de velocidad a mi mecanismo de respuesta.
Todo por culpa de ese par de ojos de un castaño oscuro, que, a contraluz, se aproximaban al negro, enmarcados por un conjunto de densas pestañas, rizadas en el extremo. Aparentaban poseer la capacidad de llegar a la profundidad de mi ser. Un cosquilleo atacó mi estómago y fui terriblemente consciente de mi propia respiración.
El corazón del rubio latía con frenesí contra mis oídos, descentrándome aún más si cabe, acrecentando esa punzante debilidad que se extendía desde la grieta en el muro dispuesto en lo más escondido de mi mente.
Boom boom boom.
—Estaba aterrado —las palabras brotaron de sus labios, colmadas de sinceridad, directas desde lo más blando y vulnerable de su ser—. Yo... pensé que te había perdido. Antes no he sido del todo sincero. Lo que me ha abierto los ojos no ha sido la perspectiva de perder la vida... no es la primera vez que camino por la cuerda floja, ni mucho menos, hasta hace relativamente no me sentía muy apegado a mi propia existencia. He entrado en razón en el instante que creí que te habías ido.
Según Padre, las palabras poseían un poder insólito, eran balas directas al alma de los seres humanos, un medio para manipular el corazón y trastocar la mente.
Nunca lo entendí del todo... solo en lo respectivo al pavor y desesperanza que una cruel amenaza era capaz de arrancar. Pero nunca... nunca contemplé la posibilidad que ahora se hundía con el peso de una realidad en mi pecho.
Sentí el tacto de las yemas de sus dedos en la parte posterior de mi oreja y la calidez que su palma trasmitió a mi mejilla. El roce desencadenó un chispazo que se propagó con suma rapidez por mis nervios, hasta los dedos de los pies, alterando el latido acompasado de mi corazón hasta que se coordinó con el suyo.
Boom boom boom.
Se me secó la garganta y un dolor adormecedor brotó bajo mis costillas. Un dolor... nuevo y adictivo que se encargó de cotarme la respiración hasta que prácticamente la retuve, a medio camino entre mis fosas nasales y los pulmones.
El pulgar del chico me acarició el pómulo con mucha suavidad, casi como si se moviese de manera automática, pues sus ojos continuaban vidriosos, ausentes y más magnéticos que nunca. Se humedeció los labios con la lengua y su rostro se acercó tanto que nuestras narices colisionaron, su aliento y el mío se fusionaron y el mundo al completo se suspendió a mi alrededor, deteniéndose abruptamente.
El roce de su boca sobre mis labios fue apenas una milésima de segunda, en un casto y somero contacto que no llegó a más.
—¡Manos arriba! —la voz de Tom fue tan estridente que pegué un respingo de la impresión.
Paul se apartó tan deprisa que cayó de la cama, aterrizando sobre su rabadilla. El calambre de dolor que le cruzó la espalda logró que sus ojos se empeñasen por las lágrimas. Los tenía muy abiertos, asustados, como los de un pobre corzo antes de ser atacado por una jauría de lobos.
El grito que Tom soltó en sueños se transformó enun ronquido vibrante que le arrancó de su sueño, junto con un jadeo porcino.
Nos contempló con extrañeza, algo confuso por lo estrafalario de la escena. Conduje una mano sobre mi pecho, captando el latido desenfrenado de mi órgano motor, aún con el recuerdo fantasmal de sus labios sobre los míos, sin entender una mierda, un mísero apsecto de lo que acababa de acontencer.
Eso fue lo que sentí: toneladas y toneladas de confusión, que pasaron a un segundo plano cuando Tom se incorporó con una agilidad que no se correspondía a su aspecto y me apretujó entre sus brazos, a un paso de ponerse a llorar de la felicidad.
Me dejé acuchuchar con los brazos congelados a ambos lados de mi tronco, sin corresponder al gesto, pero sin rechazarlo tampoco.
Sarah llegó poco después, indicando que podíamosirnos en aquel momento, sin airear ningún cotilleo entre enfermeras. Volvió aentregarme la ropa de su hija y los cuatro nos aposentamos en su coche, cuyointerior soltaba un ligero aroma a limón y mezcla de perfumes.
Estaba amaneciendo y la luz azulaba iluminaba pobremente las calles, en conjunción con las farolas aún encendidas. Chispeaba un poco, generando una brillante capa de humedad en el suelo, impregnando el ambiente de multitud de esencias. El ruido de las gotas impactando contra el vidrio de las ventanas y la voz nasal del locutor de radio fueron los únicos sonidos que reinaron en el espeso silencio del interior del vehículo, cargado con tirantez social.
—Bueno, yo voy a dormir —anunció Sarah, añadiendo credibilidad y peso a su afirmación con un amplio bostezo disimulado tras la palma de su mano—. Los turnos nocturnos son extenuantes y este más todavía. Como ya os comenté, la casa es vuestra, podéis coger cualquier cosa de la nevera o despenda y emplear las habitaciones para descansar, si así lo necesitáis. Yo os lo recomiendo, nadie duerme de verdad en un hospital.
Tom se estiró, tratando de reducir la tensión y apelmazamiento de sus músculos. Le crujieron los huesos y sus labios se juntaron en una expresión de daño en cuanto trató de enderezar el cuello.
—Yo necesito un baño bien caliente —comentó, fatigado.
Ambos se encaminaron a la planta de arriba, abandonándonos en el descansillo. Un sinfín de cuestiones aletearon en mi cabeza, perturbándome con sensaciones tan espantosamente humanas como la incertidumbre e inquietud.
No estaba habituada a recibir una cantidad tan ingente de estímulos.
En un margen reducido de tiempo habían sucedido demasiadas cosas, embotándome la razón, insensibilizándome un poco ante enorme dosis de información nueva.
Ignoré a Paul, saliendo a la calle, dejando que el aire fresco y húmedo me golpease las acaloradas mejillas, entremezclándose entre los mechones de mi cabello y encharcando mis pulmones ya recuperados.
—Espera —el rubio se materializó en el umbral de la puerta que dejé abierta y ante mi pasmo se deshizo de su chaqueta, pasándomela—. Es un impermeable, no cometas el mismo fallo que yo y camines sin más bajo la lluvia.
Acepté la prenda. Su tacto era muy suave, liso y la tela retenía su aroma natural.
—Vale.
Dudó, dando la impresión de querer añadir algo, pero aplanó los labios, rechazando esa probabilidad. Su cabello quemado por el sol de su ciudad natal y la sal ondeó al viento, interponiéndose sobre sus ojos. El moratón de su barbilla se había oscurecido hasta pasar a un impreciso tono a medio paso entre el violáceo y el negro. En conjunción con la raja de su ceja le otorgaba otro aire distinto al surfero egocéntrico y superficial.
—Y ten cuidado —finalizó, algo nervioso.
—Son ellos los que deben tener cuidado conmigo —me ajusté el chubasquero, dejando que la decisión y seriedad se filtrasen en mi voz—. Me han cabreado. Y no es bueno hacerme enfadar.
Giré sobre mis talones, dándole la espalda.
Era verdad; estaba rabiosa por la forma rastrera y cobarde con la que habían procedido. Al menos, antes, habían optado por una defensiva, mandando hombres al frente. Sin bombas escondidas y ni juegos morales.
Sarah tenía razón: no existían límites.
Y, bajo esas reglas, pueden jugar dos.
HELLO, LOVESSS.
Llevo unos cuantos días mierderos, pero eso no me va a impedir cumplir mi promesa, AQUÍ LO TENÉIS, larguito y escrito con mucho amor jejeje.
Opiniones del capítulo AQUÍ.
Llantos, ruegos, reclamaciones AQUÍ.
Teorías, locuras, peticiones AQUÍ.
Wattpad va un poco como el culo, a veces no notifica, tuvo el momento raro de no dejar en las cuentas, te ponen cada vez más anuncios, incluso entre los borradores de mis propias historias cuando los repaso, AIIIIIII.
Enterradme con comentarios, he acabado el nuevo libro de mamá Collins y... EN FIN. Puedes seguirme en instagram como @comandanteprim, no olvidéis que os quiero un montón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro