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Un cercano desconocido

Ha pasado un tiempo, estaba siendo buena docente y me puse a trabajar (para variar). En fin, no voy a hacer esto largo, solo quería decir hola :D

Por cierto, la foto es meramente ilustrativa. 

Capítulo XIV: Un cercano desconocido

Amira no era una cobarde, simplemente evitaba meterse en situaciones de las cuales ya conocía la respuesta. No necesitaba confesarse a Jannis —por segunda vez— para saber cuál sería la reacción del caballero en cuestión. Y no tenía sentido hacerse ilusiones al respecto como sugería Emma, era feliz estimándolo desde el anonimato que le habían otorgado los años. Jannis pensaba que ella había superado su enamoramiento juvenil y eso estaba bien, Jannis no necesitaba cargar con la responsabilidad de no poder corresponderle.

Un amor unilateral era triste, pero ser compadecida por el hombre al que se ama era incluso peor. Así que nunca se lo diría, porque entonces él intentaría rechazarla amablemente y Amira no podría soportar su caballerosa compasión. No otra vez, al menos.

El sonido amortiguado de un faetón acercándose por el irregular camino que llevaba al coto de caza de su tío, la obligó a abandonar esos pensamientos. Amira observó el andar perezoso del caballo y no pudo evitar sentir una nota de pesar por el animal, el cual había sido sacado al frío exterior en un horario que cualquier mortal juzgaría de inhumano.

Aquella muestra de simpatía hacia el equino que estaba obligado a acompañarlos en esa travesía, fue fácilmente eclipsada por el hombre que brincó del pescante, frotándose afanosamente las manos en un intento por trasmitirle algo de calor a los entumecidos dedos que llevaban las riendas.

—¡Miss Amira! —la saludó él con una de esas sonrisas que habían comprometido a más de un corazón inocente en los bailes. El de ella incluido.

Amira empujó esa idea lejos de su mente, limitándose a ofrecerle un seco asentimiento como único gesto de reconocimiento de su persona. Algo que, claramente, no pasó desapercibido para Jannis.

—¿Sigue molesta conmigo? —inquirió, poniendo el rostro de lado para equiparar sus miradas. Amira negó impertérrita, esperando a que él se hiciera a un lado para poder subirse al carro e ir de una vez en busca de su hermana; búsqueda que, a su parecer, ya había sido lo suficientemente retrasada por deseo (o imposición) de su compañero de viaje—. ¿Entonces por qué no me mira?

Ella suspiró lentamente, alzando la mirada lo suficiente como encontrarse con esos insistentes ojos azules. Insistentes, porque había perdido la cuenta de las veces que la habían atormentado en sueños.

—Solo quiero partir cuanto antes señor Bell.

Jannis pestañeó un par de veces, dándole así la posibilidad de escapar de su escrutinio.

—Y lo haremos —prometió él, siguiéndola hacia el lateral del carro para volver a cortarle el paso—. Pero dado que yo he aceptado esta inusual sociedad, al menos merezco que se me trate adecuadamente.

Amira jadeó, dándole una mirada indignada.

—¿Es que acaso le he faltado el respeto?

Jannis sonrió.

—No me ha saludado correctamente, no puede esperar que trabaje sin el incentivo adecuado, ¿o sí? —En contra de lo que dictaba su mejor juicio, Ami no pudo evitar sonreírle de regreso—. Eso está mejor —concedió Jannis, complacido—. No la quiero seria y taciturna, tengo suficiente de eso en mi casa.

Amira evitó indagar sobre esa cuestión, sabiendo que Jannis no diría nada que hiciera que sus ánimos decayeran en ese momento.

—Entonces partamos ahora o de lo contario seria y taciturna es todo lo que obtendrá de mí.

—Antes de eso... —dijo él, inclinándose hacia el pescante para rescatar una caja que llevaba correctamente envuelta—. Para usted.

Claramente Amira no hizo ningún intento por tomar la caja, ésta era demasiado grande como para contener dulces y era imposible que Jannis guardara flores o libros dentro. Lo cual significaba una sola cosa, debía rechazar el presente.

—No puedo tomarlo y lo sabe. —Como toda respuesta él bufó, empujando la caja hacia sus reticentes manos—. ¡Señor Bell!

—No voy a permitirte salir al campo con esos zapatitos de seda, Amira —le espetó, contundente—. Nadie tiene que saber de dónde los obtuviste, solo póntelos y acabemos con esto.

Ella no podía hacerlo. Le habían enseñando desde muy pequeña a no aceptar obsequios de caballeros que no fueran parte de su familia o que no planearan serlo en un futuro cercano. Y ella sabía bien que Jannis no tenía esos planes, que le estaba dando unas botas resistentes y prácticas para que pudiera andar sin temor a que alguna rama atravesara el material hasta llegar su pie. Pero eso no quitaba que seguía siendo un regalo inapropiado.

—No es apropiado —intentó protestar, pero sus manos ya estaban trabajando sobre el envoltorio, revelando unas botas de color granate bellísimas. Lo miró con ojos suplicantes—. No puedo aceptarlas y lo sabe.

—¿Las quieres? —Ella no respondió, pero sus ojos se demoraron un buen par de segundos en el bello diseño del calzado. Hacía tanto tiempo que no estrenaba algo, hacía más tiempo incluso que no se ponía algo bonito y aquello la sobrecogió de un modo que no supo explicar—. ¿Amira?

Parpadeó apartando el estúpido velo de lágrimas que humedecía sus ojos.

—Son muy bonitas —logró decir, sin animarse a aceptar en voz alta que quería quedarse las botas.

—Son tuyas. —Ella sacudió la cabeza, a lo cual Jannis asintió—. Vas a ponértelas. —Ella volvió a negar, pero Jannis ya la estaba empujando hacia el escalón del faetón para que se sentara—. Y no vas a discutir conmigo al respecto.

—¿Por qué no me obsequiaste libros? —inquirió, al tiempo que él se acuclillaba para quitarle los zapatos prestados de Emma—. ¿O bombones? —Jannis bufó ante la sugerencia, ella suspiró—. ¿O algo que pueda aceptar?

Él elevó la cabeza, para regalarle una mirada cansada.

—No pensé que nuestra relación fuese tan superficial, Ami —murmuró, mientras le colocaba las botas con manos hábiles—. Los libros, dulces o flores son regalos que hace alguien que te acaba de conocer —explicó, sin distraerse de su tarea—. Tú y yo nos conocemos desde hace años. —Entonces se incorporó, mostrándose más que satisfecho de haberse salido con la suya—. Ya hemos pasado la etapa de cortejo, ¿no?

—¿Qué? —preguntó ella con un hilo de voz, creyendo haberlo comprendido mal.

Jannis le sonrió, juguetón.

—¿Cuánto tiempo más me harás esperar tu propuesta? —Amira tragó en seco, estupefacta. Algo que él probablemente no vio o decidió no ver—. No soy un hombre difícil —continuó diciendo, mientras le tendía la mano para ayudarla a subirse en el pescante sin el menor arrobo por sus letales confesiones—. Quizás otro poema, velas...

—¡Jannis Bell! —lo cortó, demasiado avergonzada para saber cómo reaccionar. ¿Es que acaso él nunca dejaría pasar aquel humillante momento? ¿Es que no se daba cuenta lo mucho que la lastimaba al hacerla pensar que podían ser algo más? —. ¿Podemos simplemente irnos, señor?

Él asintió, tomándola del pie que colgaba fuera del faetón para reclamar su atención una vez más. Ami suspiró, cargándose de valor para bajar los ojos hacia los suyos.

—Solo una cosa más.

—No más regalos —apuntaló, resuelta. Él sacudió la cabeza como un niño, haciendo que varios mechones negros cayeran torpemente sobre sus ojos. Ami tuvo que contener el impulso de apartarlos con sus dedos—. ¿Entonces?

—Prescindamos de la etiqueta.

—Eso no será posible.

—Antes lo hiciste.

—Antes me distraje por las botas —le espetó sin dejarse inmutar. Jannis le sonrió con diversión.

—Interesante. Una chica materialista. —Ella fue a negar aquella ridiculez, pero él continuó antes de que pudiera articular su respuesta—. Supongo que era hora de descubrir tu punto débil.

—Yo no...

—Tendré que hacerte más obsequios en el futuro entonces.

—Eso no será necesario —cortó. Sin saber si estar molesta o divertida de sus absurdas suposiciones.

—¿Me hablarás informalmente entonces?

Ami no quería hacerlo, aquella distancia marcada por la formalidad era lo único que le quedaba para recordarse que su relación era una simple amistad. Prescindir de aquello era arriesgado y aun así...

—Está bien, Jannis. —Y aun así echaba de menos llamarlo por su nombre, echaba de menos tener a alguien en quien sabía podía apoyarse siempre.

—Mi pequeña Amira está de regreso —sentenció él satisfecho, al tiempo que se subía en su lado del faetón y tomaba las riendas.

Ami lo observó de soslayo un largo instante. Aquello era un error, pero puesto a ser justos, no sería el primer error que cometía estando cerca de Jannis Bell.

***

La gente no debía verse bien con ropa simple y que claramente no era de su talla, ¿verdad? Mucho menos debía verse bien cuando mostraba un gesto enfurruñado, como si lo responsabilizara de todos sus pesares a él. Pero extrañamente ese era el caso con ella.

—Deberíamos conversar para pasar el rato —sugirió, esperando que Maia desistiera en su convicción de ignorarlo por no haber hecho lo que ella quería. ¿Pero en qué cabeza cabía? ¿Qué clase de mujer se enfadaba por obtener algo de ropa adecuada?

—No soy buena conversando —zanjó ella, removiéndose en el camastro como si no estuviese vistiendo una falda y camisa común, sino una bolsa de arpillera.

—¿Qué clase de tontería es esa? —inquirió risueño, pero al ver la gélida mirada que le lanzó Maia, decidió optar por otro enfoque—. Podría preguntar por los pasatiempos o el clima, esa siempre es una opción fiable cuando no se sabe de qué hablar o los temas de conversación empiezan a escasear.

—Dudo que usted se haya encontrado en esa situación alguna vez.

Ihan sonrió ante la velada pulla de la mujer. Eso era mejor a que lo mirara en silencio y enfadada.

—Tiene razón, estoy acostumbrado a simpatizar. Y una persona callada rara vez logra ese efecto.

—Lo siento, pero no me interesan las conversaciones insustanciales.

—Prefiero ser vacuo e insustancial, antes que aburrido y asocial.

Ella lo miró frunciendo el ceño un largo segundo, antes de sacudir la cabeza y al parecer decidir que no valía la pena discutir con él ese punto.

—¿Siempre se toma todo a la ligera? —instó Maia, tras lo que fueron incontables minutos de silencio. Ihan se acomodó mejor en su silla, echando una mirada ausente al techo como si necesitara pensar aquello con detenimiento.

—Es la única forma de que la gente no espere nada de mí —consiguió decir tras un corto análisis.

—¿Es por eso que lo hace? —Sus ojos verdes lo escrutaron serios e inquisitivos—. ¿No quiere que la gente espere nada de usted?

—Hm... —murmuró en acuerdo—. Tengo demasiadas responsabilidades, Maia —admitió, enfrentado su mirada con cautela—. Lo único que yo quería era una vida tranquila, pero mis padres me hicieron así de perfecto por lo que...

Ella bufó, sacudiendo la cabeza a lo cual él no pudo evitar sonreír.

—¡Lo está haciendo otra vez!

—En realidad es agotador —continuó, haciendo caso omiso de sus palabras—. Ir por la vida con la tremenda responsabilidad de cargar este rostro, no es fácil.

Maia no parecía en lo absoluto complacida con el rumbo que había tomado la conversación, pero Ihan no podía satisfacerla como ella esperaba. Nunca había obtenido nada en todas las ocasiones que había querido ser serio, la gente solía esperar una sonrisa o una broma de su parte, no una charla de corazón a corazón. Y con el tiempo, él simplemente había olvidado cómo era sentir la confianza suficiente como para expresar lo que en realidad estaba pensando.

—Entonces... —susurró ella, al ver que no iba a obtener nada más—. Hábleme de sus pasatiempos.

—Haré algo mejor que eso —dijo, al tiempo que se incorporaba e iba hacia el viejo arcón donde Grey les había dejado algunos suministros. Una vez que encontró lo necesario, fue hasta el camastro y tomó asiento a la siniestra de Maia, la cual no pareció inmutarse por la repentina cercanía—. Se lo mostraré.

—¿Qué es? —instó, curiosa como cualquier mujer que se precie de serlo.

—Mi pasatiempo.

Ella se inclinó un tanto sobre su hombro para mirar lo que llevaba en las manos con gesto adusto.

—¿Una libreta y un lápiz? —Sus ojos subieron hasta los suyos—. ¿Es escritor?

—No —respondió al instante, sonriendo—. Los escritores son personas muy perturbadas, Maia. Me faltan varios traumas y litros de brandy para llegar a ese punto.

Ella rio con suavidad.

—¿Entonces?

—Yo hago esto. —Y sin detenerse en más explicaciones, Ihan comenzó a trazar líneas en una de las hojas de la libreta, tomándole solo un puñado de minutos completar un dibujo que lucía como un esbozo del rostro de la mujer a su lado. Él ni siquiera necesitó mirarla, tenía sus rasgos grabados en la memoria y sabía que podría retratarla hasta con los ojos cerrados.

Algunos decían que era un talento, pero su padre solía maldecir el hecho de que Ihan tuviera un pasatiempo tan poco útil, algo que siempre lo había impulsado a querer hacerlo incluso más.

—Wau... —Él se interrumpió al escuchar la honesta reacción de Maia que seguía cada uno de sus trazos con interés—. ¿Soy yo? —Ella no le dio tiempo a responder—. En realidad, soy yo.

—No está terminado.

—Es impresionante —musitó, quitándole el cuaderno de las manos para poder inspeccionar el dibujo—. Es muy preciso... —La mujer lo observó por entre las pestañas—. Y no le tomó nada de tiempo.

—Estoy acostumbrado a dibujar rápido.

—¿Por qué? —preguntó, volviendo a bajar la mirada hacia su retrato a medio hacer.

—Es lo que hago —susurró, cogiendo la libreta para volver a enfocar su atención en el dibujo.

—¿A qué se refiere?

Él no quería entrar en esa conversación en ese instante.

—¿Alguna vez te has hecho un retrato?

—No, pero...

—Te haré uno —la interrumpió, poniéndose de pie para regresar a su silla.

La habitación volvió a quedar en silencio, haciendo que el rasgueo de su lápiz sobre la hoja se escuchara como un eco de fondo.

—Si no quería hablar de sus pasatiempos no debió mostrarme —masculló Maia al cabo de un par de minutos. Ihan elevó la mirada, encontrándose con sus ojos molestos y acusadores.

Suspiró.

—Solo evito decirte cosas que no vayan a interesarte —explicó con un encogimiento de hombros.

Maia frunció el ceño, confusa.

—¿Y cómo sabe que no va a interesarme?

—A nadie le interesan —dijo llanamente, esperando dejar en claro que estaba bien con eso.

Ella negó, claramente sin comprender y cuando Ihan estaba dispuesto a regresar a su dibujo, la escuchó.

—Pero yo no soy nadie.

Él clavó la mirada en sus labios fruncidos en un pequeño puchero, para luego barrer su rostro con una súbita y extraña curiosidad. De todas las personas...

—No me mires así, Maia —le espetó, logrando que ella bajara la vista casi al instante. Entonces no pudo evitarlo—. Sé que no acostumbras a ver tanta belleza a diario, pero debes aprender a disimular. Obsesionarte conmigo no es saludable...

—Es usted... —comenzó a decir con enfado, pero la sonrisa brillaba en sus ojos cuando lo enfrentó—. ¿Acaso no conoce el término humildad?

—¿Humildad? —inquirió, sonriendo maliciosamente—. La humildad es la excusa que ponen esos que nacieron feos.    

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Bueno, ya puse las cosas en marcha y no hay vuelta atrás. Esto de ir de una pareja a otra a veces cuesta un poco, porque meterse en el humor de cada uno y darle la relevancia que merecen por separado lleva su tiempo. 

Admito que hasta este capítulo todavía no había logrado conectar con Amira como personaje, pero hoy finalmente sentí que la comprendí mejor. 

No sé, desvarío jaja No me hagan mucho caso, espero que les haya gustado ^_^

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